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Número 2 - Octubre 2000
La virtualidad del analista
El juego del truco. Virtualidad. Mentira
Andrés Neljen

En los lindes de la mesa
el vivir común se detiene
Adentro hay otro país:
Las aventuras del envido y del quiero…

Jorge Luis Borges

Varios años atrás, un paciente de 9 años, me preguntó si sabía jugar al truco. Le respondí que sí, (pensando que me iba a proponer jugar) y acto seguido me pidió que le enseñara. Su pedido me tomó totalmente de sorpresa y creo que no hubo nada que pudiera haber previsto al respecto. Además, se trataba del comienzo de una nueva sesión de su tratamiento.

Pensé en varias cosas a la vez y entre ellas, recordé que el papel de analista no incluye la enseñanza de nada, ni siquiera de algunos juegos. Acá no se trataba además de cualquier juego que podríamos haber inventado entre ambos, o fijar reglas a cualquier juego preestablecido. Se trataba del juego del truco, que como su nombre lo indica, está lleno de trucos, y sobre todo se presta al arte del que mejor miente. Quisiera recordar, que el truco es un juego de barajas, de modalidad picaresca, que tiene en su esencia el arte del envite, que es el apostar con el consiguiente riesgo para obtener cada vez mayor puntaje hasta ganar el partido. Además, en el origen de la palabra truco, venida del portugués, significa trampa. Dadas así las cosas, yo no quería participar de alguna manera en enseñar nada, y mucho menos a mentir a alguien, y menos todavía a un paciente, y para colmo, niño.

Mentir, es decir cosas que no son verdad para engañar, como dice María Moliner en su diccionario. No es simplemente un embuste o fraguar algo o novelar o tramar. Sigue diciendo Moliner: "engañar a alguien una cosa haciéndole creer en la existencia de algo que no existe en la realidad". Cuando uno miente, intenta, si se me permite forzar la expresión, una virtualidad, una realidad que no es tal, más allá de la razón que fuere el motivo de la mentira. Cuando uno quiere que el otro piense que uno está mintiendo, (aunque no lo haga en ese momento) como de hecho sucede en el juego del truco, hay un orden de realidad que no se sabe muy bien de qué se trata ni cómo es. O si se sabe, no se está seguro de ello.

Hay ciertas conductas que se florean en el juego del truco: chicanas, amenazas, engañifas, distracciones forzadas, trucos verbales que aparecen cuando uno tiene que contestar el envite del otro como por ejemplo: "no quiero ser cobarde, así que quiero"!, habiendo dicho como al pasar "no quiero". Es sabido que todas las propuestas o envites de juego deben ser cerradas con la palabra "quiero", o "no quiero". Otro engaño consiste en pasar en una jugada y seguir participando como si fuera lícito hacerlo, para seguir en el engaño permanente, engaño constante y a veces es el engaño de hacer creer que uno está engañando, como ya lo mencionara. Es un juego que está lleno de dichos y agregados suspicaces, que pone a prueba el ingenio del jugador. Más allá de la suerte de las barajas, hay una habilidad puesta a prueba permanentemente.

En el juego del truco, hay un aspecto que es sumamente relevante que es el de los gestos y señas, verdadero lenguaje no verbal. Estas señas se utilizan para transmitir un jugador a su compañero (en el caso del truco de a cuatro jugadores o el llamado "pica-pica" que se juega de seis) las cartas que tiene en mano. Guiños de ojos, labios juntos en forma de beso, boca abierta, ceño levantado, etc. Son algunas de estas señas que no solamente se transmiten sino que se intentan interceptar al contrincante en el momento en que se las está haciendo al propio compañero. Es más, cuando se termina de repartir las cartas, hay un momento previo a la jugada de la primera carta, en el que se produce un clima en el que el silencio reina mientras las miradas escudriñan a la manera de verdaderos fisgones, lo que los demás están haciendo.

Estas señas obviamente no se dan cuando se juega de a dos.

En esta situación, la mirada puede tener otro estatuto, es decir, se puede "leer" la cara del contrincante, como para tratar de descubrir, no ya qué carta le tocó en suerte, sino si son buenas o no. En el caso de los niños, sobre todo los más pequeños, los iniciados en el truco, no pueden evitar un aumento considerable de la ansiedad por jugar las cartas aunque no sea el turno de ellos, o jugar de manera atropellada sin darse cuenta de la manera en que se exponen a que se descubra cuál es el juego que tienen. En los comienzos de la práctica del juego del truco, estos niños no solo no pueden mentir, sino que decididamente no pueden disimular cuando les ha tocado una buena carta, ni tampoco el fastidio que les provoca no haber sido "tocados" por la suerte. En este sentido, es más fácil ganarles porque siempre están expuestos, y si uno miente, ellos dan por cierto que uno dice la verdad. Por ejemplo, uno puede cantar el envido sin tenerlo en sus manos, sabiendo que si el niño no tiene para responder, dirá que no quiere, y no redoblará la apuesta (mintiendo) porque le cuesta pensar que el otro miente si él no lo hace. Diría que hay cierta transparencia en la conducta de estos niños, con lo cual la mentira se les hace prácticamente imposible. Esto no significa que no puedan mentir en otras situaciones. Lo que planteo es que se les nota enseguida si lo hacen. Siguiendo este razonamiento, diría que hace falta un espacio en el psiquismo del niño para que estas conductas ocurran. Lo que comúnmente llamamos picardía 1 para mentir, en este caso sería saber que se está mintiendo, me pregunto si desde el punto de vista winnicottiano, se podría decir que hay un aspecto de la transicionalidad no del todo desarrollada o con dificultades para este tipo de conductas, o si sería un aspecto creativo que todavía no se ha mostrado. De ninguna manera planteo esto como algo patológico, ya que se trata de un aspecto evolutivo y el tiempo no ha permitido por ahora este tipo de conductas. De seguir esta dificultad en el curso del desarrollo, entonces sí creo que sería patológico, ya que estaríamos frente a un sujeto que se maneja dentro de cierta literalidad, y que su área de fenómenos transicionales no está del todo desarrollada. Creo que los niños en estos casos, muestran una cierta literalidad y concretud en la conducta cuando se trata de estos juegos, pero no necesariamente exclusiva de estos juegos, sino que puede cubrir distintos aspectos de la vida en general.

 

No trato de calificar en un sentido moral al término mentir, porque estoy hablando de un juego en el cual la mentira es arte y parte, y no sólo esto, sino que diría que es un aspecto esencial. La moral es algo que no se enseña, pero que se aprende. La moral no es algo que se pueda imponer, y mucho menos por la fuerza, sino que debe ser creada por el niño para que tenga sentido. La moral, dice Winnicott en distintos trabajos, se instala después de alcanzar el bebé, la capacidad del concern, es decir, después de poder preocuparse por las consecuencias de sus ataques agresivos dirigidos a la persona amada y que se ocupa de satisfacer sus necesidades. Por eso nos recuerda que la capacidad para el concern en el niño es la base para el sentido de la moral y la ética en el adulto y que por lo tanto son parte de la madurez emocional y la salud. Es más, el sentido de la moral emana del verdadero self que ha podido desarrollarse por sus experiencias en su ambiente facilitador. En la medida de que el niño confíe en su entorno (y que este entorno haya garantizado los buenos cuidados), y en su ambiente que lo rodea, (en este caso la sesión y su analista) se verá posibilitado de desplegar sin culpas estas mentiras que no conllevan ningún aspecto destructivo, sino por el contrario, se trata de una actividad placentera y divertida. Creo que estas conductas pícaras por parte de los niños, tienen lugar en el área intermedia de los fenómenos transicionales, en "el lugar donde salta la chispa en los momentos de intimidad entre las personas". 2

Es en este sentido que dudo respecto a si Winnicott hubiera llamado mentiras a estas conductas. Diría que no, que son partes del juego y que por lo tanto les cabe las generales de la ley en cuanto a que se trata de un juego. En cierta medida sería como cuestionar las vivencias personales que cada niño pueda mostrar en su juego creativo. Probablemente diría algo al respecto si un niño ya un poco mayor no pudiera mentir jugando. Las interpretaciones posibles a semejante obstáculo en el juego, me parecen sencillamente innumerables. Pienso en la transparencia de algunos chicos que no pueden dejar de portar, ni siquiera cuando están jugando. 3 Es decir, no pueden escaparse por decirlo así, de sí mismos, o dejarse llevar por la emoción que implica en este juego del truco, el mentir y no saber si será descubierto o no. Cuando hablo de transparencia me refiero a la idea o "visión" que un niño puede tener del interior de sí mismo y de la persona que está con él. ¿Puede un niño pequeño dejar de ser transparente por un rato? Aunque esté jugando? Puede ser opaco para no ser descubierto? Creo que aquí tenemos la posibilidad de intervenir como analistas para remover obstáculos que imponen cierta restricción a la libertad de movimientos de la persona del niño. Se trata de enriquecer esa zona intermedia de experiencia, mediante el más amplio despliegue de conductas tendientes a "perderse" en el juego, sin temor a las consecuencias. Esto, solamente es posible si hay otro responsable que controla y cuida y contiene esa situación, tal como Winnicott describiera la "Capacidad de estar a solas en presencia de alguien".

Virtual, según nos dice María Moliner en su Diccionario de uso del español, "se aplica a un nombre para expresar que la cosa designada por él tiene en sí la posibilidad de ser lo que ese nombre significa, pero no lo es realmente". En física, "existente como supuesto físico necesario en la producción o desarrollo de un fenómeno, pero no con existencia real".

La virtualidad del analista consiste en llevar adelante un papel (dentro de ciertas reglas establecidas de antemano) que favorezca y sostenga la situación de virtualidad en el análisis. Que el paciente sepa que todo es virtual, le confiere la posibilidad de poder exponer sus contenidos sean cuales fueren, y exponerse de tal manera, que pueda ser hallado por su analista, sobre todo en aquello que el paciente muestra para ser hallado. De la misma manera el analista se limitará o se abstendrá de señalar o interpretar, basado en el respeto y el timing, aquello que el paciente quiere preservar.

Que un paciente mueva insistentemente su pie o sus manos mientras relata un contenido, no nos habilita a interpretar dichos movimientos como ansiedad, aún cuando probablemente ese sea el motivo del movimiento. Uno puede en todo caso señalarle que cada vez que habla de cierto contenido, mueve su pie o sus manos. Y en todo caso será el paciente el que pueda asociar al respecto. No intervenir interpretando la conducta del paciente antes de que el paciente nos dé más pistas al respecto, implica seguir con la situación de virtualidad constante. Winnicott insiste en que la interpretación debe ser hecha después de la totalidad de la experiencia. El paciente seguirá moviendo sus pies o manos o lo que le venga en gana, hasta que esa conducta tenga algún sentido, sobre todo para el paciente, aún cuando fuera ayudado por su analista a encontrarlo.

El bebé tiene en la alimentación, la activación del instinto más importante sumado al hecho de amar y gustar, dice Winnicott. El bebé en algún momento acepta la responsabilidad de haber intentado matar a su madre tantas veces como ha sido necesario a lo largo del día. Será la madre quien reconozca el deseo de su hijo de comérsela o de destruirla, no reaccionará en consecuencia y permitirá más adelante el gesto reparatorio, que se verá expresado probablemente, en una sonrisa. Es decir que el bebé puede en su imaginación, o sea virtualmente, amar o destruir lo que quiera especialmente en la etapa de la omnipotencia mágica, donde todo lo que piensa, es. La virtualidad hace que en sesión, dentro del setting, todo pueda suceder. Si el paciente puede hacer un buen uso de esta concepción de la terapia analítica, se verá beneficiado: con el enriquecimiento que implica el contacto fluido con su fantasía, en su comunicatividad, en su capacidad para confrontarse con su mundo interno, y muy especialmente, con el enriquecimiento de su área transicional.

