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Número 14 - Noviembre 2020
Las alegrías del deber:
entre la paranoia y la amistad

Alejandro Varela

Giorgio Agamben ha destacado en este cuadro de Giovanni Serodine el profundo contraste existente entre el rigor heroico de Pedro y Pablo camino al martirio y los destellos de luz que caen sobre el resto de la escena: el encuentro de los rostros sintetiza la tensión dramática que aquí tiene lugar.
Las frentes de los rigurosos apóstoles casi se tocan y ambos se miran sin reconocerse en un intenso cara a cara. Ello no obsta a que, imperceptiblemente, de un modo casi invisible, estrechen sus manos.
El filósofo italiano encuentra en el cuadro una alegoría de la amistad: ¿qué es la amistad sino una proximidad tal que no es posible hacerse ni una representación ni un concepto sobre ella? (1)
Reconocer a alguien como amigo no es reconocerlo como algo. No es posible definir la amistad como una propiedad o una cualidad de un sujeto.
Habrá de considerarse la palabra amigo como aquello que los lingüistas han definido como términos no predicativos, es decir términos a partir de los cuales no es posible construir una clase de objetos en la que sea posible inscribir entes a los que se les atribuya el predicado amigo.

Se propondrá realizar algunos comentarios sobre la paranoia impugnando esta cuestión, dotando de contenido a lo que paradójicamente no lo tiene, provocándose, en consecuencia, la pérdida de esa dimensión: la amistad misma.
Por otra parte, Ricardo Piglia liga la forma moderna de la narración a la amenaza, apoyándose en la idea de complot, tema inherente a la paranoia.
Lo que no se sabe en un mundo donde todo se sabe obliga a buscar la clave escondida que permita descifrar la realidad. (2)

La ficción potencial que el complot implica tiene como consecuencia inmediata la realización de una intriga que se trama y circula y cuya realidad está siempre en duda.
En ese esquema es que pronuncia una conclusión que habrá de destacarse a propósito de una reflexión acerca de la amistad: la paranoia antes de volverse clínica es una salida a la crisis del sentido.
Tomando a Los siete locos como texto de referencia, Piglia señala el modo en que Roberto Arlt desplaza la idea de destino como trama para describir las fuerzas ocultas que organizan lo social siendo el sujeto meramente instrumento de esas fuerzas que no comprende, destacando que ese es el campo de la novela.

En ese sentido afirma que tal circunstancia es el paso de la tragedia a la novela: el destino es visto en forma de conspiración.
El paranoico es un epítome de esta circunstancia moderna: habiendo perdido toda sensibilidad para la falta de transparencia que tiene el sentido de la vida, y sin amigos, su única respuesta es la acumulación de signos y la transformación de la desconfianza en sospecha, y el deseo de los demás en confabulación.
Ante una posibilidad relativa, se instala en una certeza absoluta.
Como ha dicho Canetti, el paranoico tiene el don de adivinar las intenciones, sabe con exactitud lo que hay detrás.
Exactamente al revés que lo que ocurre en lo no predicativo de la amistad, el paranoico no puede fundar en la imposibilidad su relación con los amigos, sino que la excluye y se queda sin ellos. (3)

En Lección de alemán, Siegfried Lenz traza una significativa descripción de tal circunstancia.
El joven Siggi Jepsen está alojado en un correccional en el norte de Alemania como etapa previa a su posterior confinamiento en una prisión por haber sustraído sobre el final de la guerra algunos cuadros realizados por el pintor expresionista Max Ludwig Nansen.

Desde niño, su pasión por el coleccionismo lo orienta hacia los cuadros realizados por el pintor con quien lo une una intensa amistad.

Lección de alemán es un relato de la infancia de Siggi durante los años de la guerra describiendo las vicisitudes de los múltiples personajes que pueblan las pequeñas aldeas a las que hace referencia, destacándose la difícil relación con su padre Jens.
En el correccional, Siggi se enfrenta a una tarea que le encomiendan: debe efectuar una redacción que tiene como consigna escribir sobre las alegrías del deber.
La dificultad de escribir se salda con un castigo que le es impuesto encerrándolo en su habitación hasta que logre concretar la redacción, hecho que finalmente consigue.
La novela es una descripción de las múltiples vicisitudes vividas en su infancia, los padecimientos de su familia, de sus vecinos, los bombardeos, etc. El clima siempre está descrito aludiendo al deber, la culpa, las exigencias y las tensiones que le tocasen vivir.
Más allá del argumento de la novela, es posible detenerse en la alusión al padre y a la relación amistosa que éste tuviese años antes con el pintor.

