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Número 9 - Diciembre 2006
En cuanto al rol de los padres
en la patología grave infantil
Lorena Manolios

Un analista puede decidir trabajar sobre determinado caso clínico por diversos motivos. En este caso en particular, fue mi angustia la que me llevó a escribir sobre este caso clínico.

Es bien sabido por todos (al menos por todos aquellos que detentan algún saber sobre el psicoanálisis) que la angustia que no es alojada en el paciente o en los padres del paciente, aparece del lado del analista. En este caso, la angustia apareció vinculada a una de las dificultades en torno al análisis con niños: ¿qué hacer con los padres?

Si partimos del hecho de que los padres del niño están tanto dentro como fuera del dispositivo, tenemos que considerar que los efectos de los mismos en el análisis del niño son determinantes, en tanto trabajamos con un sujeto en constitución, y que se constituye en el vínculo con los padres. El caso clínico que desarrollo a continuación, muestra con claridad el efecto devastador que tiene la falta de un adulto sensato en épocas tempranas de la vida.

P. de 7 años, llega al consultorio en Septiembre del 2005, por una derivación del colegio. El motivo de consulta es relatado por la madre de la siguiente manera: "no copia pero se acuerda de todo, está agresivo desde hace poco, es igual a como era el padre (quien comienza a profesar el evangelio pocos meses después de comenzar el tratamiento), me preocupa que no lo vayan a dejar en la escuela el año que viene". Frente a un error mío en la escritura del apellido, el padre relata que se escribe de esa manera porque el realidad es un apellido "robado" por un tatarabuelo, y al apropiárselo cambió la Z por la S… "es una larga historia… para otro día". (sic). Es el mismo P. quien, en la primer entrevista, pone sobre el tapete su encopresis primaria: "un día en la cama me hice caca y no me di cuenta", la mamá explica que desde chico le pusieron muchos supositorios porque era muy duro, "quizás por eso". Van a ser necesarias tres entrevistas previas, para que la madre pueda relatar aquello no dicho a P.: "a P. lo tuvimos para que yo tuviera un hijo… como el padre ya tiene los suyos…no los ve porque los abandonó… P. no sabe nada de esto y mi familia tampoco". Un dato a tener en cuenta: existe co-lecho materno desde el nacimiento, el padre trabaja de vigilancia, por lo cual –como nunca duermen los tres juntos- alcanza con una cama de una plaza.

Si tenemos en cuenta que la forma en que se espera a un niño marca lo que va a ser la vida del recién nacido, podemos pensar que estamos frente no a un sujeto deseante, sino frente a un "hijo para la madre" que viene a cubrir su falta, quedando de este modo, atrapado en un vínculo diádico fagocitador. Es el niño quien encarna, a través de sus síntomas o trastornos, el conflicto familiar, en muchos casos –como en éste- acallado por los padres. Es el niño el que hace hablar a los padres desde su inhibición: ¿qué es lo que se puede escribir cuando no hay nada para historizar, cuando no hay historia? La exacerbación o la extinción de los deseos, de la libido o la simbolización por parte del niño de sus pulsiones endógenas, son la respuesta a los sentimientos de fracaso e insatisfacción de los padres en su vida social o conyugal.

La pulsión, en el encuentro con el Otro (y en este caso no cualquier Otro, sino aquel que introduce supositorios), va a generar un excedente, un plus de placer. Este excedente propicia un circuito de compulsión a la repetición que Silvia Bleichmar llama "más acá del principio del placer", ya que está en relación a la activación de huellas parciales. Ahora bien, ¿cómo logra el psiquismo que éstas parcialidades hagan lazo con el exterior? Dos maneras:

-Represión originaria: lo que produce es un fijamiento de la pulsión al inconciente.

-El Yo: que es el encargado de encontrar el lazo con el objeto total exterior.

¿Qué posibilidades tiene P. de ligar estas parcialidades, es decir, cómo funciona la represión originaria en P. y cómo está constituído su Yo?

El pasaje del autoerotismo al narcisismo es posible sólo en la medida en que la madre prohíba ese mismo autoerotismo que anteriormente permitió. Si no hay rehusamientos del lado del adulto, este "nuevo acto psíquico" que se constituye con el narcisismo, no logrará sepultar con éxito aquellas satisfacciones pulsionales pregenitales. Es esta falta de rehusamientos la que condiciona el funcionamiento de la represión originaria.

La ausencia de una figura sensata en el inicio del desarrollo unido a la falta de palabras que le permitan a P. dar cuenta tanto de su historia como de su presente, generan el contexto propicio para que, aquello que es sabido sin saber, se torne traumático. Llegado el momento de enfrentarse con esto sobre lo cual tampoco los padres quieren saber, hará trastabillar su endeble narcisismo.

Con respecto a la figura del padre, podemos ver que su figura se desvanece si se lo convoca más allá del acto biológico de procrear. No existe posibilidad alguna de que pueda filiar, de que pueda donar un nombre y con la donación del mismo generar la pérdida del goce incestuoso; de hecho, todos referentes masculinos por parte del padre han sido incapaces de donar el apellido, encontrando para ello un sustituto defectuoso en su estructura.

Si es el nombre del padre el que introduce el orden simbólico, la norma, la ley (prohibición del incesto) que posibilita la constitución subjetiva, ¿cuál puede ser la consecuencia de una falla en su función? Cuando el corte con el objeto incestuoso aparece como fallido, emerge la angustia como señal frente al exceso de goce, frente al corte que se demanda. Es condición sine qua non que la función paterna quede escriturada del lado materno, para que así, pueda advenir el niño en constitución como sujeto en los cortes.

El juego que arma en sesión P., confirma que no ha accedido a la experiencia del fort-da , todavía sigue siendo hablado, traducido, no ha podido construir una oposición significante al no poder sustraerse a este Otro al que nada le falta. Tira, arroja, golpea entre sí los juguetes que tiene en el escritorio una y otra vez, quizás en un intento de arrojar y tirar de encima este otro que lo aplasta. La posibilidad de separar algo de su propio cuerpo, abre el camino para la búsqueda de sustitutos. Esto que se puede separar de su propio cuerpo tiene relación, en este caso, con una parte particular del mismo, con uno de todos sus bordes: el esfínter anal, mediante el cual, se puede retener o expulsar ese objeto que en tanto falo será demandado y guiará su deseo.

Allí donde tendría que haberse escriturado algún objeto como faltante, aparece la afirmación del goce incestuoso, y la encopresis -en tanto trastorno porque es un modo de ejercicio pulsional directo, no reprimido, no inhibido (porque no podemos hablar de formaciones de compromiso – como son los síntomas – en aquellos casos en los cuales hay fallas en el funcionamiento de la represión originaria) - procura fallidamente introducir un corte en esto que debiera haber sido reprimido. Por este motivo, la encopresis nos orienta en cuanto a cuál es el corte que no ha sido realizado, porque lo que marca es la certeza del punto de angustia. Es evidente que P. no ha podido armar una respuesta fastasmática a la pregunta "qué me quiere", se ubica en relación al Otro en posición de objeto, de caca. Nuevamente la falta de rehusamiento materno genera el fracaso de la amenaza de castración.

Para que haya sujeto, sujeto del inconciente que se constituya en el campo del otro, es necesario que haya pérdida de goce, corte, separación, tiene que haber metáfora paterna funcionando, para que la pulsión pueda –a través de la construcción de diferentes objetos a- contornear los bordes y satisfacerse, y que produzca la inmersión del sujeto en la significación fálica. El nombre del padre hace metáfora creando significación.

Sería interesante si apareciera algo de la angustia en estos padres, provocándoles una vacilación del goce que mantienen instalado, y así dándole a P., la posibilidad de alojarse de otra forma, ya no como falo de la madre, reordenando su goce. En este contexto nuevo, la demanda de los padres ya no sería dirigida a P., sino hacia algún otro (profesionales médicos, psicólogos) quienes tendrían la posibilidad de devolver a los padres la capacidad de saber en torno a este niño.

Bibliografía:

Silvia Bleichmar, "Clínica y neogénesis"

Silvia Bleichmar, "La fundación del inconciente"

Maud Mannonni, "La primera entrevista con el psicoanalista", prefacio de Françoise Dolto

Revista Fort-da, Seminario "La dirección de la cura en el análisis con niños: la pulsión y el objeto" dictado por Marité Ferrari

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