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Número 15 - Noviembre 2022
El transitar adolescente
y su intima relación con la infancia

Livier Prado

…para que se pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros.
Octavio Paz, “Piedra de sol”

Al interesado por la clínica de la adolescencia se le invita a tener conocimientos acerca de la constitución subjetiva y de la técnica dedicada a la infancia; asimismo, a darle lugar a la palabra del paciente y de sus familiares. De tal modo, somos llevados a un ritmo que va del dibujo al juego y al discurso familiar, en cada una de las singularidades que sostengamos en el espacio clínico.
No por ello nos ha de parecer lo mismo atender a un pequeño que rompe en llanto al dejar a la madre en la sala de espera o que se expresa en tercera persona al jugar que a una chica que nos habla de sus acercamientos al amor. Por esta razón, nos surge la pregunta: ¿qué entendemos por adolescencia?

Es común considerar a la adolescencia como una edad y una etapa biológica; sin embargo, hemos de estar advertidos de que esto no es más que un semblante del cual solemos apoyarnos. Así, este escrito tiene como finalidad mostrar ciertas posturas en las que esta concepción es pensada de otro modo, permitiéndonos construir una adolescencia, ya no como una edad del cuerpo sino como un momento lógico de la subjetividad, como un transitar que puede presentarse a cualquier edad.
Para abordar lo adolescente, es pertinente repensar algunas de las diferentes conceptualizaciones que se han elaborado alrededor de este concepto. Es posible encontrarnos con al menos dos nociones de adolescencia: lo que coloquialmente llamamos “adolescente” y lo que en psicoanálisis consideramos como un transitar adolescente.
Respecto a la primera, se considera adolescente a la relación de edades cronológicas del desarrollo biológico y la adaptación al ambiente, concepciones consideradas por la medicina y la psicología. Es esto por lo que, cuando en una conversación nos referimos a un adolescente, aludimos a un ser de entre diez y diecinueve años que, dejando atrás el cuerpo infantil, da lugar a la conclusión de su desarrollo físico. Asimismo, hace alusión a las características culturales que se le han atribuido a la adolescencia, como son las dificultades con la autoridad, la dependencia emocional y económica, entre otras (OMS, 2020).

Por el otro costado, el psicoanálisis nos aporta nociones estructurales acerca de lo que podemos reflexionar sobre la adolescencia y el modo en que puede ser leída, a pesar de que nos diga poco en comparación con lo que se ha escrito de la infancia. 
Buscaremos, a lo largo de este recorrido, relacionar aquello de la infancia, específicamente de las vivencias constitutivas, con ciertas vivencias que posteriormente se vislumbran en un transitar adolescente. Con ello, se pretende hacer notar que muchas de las manifestaciones del sufrimiento subjetivo en este estadio dan cuenta de vicisitudes de anteriores momentos lógicos de la subjetividad. Se hará un exiguo acercamiento a lo conceptualizado desde este saber, tomando como referencia a tres autores.
Para comenzar, haremos un breve análisis de lo que Freud propuso respecto a la constitución subjetiva y su relación con la pubertad, como él nombro a este momento, ya que no hay referencias a la adolescencia en sus textos.

Sigmund Freud

Freud tuvo varios acercamientos a lo que nos atañe en esta ocasión. Uno de los principales fue Introducción a narcisismo (1914), un esbozo de su construcción teórica del yo y su relación con el aparato psíquico y con el mundo exterior, mismo que resultaría complejizado en 1920 con las categorías dentro-fuera del ya famosísimo Fort-Da en Mas allá del principio del placer.
Antes de estos textos, en su póstumo Proyecto de psicología, Freud, entre otras cosas, elaboró su primera teoría del aparato psíquico y, por tanto, de la consciencia y de la función del yo. En este trabajo, expuso un aparato psíquico ligado a las experiencias del cuerpo, exógenas y endógenas. Para el autor, el cuerpo es de suma importancia en la constitución psíquica, al ser posibilitador de este y del aparato psíquico, a partir de las vivencias de satisfacción y de dolor, permitiendo así el surgimiento de los afectos (Freud, 1905a), que tendrán como condición el acompañamiento de un otro.  
Freud había mencionado el término narcisismo en algunas ocasiones en su obra, como en Tres ensayos de teoría sexual (1905b) y en El caso Schreber; sin embargo, en 1914, postuló el concepto lejos de una mirada patológica, como había sido considerado hasta entonces.