Las intervenciones que puede y quizá deba realizar el analista, estarán situadas por así decirlo, dentro del área de virtualidad, sin perder la conexión entre la fantasía del paciente, la realidad del paciente y la realidad de la sesión y la supra realidad que los engloba a ambos (por ejemplo el reloj que sigue su marcha y la vida que afuera del consultorio sigue su curso).

El juego del truco se mueve siempre en el límite de la realidad, aunque en definitiva lo que prevalezca sea la realidad real, la realidad consensuada, porque si se cantan 33 para el envido, hay que mostrar las cartas para corroborarlo. Es cierto que se puede mentir cantando lo que no se tiene, y especular conque el adversario no se acuerde de pedir que muestre las cartas para corroborar las 33. Entonces dentro del juego pero respetando las reglas, hay situaciones que pueden pasar o no. Se pueden "llamarlas " a estas situaciones, tentando a la suerte, sin saber de antemano si la situación se dará o no. Sabe el jugador que si miente se arriesga a que lo descubran, pero si miente y no se descubre el engaño, el placer por caminar por la cornisa, con el consiguiente aumento de la descarga de adrenalina, aumenta la satisfacción, y es mucho mayor que en el caso de ganar simplemente porque se tienen siempre las mejores cartas. En el truco se dice que con buenas cartas gana cualquiera.

No hay paralelo en la virtualidad del truco y del análisis, porque no existe en el análisis la mentira como tal. En todo caso en el análisis estaríamos hablando de resistencia, de negación, o de obstáculos en la relación transferencial, pero no de mentiras. Pero lo que sí se puede dar en el análisis, especialmente en algunos juegos con los niños, es hacer algo "de mentirita", 4 en donde ambos, paciente y analista, acuerdan ciertas mentiras que se sabe que son tales, pero que sirven a los fines del juego y del análisis. Aparecen conductas en el paciente que de otra manera quizá no tendrían cabida. Sería algo así como: "dale que yo era una maestra mala que te pegaba y te retaba porque hacías todo mal", como me decía una niña cuya madre la sometía a todo tipo de maltrato físico y psíquico al momento de la consulta. Ella se permitía expresar ideas y conductas agresivas pero "de mentirita", ya que me pegaba apenas tocándome el brazo o la mano, mientras me retaba en forma de reconvención adultiforme. De esta manera la culpa se le hacía un poco más tolerable al ser sólo un "poco mala", cuando trataba de hacer activamente lo padecido pasivamente.

Gracias al juego y a la esencia de virtualidad que conlleva, se llega a sostener una realidad paradojal en la cual las cosas pueden ser y no ser al mismo tiempo. Es justamente esta paradoja lo que permite al analista trabajar esos contenidos que aparecen porque todo es virtual y aparentemente sin consecuencias. El paciente que desea matar a alguien, analista incluido, puede hacerlo en sesión tantas veces como sea necesario hasta que aparezca el sentido de esa fantasía. No puedo dejar de remarcar otra vez más, que el setting analítico es de vital importancia para que esta realidad paradojal pueda tener lugar, puesto que se convierte en marco de referencia constante tanto para el paciente como para el analista. Además hace de límite visible, puesto que para los pacientes que no están demasiado perturbados y que siguen con un contacto aceptable con la realidad, el límite de la sesión, de su horario por ejemplo, los tranquiliza y les sirve de aviso hasta dónde y hasta cuándo pueden seguir. 5 La virtualidad en todos los casos, hace que el paciente en definitiva, "haga lo que quiera", o mejor aún, lo que necesite.