Las alegrías del deber se le imponen a Siggi como un trance: a mí no se me podía venir a la cabeza otra imagen…que la silueta en la cresta del dique de mi padre Jens Ole Jepsen, con su uniforme, su bicicleta de servicio, sus prismáticos y su capa para la lluvia, surcando un viento del Oeste que nunca da tregua. (4) Las alegrías del deber lo remiten inexorablemente a su padre.

Los recuerdos de Siggi se centran en la prohibición de pintar que le cupo a Nansen, prohibición proveniente de Berlín, pero efectivizada en la aldea por orden y vigilancia de Jens.
¿Por qué habrá de preguntarse repetidamente el pintor? Tal vez por hablar demasiado supone. El policía no entiende y el pintor aclara que son los colores los que hablan.
Es desde esa afirmación que el padre empieza a entender la alusión que el gobierno nazi ha hecho sobre los venenos: el pintor es un pintor expresionista y sabemos de la condena que por orden del Fhürer le cupo al arte degenerado.
Hasta los venenos son necesarios para la pintura, señala Nansen. Un poco de veneno puede ser necesario en la paleta para lograr más claridad.
Para el pintor, ningún gobierno ha conseguido jamás librarse de los pintores. Ni siquiera exiliándolos o cegándolos a la fuerza…Cuando les cortaron las manos, los artistas utilizaron sus bocas para pintar. Estos locos…como si no supiesen que existen también cuadros invisibles. (5)

La tensión se instala entre los dos personajes: la obstinación del pintor y la argumentación permanente del policía invocando la ley y el orden que, bajo la forma de la obediencia más absoluta, él está encomendado a preservar.
Alguna vez en el pasado, en el pueblo natal de ambos, el pintor le salvó la vida al policía evitando que se ahogase en un lago. Su argumentación es siempre amistosa: Aquel día no se me ocurrió rendirme cuando me sumergí buscándote, y tampoco voy a rendirme ni a ceder ahora. Para que tengas claro, seguiré pintando. Pintaré cuadros invisibles. Y tendrán tanta luz que no os enteraréis de nada. Cuadros invisibles. (6)
Los vecinos de la aldea claman por la absolución del pintor a lo que el policía hace oídos sordos.
Yo tengo mi misión y él la suya, dice Jeans. Ya le he explicado lo que no puede hacer y él me ha explicado lo que seguirá haciendo. No puedo permitir excepciones, pero él se ha empeñado en ser la excepción. (7)

El pintor se ha apartado del carácter nacional y como todo artista degenerado es peligroso para el Estado.
Cuando el pintor se pasea por la aldea llevando lienzos en blanco: sus cuadros invisibles, el policía en el cumplimiento de su deber se los confisca, llevando al máximo su obediencia a la ley, intentando leer en los cuadros cuáles serían los signos de la degeneración aludida.
El policía acecha permanentemente el estudio del pintor hasta que lo descubre pintando, y no precisamente cuadros invisibles, sino alguno que al descubrirlo le provoca lo que Lenz denomina la satisfacción del indignado.
El encuentro entre ambos: Nansen y Jens, traduce aquello que en relación a la paranoia queremos ilustrar.
Frente a un cuadro dispuesto en el estudio el pintor argumenta que fue pintado con anterioridad y el policía lo niega. ¡Tiene que cumplir con su deber y le anuncia que va a denunciarlo!
El pintor opina: Tú crees que uno debe cumplir con su deber, pero yo opino justamente lo contrario: es preciso hacer algo que vaya contra el deber. El deber sólo es para mí arrogancia ciega. Hay que hacer algo que vaya en contra de las normas.

La escena culmina con la destrucción del cuadro efectuada por el pintor en un gesto que le arrebata a los confiscadores y el modo en que el policía guarda los fragmentos como elementos probatorios de su transgresión.
En este lugar se abre la trama de la novela: en algún momento Siggi se hace con los fragmentos, pero para reconstruir la obra y no para probar la culpabilidad del pintor como quería su padre.
Esto da pie a que su coleccionismo devenga en el posterior hurto de las demás obras con el propósito de salvarlas, aun después de terminada la guerra, con el pintor reivindicado y consagrado, pero alucinando que igual los cuadros estaban en peligro.
Es posible detenerse para citar un párrafo extenso en la novela que da cuenta de la posición de ambos interlocutores respecto de la amistad, tema que en tensión con la paranoia pretendemos exponer.

Jens – dijo el pintor-, escúchame. Escúchame por última vez. No es posible que ya no seamos capaces de comunicarnos… ¡Nos conocemos desde hace mucho tiempo! Comprendo que en este asunto no puedas ser neutral. Yo tampoco lo soy. Cada uno tiene su misión, pero aun así se puede prever… Siempre hemos sabido ver adónde conducían las cosas. Puede que hayamos cambiado, pero todavía podemos vaticinar qué clase de final tendrá todo esto. Olvidemos lo ocurrido hasta ahora. Pensemos en lo que pasará dentro de dos o tres años, puede que incluso antes. Si hay algo a lo que estamos obligados es a ser previsores. Sé que, de algún modo, el estar vinculados o comprometidos nos hace especialmente vulnerables. Y los dos lo estamos. Pero ¿no podemos dejarlo a un lado por un momento? ¿Quién nos obliga a dictar ya sentencias definitivas? (8)
Desde ya que el policía no se conmueve por esta súplica, sino que persiste en el cumplimiento de su deber que incluye también la denuncia de su hijo mayor escapado de un hospital militar y regresado a su casa tras haberse infligido una automutilación en una de sus manos para eximirse de la contienda.

Jens también fue el autor de la denuncia que terminó con la prisión de Siggi cuando se enterase de la sustracción de los cuadros en épocas posteriores al final de la guerra.
Nansen parece influenciado por Montaigne cuando rememorando a Aristóteles en La ética a Nicómaco, afirma que A nada parece habernos encaminado más a la naturaleza que a la sociedad. Y agrega: Y dice Aristóteles que los buenos legisladores se han preocupado más de la amistad que de la justicia. (9)

El pintor no reniega del orden social, pero lo construye sobre la base de identificar amistad y justicia.
Esta circunstancia que cabe a la forma que organizaba el Estado Romano su gobierno, el de los amigos honestos, exige una clasificación de la amistad.
La más perfecta, la más desinteresada es distinta a la que tiene el placer o el interés como fin. Esta última tiene sus límites porque la discordia posible está en su seno.
Además, es obvio que en esta dimensión siempre se es amigo de alguien contra alguien, lo que obliga a encauzar y moderar este ímpetu belicoso; esfuerzo apaciguador y prudente en el que fracasa el paranoico.
La moderación señalada es necesaria en un contexto en el que toda amistad comporta una especie de segregación. La amistad verdadera es excluyente, y en ese sentido hasta podríamos decir que se aparta de la ley. Adelantemos que, en ese sentido, Jens como paranoico modélico es un tenaz defensor de la ley.

Tan excluyente es la amistad, que Aristóteles también señala que el amor – variante de la amistad perfecta – tiende a ser una especie de exceso de amistad, y éste puede sentirse hacia una sola persona.
En este sentido, pueden sentirse compatibilidades con diferentes personas, pero la amistad perfecta e ideal es excluyente.

Dice Montaigne: La amistad única y principal libera de todas las demás obligaciones. El secreto que he jurado no revelar a nadie puedo comunicarlo, sin perjurio, a quien no es otro sino yo mismo. (10) Volveremos sobre los alcances de este yo mismo.
Relación sin costuras, afirma también Montaigne: Si me instan a decir por qué lo quería, siento que no puede expresarse más que respondiendo: porque era él, porque era yo. (11)

Es más, siempre en La amistad, el filósofo francés afirma que cada uno se da tan completamente al amigo en la amistad perfecta que no queda nada para repartir entre otros, es decir se aparta de la comunidad. Veremos en un momento que esta forma de concebir la amistad más que apartarse de la comunidad, en verdad, es un modo de fundarla.

