Volver a la página principal
Número 14 - Noviembre 2020
Trastorno de ansiedad generalizada (TAG)
o la renovada histeria freudiana

J. Ramón Rodriguez


“El lenguaje es, para cada uno, el inconsciente en su materialidad (´estructurado como un lenguaje´) y constituye el cuerpo como cuerpo humano.
El lenguaje determina el modo particular de gozar del cuerpo y se manifiesta como subjetividad del ser en la vida social, es decir, en su relación con el Otro”.
(1)
Néstor Bráunstein.

“Tratado como una depresión, el conflicto neurótico contemporáneo parece no depender de ninguna causalidad psíquica que provenga del inconsciente.
Y sin embargo, el inconsciente resurge a través del cuerpo, oponiendo una fuerte resistencia a la disciplinas y a las prácticas destinadas a eliminarlo.
De aquí el fracaso relativo de las prácticas imperantes. Por más que estas se inclinen con compasión sobre el sujeto depresivo,
no llegan ni a curarlo, ni a captar las verdaderas causas de su tormento. No hacen más que mejorar su estado en la espera de días mejores”. (2)

Élisabeth Roudinesco.

Empecemos por cuestionar algunas razones de fondo que condujeron a la erradicación de los términos propios de la psicopatología psicoanalítica de los manuales psiquiátricos. De manera alterna, aunque no por ello menos relevante, hemos de interrogar el por qué del uso o empleo de categorías ajenas a la psicología  para clasificar los fenómenos sobre los cuales opera y que son sus objetos de estudio, es decir, ¿por qué el psicólogo, para clasificar y establecer un posible tratamiento, utiliza un manual de clasificación que atiende criterios estrictamente comportamentales, a saber, de un carácter positivamente cuantificables, cuya base, se presume, es biológica? ¿Es que acaso la psicología siempre ha carecido de bases teóricas para explicar las problemáticas relativas a la vida anímica?

Las preguntas se multiplican y asumo que ese es el camino que puede llevarnos a despejar lo que subyace como enigma en el titulo sugerido (¿estamos hablando de lo mismo al enunciar el fenómeno clínico como Trastorno de Ansiedad Generalizada que como Histeria?).

¿Cómo fue que salió el término Histeria de las clasificaciones psiquiátricas y psicológicas?

Comienzo con una cita:
“La sociedad democrática moderna quiere borrar de su horizonte la realidad de la desgracia, de la muerte y de la violencia, buscando integrar en un sistema único, las diferencias y las resistencias. En nombre de la globalización y del éxito económico, intentó abolir la idea de conflicto social (3).

¿Qué mejor manera, o movimiento estratégico, que el borrar de un plumazo la idea de conflicto que subyacía en la base de todos (o casi todos) los grandes relatos modernos que explicaban o daban la medida del hombre? Ya fuera desde el Marxismo, la Historia, la Antropología, la Sociología de fines del siglo XIX e inicios del XX, así como el Psicoanálisis, todos sostienen por entero su edificio teórico y en el caso del dispositivo freudiano, su praxis, en la idea de que el conflicto es ineludible al sujeto mismo, y por extensión, al lazo. En lo que respecta al campo inaugurado por Freud, éste es determinante no solo para la explicación de la Histeria (recuerden que si algo fue clave en el descubrimiento freudiano del inconsciente fue el paso que se dio en el propósito de la intervención del analista, a saber, cuando se pasa de un principio terapéutico a uno de investigación), sino para todo lo que entendemos como vida anímica o vida psíquica (más tarde, entre todas las aportaciones de los denominados postfreudianos, encontramos que Lacan planteará ese mismo conflicto como el elemento sustancial de ese primer momento de la constitución de la subjetividad, cuando apunta esa esquizia inaugural como el efecto más relevante del Estadio del Espejo). Así, desde ahí, el conflicto es imprescindible para comprender y definir las nociones mismas de Pulsión, Deseo, Inconsciente, Otro e incluso (por supuesto) la de Narcisismo. Cabe señalar que este uso del término CONFLICTO no se sostiene sino en la lógica de lo Trágico, es decir, esa forma en la que el sujeto, freudiano de origen, lacaniano por definición, se posiciona ante lo Imposible de su ser; la sexualidad, la paternidad, la muerte, o sea, lo Real de la existencia, que siempre está en relación con esa condición finita que el poseer un cuerpo introduce. Así pues, por esa vía, ¿cómo sostener una propuesta de la eficiencia en torno a los dispositivos de control, si no es definiendo un ente, sobre el cual se opera, que pueda ser entendido como medible, y por ende, controlable? El desarrollo del Estado moderno (ya fuera de izquierda o derecha) siempre se ha inclinado hacia el establecimiento de una medida del hombre, homogénea, que permita su control. Entonces así, ¿a quién le puede resultar extraño que se haya llegado al hombre neuronal?         

