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Número 15 - Noviembre 2022
La soledad adolescente en tiempos de pandemia
y la función de acompañamiento

Daniela Fernanda Medina

El presente trabajo (1) es un intento de trasmitir algunas ideas que no han sido fortuitas, pues a lo largo de las presentaciones de los años anteriores en este mismo espacio, en conjunto con Las Jornadas Freudianas que realizamos anualmente desde el Centro de Atención y Formación Psicoanalítica, donde se nos permite abordar y problematizar los fenómenos que nos aquejan en cada momento especifico y que, por supuesto, tienen impacto en las afecciones de quienes nos consultan, he hecho un esfuerzo por construir un entretejido  que va intentando dar cuenta de mi práctica psicoanalítica con adolescentes y también algunos otros que han colaborado con su decir, para poder generar interrogantes que nos permitan situarnos en este tiempo lógico llamado adolescencia, que no obedece a lo cronológico, tanto como a un posicionamiento subjetivo que permite ir tramitando la estadía por la vida y a su vez en el que se producen una serie de manifestaciones de gran relevancia, que nos exigen de manera ética un esfuerzo para elaborar un análisis estructural que dé cuenta de su funcionamiento, para poder entender sus orígenes y sus padecimientos actuales, pero también, repensar nuestra función de acompañamiento para crear caminos que posibiliten un transitar con menor sufrimiento en el paso por la adolescencia. Tras lo mencionado, me permitiré hacer referencia a una serie de frases (2) que me interesa me sirvan de epígrafes:

“Yo soy de contacto, necesito tocar, abrazar, besar. Confinada me escapo por mi “dexa” (dexametrofano) para ser feliz”  
“Con mi dosis diaria de porno, no necesito sexo”
“Estoy sola, encerrada me dan crisis, solo quiero desaparecer”
“Con el casco de realidad virtual te pierdes en el abismo de las imágenes, pierdes la noción del tiempo”
“Ya no aguanto en mi cuerpo, la presión de la mirada de mi madre”
“Estoy en modo aburrido, siento que ya no puedo con las exigencias escolares”
“Esta es la raíz de mi enfermedad. Estoy sola, demasiado sola. La soledad lo vuelve a uno inútil para la vida. Se van perdiendo… ¿Cómo lo llaman ustedes? Habilidades sociales, eso es. Uno se convierte en algo extraño, uno percibe que los demás lo tratan como a una especie rara.” (3)

La pandemia no nos da nada nuevo, solo deja al descubierto lo que siempre ha habido, pero ahora se muestra de manera más evidente.

El paso por la adolescencia de por sí conlleva una alta dosis de soledad constitutiva para quien la enfrenta, pero en tiempos de pandemia, el camino se transita de manera vertiginosa. A lo largo de la pandemia la incertidumbre, los cambios abruptos y el aislamiento han sido la moneda de cambio con la que se intenta rescatar los retazos del lazo social coartado. Los adolescentes desde su lugar nos dicen una vez más como intentan arreglárselas solos.

Retomando a Marta Gerez Ambertin (4) nos encontramos en tiempos de soledad. La globalización y el proyecto económico neoliberal producen efectos devastadores que provocan sentimientos de indefensión, desamparo y perdida de esperanza. Se impone un estilo de goce solitario y semiautista que prescinde del vínculo con el semejante. La  mayoría de adolescentes que llegan a nuestros consultorios no vienen ofreciendo síntomas u otras formaciones del inconsciente (lo que hace lazo transferencial), al contrario vienen atravesados por la angustia y soledad, carentes de lazo social, razón que los precipita en actos que atentan contra su cuerpo, dígase cortes, compulsiones alimenticias, adicciones, sexo vacuo; el adolescente no se queja de nada, no muestra sufrimiento que lo traiga a interrogarse algo, no subjetiva soledad alguna, se muestra como robotizado, autómata.
Silvia Bleichmar (5) nos dice que la necesidad del ser humano de humanizarse en la cultura hace que la presencia del semejante sea inherente a su propia constitución, las marcas derivadas con el encuentro con el otro traen despliegues y efectos en la adolescencia, por tal, no se comprende aislándolo del contexto en el que vive, es necesario situarlo ante las demandas contemporáneas.