Para la nueva formulación, como momento lógico del psiquismo, tomó observaciones de la homosexualidad, que había planteado como una perversión en Tres ensayos de teoría sexual y que posteriormente relacionó con el destino de la pulsión de tipo narcisista. También, hizo uso de observaciones en infantes en fenómenos sociales de culturas primitivas, y en el estudio del duelo y el enamoramiento.
Sin embargo, son los pacientes neuróticos los que le muestran a Freud un carácter de índole narcisista al mostrar resistencias a su mejoría. Es decir, las manifestaciones del narcisismo primario, a partir del narcisismo secundario, fueron leídas en pacientes adultos, por lo que considerar un transitar adolescente sin suponer una edad tiene cabida.

Dar cuenta de estas conductas y mecanismos nos deja ver la etiología del narcisismo y su relación con los subsecuentes momentos de la vida. Así lo enuncia Freud: “con el desarrollo puberal, con la conformación de los órganos sexuales femeninos hasta entonces latentes, parece sobrevenirle un acrecentamiento del narcisismo originario” (Freud, 1914, p. 85). También,

la libido sustraída del mundo exterior fue conducida al yo, y así surgió una conducta que podemos llamar narcisismo. Ahora bien, el delirio de grandeza no es por su parte una creación nueva, sino, como sabemos, la ampliación y despliegue de un estadio que ya antes había existido (Freud, 1914, p. 72).

Para desarrollar este estadio del psiquismo, Freud retoma su noción de pulsiones de autoconservación, también nombradas pulsiones primordiales, relacionadas con el momento en que el bebé, en un estado autoerótico, mantiene en sí la energía pulsional. Tras un distanciamiento del narcisismo primario, se desarrollará y distinguirá el yo y las pulsiones yoicas y de objeto. Recordemos que la teoría de las pulsiones se encontraba aún en construcción en este momento de la obra freudiana.
Es decir, partimos del autoerotismo aún antes de ser capaces de una separación que dé lugar a un yo, aquí nombrado narcisismo primario, cuando la cría humana dependiente de aquel que hace la crianza no puede dar cuenta de una existencia ajena a él. En un mítico origen, él y todo son uno mismo, hasta que posteriormente tenga lugar la distinción.

No obstante, al final del texto, le llamará también narcisismo infantil, al considerar que el narcisismo primario no se da solamente respecto de las experiencias primordiales, sino que acontece con anterioridad al complejo de castración; es esta su salida. “Su pieza fundamental puede ponerse de resalto como complejo de castración” (Freud, 1914, p. 89), por lo cual, en esta experiencia también estará en juego el complejo de Edipo.
Dicho lo anterior, este estadio se presentará para los padres como una regresión a su propio narcisismo infantil, en el que His Majesty the baby ha de “cumplir los sueños, los irrealizables deseos de sus padres… el conmovedor amor parental, tan infantil en el fondo, no es otra cosa que el narcisismo redivivo de los padres” (Freud, 1914, p. 88), que busca colocarle al pequeño una perfección ilusoria.
Observaremos estas características en algunos padres de adolescentes, que le adjudican a esta etapa un lugar regresivo donde se ponen en juego los deseos de antaño, la profesión fallida que siempre se soñó, el varón perfecto al que no tuvo acceso la madre, etcétera.

Mientras que, en el adolescente, “el desarrollo del yo consiste en un distanciamiento respecto del narcisismo primario y engendra una intensa aspiración a recobrarlo” (Freud, 1914, p. 96), la aspiración a recobrar el narcisismo infantil estará presente en la adolescencia, en búsqueda de una reelaboración de las vivencias constitutivas y una reconstrucción a las identificaciones tempranas.
Por otro costado, Freud coloca el surgimiento del sentimiento de sí a partir del yo y de la pulsión narcisista de la experiencia originaria, así como de la sucesión de vivencias que recobren la omnipotencia del yo. “Una parte del sentimiento de sí es primaria, el residuo del narcisismo infantil; otra parte brota de la omnipotencia corroborada por la experiencia (el cumplimiento del ideal del yo), y una tercera, de la satisfacción de la libido de objeto” (Freud, 1914, p. 97).
De tal suerte que el adolescente retomará los ideales del yo, identificaciones primarias y vivencias primordiales para ser reevaluadas; su destino podrá conservarse, o bien, renovarse: “los resultados de la elección infantil de objeto se prolongan hasta una época tardía; o bien se conserva tal cual, o bien experimentan una renovación en la época de la pubertad” (Freud, 1905b, p. 182).
Así, Freud esclarece las vivencias que se resignifican en la pubertad relacionadas con la constitución subjetiva a condición de la participación de otros, es decir, de quienes hayan conformado la función de crianza. Este aspecto es mencionado desde el Proyecto de psicología, cuando anunció que es condición un otro que le resuelva la incertidumbre al bebé; otro, no cualquiera, “un individuo experimentado” (Freud, 1905a, p. 362), que sea capaz de descifrar la demanda del recién llegado.
Por tanto, considerar el transitar adolescente nos lleva al modo en que fue pensado, mirado y posicionado aquel que recibimos en el consultorio, desde sus padres y los padres de sus padres, es decir, su linaje, así como de sus contemporáneos y los aspectos sociales —como será mencionado con Winnicott—, dando espacio a un pasado presente.

Desde otro costado, como hemos dicho, en la obra freudiana, la palabra adolescencia no aparece. Sí la de pubertad, a la que le dota como característica más llamativa el crecimiento genital (Freud, 1905 , p. 190). En El esclarecimiento sexual del niño, agregó lo siguiente:

se cree que la pulsión sexual falta en los niños, o sólo se instala en ellos en la pubertad, con la maduración de los órganos genésicos… La pubertad no hace sino procurar el primado a los genitales entre todas las otras zonas y fuentes dispensadoras de placer constriñendo así al erotismo a entrar al servicio de la función reproductora… mucho antes de alcanzar la pubertad el niño es capaz de la mayoría de las operaciones psíquicas de la vida amorosa (Freud, 1907, p. 116).

Vemos que, para Freud, la pubertad es parte de la infancia, pensada como un estadio o momento de la sexualidad que tiene como característica principal el protagonismo de una zona erógena, como fue abordado en 1905 en Tres ensayos de teoría sexual. Así, esclareció de nueva cuenta que aquellas vivencias primordiales constituyen la conformación del narcisismo primario, y el modo en que sea vivida esta experiencia da luz respecto a lo acontecido en la pubertad, al pensarla como un segundo tiempo de la elección de objeto, de modo amoroso y del deseo frente a las experiencias.

Ahora bien, retornemos a La metamorfosis de la pubertad, parte de los Tres ensayos… en donde se acentúa que, en este estadio, la meta sexual ha cambiado respecto a la infancia, en donde cada pulsión y zona erógena se reencuentran en una meta en común (Freud, 1905b, p. 89). Sin embargo, estas acciones, placeres y displaceres cumplirán la condición de ser vividas respecto a la experiencia infantil, desde las primeras vivencias en que se mama el pecho materno hasta los mecanismos de inhibición de libido que anteceden a la pubertad (periodo de latencia). Es decir, se parte de una disposición originaria en la niñez que circunscribe la orientación de la pulsión sexual y que posteriormente, en la pubertad, se consuman: “la elección de objeto es guiada por los indicios infantiles, renovados en la pubertad” (Freud, 1905b, p. 214).

Desde esta línea, puede leerse Sepultamiento del complejo de Edipo (escrito en 1924), en donde se considera a la conclusión del complejo de Edipo como el momento en que el psiquismo concluye un estadio que da origen a la sexualidad genital, proponiendo un tiempo lógico para la adolescencia según Freud. Con esto no se refiere a la edad del sujeto, sino a la elaboración que se despliega en esta etapa, misma que tendrá como eje las vivencias primordiales y el complejo de Edipo infantil.
Moreno (2014) lo complementa al acotar que el adolescente, al igual que Edipo, se pregunta acerca de su origen porque ya no se satisface con las respuestas  que le ofrecen los padres; en su búsqueda, da muerte a sus padres al buscar una interlocución con sus semejantes. Así, se inauguran un yo, y un nosotros con los pares.
Así, Freud nos acerca al momento del psiquismo de la adolescencia, un momento de resignificación (de vivencias), sepultamientos y disoluciones (complejo de Edipo), de reelecciones (de objeto) y, además y no menos importante, de re-identificaciones. Aquellas identificaciones tomadas para la conformación del yo se verán resignificadas en la pubertad, permitiendo la apertura a nuevas identificaciones.

Donald Winnicott

Los problemas que surgen en la pubertad son los mismos que existían en etapas más tempranas, cuando esos niños eran pequeños y relativamente inofensivos.
Donald Winnicott, "Inmadurez adolescente"

Como nos es posible vislumbrar, para Winnicott, de igual manera que para Freud, en la adolescencia se reeditan ciertas vivencias protagonistas. Así, propone hacer una lectura a las situaciones que generan la posibilidad de separarse del otro, como ancla del transitar adolescente.
Así lo expone en La capacidad para estar a solas, texto que expone los momentos de la constitución subjetiva que permiten la soledad aun en compañía de otros. No acota estas manifestaciones a la infancia; por el contrario, las lleva a todos sus tratamientos psicoanalíticos, pues son, según su lenguaje, una muestra de madurez y una importante elaboración psíquica (Winnicott, 1958b).
Para cercar el tema, Winnicott enuncia que son las relaciones bipersonales (madre-bebé) y triangulares (edípicas) de las que el psicoanálisis se ha servido para repensar esta experiencia; no obstante, se le ha dado poca importancia a un momento fundamental, que nombra como unipersonal, y que considera por antonomasia al narcisismo primario y secundario.

Se refiere, de este modo, al momento que circunscribe la íntima relación entre la madre —real o sustitutiva— y el pequeño, al modo en que se experimente, así como a las condiciones necesarias para la elaboración de una separación.
Es importante aclarar que estar a solas no se trata del retraimiento tan común en nuestros días —ver a los chicos absortos ante las pantallas, solos—, sino de una elaboración psíquica que posibilita a los más pequeños estar sin los padres, o bien, estar en compañía de ellos, pero en sus propias actividades. Asimismo, es posible dar cuenta de algunas vicisitudes en los adolescentes, como lo son buscar la compañía de personas u objetos, como la televisión al dormir; no cerrar espacios como las puertas o ventanas, generando espacios continuos sin cortes; o que se mantengan en una perenne relación amorosa en búsqueda de compañía, por temor o dificultad ante la soledad.
Para Winnicott, al nacer nos encontramos en una relación bipersonal con la madre, de la que, tras una serie de vivencias subjetivantes, nos es posible pasar a una relación unipersonal. Propone al psicoanálisis la conceptualización de un espacio intermedio entre lo interno y lo externo, pero que no es ninguno de estos, sino una intersección; es decir, además de la realidad interna y externa, habría una tercera zona, a la cual nombra zona intermedia o espacio transicional.
La herramienta clínica y teórica del objeto transicional entra en articulación con este espacio intermedio, que da cuenta de un puente que el bebé y la madre generan para llevar a cabo el desprendimiento y separación. No se trata, entonces, del objeto, juguete, mantita, etcétera, sino del uso y representatividad de este. Es el niño quien asume los derechos del objeto, creando un espacio no-yo; el objeto es real, pero asume también a la representación de la madre. Por tal motivo, este objeto es amado y cuidado, así como rechazado y violentado. La paradoja de esta experiencia, dice Winnicott (1993), no debe ser resuelta sino aceptada, tolerada y respetada.