¿Cómo fue que se estableció el Trastorno de Angustia Generalizada como síndrome?

De nuevo, otro puñado de palabras prestadas:
“(…) con el  desarrollo de un enfoque (económico) liberal de los tratamientos, que somete a la clínica a un criterio de rentabilidad, las tesis freudianas fueron juzgadas ´ineficaces´ en el plan terapéutico (4): la cura, se decía, era muy larga y muy costosa. Sin tener en cuenta que sus resultados no eran mensurables; cuando se interrogaba a un sujeto analizado, ¿éste no respondía, en general, que si bien había sido ´transformado´ por su experiencia, no podía por ello decirse ´curado´?”. (5)

Otórgueseme una petición de principio: la salida de los criterios diagnósticos clínicos de cuño freudiano (así como todo lo que emanara de las clasificaciones kraepelianas) no puede entenderse por un razonamiento teórico alguno, antes bien, es el abandono de toda teoría lo que está en la base de este giro de fin de siglo que diera la psiquiatría, la cual, vale decirlo, no puede funcionar si no es al amparo (y servicio) de lo que el Estado designe. La posición de su agente, es decir, del psiquiatra, no podría entenderse de otra forma que no sea esa que ya en otra ocasión propuse, y que hoy retomo (6). Me refiero a la del Calificador, el cual pertenecía a la maquinaria del Santo Oficio (7), y que tenía por función determinar, en el proceso de enjuiciamiento sobre el amplio espectro de lo que se entendía como herejías, cuáles acusaciones debían de ser desestimadas y cuáles debía seguir su proceso de interrogación, suplicio y desenlace (así se le llamaba a la ejecución pública en el cadalso). Así, la sustracción de categorías clasificatorias que sostenga su empleo en una base teórica, y su eventual reemplazo por otras que solo conjunten signos, que no síntomas, inconexos e imprecisos solo tiene su justificación cuando de lo que se trata es de aplicar criterios ajenos al campo en cuestión (por ejemplo, asumir que la etiología del TAG está determinada por una insuficiencia de cierta secreción químico-cerebral, es decir, tus malestares anímicos son causados por una deficiencia orgánica), para la cual tenemos una cura precisa e inmediata en la modalidad de una píldora que tendrá que ser consumida en una dosis y en una temporalidad determinada por un médico especialista. ¿Acaso este cambio de lógica, de lo medieval a lo moderno, no deja lugar a dudas de que justo eso de lo que se trata es de no dar cabida a la diferencia, a la alteridad? Entonces, como sostenía el parisino, ¿cuál es el progreso del que se habla?

Salta la idea propuesta por Bráunstein:
“La ´mente´ es, en consecuencia, la heredera de esa sustancia metafísica, con una milenaria historia en filosofía idealista y en la teología, que es el alma. ES LA VERSIÓN LAICA DEL ALMA a la que, así, se hace pasar como un objeto de la ciencia. Ahora, por fin, entendemos que los ´disorders´ ´troubles´ o ´trastornos mentales´ son la ´patología del alma´ (los vicios, como antaño se les denominaba) de cuyo cuidado tienen que ocuparse los nuevos sacerdotes que saldrán de las escuela de medicina como antes salían de las de teología” (8).

¿Sabemos qué es la ansiedad y qué la angustia?

