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Número 14 - Noviembre 2020
Malestar en la cultura, 90 años después
Tomasa San Miguel


“Tía dime algo, tengo miedo porque está muy oscuro”.
Y la tía le dice: “¿De qué te servirá, si no puedes verme?”
Y el niño le responde: “Esto no importa, hay más luz cuando alguien habla”.
Tres ensayos de teoría sexual (1905)
Sigmund Freud

Con Freud situamos que el malestar en la cultura responde a la renuncia pulsional que ella implica respecto de la represión o sofocación de una satisfacción pulsional y de una “inclinación agresiva” rasgo indestructible que constituye el trasfondo de los vínculos de amor y ternura. Lo indestructible de la destrucción.

Sin embargo, Freud propone que es posible una tramitación de este rasgo a través del intento que apunta a la mezcla pulsional allí donde la libido constituye un objeto y la ternura sostiene el lazo. El semejante es pasible de ser alojado en su diferencia, en su singularidad, a condición de ubicar allí un vacío, el mismo que constituye al yo en su inconsistencia.

Esto no será posible si sólo pensamos lo colectivo en términos de masa: conformada por identificación entre los yo y al líder. Dice Freud: “Pero acaso llegaremos a familiarizarnos con la idea de que hay dificultades inherentes a la esencia de la cultura y que ningún ensayo de reforma podrá salvar. Además de las tareas de la limitación de las pulsiones, para la cual estamos preparados, nos acecha el peligro de un estado que podríamos denominar «miseria psicológica de la masa». Ese peligro amenaza sobre todo donde la ligazón social se establece principalmente por identificación recíproca entre los participantes, a la par que individualidades conductoras no alcanzan la significación que les correspondería en la formación de masa” (1920, p. 112)

Es claro que el peligro es la identificación recíproca, ya que anula lo heterogéneo, se sostiene de lo homogéneo y del racismo, de la anulación de lo diferente. Sin embargo, la identificación al líder puede ordenarla pero no la salva de ser peligrosa. La “salvación” entonces, tomando palabras de Freud, no vendrá desde allí.

También es necesario y urgente subrayar que hay malestares y malestares, y que no conviene justificar el malestar innecesario con el estructural. Si eso ocurre es una decisión política. A propósito de esto en “El porvenir de una ilusión” Freud dice:

“En cuanto a las restricciones que afectan a determinadas clases de la sociedad, nos topamos con unas constelaciones muy visibles, que por otra parte nunca han sido desconocidas. Cabe esperar que estas clases relegadas envidien a los privilegiados sus prerrogativas y lo hagan todo para librarse de su «plus» de privación. Donde esto no es posible, se consolidará cierto grado permanente de descontento dentro de esa cultura, que puede llevar a peligrosas rebeliones. Pero si una cultura no ha podido evitar que la satisfacción de cierto número de sus miembros tenga por premisa la opresión de otros, acaso de la mayoría (y es lo que sucede en todas las culturas del presente), es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa hostilidad hacia esa cultura que ellos posibilitan mediante su trabajo, pero de cuyos bienes participan en medida sumamente escasa. Por eso no cabe esperar en ellos una interiorización de las prohibiciones culturales; al contrario: no están dispuestos a reconocerlas, se afanan por destruir la cultura misma y eventualmente hasta por cancelar sus premisas. La hostilidad de esas clases a la cultura es tan manifiesta que se ha pasado por alto la que también existe, más latente, en los estratos favorecidos de la sociedad. Huelga decir que una cultura que deja insatisfechos a un número tan grande de sus miembros y los empuja a la revuelta no tiene perspectivas de conservarse de manera duradera ni lo merece” (1927, p. 12).       

                                                            *

¿Cuál es el malestar en la cultura contemporánea?

Con toda la dificultad que implica pensar lo contemporáneo, esa “cita a ciegas” como dice Agamben en tanto somos sus contemporáneos aventuraremos algunas lecturas. Y para eso nos remitimos a formulaciones de Lacan que no es contemporáneo y sin embargo afecta lo que intentamos pensar.

