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Número 2 - Octubre 2000
La estructura sensorio-motriz en la infancia
Escenas y escenarios
Esteban Levin

 

"El cuerpo es imaginario no por carecer de realidad, sino por ser la realidad más real: imagen al fin palpable y, no obstante, cambiante y condenada a la desaparición".

Octavio paz

Es posible considerar la estructura sensorio-motriz del niño no como un estadio evolutivo y cognositivo del desarrollo, ni como una vivencia placentera en sí misma, ni como un proceso únicamente adaptativo, madurativo y neuromotriz?

Desde nuestra concepción acerca de la estructuración subjetiva y su articulación en el desarrollo psicomotor en escena, nos parece central detenernos en la conceptualización de lo sensorio-motriz como una dimensión fundante de la infancia.

Desde una perspectiva neurológica, el desarrollo sensoriomotor adquiere vital importancia para evaluar la evolucion madurativa de la función motriz. Como lo destacó Ajuriaguerra, la función motora está delineada por tres sistemas que interactúan entre sí:

El sistema piramidal (efector del movimiento voluntario).

El sistema extrapiramidal (se ocupa de la motricidad automática y asigna la adaptación motriz de base a diversas situaciones).

El sistema cerebeloso (sistema regulador del equilibrio y la armonía que concierne tanto a los movimientos voluntarios como involuntarios).

La integración de los tres sistemas motores determina la actividad muscular que a su vez tiene básicamente dos funciones: a) la función cinética o clónica, y b) la función postural o tónica.

La primera corresponde al movimiento propiamente dicho y la segunda está ligada a los estados de tensión y distensión fásica del músculo, desde donde el movimiento se desprende.

Este conjunto de sistemas y funciones conforman el aparato motriz, su preparación y ejecución. Lo que indudablemente le otorga a la motricidad un valor instrumental y mecánico en sí mismo.

Uno de los aportes más significativos en esta integración lo produjo Henri Wallon al indicar el papel relacional y social de la motricidad del niño. Para este autor, las funciones tónico-posturales se transforman en funciones de relación gestual y corporal, donde se orientan las bases del futuro relacional y emocional del infante en un interjuego dialéctico, biológico y social.

Piaget retoma la concepción walloniana de lo sensorio-motor y lo ubica como un primer estadio (0 a 2 años) esencial para el desarrollo de la asimilación y la acomodación como modo de adaptación y de adquisición de la inteligencia práctica en el niño.

Nuestra observación y trabajo con niños recién nacidos, lactantes y niños con trastornos psicomotores nos ha llevado a considerar y rescatar lo sensorio-motriz desde una posición donde el sujeto aparece en su dimensión dramática, escénica y subjetivante. Desde allí nos interrogamos cómo reconsiderar lo sensorio-motor, no como un estadio cognitivo del desarrollo ni como una vivencia, ni como un patrón neuromotriz.

Nos planteamos sustentar lo sensorio-motor como escenas estructurantes de la motricidad, la gestualidad y el cuerpo de un sujeto durante la primera infancia.

Comencemos desde el inicio, cuando un niño nace, por su evolución neuromotriz hay ya una característica esencial en su desarrollo, ella es que al nacer el bebés es totalmente inmaduro a nivel motriz. Esta inmadurez responde a una legabilidad neuromotriz por la cual las vías aferentes están mielinizadas y entonces pueden captar y recibir estímulos y las vías eferentes no lo estan, por lo cual no se encuentran maduras para responder motrizmente al estímulo dado.

Este estado de prematurez neuromotriz lleva a que el niño recién nacido esté maduro tónicamente para recibir estímulos y esté absolutamente inmaduro desde el aspecto motriz para organizar y ordenar sus respuestas. Dicho de otro modo, el infante está maduro en el tono (vía sensitiva) e inmaduro en lo motor (vía motriz). Por lo tanto, necesariamente es el Otro quien le otorga un sentido posible a lo sensorio-motor.

La estructura sensorio-motriz no es innata, desde el origen implica la intervención escénica del campo del Otro como horizonte humanizante del niño. No podemos comprender la acción psicomotriz como un espejo en sí o para sí, pues para estructurarse necesita del espejo que lo identifica, confronta y aliena a ese Otro (materno) a través del cual podrá reflejarse y refractarse en una escena donde se ponga en juego su función de hijo.

Tomemos como ejemplo los primeros movimientos del bebé, los denominados "reflejos arcaicos"; Todos sabemos que estos movimientos responden a un estímulo con una idéntica respuesta, lo que los transforma en movimientos anónimos, respuesta reflejas automáticas ante un mismo estímulo, lo que se ha denomminado "identidad de respuesta".

Qué es lo que hace el Otro con esos movimientos? Los dosifica, les otorga un sentido, los comprende, los interpreta como si fueran gestos que conllevan un decir.