Aprender a jugar al truco, implica una especie de rito iniciático. Es algo así como estar "avivado" o no, término que se usaba hace algunos años, como testimonio del saber o no algunas cuestiones referidas al sexo. Esto de ninguna manera habilita al analista a interpretar el deseo de jugar al truco como una muestra o reafirmación alguna de la masculinidad en los varones, o de alguna dificultad en la identidad sexual de las niñas. Para el niño mencionado al comienzo, tenía el valor que alguien lo acompañara en esa especie de rito del aprendizaje, y poder así sumarse a las "huestes truqueras" aportando un valor agregado a su socialización dentro de su grupo etario. El padre, que podría perfectamente haberle enseñado, (porque sabía jugarlo), no tenía una relación de proximidad con él, ni el niño se acercaba lo suficiente como para proponérselo, temeroso de que fuera rechazado. Lo que siguió en el resto de la sesión, fue el trabajo que realizamos para que pudiera tener una posibilidad real, de acercamiento al padre a través de los juegos y actividades compartidas. Dos semanas más tarde, en el comienzo de otra sesión, me propuso jugarlo.

No enseñarle a jugar a este chico, es decir abstenerme, y en cambio trabajar los obstáculos que tenía para acercarse al padre, hizo que el truco se convirtiera para él, en un nexo no sólo con el padre sino conmigo en la relación transferencial. Su juego se caracterizó al principio por estar plagado de errores y equivocaciones, y toda su conducta inicial en el juego, transparentaba sus cartas, ya que no paraba de moverse en la silla cuando tenía buenas cartas, o se quedaba ostensiblemente quieto y algo ""deprimido" cuando las cartas no eran del todo buenas.

Para finalizar, quisiera exponer algunas formas de juego de distintos niños. Cada niño que juega muestra aspectos de su persona, por lo tanto en cada juego aparecerán distintas características. Tomás, un niño de 6 años cuyos padres consultaron por desbordes en la conducta en el colegio, pequeños robos, enuresis entre otras cosas, era lo que se conoce vulgarmente por "atorrante". Era un niño futbolero a más no poder, y no podía estar quieto por más de algunos minutos. Era imposible hablar más que unas pocas palabras con él sin que comenzara a inquietarse. Su conocimiento del truco, raro por su edad, provino de su medio hermano de 14 años con quien tenía fuertes lazos identificatorios. Su padre, figura ausente, trabajaba muchas horas fuera de su casa al igual que su madre. Tomás se pasaba horas con la chica que los cuidaba y sus dos medio hermanos, fruto de un primer matrimonio de la madre. Su juego del truco se parecía a la forma en que jugaba al fútbol o a cualquier juego competitivo. "Le iba la vida en ello". Se excitaba notablemente al recibir buenas cartas, "canchereaba", me amenazaba risueñamente con "cagarme" con las cartas que tenía, etc. A medida de que el tratamiento transcurrió, Tomás controló relativamente su conducta, superó la enuresis, desaparecieron los robos de monedas y pudimos establecer un diálogo a través de un trato: cuando yo hablaba él escuchaba y cuando él hablaba, yo escuchaba. Su forma de jugar al truco dejó de ser atropellada, rara vez se equivocaba, aunque no dejó de tener bravuconadas cada vez que me iba ganando.