Eduardo Colina ha señalado que el paranoico, por el contrario, no es tanto que se organice de un modo opuesto, sino que al modo de Jens, sigue una regla diferente.
Su propuesta no es tanto acatar o infringir la ley, sino ser la Ley misma. No distingue entre la ley humana y la divina como Antígona. De hecho, Jens planea confiscar los cuadros aun después que Alemania hubiese caído.
Cicerón afirmaba que por condescendencia hacia los amigos uno tiene que apartarse un tanto del recto camino. De un modo u otro, la responsabilidad hacia el prójimo siempre se aparta algo de la norma, mientras que la Ley del paranoico, en cambio, es tan inflexible que no admite su quebrantamiento, no deja espacio para la infracción, sólo para la obediencia incondicional. (12)

No se trata que el paranoico se apoye al modo de Kant en principios categóricos de orden general, sino que concretala ley. No se rige por la ley de la mayoría sino la de la Totalidad.
Con sagacidad Colina afirma que tal vez el paranoico sea un monoteísta dogmático, mientras que la amistad requiere de un cierto paganismo.
Como ser excepcional, como teócrata o inventor, el paranoico está siempre en el Uno. La amistad, al contrario, es siempre división.

Si se afirma que la amistad es excluyente, se debería aceptar que acuña al enemigo potencial en su seno. El tema es templar y civilizar ese sustrato paranoico al que debemos reconocer.
Los enemigos son los excluidos de entre nuestros amigos y en verdad nos acompañan desde el interior de nosotros mismos.
Existe una tradición desde Platón retomada por Aristóteles que señala que los malos no permanecen ni siquiera semejantes a sí mismos.            

Los buenos son semejantes entre sí y amigos.
Si uno puede reconocerse es porque tiende hacia lo semejante gozando de la complicidad de la seducción y habiendo hospedado a alguien en su interior. De esta posibilidad carece el paranoico quien está solo.
El paranoico es incapaz de desconfiar de sí mismo y poder de este modo compararse con los demás, para perder aquello malo que impide la semejanza.
Siempre inocente, está identificado con la ley y la duda jamás la dirige hacia sí mismo sino hacia el entorno. Su hermético yo se ha vuelto impermeable: es Uno y siempre uno.
Se podría decir que, como gran inocente, en verdad es irresponsable. Al mundo en verdad no puede vincularse más que como racionalidad interpretativa que avizora signos y amenazas.
Se trata de la necesidad del enemigo, de algún Genio Maligno que me permita pensar, como diría Derrida.
Si el melancólico está situado en un imposible duelo de lo perdido, el paranoico no puede hacer el duelo por el enemigo.

La tendencia a lo semejante, hacia lo bueno, diría Platón, es misteriosa. Está hecha del reconocimiento de una extrañeza común, afirmaría Blanchot, que no nos permite hablar de nuestros amigos, sino hablarles, donde aún en la mayor familiaridad, estamos en una distancia infinita, en una separación fundamental a partir de lo cual lo que separa se convierte en relación.

El paranoico no se vincula. Tiene una representación de la vinculación. Si se vinculara…no sabría tanto.
Para él nada es irrelevante pues no tiene espacio para la ausencia de sentido. No puede acoger ni las intenciones ni la indiferencia de los demás. Elige la fatalidad y queda condenado, en consecuencia, a lo que más teme, la vida solitaria.15
Ante el Otro sólo puede ser erotómano o perseguido.

Se afirmaba al principio del presente texto que el sintagma el amigo carecía de predicación, y se agregaba siguiendo a Montaigne quien retoma a Aristóteles que ese otro, mi amigo, soy yo mismo.
Amigo compartiría con Te amo un valor performativo. No es exactamente así, dice Agamben, pero comparte con los insultos la cualidad de inscribir para quien lo recibe una imposibilidad. ¿Quién puede reconocerse en los excrementos o los órganos sexuales aludidos en el insulto?
La eficacia del insulto reside en que como el nombre propio no permite a quien lo recibe reconocerse, constituyéndose como una experiencia pura de lenguaje y no como referencia. De eso se trata en el encuentro de los dos apóstoles –amigos - en el cuadro al que hemos hecho referencia.
Simplemente son en ese encuentro.