Taxativamente, la ansiedad es la expresión fenoménica (positivamente ubicable) que se expresa en el cuerpo del padeciente y que puede ser determinada por la conjunción de ciertos signos (incremento en la temperatura de la epidermis, dilatación de las pupilas, sensación de ahogo, sensación del incremento en la frecuencia cardiaca, básicamente). ¿Y la angustia? “El afecto que no engaña”, “la señal insondable de la propia finitud”, “el eco del deseo”, “la cercanía con el objeto a”. Tantas expresiones bellamente adornadas que van dirigidas a dar cuentas de eso que solo de forma singular puede ser dicho: la certeza de estar vivo, lo cual, en psicoanálisis, no puede entenderse sin la certeza de la muerte. ¿No era eso a lo que Hegel le llamaba “rendir cuentas al Amo Absoluto?, lo cual es más que evidente que es la forma (contemporánea por excelencia) de confrontarse con lo Real. Por ello no es casual que muchas veces uno escuche en el consultorio que es la sensación de morir, aunque más bien sea la sensación de vivir. 

¿Cómo se colocaba la angustia en el diván y en el gabinete freudiano?

La angustia en Freud no es posible entenderla más que como angustia neurótica, o angustia de castración. Recordemos que justo esto es lo que ubicaba en el fin de análisis. En Lacan es eso que, como el aura en el epiléptico, no anuncia la llegada inminente del objeto a, sino que es la muestra “palpable” de que estamos girando en torno a él, a la manera del cuerpo celeste que gira sobre su estrella; el movimiento mismo de traslación, su gravedad, la velocidad en la que gira, están determinados por ese objeto, pero son fenómenos, que como los síntomas, solo de manera abstracta podemos “ubicarlos”. La angustia y la metáfora estelar que empleo son fenómenos lógicos, los cuales no hay necesidad de verificar para que, perfectamente, se coloquen como verdades científicas. ¿Acaso podemos cambiar el curso del movimiento de la tierra sobre el sol, o bien, ralentizarlo u acelerarlo? ¿Y el estar impedidos, técnicamente, de hacerlo, tendría que movernos a la construcción de un montaje que tenga como propósito el negar dicho fenómeno (como el gesto despótico que padeció Galileo)? El lugar que la angustia recibió en el gabinete freudiano, ese donde se trabajaban y retrabajaban de manera excelsa los conceptos, era el de esa señal que anunciaba la cercanía del borde, la incuestionable presencia de los limites, mismos que, como la esfinge, piden la resolución de un enigma que permita empujarlos y que Lacan coloca como el punto crucial donde el neurótico se ve impelido de dar una de dos respuestas: o la imposibilidad o la impotencia, o Sisifo o Pigmaleon.

Finalmente, ¿Cómo sugiero darle lugar y cabida a la ansiedad en la escucha actual? 

Pregunta crucial que guía mis travesías y naufragios clínicos (recuerden que si bien el naufragio es un estar extraviado de las coordenadas de navegación, también es cierto que es lo que nos puede llevar a descubrir nuevas tierras). Parto del hecho de que la angustia (o el conjunto de signos que, erróneamente, hoy se engloban en el Trastorno de Ansiedad Generalizada) no irrumpe después de un cierto periplo analítico, sino que es la razón por la cual se acude a los consultorios (ya no estoy tan seguro que ahora lleguen después de mucho buscar, al menos no en mi experiencia clínica), lo cual debe llevarnos a repensar algunas cosas que es imposible no asumir como parte del discurso que impera, y que, por ende, arroja efectos ineludibles en la relación de sujeto con el (lo) Otro. El cambio de régimen, el advenimiento de la modernidad, implicó no solo un cambio político, ideológico, sino ante todo un cambio en las formas de producción, y con ello, un cambio en las formas en las que las relaciones (mercantiles, económicas) eran representadas y propuestas; fue un reordenamiento global (en la manera en la que se concebía el orbe) que implicó un giro, un movimiento de eso que fungía como vector del discurso imperante que llevó a la recolocación de los elementos implicados en la ecuación. