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Número 6 - Junio 2003
El viejo miedo que nos proteje
Vicente Battista

El trueno y el relámpago, el viento, la lluvia y el granizo habrán estremecido a nuestros abuelos prehistóricos. Eran visitas inesperadas, a las que se les debía temor y respeto; venían desde lo alto y cada vez que se presentaban, invariablemente modificaban el entorno. En esos fenómenos meteorológicos está el origen de las antiguas deidades. "Uno domina lo que nomina", señaló Hegel. Aquellos primeros hombres le s dieron nombre a los dioses; luego los hicieron literatura. P ara cada uno inventaron una historia turbulenta, dura y feroz; una historia de miedo: Zeus devora a su esposa Metis. Prometeo, por su parte, sufre la eterna condena de sentir a un águila insaciable masticando su hígado. Desde aquellos remotos tiempos existe una extraña comunión entre el placer y el espanto.

"Contame un cuento", pedíamos de chicos y de inmediato, por boca de nuestros padres, nos enterábamos de la terrible odisea de Hansel y Gretel o del trágico destino de Caperucita Roja. "Y colorín colorado, este cuento ha terminado", oíamos y cerrábamos los ojos sin comprender que habíamos celebrado un rito que desde las hordas primitivas hasta nuestros días se ha venido cumpliendo inexorablemente: conjurar el horror, convocarlo, aunque el precio de esa cita sean las pesadillas que sin duda más tarde escoltarán al sueño. Hoy la epopeya de Caperucita Roja ha sido reemplazada por las series de TV. Se modificó el soporte, pero el rito igual se celebra: los chicos buscan aquellas series en donde abunden el horror y el pánico.

Drácula es una criatura seductora. Pero no sólo fascina el personaje creado por Bram Stoker, también seduce el príncipe rumano que le sirvió de modelo. Vlad Tepes, a quien llamaban "Dracul", aunque no se alimentaba de sangre humana estaba lejos de ser un humanista, tenía la costumbre de empalar a sus enemigos: los turcos. La ceremonia, gozosamente presenciada por los súbditos de Vlad Tepes, consistía en clavar a los prisioneros vivos en unas filosas estacas de madera y asistir a la larga agonía de los desgraciados. Más cercano a nuestros días, el sádico asesino Freddy Kruger, protagonista de las numerosas "Pesadilla en lo profundo de la noche", se ha convertido en un héroe de los chicos, pese a que su principal actividad sea precisamente asesinar chicos.

El concepto de miedo cambia con los años, pero no cambia la sustancia. Stephen King lo explica así: "Es el más antiguo sentimiento que experimentó el hombre y que aún sigue apegado a nosotros; igual que el primer día. Cuando me preguntan de dónde vienen mis terribles ideas, siempre contesto que vienen de mis propias pesadillas. Aunque no es necesario dormir para tenerlas". Tal vez sin proponérselo, estaba repitiendo lo que ya había dicho Edgar Poe un siglo y medio antes. "El terror no viene de Alemania, sino de nuestra propia alma", dijo Poe cuando sus detractores lo acusaron de copiar lo más negro de la literatura gótica alemana.

Como consecuencia de una lluvia torrencial o como tema para una película, una pieza teatral, un cuento o una novela, el miedo sigue convocando a espectadores y a lectores. Hemos perdido el énfasis del hombre prehistórico: difícilmente le otorgaremos funciones divinas al rayo o al trueno, pero sin embargo nos siguen seduciendo con esa misma fuerza con que habrán encandilado a los primeros hombres. Convocamos al miedo en cualquiera de sus múltiples modos, desde un paseo por el tren fantasma en el parque de diversiones hasta una caminata nocturna por una calle solitaria; nos inquieta de igual manera ese esqueleto de utilería como aquella sombra de verdad.

Aunque poco importa lo verosímil en los relatos de terror. En un mundo de dragones, con cadáveres que resucitan y ogros de dos cabezas, todo está permitido. Esas historias, ahora nos dicen, ayudan a templar los nervios. Sentir miedo, en cualquiera de sus formas, nos prepara para hacerle frente a los verdaderos peligros. Me privo de enumerarlos, pero bien sabemos que son algo más terribles y agobiantes que esas historias de crimen y misterio, con fantasmas y aparecidos, que nos contaban nuestros padres, o esos monstruos de una u otra galaxia que ahora, con tanto miedo, vemos en el cine o en las series de televisión.

Notas

* Este trabajo fue publicado en la revista Viva que sale con la edición dominical del diario Clarín

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