Según Bauman (6) la fluidez del lazo afectivo y el predominio de la superficialidad producen que las relaciones se transformen para alcanzar el placer inmediato y cuando amenaza al Otro es desechado, propiciando el abandono y la soledad, apelando a la temporalidad acelerada, aumento de gozo a cualquier costo, pérdida de valor de la experiencia y tradición, por la debilidad de referencias de identificación, ante la múltiple y masiva oferta, no se sabe qué elegir, por lo que los productos terminan determinándolos.  Un ejemplo claro seria Renton, protagonista del filme Trainspotting (7), quien elige no elegir, es decir, que la droga lo determine. Esta película nos pone de manifiesto las adicciones tan a la orden del día actualmente y sobre todo en nuestro contexto.          

El tiempo de la adolescencia, siguiendo a Alba Flesler (8) , es un segundo momento del sujeto en ciernes, tras el paso por la metamorfosis de la pubertad que obedece a cambios y reestructuraciones psíquicas, que no solo cumple como momento de resignificación, sino como una puerta para entrar a otro lugar, que abre enigmas tanto para quien lo vive, como para quienes desde el psicoanálisis lo encontramos con frecuencia en nuestros consultorios. Tiempo que permite la posibilidad de crear fantasmagorías en el sujeto para poder mediar la explosión pulsional que lo caracteriza, para acercarlo hacia el orden simbólico que pueda ordenar ese real que lo desborda, a modo de fort-da (Este juego del carretel descrito por Freud en 1920, para ilustrar la elaboración de la ausencia de la madre por el niño en los comienzos de la adquisición del lenguaje, que se refiere a la construcción de la posibilidad de renuncia pulsional del niño a través de la construcción lúdica) que lo pueda ir ubicando en un posicionamiento menos angustiante ante los avatares que experimenta en su condición adolescente.

La adolescencia es un tiempo de búsquedas de marcas diferenciales que le permitan al sujeto en constitución ir más allá del principio del placer (del goce materno) y más allá del padre. Búsqueda acompañada de la angustia del desprendimiento para atreverse a dar ese salto al vacío que hace síntoma.
La identificación del sujeto con el cuerpo permite eliminar imaginariamente aquello que desconoce que se sitúa por fuera de los límites de su yo, como señala Silvia Tubert (9) (superposición de capas… hermano de… hijo de…).
Lo que observamos actualmente y de manera potencializada en estos tiempos de pandemia, es que el adolescente está solo: solo con su propio cuerpo, solo para responder ante otro que no cuestiona. El sujeto está solo, tras las dificultades para establecer un lazo, por la imposibilidad del orden simbólico y la captura de la imagen. Se está solo con la marca, el signo que no alcanza a hacer síntoma, soledad para enfrentar su sufrimiento o el dolor de existir.

La angustia desmedida genera que los cuerpos no encuentren calma, mostrando el desborde, ante la imposibilidad del establecimiento de bordes que delimiten el cuerpo, no pueden poner coto a eso que intenta salir aún a pesar del cuerpo. La repetición compulsiva, es ese intento de nombrar algo, entrar al orden simbólico desde los recursos que su historia le ha permitido tener a la mano, por un lado, la piel que requiere ser nombrada por una palabra que no ha llegado y por otro encontramos la virtualidad que nos ofrecen en este campo imaginario para mantenernos completos.
Detengámonos un poco a pensar en el que se corta, es alguien que encontró un modo sangriento de arreglárselas solo. Se cortó solo. Muestra una ausencia de alguien que le haya enseñado a recibir ayuda, a arreglárselas de otro modo y con otro. Hay un llamado. Un llamado no es un mensaje, es tramitar el modo de mandarlo. Uno llama para después dar un mensaje. Para eso alguien tiene que atender. Pero si se atiende el llamado como mensaje se desvirtúa la atención. Es el otro el que corta la comunicación. El que le/lo corta. Y retorna el llamado más insistentemente. No es entonces un llamado como pedido de ayuda sino de que se constituya un ayudador. Se testimonia al mismo tiempo las insuficiencias o ausencias de los que no pudieron cumplir ese papel. Por eso es muy importante a veces trabajar con los padres. Sacarlos del lugar de víctimas a los que les está destinado ese acto. O de la impotencia atónita del que no comprende qué es lo que no comprende. Es puro corte. Da a leer que no hay nada que leer, porque no hay quien pueda escribir. Lo importante ahí es qué leer: leer a alguien que no sabe cómo hacerse leer porque no le enseñaron a escribir. Un analista es un cambio de recurso para solucionar de otro modo ese conflicto.

Freud (10), haciendo alusión a la vivencia de satisfacción nos dice: “la demanda adolescente exige una acción específica de los progenitores. Se trata de saber identificar la necesidad del adolescente para no confundir la libertad con el abandono”.

Para dar pie a lo que concierne a la función de acompañamiento en el trabajo con adolescentes introduzco un breve fragmento de El Quijote (11):


“Dijo Sancho:
—Si acaso quisieren saber esos señores quién ha sido el valeroso que tales los puso, diráles vuestra merced que es el famoso don Quijote de la Mancha, que por otro nombre se llama el Caballero de la Triste Figura.
Con esto se fue el bachiller, y don Quijote preguntó a Sancho que qué le había movido a llamarle «el Caballero de la Triste Figura», más entonces que nunca.
—Yo se lo diré —respondió Sancho—, porque le he estado mirando un rato a la luz de aquella hacha que lleva aquel malandante, y verdaderamente tiene vuestra merced la más mala figura, de poco acá, que jamás he visto; y débelo de haber causado, o ya el cansancio deste combate, o ya la falta de las muelas y dientes.
—No es eso —respondió don Quijote—, sino que el sabio a cuyo cargo debe de estar el escribir la historia de mis hazañas le habrá parecido que será bien que yo tome algún nombre apelativo como lo tomaban todos los caballeros pasados y si así, digo que el sabio ya dicho te habrá puesto en la lengua y en el pensamiento ahora que me llamases el Caballero de la Triste Figura, como pienso llamarme desde hoy en adelante; y para que mejor me cuadre tal nombre, determino de hacer pintar, cuando haya lugar, en mi escudo una muy triste figura”

El analista acompaña al adolescente, pensemos en la figura de Sancho Panza de Don Quijote de Miguel de Cervantes. Sancho “Nombra a su amo”, “caballero de la triste figura” nombre en el que se reconoce en tanto que lo representa, nombre que abre significación y proviene del otro con vestidura de semejante, pone juego la función de la mirada que opera como límite. Es el único otro con el que dialoga y discursea, entra en dialogo, funcionando como artificio imaginario que cuando se produce lo pacifica, único semejante que le sirve, pero también se aviene a hablar en su artificioso idioma sin burlarse, entra como traductor, dialoga con su amo, entra en el lenguaje difícil de entender que tanta gracia le hace a los otros personajes, pero no se funde en dicha lenguaje, porque puede seguir hablando con sus contemporáneos sin afecciones, opera una lectura en el acto de nombrarlo “caballero de la triste figura” Preguntémonos entonces, ¿su función podría ser análoga a la manera que Freud nombraba sus casos, Ernest Lanzer “El hombre de las ratas” o Serge Pankejieff “El hombre de los lobos”?
Entonces pensemos a la función de acompañamiento, operando mediante un lazo transferencial más que en una suposición de saber. El adolescente es el que sabe y el analista lo sigue, pero eso que sabe, su goce, no sabe cómo decirlo, lo acompaña para armar un poco su vida, para historizarla. Busca leer las coordenadas en el juego de la repetición, del desencuentro con el otro, abre la posibilidad de generar en el encuentro algo que le permita orientarse a partir de su propia historia y convertirse en un sujeto que pueda establecer un lazo con su cuerpo y a favor de él que pueda articular una nueva alianza entre la identificación y la pulsión.

