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Número 15 - Noviembre 2022
La Bête noire/ Ausgedehnt:
consideraciones sobre el cuerpo en Freud.
Una lectura posible

Esteban Arellano

Ese inconsciente en el cual Freud no comprendía estrictamente nada, son representaciones inconscientes.
¿Qué es lo que puede ser eso, representaciones inconscientes?
Hay ahí una contradicción en los términos: unbewusste Vorstellungen.
Yo he intentado explicar eso, fomentar eso para instituirlo al nivel de lo simbólico [...]

             El inconsciente no tiene cuerpo más que de palabras […]
¿El inconsciente? Yo propongo darle otro cuerpo, porque  es pensable que uno piensa las cosas sin pensarlas.
Allí son suficiente unas palabras; las palabras hacen cuerpo, eso no quiere decir que uno comprenda allí nada.
Lacan, Jacques.
L´insu que saint de l´une-bévue s´aile à mourre
Palabras sobre la histeria, 26 de febrero de 1977.

Detrás de tus pensamientos y sentimientos, hermano mío,
se encuentra un soberano poderoso, un sabio desconocido
—llámase sí-mismo. En tu cuerpo habita, es tu cuerpo.

Nietzsche, Friedrich
Así habló Zaratustra
De los despreciadores del cuerpo.

El nacimiento del psicoanálisis abre un espacio para pensar, no sólo el fin del siglo XIX, sino nuestra época al introducir otras posibilidades de lectura de ciertos paradigmas presentes en un horizonte conceptual, práctico y clínico. En 1969 Michel Foucault señala la importancia de la escritura de Marx y Freud, incluso va más lejos al situar su irrupción como una nueva discursividad. De ser así, no sólo hablamos de una postura que hace referencia a su época, sino que marxismo y psicoanálisis establecen una lectura distinta de ésta: “Decir que Freud fundó el psicoanálisis […] quiere decir […] que hizo posible un determinado número de diferencias con relación a sus textos, a sus conceptos, a sus hipótesis que dependen todas ellas del mismo discurso psicoanalítico” (1). En este sentido, el psicoanálisis prefigura y configura, a partir de su escritura, un campo epistemológico distinto. Ahora bien, su aparición no es fortuita ni casual. Freud estará marcado por las consecuencias, maduración y declive de la modernidad; dicho de otro modo: es heredero, tanto de la claridad, como de la oscuridad de la ilustración (2). En este sentido, encontramos en su obra cierta continuidad consecuente de su tiempo, pero también una discontinuidad que traza otras posibilidades, otros caminos. Es decir, en su construcción teórico-clínica está presente un legado que lo antecede y signa ciertos términos y posturas; sin embargo introduce, replantea y establece una ruptura epistemológica que funda un campo heterogéneo que desliza hacia otro lugar las coordenadas del saber. En este sentido nos encontramos en un punto donde dos corrientes avanzan en direcciones distintas sin anularse (3). Al situar este doble movimiento inmanente en la construcción del psicoanálisis, vale la pena no confundirnos: si bien es cierto que nuestro autor parte de un horizonte cuyos conceptos prevalecen en su escritura, no significa que epistemológicamente sean los mismos que antes de la marca que produjo. Al igual que Odiseo en su retorno a Ítaca, el psicoanálisis toma conceptos de su época, y en su recorrido regresan a su tierra aunque devienen desconocidos para sus contemporáneos.

Tener esto en cuenta permite encontramos no sólo la instauración de una nueva discursividad, sino un vacío que interroga lo que en la marcha construye, modifica, reescribe y avizora. En este sentido sería importante entender que, antes que presuponer términos, conceptos o andamiajes teórico-clínicos, el descubrimiento freudiano produce un movimiento donde aparece una posibilidad de lectura más que una obturación de caminos. Es cierto, encontramos posibilidades como granos de arena en el vasto desierto (4), pero en este caso, quisiera proponer el establecimiento de un pliegue entre dos momentos del corpus freudiano. Con ello podrían situarse algunas consecuencias que refieran al cuerpo. De esta manera, antes que circunscribir una lectura lineal o cronológica se toma un texto temprano y uno de los últimos en la obra del vienés, no para borrar los horizontes que circunscriben cada momento de estas escrituras, sino para establecer vasos comunicantes y tratar de enmarcar algunas consideraciones sobre nuestro tema. Los años propuestos son 1888 y 1938. Sabemos de antemano que 50 años distancan uno de otro y donde giros, rupturas y refomulaciones han tomado lugar. Aún así. 