La madre juega un papel importante en esta vivencia, al ser la que posibilita o no la separación, otorgándole al pequeño en un inicio la saciedad inmediata de sus necesidades, pero poco a poco permitiendo la frustración y separación entre ambos, lo que representa para el autor una madre suficientemente buena. Dicho lo anterior, los eventos experimentados tendrán lugar en la adolescencia como un intento de elaborar aquello que no haya sido tramitado o vivenciado.
Ahora bien, Winnicott, a diferencia de Freud, sí escribió respecto a los adolescentes, e incluso la diferenció de la pubertad del siguiente modo: “la palabra ‘pubertad’ designa una etapa del proceso de maduración física. La adolescencia es la etapa de transición hacia la adultez merced al crecimiento emociona (Winnicott, 1964, p. 51).

Este pensamiento se mantuvo en Inmadurez adolescente, texto presentado en la vigesimoprimera Reunión Anual de la Asociación Británica de Sanidad Estudiantil, celebrada el 18 de julio de 1968, en donde volvió a mencionar la importancia de una madre suficientemente buena, ahora como un ambiente bueno y facilitador, esclareciendo que bueno no es perfecto, ya que esto sugiere a las máquinas; es el equívoco parte de lo humano y, por tanto, una condición de la subjetividad.
El ambiente bueno y facilitador es aquel que permite la independencia, no la independencia respecto a no necesitar algo del otro, que constituye un anhelo mítico. Partimos de que la dependencia al otro está en el origen y en el destino de la humanidad; somos dependientes al medio en todo momento. La dependencia al ambiente fue un aspecto importante para la teoría de Winnicott (1958a).
La independencia a la que nos remite el autor es a la separación que tuvo origen en épocas tempranas y que se ve consumada en la adolescencia; cuando se presenta la libertad de una identidad propia, esta dependerá del ambiente y cuidados que el bebé haya recibido en la infancia, así como al ambiente actual.

En nuestra teoría del cuidado del bebé, la continuidad del cuidado se ha convertido en un elemento central del concepto de ambiente facilitador, y observamos que mediante esta continuidad de la provisión ambiental —y sólo gracias a ella— el nuevo bebé en situación de dependencia puede lograr una continuidad en su línea de vida, en lugar de la pauta de reaccionar ante lo impredecible y comenzar de nuevo una y otra vez (Winnicott, 1968).

Por tanto, se refiere a la adolescencia como el momento en que será posible advertir la manera en que el bebé recibió los cuidados, así como el éxito de estos. Aconseja a los padres, cuidadores y analistas sobrellevar el forcejeo agresivo que resulta necesario en la adolescencia y que posibilita el encuentro con el sí mismo. Insiste en optar por la creatividad y las causas sociales como modos en que el adolescente despliegue la angustia del proceso de duelo y de vicisitudes irresueltas de los estadios anteriores.
Algo que resulta pertinente leer en Winnicott es el hecho de que en sus escritos se presenta un pensamiento paralelo al Sepultamiento del complejo de Edipo de Freud, ya que Winnicott considera que, así como en la infancia hay pensamientos y fantasías tocantes a la muerte, en la adolescencia, estos se presentan concernientes al asesinato; tomar el lugar de los padres involucra, por tanto, la muerte de estos. “Cuando el niño se transforma en adulto, lo hace sobre el cadáver de un adulto” (Winnicott, 1968). Por tal motivo, la escucha a estos pensamientos de muerte no ha de ignorarse, sino sostenerse.