Debemos tener en cuenta que en los reflejos arcaicos, lo sensorio-motor está todo unido y condensado. Para el bebé no hay diferencia entre lo sensorio y lo motor, él no puede discriminar y diferenciar el estímulo sensorial de la respuesta motora.

Una de las diferencias fundamentales entre un reflejo y un gesto es que éste último supone una respuesta motriz con sentido frente a un estímulo.

Justamente definimos al gesto como un movimiento dado a ver a un otro.

Si el gesto del bebé es un movimiento que se produce primeramente frente a la demanda del Otro, esto implica ya para el niño una diferencia entre lo sensorio (estímulo) y lo motor (respuesta).

Esta diferencia y discriminación se efectiviza vía el campo del Otro (pues el infante solo no puede realizarlo) e implica una construcción tanto para el niño como para el Otro materno, desde donde se enuncia la escena que a continuación describiremos.

Si el pequeño realiza el reflejo tónico-cervical-asimétrico o el reflejo de los cuatro puntos cardinales, la madre valiéndose de él, lo mira, le habla, lo acaricia, le canta, le juega, o sea, monta una escena sostenida en un escenario que supone siempre una producción subjetiva y no motora, ni automática y mucho menos anónima. Le supone al bebé un saber sobre su hacer. Este supuesto hacer es tomado como una gestualidad efectiva.

Como vemos, el placer no está en la sensibilidad tónica refleja en sí misma, sino en el placer que la escena produce y como tal, inviste el escenario de la madre y el cuerpo en movimiento del niño.

Si nos detenemos en el reflejo de succión, veremos que allí lo sensoriomotriz está actuando de un modo automático y anónimo. Lo que lo torna un verdadero acto subjetivante es la escena que el Otro monta.

En este escenario, la madre, ante una reacción refleja de su hijo lo acaricia, libidinizándolo, lo mira cautivándolo, lo sostiene acomodándole su postura, le habla tocándolo con las palabras, que acunan e interpretan sus movimientos como gestos. En este marco, ya no se trata de la acción de succionar sino del acto escénico de amamantar.

En este montaje nos preguntamos: el placer sensorio motor está en la leche o está en la escena?.

Si se piensa que el placer sensorio motor está en la acción de succionar o en la leche para alimentar, se buscará estimular la acción o la sencibilidad sensorio motriz en sí misma, en la búsqueda de un supuesto placer sensorio motor que de este modo, quedaría aislado de la repesentación y el escenario simbólico.

Si, por el contrario, pensamos que el placer sensorio motriz está en la escena, será allí, en ese montaje donde el desarrollo neuromotriz se ligará y anudará el campo de la estructuración subjetiva.

De este modo, lo sensoriomotor se articulará a una repesentación en escena. A esta representación escénica la denominamos representación psicomotriz, pues allí se produce el enlace entre la sensibilidad propioceptiva, interoceptiva y cenestésica, con el placer (como inscripción y no como sensación) que el escenario simbólico conlleva, articulándose así una representación con otra, formando una serie que culminará representándolo.

Planteamos así una diferencia fundamental, entre considerar el placer sensorio motor como sensación en sí misma y por sí misma, que el niño producirá por el hecho mismo de moverse, y el considerar (como lo estamos proponiendo) que el placer sensorio motor se inscribe como huella y se incorpora en el montaje escénico como representación, como anudamiento entre la estructuración subjetiva y el desarrollo psicomotriz.

Cabría interrogarse entonces por lo que le ocurre a un niño en su quehacer sensorio-mot riz cuando produce indefinidamente las denominadas estereotipias motrices.

Se podría considerar a los movimientos estereotipados una producción o realización psicomotriz?

Qué "da a ver" un niño en sus estereotipias?

Es posible el placer sensorio-motriz en la acción estereotipada?

Cómo abordar las estereotipias para transformarlas en gestos y de este modo anudarse a representaciones psicomotrices que lo representen?

La imagen corporal está presente o ausente en las estereotipias sensorio-motrices?.

Como vemos, partiendo de esta concepción de la estructura sensorio-motriz del niño que acabamos de proponer, se abren nuevos interrogantes acerca del cuerpo y la puesta en escena de lo sensorio-motor en la infancia.

En un próximo artículo procuraremos continuar develando estos interrogantes que no dejan de cuestionarnos, o sea, de ponernos otra vez en escena en el acto de la escritura y la transmisión.

Bibliografía:

Ajuriaguerra, J.: Manual de psiquiatría infantil. Edit. Masson.

Wallon, H.: Del acto al pensamiento. Edit. Psiqué.

Piaget, J.: Biología y conocimiento. Edit. Siglo XXI.

Levin, E: La infancia en escena. Constitución del sujeto y desarrollo psicomotor. Edit. Nueva visión.

Levin, E: La función del hijo. Espejos y laberintos de la infancia. En edición (Edit. Nueva Visión).

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