Por un lado palpamos la forclusión de las cosas del amor, de la castración (Lacan, 1971). Y también la “declinación del padre” aunque ella es anterior, es quizás lo que funda el psicoanálisis (Lacan, 1938). Es lo que Freud escucha de sus pacientes, al mismo tiempo que se construye una novela, una versión –neurótica- que lo sitúa como perturbador o seductor con la función de enmarcar el goce autoerótico como pura cantidad (Freud, 1905).
Aún advirtiendo las perturbaciones que la novela edípica ha sufrido en nuestro tiempo, queremos señalar otro efecto del padre que precisa mejor el malestar propio de la época.

En 1968 Lacan habla de “evaporación del padre” y de la marca que eso deja, marca que no es cicatriz, si entendemos como cicatriz aquello que afecta de un imposible, que agujerea inconciente y pulsión, dos huecos no reconocibles que hacen ombligo. Y un ombligo más, el que como marca en el cuerpo nos recuerda que somos “seres placentarios” (Lacan, 1968). Incalculable sujeción al otro.

Todavía un ser nace de otro y eso es lo más enigmático que hay a nivel de lo simbólico (Lacan, 1955). Vale preguntarse si con el avance de la tecnociencia la época aguantará ese agujero, ese misterio.
¿Qué quiere decir que se forcluye la castración? Se forcluye la marca que la castración real, como afectación de lalengua, imprime de imposible: lo que no puede ser dicho y la inexistencia de un objeto complementario para la pulsión que permitiera escribir la relación que no hay. Inconsistencia e incompletud del Otro, definido ahora como agujero, mostrados a cielo abierto en la época. Sin funciones que lo traten, eso -que podría ser un alivio- se transforma en un lastre.
Si ella se forcluye, el amor también.  

Considero que no se trata aquí del amor narcisista, el que completa imaginariamente, el que tiende a hacer de dos, Uno. Creo que en su última enseñanza Lacan se refiere al amor que es el del acontecimiento, el que resuena como dos saberes que no se recubren, el que como decir toca lo real. El que funda la transferencia, y con esa forclusión tenemos que vérnosla ya que interpela a nuestra práctica.

Lo contemporáneo es de una desigualdad brutal. Ese es el síntoma de la época, eso retorna en violencia, impulsiones, indiferencia, soledad, desconocimiento del otro como prójimo. Desigualdad que niega la singularidad y la diferencia.
También desprendemos este efecto del capitalismo como forclusión del amor. Si a partir del consumo y la infinita circulación de objetos que el seudo discurso capitalista impone el sujeto es simulado, será la coraza especular lo que quede a disposición para el vínculo con el otro. Pura comunicación sin transmisión ni decir, y segregación son los resultados. Yo o el otro en máxima tensión especular.   

                                                                 *

La pregunta entonces es sobre el lazo entre los seres hablantes. Si la cultura es malestar, por estructura y por plus, si la agresión es lo más primario en la constitución del yo-no yo y la vivencia de dolor y la imagen mnémica hostil un primer ordenamiento del mundo… ¿cómo enlazarnos? Por un lado diremos que tenemos un asunto en común, lalengua, y por otro que hay modos más amables de considerar al otro, como “auxiliar” por ejemplo.

Dice Freud: “La cultura espera prevenir los excesos más groseros de la fuerza bruta arrogándose el derecho de ejercer ella misma una violencia sobre los criminales, pero la ley no alcanza a las exteriorizaciones más cautelosas y refinadas de la agresión humana. Cada uno de nosotros termina por aventar como ilusiones las expectativas que alentó en su juventud respecto de los prójimos, y sabe por experiencia propia cuánto más difícil y dolorosa se le volvió la vida por la malevolencia de estos. Por consiguiente, sería injusto reprochar a la cultura su propósito de excluir la lucha y la competencia del quehacer humano. Ellas son sin duda indispensables, pero la condición de oponente no coincide necesariamente con la de enemigo; sólo deviene tal cuando se la toma como pretexto y se hace abuso de ella” (Freud, 1920, p.109)

El oponente no es un enemigo, la agresividad es constitutiva, la violencia no. Qué haremos con el odio tan publicitado? Una cosa es el malestar en la cultura, otra la cultura de la mortificación: una cultura que se arroga el derecho a la violencia y desmiente todos los demás.    