Comencemos. Freud escribe un texto donde dimensiona y diferencia la singularidad de la así llamada maladie du siècle: la histeria. Ella aqueja no sólo una época, sino a sus subjetividades con desgarros del cuerpo. El recorrido no podía iniciar de otra manera: el campo femenino abre la brecha. En la Edad Media, nos dice, aquella constituye el fundamento en las posesiones demoniacas y la brujería. Los médicos, absortos frente a este padecimiento, no lograban establecer su diagnóstico ni tratamiento. Tal vez por ello fue denominada la bête noire [la bestia negra] (5). Estudiar la histeria significaba adentrarse en un oscuro laberinto cuyo enigma palpitante dislocaba, no sólo la anatomía de quienes lo padecían, sino al saber médico al dejarlo sin respuestas. ¿Y qué implica, entonces? En palabras de Freud: “La histeria descansa por completo en modificaciones fisiológicas del sistema nervioso, y su esencia debería expresarse mediante una fórmula que diera razón de las relaciones de excitabilidad entre las diversas partes de dicho sistema” (6). Si bien es cierto que la excitabilidad puede considerarse un punto que responde a las exigencias del saber médico de su tiempo (7), no obstante, al modificar al cuerpo con sus inclemencias, la histeria introduce la aporía donde dicho saber no alcanza a profundizar, por ello la confundía con otras enfermedades nerviosas. Ni ingleses o alemanes lograron estar a la altura de su época. Sólo un hombre, relata Herr Professor, pudo colocarse en otro lugar siendo capaz de sumergirse en la fría corriente de un mar cuyo fondo no era visible. Sus trabajos tratarían de diferenciar esta enfermedad, en primera instancia, de la histeroepilepsia (después llamada «grande hystérie»); pero con mayor ahínco de la neurastenia. Con este hombre, Freud estudiaría en París en 1885 gracias a una beca por parte de la Universidad de Viena. Sin más misterio, hablamos de Jean-Martin Charcot.

En este texto encontramos la importancia de esclarecer la diferencia entre histeria y neurastenia: la primera es una neurosis (8), la segunda un debilitamiento de los nervios (9) donde la fuerza flaquea y sus síntomas se dispersan. Así, una y otra no sólo avanzan por caminos disímiles sino que se contraponen (10). ¿Por qué Freud establecerá esto? La respuesta tomará forma en la medida en que describe un cuadro donde plantea la ley de la histeria en su sintomatología. Hablar de ella implica una fuerte opresión en la garganta, un martilleo en las sienes, ciertas zonas del cuerpo que devienen sensibles aunque no en su totalidad, el aumento o disminución de sensibilidad que van de la piel a los huesos, alteración en la percepción, parálisis del cuerpo o de sus funciones, contracturas y dolores insoportables. Al leer esto entendemos la preocupación por su estudio. Sin embargo, y aunque el cuerpo es el territorio donde aquello tiene expresión, la lesión no es orgánica: de los órganos al sistema nervioso, el organismo funciona con normalidad. No obstante, aparece algo que nos permitirá dar respuesta a la pregunta que contrapone ambas enfermedades. Si la histeria y neurastenia tienen rumbos distintos es debido a que pareciera que la primera ignora al sistema nervioso. No que no exista, sino que a pesar de su funcionamiento, ésta aparece. Tal vez por ello el saber médico del siglo XIX no podía responder: “Se puede decir que, acerca de la doctrina sobre la estructura del sistema nervioso, la histeria ignora tanto como nosotros mismos antes que la conociéramos” (11). Esta es la antesala que nos permite situar las consecuencias de lo siguiente:  “Por eso se debe rechazar la idea de que habría en la base de la histeria una posible perturbación orgánica, y tampoco es lícito invocar como causa de perturbaciones histéricas unos influjos vasomotores/espasmos musculares)” (12). No puede ser más claro. Nos encontramos frente a un evento que necesita pensarse desde otro lugar pues desde donde era observado resulta insuficiente. En esa tesitura, la histeria permite formular lo siguiente: si bien es cierto que existe una materialidad orgánica, pareciera que algo más habita al cuerpo, una virtualidad que, no obstante, produce y tiene efectos en la carne; si lo orgánico tiene lugar, hay algo que da una espacialidad distinta. El saber médico lo tildó de simulación (13). Quizá la histeria llevó a este saber a su límite. Pero entonces, si los cuerpos no simulan su malestar, ¿por qué padecen si su causa no es orgánica? Digamos lo siguiente, a partir de esos quebrantos en el cuerpo, la histeria abre una hiancia que permite puntualizar que lo orgánico no abarca todo. Freud instaura un punto vacío desde dónde será posible replantear la noción de cuerpo: “Se trata de alteraciones en el decurso y en la asociación de representaciones, de acentuación y sofocación de sentimientos, etc., que se resumirían, en general, como unas modificaciones en la distribución normal, sobre el sistema nervioso, de las magnitudes de excitación estables” (14). La carne no está desnuda, sino que ahí convergen representaciones, sentimientos y sus sofocaciones; pero además, como más adelante señala, la sexualidad y un tiempo de gestación (15). Tal vez esto apunte a desplegar que otra materialidad anida en el cuerpo, una que a simple vista pareciera más hetérea, cuando en realidad no deja de tener efectos: la palabra. Ésta tiene una implicación con el campo psíquico (16). Por ello, para Freud éste es la base para situar la histeria y poner un punto de suspensión en lo orgánico: “[…] las alteraciones psíquicas, que es preciso postular como base del status histérico, se despliegan por entero en el ámbito de la actividad encefálica inconciente, automática” (17). Esta formulación establece un punto de no retorno entre una concepción del siglo XIX y una que abrirá al siguiente siglo (18); es ahí donde los caminos se bifurcan. Lo psíquico tiene efectos e influjo en el cuerpo. Así puntualiza Freud:

Quizá quepa destacar todavía que en la histeria el influjo de procesos psíquicos sobre los procesos físicos del organismo está acrecentado (como en todas las neurosis), y que el enfermo de histeria trabaja con un excedente de excitación en el sistema nervioso, el cual se exterioriza ora inhibiendo, ora estimulando, y es desplazado con gran libertad dentro del sistema nervioso (19).

Ahora bien, de aquí podríamos resaltar que si la histeria no se presenta en lo orgánico es porque tiene otro lugar: el campo psíquico; si se presenta en el cuerpo es debido a las representaciones y por una cuestión económica: un excedente de excitación. A partir de esto, una lectura posible es que existen dos cuerpos. ¿Y no sería lícito pensar que psique es cuerpo? Esto es, ¿no producen cuerpo las representaciones?

En 1938 Freud dirá una de las frases más enigmáticas, aforísticas y filosóficas que sitúa en su obra. En las obras completas lleva el título «Conclusiones, ideas, problemas». El 22 de agosto de ese año escribe: “La espacialidad acaso sea la proyección del carácter extenso del aparato psíquico. Ninguna otra derivación es verosímil. En lugar de las condiciones a priori de Kant, nuestro aparato psíquico. Psique es extensa, nada sabe de eso [Psyche ist ausgedehnt, weiss nichts davon]” (20). Curiosamente, al final de su vida, el psicoanalista establece una discusión con este filósofo. Si en Más allá del principio de placer especula con Nietzsche (21), ahora su interlocutor es el oriundo de Königsberg. Para éste, toda condición para el conocimiento y la base necesaria para que un fenómeno se presente ante nuestros sentidos son espacio y tiempo. Una de estas categorías a priori estipuladas en la Crítica de la razón pura es entonces cuestionada por Freud (22): tal vez el aparato psíquico, en su condición extensa (su materialidad), proyecta la extensión material del espacio. Para Freud, en su literalidad, el aparato psíquico es la condición de posibilidad del mundo exterior. ¿Pero no es el mundo exterior el que constituye al aparato psíquico (23)? Lo planteado por el psicoanalista no implica una nostalgia interiorista o una vuelta metafísica. Más bien encontramos la puntuación donde adviene un agujero, una espiral donde adentro y afuera convergen. Nuestro autor introdujo el diálogo con un filósofo, ahora señalemos la lectura que otro hace de este aforsimo. Hablamos de Jean-Luc Nancy. Para el francés, la extensión de la psique revela su constitución corporal al decir: “[…] «psique» es cuerpo y que precisamente es esto lo que se le escapa, y por tanto (se puede pensar) que lo escapado o escape la constituyen en tanto que «psique» y en la dimensión de un no-(poder/querer)-saber-se (24)”. Nancy simplemente señala donde era necesario: la extensión ya hace cuerpo; eso se le escapa. Por si fuera poco lo que acaba de situar, se atreve a dar un paso más: “El cuerpo histérico es ejemplar en cuanto afirma, sobre un límite insostenible, una pura concentración en sí, un puro estar-consigo de su extensión, que reniega y que catatoniza su extensión, su espaciamiento” (25). Si psique es extensa, la histeria lo afirma. De aquí que podamos concluir con lo siguiente. Que el campo psíquico sea cuerpo no es sin sus inscripciones. Toda inscripción refiere a la escritura; ella abre espacios: inteligibles, con borrones, agujereados o en blanco, ¿será ese espacio abierto por la escritura lo que podemos llamar cuerpo? Ahora, no es que se prescinda de lo orgánico, en Freud hay una operación más crucial y radical. El movimiento de ruptura epistemológica que establece su inédito tal vez no se deshaga de lo planteado por su época, sino que lo subvierte, estableciendo otras operaciones. Puede que una de ellas planteé una lectura distinta del cuerpo. El cuerpo se escribe, aunque no sepa de ello, a pesar de que su constitución más propia llegue de lejos como una escritura enigmática que, no por escribirnos es clara; más bien, el cuerpo revela un oscuro ombligo en/de lo más propio. Quizá el síntoma histerico, con su oscura presencia, no hace sino revelar que si bien lo orgánico es algo dado, nuestra constitución (en tanto representaciones y sexualidad están, de momento, en juego), tal como construye Freud, introduce un campo importante que establece un desdoble que abisma más que dar un piso sólido. Del cuerpo florecen preguntas, problemáticas y enigmas más que respuestas; quizá no sea la histeria la bestia negra, sino el signo que apunta hacia ella en su dimensión más extensa.

Notas

(1) Foucault, M., ¿Qué es un autor?, El cuenco de plata, Buenos Aires, 2010, p. 33.

(2) Cf. Roudinesco, E., Freud en su tiempo y en el nuestro, Destino, Buenos Aires, p. 209.

(3) Este movimiento no es una mera casualidad, más bien es intrínseco en la construcción misma del psicoanálisis. Encontramos, por ejemplo, el intento de Freud por establecer un edificio teórico para el psicoanálisis para responder a las Naturwissenschaften: La metapsicología. Si al inicio estaban pensados 12 textos para su publicación, sólo vieron a la luz 5 de ellos, los otros sucumbieron al fuego. Cf. Freud, S., Andreas-Salome, L., Correspondencia, Siglo XXI, México, 1977. Particularmente la pregunta que Lou hace a Freud el 18 de marzo de 1919 sobre su metapsicología y la respuesta que éste le brinda el 2 de abril del mismo año. A pesar de su intento de inscribir al psicoanálisis dentro de las Ciencias Naturales, esta construcción conceptual no prescinde de la especulación, más bien resulta imposible una claridad sin contradicciones, lineal y siempre congruente consigo misma. Dos hitos importantes aparecen, por lo menos, en la entrada a ese edificio teórico donde estla construcción avanza sin piso firme. Por un lado, en «Pulsiones y destinos de pulsión» en Obras completas, Vol. XIV, Amorrortu, 1992, encontramos lo siguiente: “Muchas veces hemos oído sostener el reclamo de que una ciencia debe construirse sobre conceptos básicos claros y definidos con precisión. En realidad, ninguna, ni aun la más exacta, empieza con tales definiciones. El comienzo correcto de la actividad científica consiste más bien en describir fenómenos que luego son agrupados, ordenados e insertados en conexiones. Ya para la descripción misma es inevitable aplicar al material ciertas ideas abstractas que se recogieron de alguna otra parte, no de la sola experiencia nueva. Y más insoslayables todavía son esas ideas —los posteriores conceptos básicos de la ciencia— en el ulterior tratamiento del material. Al principio deben comportar cierto grado de indeterminación; no puede pensarse en ceñir con claridad su contenido. Mientras se encuentran en ese estado, tenemos que ponernos de acuerdo acerca de su significado por la remisión repetida al material empírico del que parecen extraídas, pero que, en realidad, les es sometido. En rigor, poseen entonces el carácter de convenciones, no obstante lo cual es de interés extremo que no se las escoja al azar, sino que estén determinadas por relaciones significativas con el material empírico, relaciones que se cree colegir aun antes que se las pueda conocer y demostrar. Sólo después de haber explorado más a fondo el campo de fenómenos en cuestión, es posible aprehender con mayor exactitud también sus conceptos científicos básicos y afinarlos para que se vuelvan utilizables en un vasto ámbito, y para que, además, queden por completo exentos de contradicción. Entonces quizás haya llegado la hora de acuñarlos en definiciones. Pero el progreso del conocimiento no tolera rigidez alguna, tampoco en las definiciones. Como lo enseña palmariamente el ejemplo de la física, también los «conceptos básicos» fijados en definiciones experimentan un constante cambio de contenido”, p. 113; por el otro, en “su texto más metapsicológico” de 1920, Freud asume esa condición de especulación en el hacer psicoanalítico: “[…] hay que estar preparados para abandonar un camino que se siguió por un tiempo, si no parece llevar a nada bueno. Sólo los creyentes que piden a la ciencia un sustituto del catecismo abandonado echarán en cara al investigador que remodele o aun rehaga sus puntos de vista. En cuanto a lo demás, un poeta (Rückert) nos consuela por la lentitud con que progresa nuestro conocimiento científico […] La Escritura dice: cojear no es pecado […]” Freud, S., «Más allá del principio de placer» en Obras completas, Vol. XVIII, Amorrortu, Buenos aires, 1992, p. 62.

(4) Baste recordar el movimiento continuo que establece el psicoanálisis y la imposibilidad de entender un solo camino. Isabelle Alfandary sostiene que el psicoanálisis no es uno: “Psicoanálisis. ¿Qué podemos decir? Sin duda, el psicoanálisis se llama así sólo por el abuso del lenguaje. No solamente porque abarca, contrasta las prácticas, las escuelas, los discursos, también no habla de una sola voz, no es asignable a alguna localidad” Alfandary, I., «Afinidades problemáticas entre psicoananálisis y deconstrucción» en Intempestivas. Filosofía, psicoanálisis y cultura. Número 9: Psicoanálisis y Deconstrucción. Escrituras fronterizas, Morelia, 2018, pp. 54-55.

(5) La histeria fue, durante largo tiempo, la bestia negra de los médicos, puesto que representaba, para todos, un miedo enorme: pues era una aporía convertida en síntoma”. Didi-Huberman, G., La invención de la histeria. Charcot y la iconografía fotográfica de la Salpêtrière, Cátedra, Madrid, 2007, p. 94.

(6) Freud, S., «Histeria» en Obras Completas, Vol. I, Amorrortu, Buenos Aires, 1992, p. 45.

(7) “Por ello, Freud deriva como un retoño tardío de una corriente obstinadamente fisicalista que se cristalizó desde los años 1840 en Alemania en torno a esa famosa Berliner Gesellschaft, ilustrada por la prestigiosa trilogía Helmholtz-Brücke-Du Bois-Reymond. En efecto, es sabido que esos maestros de la fisiología habían proferido un verdadero juramento fisicalista que Freud adoptó”. Assoun, P-L., Introducción a la epistemología freudiana, Siglo XXI, México, 1982, p. 48.

(8) Freud, S., «Histeria» … Ibid.

(9) Pizarro Jaramillo, J., escribe: “Mientras la histeria venía del griego hysterikos (de hystera, útero o matriz), la neurastenia era sólo una astenia (del griego astheneia, de asthençs, debilidad) de los nervios y podía asociarse más fácilmente al sexo masculino”, «De la histeria a la neurastenia (Quental y Pessoa)» en Literatura: teoría, historia, crítica, Vol. 6, 2004, pp. 221-233, p. 225.

(10) Freud, S., «Histeria» … “[…]  la histeria se diferencia radicalmente de la neurastenia, y aun, en sentido estricto, se le contrapone”, Op. Cit., p. 46.

(11) Ibid., p. 53.

(12) Ibid., p. 54.

(13) “[…] la experimentación hipnótica no habrá hecho más que ahondar aún más, en la tentativa de comprender a un sujeto histérico, la cuestión del sujeto de la simulación”. Didi-Huberman, La invención… Op. Cit., p. 304.

(14) Freud, «Histeria» … Op. Cit., p. 54.

(15) “No obstante, se debe admitir que unas constelaciones funcionales relativas a la vida sexual desempeñan un gran papel en la etiología de la histeria (así como de todas las otras neurosis), y ello a causa de la elevada significatividad psíquica de esta función, en particular en el sexo femenino”. Ibid., p. 56. Véase, asimismo, la inferencia que Freud destaca en el campo de la niñez temprana, Ibid., p. 57.

(16) Dos años después, Freud escribirá: “«Psique» es una palabra griega que en alemán se traduce «Seele» {«Alma»}. Según esto, «tratamiento psíquico» es lo mismo que «tratamiento del alma». Podría creerse, entonces, que por lo tal se entiende un tratamiento de los fenómenos patologicos de la vida anímica. Pero no es este el significado de la expresión. «Tratamiento psíquico» queire decir, más bien, tratamiento desde el alma —ya sea de perturbaciones anímicas o corporales— con recursos que de manera primaria e inmediata influyen sobre lo anímico del hombre.
Un recurso de esa índole es sobre todo la palabra, y las palabras son, en efecto, el instrumento esencial del tratamiento anímico. Freud, S.,«Tratamiento psíquico (tratamiento del alma)» en Obras Completas, Vol. I, Amorrortu, Buenos Aires, 1992, p. 115.  

(17) Ibid.

(18) “El 4 de noviembre de 1899, la editorial de Franz Deuticke (Leipzig y Viena) publicó un grueso volumen de Sigmund Freud, Die Traumdeutung. Pero la fecha que aparecía en la portada de La interpretación de los sueños era de 1900. Si bien en la superficie esa información bibliográfica incongruente no reflejaba más que una convención editorial, retrospectivamente simboliza con pertinencia el patrimonio intelectual de Freud y su influencia final. Su “libro del sueño”, como le gustaba llamarlo, era el producto de una mente conformada en el siglo XIX, pero se ha convertido en la propiedad (elogiada, denigrada, inevitable) del siglo XX”. Gay, P., Freud. Una vida de nuestro tiempo, Paidós, Barcelona, 2018, p. 25.

(19) Freud, «Histeria» … Op. Cit., pp. 54-55. Y termina el escrito con lo siguiente: “Todo cuanto varie la distribución de las excitaciones dentro del sistema nervioso es capaz de curar perturbaciones histéricas; tales intervenciones son en parte de naturaleza física, en parte directamente psíquicas”, Ibid., p. 63.

(20) Freud, S., «Conclusiones, ideas, problemas» en Obras Completas, Vol. XXIII, Amorrortu, Buenos Aires, 1992, p. 302.

(21) Haciendo referencia y citando sin citar, Freud sobre el eterno retorno de lo mismo de Nietzsche. Cf. Freud, S., «Más allá…Op. Cit., p.,22

(22) En otra ocasión hablaremos del tiempo.

(23) En el Proyecto de psicología para neurólogos, Freud escribe: “En primer lugar, el mundo exterior es indiscutiblemente el origen de todas las grandes cantidades de energía, puesto que, según el discernimiento de la física, él se compone de potentes masas en fuerte movimiento, que propagan este movimiento suyo. El sistema ϕ , que está vuelto hacia ese mundo exterior, tendrá la tarea de descargar con la mayor rapidez posible las Qήque penetran en las neuronas, pero, de cualquier manera, estará expuesto a la injerencia de grandes Q” Freud, S., «Proyecto de psicología para neurólogos» en Obras Completas, Vol. I, Amorrortu, Buenos Aires, 1992, p. 348. Asimismo: “Lo que llamamos cosas del mundo son restos que se sustraen de la apreciación judicativa”, Ibid., p. 379.

(24) Nancy, J-L., Corpus, Arena Libros, Madrid, 2003, p. 20.

(25) Ibid., p. 21.

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