Martín, de 7 años, llegó a la consulta por pedido de la escuela, ya que su conducta pasaba de cierta tranquilidad, a desbordes totalmente incontrolables. Estos se expresaban en gritos y llantos, y sus maestras no podían controlarlo. Estos desbordes se producían cuando Martín consideraba injusta una situación, o se frustraba al no entender alguna explicación, o se le impedía hablar. Sus comienzos de análisis fueron muy cautos, su hablar era en general en voz baja, se mostraba aniñado en ocasiones especialmente al hablar. Cuando jugábamos al fútbol pateaba muy despacio y no parecía poner demasiada pasión en el juego. Ni se alegraba al hacerme goles ni sufría demasiado los recibidos. Todo era muy neutro. Cuando empezamos a jugar al truco, los comienzos fueron iguales en cuanto a la intensidad de los momentos. Poco a poco, comenzó a tener reacciones negativas frente a situaciones en las cuales perdía o se equivocaba. Cuando yo intentaba hablar de lo que pasaba para que el juego continuara, se ofuscaba, no escuchaba. Estas conductas se incrementaron de tal modo, que me sirvieron para comprender lo que le pasaba en la escuela, a él, y a sus docentes. En el truco, se equivocaba a menudo, hablaba cuando no le correspondía, esperaba impacientemente a que yo jugara cuando en realidad era su turno, a la vez que me acusaba de lento, cantaba el envido tarde, o se olvidaba de hacerlo, jugaba primero cuando él mismo había repartido las cartas, etc. Los primeros partidos, todos ganados por mí, le fueron produciendo a medida de que transcurrieron, un fastidio creciente, a tal punto que, comenzaron sus desbordes, pero esta vez criticándose a sí mismo, tratándose de estúpido por no poder aprender a jugar bien. Llegaba al llanto mientras decía que nunca me iba a poder ganar. Estas situaciones fueron trabajadas de tal manera que su autoestima no resultara dañada, y que pudiera aceptar las contingencias del juego. Además, le pude mostrar que todos sus desbordes, muecas de fastidio, protestas verbalizadas y resoplidos por las malas cartas que le tocaban a veces, me ayudaban a mí a ganarle, ya que me estaba dando información sin que fuera su intención consciente de hacerlo. En la actualidad, un año más tarde y con los desbordes bastante controlados, el truco entre Martín y yo se desarrolla con notable paridad.

Los padres de Cristian consultaron porque su hijo no avanzaba en la escuela. Iba por el tercer cambio de colegio, por pedido de Cristian en la ultima oportunidad, ya que esgrimía que le iba mal porque la escuela era mala, o la maestra no enseñaba, o los chicos lo molestaban, o la temperatura ambiente no era la adecuada. Cuando lo conocí, no mostraba interés por nada. Le daba lo mismo dibujar, hablar, jugar a un juego reglado o quedarse sentado sin hacer nada. Era exactamente la descripción que me habían hecho las docentes de la escuela donde cursa su 6º grado. Me fui enterando a través de las entrevistas con los padres y con las docentes, que Cristian debió haber repetido algún grado, probablemente 4º, ya que la base de sus conocimientos, era deplorable. Pero lo que más les preocupaba era su desidia y desinterés por cualquier tipo de contenidos. Cuando apareció el truco, su interés, emoción, e intensidad, fue igual a cero. Lo mismo sucedió con el backgammon, la escoba del 15 o el chinchón. Pero fue a partir del truco que empezó a cambiar su actitud frente al juego. Poco a poco, y sin que yo encontrara explicación, comenzó a entusiasmarse con el juego, al punto de proponerme un campeonato. Después me enteré de que en la escuela, entre los chicos habían organizado uno.

Notas

1 M. Moliner dice que pícaro se aplica benévola o afectuosamente a las personas, incluso a los niños, que saben vivir o sacar partido de las cosas o de las personas, que tienen cierta inclinación a hacer pequeños engaños o simulaciones que les benefician y en que no ponen intención de causar daño y los hacen con habilidad.

2 D.W. Winnicott. "Deducciones extraídas de una entrevista psicoterapéutica con una adolescente". Exploraciones Psicoanalíticas II. Paidós.

3 Me recuerda a los adultos que no pueden dejar de hablar seria y solemnemente ni por un instante, es como si no pudieran relajarse nunca.

4 Es curioso que la mayoría de los niños utilizan la expresión "de mentirita" y no "de mentira" como si el diminutivo disminuyera el rechazo o culpa que puede provocar su conducta que se está por jugar.

5 Recuerdo una paciente adulta quien me pedía que le avisara 5 minutos antes de finalizar cada sesión, para que pudiera "prepararse" para irse a su casa, ya que sentía que se relajaba tanto que no podía terminar la sesión abruptamente.

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