La instalación del lazo requiere de una pérdida de goce. Ilda Levin afirma “La estructura psíquica del sujeto se articula en torno a un agujero. El modo del lazo y si soporta o no ese agujero de estructura, es una clave en la clínica del sujeto” (2004). Para que el lazo enlace y no petrifique al modo del gadget capitalista debe preservarse la dimensión del agujero. En otros términos, sin pérdida de goce no hay lazo social porque ese agujero central del toro que constituye al sujeto, es el que garantiza el espacio de lo singular y de la posibilidad de la diferencia a la vez.

Apostamos al lazo porque justamente eso constituye nuestro oficio. Un oficio que, haciendo lazo transferencial, produce un decir que conmueve y modifica la posición de un sujeto en lo íntimo que es social.

                                                              *

Tanto Freud como Lacan subrayan las coordenadas sociales, marcas de su época, de un ser hablante. Al mismo tiempo que subrayan las soluciones novedosas de cada quien frente a esas marcas. Lo que quiero decir es que el deseo, lo más propio, lo más singular, no es individual: se entrama en el tejido social, por eso nuestra función tiene dos bordes, dos aristas: de la irrupción de la letra resultan ambas en un entramado sobre el que intervenimos orientados por una posición ética. Hacer del sujeto un individuo pero en términos psicoanalíticos, es la infección del capitalismo en nuestro ámbito.

Tanto en Malestar en la cultura como en Nuevos caminos de la terapia analítica, Freud está atravesado por la guerra. Pulsión de muerte en su cara más obscena. Lo que se supone cultura se vuelve voracidad; la ley, una injusticia y el progreso, inhumano.
Lacan por su parte nos advierte que “La cultura en tanto algo distinto de la sociedad no existe. La cultura reside justamente en que es algo que nos tiene agarrados. No la llevamos a cuestas sino como una plaga, porque no sabemos qué hacer de ella si no es espulgarnos. Por mi parte, les aconsejo que la conserven, porque hace cosquillas y lo despierta a uno. Les despabilará los sentimientos que tienden más bien a quedar un poco embotados” (1972-73, p. 68). Aclara que la cultura se soporta del discurso, del vínculo social, que ancla en el modo en que el lenguaje “se imprime, se sitúa en lo que bulle, a saber, en el ser que habla” (ibídem, p. 68). Señalo: cultura-lazo-traza del lenguaje en el viviente: ubico ahí la singularidad del goce resultado de ese rasgo, escrito como huella que deja la afectación por el lenguaje, que en sucesivas traducciones conforma al Otro social y a cada cultura singular.

Intentando algunos rodeos que desmadejen el malestar actual es posible considerar una masa de individuos, esféricos, que desconoce su arraigo, su raíz y fijación que haciendo lazo desde lo indecible crea un territorio. Que ese territorio sea rizomático y globalizado como hemos constatado fuertemente no evapora ese desconocimiento que deja marca. La más notable es la ausencia de afectaciones que resuenen en el cuerpo, un rechazo hacia ellas que promueve otro cuerpo, liso, sin huecos ni ecos, ligado al mercado. De allí que el ser que habla y es hablado, consumido y simulado, busque un cuerpo en impactos varios que no logran escribir el impacto de la letra en la carne. Desconociendo su codicilo confunde libertad, deseo, con soledad, vacío, adaptación acomodada. También esa posición retorna en diversas manifestaciones, con la dificultad de formar síntoma que eso implica, que habrá que alojar. Constituir la dimensión del tiempo y el espacio, de lo íntimo enlazado a lo social porque sólo se funda con el otro y entre otros.

Si el “inconciente embraga en el cuerpo” (Lacan, 1973) es porque lo pulsátil concierne. Será en muchas ocasiones la disposición a la resonancia y la afectación de un analista lo que permita tallar un decir que haga de acontecimiento y vacío, que vuelva sensible la superficie. Que algo se escriba de un encuentro.
                                                              *

Nuestra apuesta es fuerte. El ofrecimiento, contundente. Lo vemos y lo hemos visto durante todo el año. Algunas experiencias son elocuentes: Una colega cuenta que en un hospital el termómetro con el que se realiza el triage no funciona. Hacen como que hacen. Versión burocrática, canalla del cuidado al otro. Impostura deleznable que hay que saltar. Como decía Ulloa no será la queja una posición que marque la salida. Ni tampoco el reclamo a un otro que esta vez, como tantas otras, en serio, no hay. Otros pactos y acuerdos serán posibles en el mientras tanto.

Otros colegas cuentan de la falta de cuidados en la sala de internación en la que trabajan. Y al mismo tiempo traen como problema un marcado nerviosismo de los profesionales hacia los pacientes allí internados. Esta falta de miramiento se exacerba con los pacientes que se fugan y vuelven. ¿Cómo no contagiarse en caso de que ellos se hayan contagiado “afuera”? Esperan que la autoridad del hospital extienda un protocolo. No lo hace, se desentiende de su acto. Sin embargo, advertimos que los que más entran y salen son los profesionales. Los invito a autorizarse, posición que es con otros como dijera Lacan. Decidir medidas de cuidado para todos que contemplen el caso por caso.  Si no somos capaces de enlazar lo comunal, ya sabemos que no todo, no seremos capaces de un Estado que se resista a ser un servicial administrador del mercado.

Sólo desde ese enlace será posible una regulación de los goces que de algún modo genere la equidad necesaria como para que un sujeto resulte. Y el que al mismo tiempo de lugar a otro discurso que resguarda lo indecible, lo no normativizable, que contempla la singularidad, lo que hace agujero. “Se trata de discernir cuál es el oficio del discurso analítico, y volverlo, sino oficial, al menos oficiante” (Lacan, 1972-73, p. 39)                                                                

En otra supervisión un equipo se pregunta sobre el dispositivo que algunos proponen crear: llamar por teléfono a los pacientes que cursan covid, hacerles un seguimiento es el pedido de los clínicos con los que vienen trabajando a partir de la pandemia. Aparece una pregunta medio extraña como “injertada” desde otros territorios respecto de si eso no sería “invertir la demanda”. Suena  a latiguillo, revisamos que es la demanda, como pedido articulado que se dirige a otro a partir de un no saber y en esos significantes se filtra un deseo, un goce, un desencuentro inmemorial entre sujeto y objeto. ¿Es que hay demanda sin ofrecimiento? ¿Sin lectura?  Es el que escucha el que sanciona eso como demanda, para eso es condición estar. En la Dirección de la cura dice que “por el intermediario de la demanda, todo el pasado se reabre hasta el fondo del fondo de la primera infancia. Demandar: el sujeto no ha hecho nunca otra cosa, no ha podido vivir sino por eso, y nosotros tomamos el relevo” (1958, p.588).
Sabemos que el sujeto se constituye entre ofrecimiento y elección. De la urdimbre que trama lo colectivo y constituye la subjetividad de una época se desprende el sujeto como un efecto que resulta entre significantes en su división, síntoma, enunciación.
Otra de las cuestiones que aparecen en las supervisiones es el lugar de un psicólogo, practicante del psicoanálisis en los equipos de salud. “Esenciales” o “no esenciales”? ¿Qué lugar ahí? ¿Para qué? Supongo que es una gran oportunidad para afinar lo político.

Para ajustar nuestra oferta. Para repensar qué es la salud y la salud mental.

Como los turnos por consultorios externos están suspendidos se sostienen los tratamientos por teléfono cuando eso es posible. Además, con prisa pausada, a tiempo, arman y ofrecen escucha a la subjetividad de los compañeros médicos en el hospital o centro de salud. Intervienen ahí armando lazos que no sean de cuerpo cerrado. Un espacio para lo de cada uno (miedos, fantasías, ideales) que no se suelta del para todos. De lo que vengo escuchando las intervenciones apuntan a sostener un detalle propio en las normativas generales, ordenar la escena para guarecer el deseo. Abren un espacio entre la expectativa angustiada y el quedar a merced de lo peor. Tiempo que no hace lugar. Ahí, en un forzamiento que alumbra, abren un tiempo.
El análisis se soporta de una contingencia, confrontación de cuerpos del que resulta un buen o mal encuentro. Puntapié inicial que define las entrevistas preliminares (Lacan, 1971). En tiempos de cuarentena se sostiene de la voz. Algo se pierde, algo se concentra, algo resuena. Aparecen muy frecuentemente los sueños. Se escucha y se dice un sueño por teléfono en la intimidad de un encuentro que resiste lo más que puede. También aparece el juego que se dirige a un analista con fotos, videos, mensajes de voz. La infancia, aunque interrumpida por esta realidad que supera las ficciones constitutivas sobre sexualidad y muerte, también resiste. Hay efectos y sorpresa en el “entre”.

“Huellas: Psicoanálisis y territorio”, la revista de la que formo parte respondió ofreciendo en su presentación virtual la posibilidad de dejar dicha la experiencia disponiéndola al lazo. Esa propuesta tiene en el horizonte que la escritura amortigüe lo que no se puede decir ni callar, el trauma. Y disponerlo al encuentro con los otros, en una madeja donde cada uno oville su decir. Hay disposición al lazo y el ofrecimiento empieza a tejerse por su cuenta armando reseñas, series, entrelazando y dando a conocer dispositivos en distintos puntos del país.               

El deseo es falta. Implica haber traducido una pérdida en términos de falta, el deseo como insatisfecho e imposible, es decir movimiento que pulsa una barra, una división y su enunciación.

Ancla en el goce en tanto ambos se generan por esa cita fallida entre viviente y palabra, ese instante de tirón donde un decir toca el ser.

Es con esa orientación que un analista, cada vez, reinventando el psicoanálisis, dispone su artesanía. Espera. Presta palabra. Hace silencio. Da un lugar. Releva funciones. Señala la subjetividad. Se desprende de su moral, de sus ideales, de su saber inconciente. Se deja llevar por un deseo que es más fuerte que todo lo anterior.

En su gesto, tierno y amoroso, ofrece un lugar, soporta lo indecible, se hace vacío y por ende superficie donde escribir o reescribir una historia que agujerea el destino y los pronósticos. Acompaña sin ser cómplice. Se ahueca a la sorpresa. Resuena encuerpo.
Vale la ocasión retomar la incidencia de la ternura y el amor como intervención analítica. El amor es un decir que hace acontecimiento. Es muchas veces experiencia inédita. La ternura implica ese pasaje del goce autoerótico especular del infans a un decir singular que arma borde a lo real de cada uno instituyendo la falta. No es sin riesgo y escritura. El gesto tierno, en el buen caso, viene del otro e implica agujero, inconsistencia y amortigua el dolor de existir. Como gesto, movimiento, ademán, y también gesta-ción es extracción y escritura.