El autor remarca que una característica esencial de la etapa adolescente es la inmadurez de este; la falta de esta condición nos permitiría vislumbrar que se ha transitado rápidamente al no contar con un ambiente facilitador. Así, podríamos encontrarnos con niños que incluso no hayan pasado por este estadio, al verse llevados a la adultez, responsabilizándose demasiado rápido. Esto concuerda con la lectura que aquí se propone de la adolescencia, que no corresponde a la edad sino a un momento de la existencia.
Winnicott considera, entonces, a la adolescencia como una inmadurez, entendida de la siguiente manera.

La inmadurez es una parte preciosa de la escena adolescente. Contiene los rasgos más estimulantes: pensamiento creativo, sentimientos nuevos y frescos, ideas para un nuevo modo de vivir. La sociedad necesita ser sacudida por las aspiraciones de quienes no tienen responsabilidades. Si los adultos abdican, el adolescente se convierte en adulto en forma prematura, a través de un proceso falso (Winnicott, 1968).

Observamos que el adolescente es aquel que se niega a las reglas, sin exceptuar la de la asociación libre; no habla si así no lo quiere, se niega a la neutralidad y cuestiona al analista; se pelea ante sí mismo y ante el analista, no importando la edad de ninguno de ellos.

En una ocasión, una paciente y yo nos encontrábamos hablando sobre la marihuana, ya que la familia se había enterado de su consumo y se sentía sumamente preocupada, siendo este uno de los motivos de consulta. Al preguntarle desde cuándo la consumía y los momentos en los que lo hacía, me refutó con la pregunta: “¿acaso usted no lo hizo cuando era joven?” Aún soy joven, le contesté, saliéndome por la tangente. “No, no me salga con eso. ¿Fumó marihuana o no cuando era más joven?” Me arrojó con molestia.
Otra paciente, que bien podríamos adelantarnos a pensarla como un adulto a causa de su cuerpo, narró los secretos y situaciones de la vida que le escondía a los padres, poniendo en tensión la educación y creencias que se le ofrecieron como herencia. Ello ilustra la posibilidad del adolescente de no ser transparente con los padres como hace el hijo infante, sino ir construyéndose fuera del espacio y la posición de ellos.
Por otro lado, encontramos otra concordancia respecto al pensamiento freudiano cuando Winnicott no deja de lado la sexualidad, al suponerle al adolescente una “tensión que suscitan en el individuo la fantasía sexual inconsciente y la rivalidad vinculada a la elección de objeto sexual” (Winnicott, 1968), es decir, la identificación originaria con el objeto suscita una rivalidad, y con ello, un trabajo psíquico que motiva un sentimiento de culpa, mismo que buscara una reparación. Esta última nos hablaría de una elaboración que establecería la conclusión del transitar adolescente para el autor.
Respecto a la sexualidad, supone que el cuerpo está presente en todo momento, ya que el adolescente contará con una serie de experiencias que dan lugar a fijaciones pregenitales, discursos sobre el cuerpo heredados, así como vividos en su contemporaneidad. Por ello, se presentará en el adolescente la pregunta por su sexualidad, sin dar por repuesta si serán heterosexuales, homosexuales o narcisistas (Winnicott, 1960).
Vemos que en Winnicott se da lugar al yo/tú como eje paradigmático de lo subjetivo, como diálogo que requiere un ser para subjetivarse en la infancia y en la adolescencia.

Piera Aulagnier

En correspondencia con los anteriores autores, Piera Aulagnier, en Construir(se) un pasado, considera a la adolescencia como un transitar en donde el analista no ha de perderse tomando a este momento como un diagnóstico o como fenómeno meramente biológico y fisiológico, sino que deberá leerlo como una autobiografía que no ha sido terminada, que posibilita el devenir de un yo a condición de un punto final con el pasado, es decir, la posibilidad de un nuevo párrafo en la historia (Aulagnier, 1991).
La psicoanalista discurre que el aparato psíquico se constituye de tres momentos, mismos que aborda ampliamente y se mencionarán solamente de manera exigua. En un primer momento, aparece la relación del bebé con el adulto que le asiste, quien, a través del vínculo amoroso, le marca las pautas de placer-displacer. Posteriormente, el aparato psíquico registra la información de los sentidos como información libidinal y, a través de la fantasía, busca evitar el displacer, accediendo así a un segundo momento de la constitución psíquica, a causa de la separación de la madre y de la necesidad del examen de realidad del aparato psíquico. Finalmente, como tercer momento, se tendrá acceso a los pensamientos y al lenguaje, así como a las posiciones sociales y a las alianzas con los pares (Otero, 2008, p. 2).