Agamben analiza también un extenso párrafo de la Ética a Nicómaco, donde Aristóteles subraya que cuando sentimos o pensamos también sentimos sentir y sentimos pensar, homologando ese sentir a existir.
Como vivir es deseable porque para los buenos es un bien y por lo tanto deseable, se puede co – sentir, donde percibimos lo agradable del bien en sí y lo que el hombre bueno percibe respecto a sí mismo, lo percibe también respecto del amigo: el amigo es de hecho, otro sí mismo.
Este co – sentir sucede en el convivir y en ello se diferencian los hombres de las bestias que sólo comparten las pasturas.
Cuando Agamben analiza el párrafo, por supuesto que subraya la sensación del ser puro, la homologación con la existencia y el carácter agradable de la misma.

Donde se detiene es en la otra sensación, la de la existencia del amigo. Esta dimensión, específicamente humana, tiene la forma de un co – sentir la existencia del amigo.
La amistad es la instancia de este co – sentimiento de la existencia del amigo en la existencia propia. (13)

No se trataría de una relación intersubjetiva que Agamben califica de quimera moderna, sino de una partición del ser, una no identidad consigo mismo donde el yo y el amigo son las dos caras de ese compartir.
Así adquiere sentido ese otro yo mismo de Montaigne, una radical alteridad en el seno de lo mismo.
Se parece al alter ego latino, aunque la voz griega héteros autos con el que se califica al otro yo mismo es más fuerte aún.
La percepción que tengo de la sensación de agrado es inmediatamente atravesada por un co – sentir que la disloca y deporta hacia el amigo, hacia el otro (yo) mismo.
Agamben habla de un proceso de desubjetivación en el corazón más íntimo de sí. En verdad señalamos que esa es propiamente la subjetivación que cabe, cuando el Otro está en falta, dimensión inexistente en el paranoico.
Jens no tiene amigos: sólo puede mandar, pero siempre nos aclara en la pluma de Lenz: sólo puede mandar el que sabe obedecer. El paranoico padece el imperativo.

La amistad en el sentido que señalamos tiene rasgo ontológico porque se corresponde a la propia sensación de ser. Por eso el amigo es un existencial y no un categorial.
La comunidad humana se funda así: los amigos no comparten simplemente algo, ellos están compartidos por la amistad. Es por ello que la amistad además de ser una categoría ontológica es una categoría política.

De este modo es posible afirmar que la plegaria de Nansen la solicita, Jens la desmiente y Siggi la padece.

 Notas

(1) Agamben, Giorgio. El amigo. En ¿Qué es un dispositivo? Adriana Hidalgo. Buenos Aires. 2014. Página 35.

(2) Piglia, Ricardo. Teoría del complot. En Antología personal. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires. 2014. Página 99. 

(3) Colina, Fernando. Paranoia y amistad. En Clásicos de la paranoia: textos seleccionados por José María Álvarez y Fernando Colina. Dor ediciones. España. 1997. Página 33.

(4) Lenz, Siegfried. Lección de alemán. Impedimenta. Madrid. 2018. Página 11.

(5) Lenz, Siegfried. Op. Cit. Página 39.

(6) Lenz, Siegfried. Op. Cit. Página 82.

(7) Lenz, Siegfried. Op. Cit. Página 113.

(8) Lenz, Siegfried. Op. Cit. Página 187. Destacado propio.

(9) Montaigne, Michel de. La amistad. En Los Ensayos. Editorial Acantilado. Barcelona. 2007. Página 243.

(10) Montaigne, Michel de. Op. Cit. Página 256.

(11) Montaigne, Michel de. Op. Cit. Página 250.

(12) Colina, Fernando. Op. Cit. Página 17.

(13) Agamben, Giorgio. Op. Cit. Página 38.


 

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