“Me gusta pensar el psicoanálisis como un arte porque es un
trabajo de creación, un métier que implica la búsqueda de un estilo y
que permanentemente está en movimiento,
 en reflexión, en modificaciones, en búsqueda (12)

El psicoanalista es como menciona Margarita Gasque (13). Un alfabetero que se ocupa de forjar la letra. El alfarero trabaja el barro para dar forma a la vasija, ese objeto que a condición de ser hueco tiene la propiedad de contener al vacío. La idea de amalgamar en un solo término los dos oficios tiene la intención de aludir al proceso creador.
Cada adolescente tiene sus fantasías con respecto a los hechos, a su historia. La función de acompañamiento puede hacer de marco por donde el sujeto mira y allí puede ver más allá de los colores de un cuadro, logra ver un paisaje. Dirigir el tratamiento, hacia la construcción de metáforas discursivas que permitan dar cuenta de las acciones, para ir encontrando nuevas posiciones en aquello que repite.
La clínica psicoanalítica con adolescentes apela a darle voz a esos gritos del cuerpo que se producen muchas veces por las caídas identificatorias que cuestionan al Otro que dejará de encarnar el ideal infantil por la búsqueda del deseo de ser adulto; hay que conservar un espacio para la fantasía, es decir, establecer esa reserva que se forma en el paso del principio del placer a la realidad, que se encuentra en los juegos.
El valor del psicoanálisis es dar lugar, no rehuir a la escucha de aquello que por la palabra se va diciendo, aunque no sepamos muy bien todavía que decimos.

El psicoanálisis permite tomar los hilos sueltos para retejer la trama que sostenga al sujeto construyendo un entramado singular que permita posibilitar nuevos enlaces, toma los garabatos que se producen en el sinsentido del signo separado de la cadena significante del Otro para contornear a un sujeto conteniendo los desbordes pulsionales, generando un cuerpo del cual poder apropiarse, para de ahí emerger. Por lo cual, el análisis consiste en reordenar las contingencias pasadas dándoles el sentido de las necesidades venideras, para dar una forma nueva a lo que tuvo lugar y así dar al pasado un sentido nuevo en función de un porvenir. No olvidemos que Freud nos abrió el camino creativo como función ficcional que posibilite acompañar ante la soledad de transitar por la difícil travesía a la que nos enfrentamos al vivir.

Notas

(1) El presente trabajo fue presentado en el 3er coloquio nacional de ciencia sociales y humanidades, organizado por la Universidad Autónoma de Occidente en colaboración con el Centro de Atención y Formación Psicoanalítica, con sede en Culiacán, Sinaloa, celebrado el mes de noviembre de 2020.

(2) Frases expresadas por algunos pacientes adolescentes en mi escucha clínica a lo largo de la pandemia.

(3) Dessal, Gustavo. El caso Anne: Lecciones para sobrevivir a la noche más larga. Interzona editora, Buenos Aires, Argentina, 2018. 

(3) Gerez Ambertín, Martha. El psicoanálisis en tiempos de soledad y desubjetivación, Revista virtual Argus-a, edición no. 44, Universidad de Tucumán, Argentina, junio 2020.

(5) Bleichmar, Silvia. Fundación de lo inconsciente. Destinos de pulsión, destinos del sujeto. Amorrortu Editores, España, 2009.

(6) Bauman, Sygmunt. Sobre la educación en un mundo líquido. Editorial Paidós, España, 2013.

(7) Filme Trainspotting, dirigida por Danny Boyle. Reino Unido, 1996.

(8) Flesler, Alba. El niño en análisis y las intervenciones del analista. Editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina, 2011.

(9) Tubert, Silvia Un extraño en el espejo y la crisis adolescente. Editorial Ludus. España, 2000

(10) Freud, Sigmund. Proyecto de psicología para neurólogos (1895), en Obras Completas, vol. I, Amorrortu Editores, Buenos Aires, Argentina, 2000.

(11) De Cervantes, Miguel. Don Quijote de la Macha. Colección Biblioteca de la Literatura Universal. Editorial Sol 90. España, 2000.

(12) Agazzi, Lidia. El psicoanálisis en el cambio de siglo, publicaciones del CPM, 2000.

(13) Gasque, Margarita, El laberinto de las estructuras. Siglo XXI Editores, México, 1997.

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