Dice Freud: “A raíz de esta hostilidad primaria y recíproca de los seres humanos, la sociedad culta se encuentra bajo una permanente amenaza de disolución. El interés de la comunidad de trabajo no la mantendría cohesionada; en efecto, las pasiones que vienen de lo pulsional son más fuertes que unos intereses racionales. La cultura tiene que movilizarlo todo para poner límites a las pulsiones agresivas de los seres humanos, para sofrenar mediante formaciones psíquicas reactivas sus exteriorizaciones. De ahí el recurso a métodos destinados a impulsarlos hacia identificaciones y vínculos amorosos de meta inhibida; de ahí la limitación de la vida sexual y. de ahí, también, el mandamiento ideal de amar al prójimo como a sí mismo, que en la realidad efectiva sólo se justifica por el hecho de que nada contraría más a la naturaleza humana originaria. Pero con todos sus empeños, este afán cultural no ha conseguido gran cosa hasta ahora” (Freud, 1920, p.109)

Efectivamente, el amor no cura. Sin embargo abre un espacio. Una cura no es por amor, tampoco es sin amor. La transferencia, que Lacan define como que es del analista (1973), en tanto por amor algo le hace signo de un sujeto y allí comienza la posibilidad de escribir otra historia. No es como bien aclara Freud el amor cristiano del que se trata, ya que éste se ocupa de sacar el cuerpo del medio, desplaza el goce, produce “levitación” (Lacan, 1973). Habrá que hacerle la contra a un fanatismo religioso donde el amor es un sí mismo de la imagen que rellena y evita lo que de la falla nace con él.  

En la cultura, construir sujeto, palabra, cuerpo: decir y falta. Hacer falta. No tener nada es muchas veces consistencia de resto. Producir un vacío respecto de la palabra, de un imposible de decir. Es lo más difícil cuando hay un contundente plus de privación de derechos en varias generaciones.

Quiero agregar a los derechos sabidos (y no por eso respetados en muchas ocasiones: educación, salud, vivienda, trabajo…) el derecho a la transferencia: faltarse en otro singular que lo espera y lo dice en su silencio, en su singularidad.
Freud decía “…la técnica consistía en acomodar nuestra postura psíquica al sonido y no al sentido de la palabra, poner la representación-palabra (Wortvorstellung) (acústica) misma en el lugar de su significado dado por relaciones con las representaciones-cosa-del-mundo (Dingvorstellung)” (1905, p. 115). Es allí donde se juega la agudeza, la poesía, los juegos de palabras. Es allí, en esa disposición al decir, que se define la función del analista y su interpretación como aquello que, resonando, afecta al ser hablante.

Bibliografía:

Agamben, G.  (2007)             ¿Qué es un dispositivo? Anagrama, Barcelona, 2015.
Freud, S. (1905) Tres ensayos de teoría sexual y otras obras, en Obras Completas, Vol. VII. Buenos Aires, Amorrortu Editores.
Freud, S. (1905) El chiste y su relación con lo inconciente. En Obras Completas, Volumen VIII, Amorrortu editores, 1992.
Freud, S. (1930) El malestar en la cultura. En Obras Completas, Volumen XXI, Amorrortu editores, 1992.
Freud, S. (1927) El porvenir de una ilusión. En Obras Completas, Volumen XXI, Amorrortu editores, 1992.
Lacan, J. (1958) La dirección de la cura y los principios de su poder. Escritos 2. Siglo veintiuno editores, 2011.
Lacan, J. (1966)  Acerca de la estructura como inmixión Conferencia en Baltimore
Lacan, J. (1972-1973) El seminario de Jacques Lacan. Libro 20. Aún. Paidós. 2016.
Lacan, J. (1973-1974) Seminario 21. Inédito.
Lacan, J. (1973) Televisión. En Otros escritos. Ed. Paidós. Buenos Aires, 2012.
Lacan, J. (1978) Conferencia de Clausura a las Jornadas de la Escuela Freudiana.Inédito
Levin, I. (2004) Apuntes para una clínica del lazo social. En: http://www.efba.org/efbaonline/levin08.htm.
Ulloa, F. (2011) Novela clínica psicoanalítica. Historial de una práctica. Libros del zorzal. Buenos Aires, 2012.
Ulloa, F. (2011) Salud elemental. Con toda la mar detrás. Libros del zorzal. Buenos  Aires, 2012.

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