Estas vivencias serán puestas en juego en la adolescencia, con una diferencia respecto a los anteriores autores, ya que Aulagnier no consideró a la historia de manera lineal ni por sola repetición, sino como algo modificable e incluso azaroso, a pesar de que el aparato psíquico sí se constituya de manera lineal, es decir, con tiempos lógicos. Lo constitutivo será un devenir tanto en la infancia como en la adolescencia, en constante movimiento.
La memoria, y más específicamente las representaciones de la infancia, se pondrán en entredicho en la adolescencia; así mismo lo harán los modos en que se reveló la experiencia subjetiva para el aparato psíquico, ya haya sido elaborando, reprimiendo, negando, etcétera.

Lo que observa el analista infantil en sus pacientes es, para Aulagnier, el fondo de memoria que será la “fuente viviente de la serie de encuentros que marcarán la vida del sujeto” (Aulagnier, 1991). Este fondo de memoria responderá a dos exigencias del yo: a) garantizarle al sujeto un registro de las identificaciones que le asignan un lugar temporal y genealógico y b) asegurarle un capital fantasmático en dónde colocar lo que denomina lenguaje fundamental, refriéndose al lenguaje que cada subjetividad construye para representar los afectos, las marcas del deseo y lo mortífero de la existencia.

La adolescencia pondrá en tensión el pasado, a partir del fondo de memoria, con el uso del lenguaje fundamental propio de cada paciente. La historización es tarea del yo en la adolescencia, que renuncia al yo infantil reactualizando y retraduciendo las huellas del fondo de memoria, es decir, del registro identificatorio y relacional. El yo integrará dos tiempos: el pasado y el presente.
El adolescente oscilara entre dos posiciones. Por un lado, el rechazo al cambio de estatus —sea cual sea—, a las modificaciones y revelaciones que se van inscribiendo en el cuerpo, y por otro costado, la reivindicación en búsqueda de un derecho al mundo adulto, mismo que es construido solo a partir del propio adolescente y de sus contemporáneos, una paradoja que ha de sostenerse. Vemos aquí una coincidencia con Winnicott.
Para Aulagnier, el éxito o fracaso de la adolescencia dependerá del inter juego de la memoria y el pasado con el aparato psíquico, siendo necesarios puntos de anclaje que puedan permitir al adolescente un devenir sin poner en peligro la singularidad, construida está a partir de una memoria a la cual asirse.

Es en el curso de la infancia que el sujeto deberá seleccionar y apropiarse de los elementos constituyentes de ese fondo de memoria, gracias al cual podrá tejerse la tela de fondo de sus composiciones biográficas. Tejido que puede asegurarle que lo modificable de sí mismo, de su deseo, de sus elecciones, no transformen a aquel que él devine, en un extraño para aquel que ha sido (Aulagnier, 1991, p. 443).
Es decir, no solamente se trata de un transitar por el cual revivir las experiencias infantiles, sino que se vuelve menester una historización por la cual reelaborar(se). Esta actividad del adolescente es subjetiva y posibilitadora de un yo inaugural, con puntos de anclaje en la infancia. Por lo tanto, en este transitar, los juegos, moldeados, dibujos y discursos se experimentan a través de una historización que configuran un devenir actualizado y que da lugar a un pasado como causa y fuente del ser.
Aulagnier propone pensar la conceptualización de una modificación en la historia del sujeto para pensar los movimientos y cambios que va experimentando la realidad y el modo en que reacciona el aparato psíquico ante este fenómeno. Lo inamovible serán las certezas de la subjetividad, mientras que las identificaciones movibles se declinarán en búsqueda de nuevos espejos identificatorios.

En algunos casos en que no se posibilita esta actividad subjetiva a causa de que el adolescente no arribó a una posición segura de la cual asirse, se viabiliza el desencadenamiento de un episodio psicótico.
Como observamos, para Aulagnier, la adolescencia se desarrolla en dos tiempos: en el primer momento, el aparato psíquico organiza el registro identificatorio y selecciona aquellas posiciones seguras que le permitan investir el presente para proyectar un futuro; en un segundo momento, a condición de las situaciones contemporáneas y de lo que se demanda del adolescente, este entrará en la cadena genealógica, accediendo a la historia. Se investirá a los padres en función del ideal del yo, apropiándose de los significantes familiares de lo materno y paterno, creando así un lugar y una posición en el porvenir.

Conclusión

Es entonces que, si en un inicio se reveló una relación dialéctica con un otro que posibilitó la inserción en el cuerpo, en la subjetividad, en el lenguaje, en la realidad, es en la adolescencia en que esta relación dialéctica hace un giro, ahora del sujeto con su propio pasado, con su propio yo; más específicamente, con las marcas de la infancia y del impacto de las primeras representaciones que le han hecho ser quien es.
Dicho lo anterior, la adolescencia no es un momento evolutivo o del desarrollo, mucho menos nos referimos con ello a una edad cronológica. Antes bien, el psicoanálisis nos ha permitido profundizar en que las particularidades de esta tienen que ver con la historia y trama del sujeto, así como con un estadio que cuenta con puntos de amarre en construcción constante, a partir de la infancia vivida, fantaseada y heredada. Que no por ello se considere que no hay particularidades técnicas para el abordaje de estos pacientes, particularidades a partir de marcas dispuestas a romperse para dar paso a un porvenir presente, en un transitar adolescente.
Con transitar adolescente nos referimos a la muerte y sepultura de los padres infantiles, del cuerpo infantilizado y de sus modos de goce narcisista. Un transitar que puede o no posibilitarse, que puede quedar en un pasado presente y que, según Winnicott, dependerá de un ambiente posibilitador, así como del acompañamiento a una historización, que bien pudiera hallarse en un analista. Cabe añadir que el transitar adolescente conlleva la historización en tiempo presente para dar lugar a un pasado y, por tanto, a un porvenir.

¿Qué es lo que historizó el adolescente si no sus relaciones con los otros para, entonces, hacerse surgir como identidad, como singularidad? Así lo desarrolló Freud en Introducción al narcisismo, y también Lacan en Estadio del espejo…, con la dialéctica que experimenta el neonato humano dependiente de sus semejantes y del medio para dar lugar a la génesis de un yo (Lacan, 2015 ). De este modo, el adolescente transita en su relación con los otros para devenir una nueva singularidad.
Por tanto, el transitar adolescente no podría ser reducido a una edad entre los diez y los diecinueve años; tendríamos que llevarlo a cualquier otra. Y, además, nos es posible trasladarlo al transitar del análisis.
Cada yo es una relación de sus experiencias con el otro, una experiencia que no es solo con las figuras parentales de los primeros años de vida, sino también con las experiencias repetitivas y azarosas que impregnan una marca en el lenguaje. Por tanto, el análisis bien puede pensarse como un transitar adolescente, en el que dos se encuentran e inauguran una experiencia innovadora, en la que se abre la posibilidad de matar a los padres de infancia, al cuerpo infantil y a sus modos de goce, en el que caen identificaciones y se construyen nuevas, en las que hay duelo y hay reparación, en las que hay angustia ante la pérdida de las identificaciones que dan lugar a la formación de nuevos litorales.

¿No son los pacientes en análisis aquellos que, movidos por la transferencia, reeditan su cuerpo, sus relaciones con los otros y sus marcas de la infancia en busca de un porvenir presente?

Bibliografía
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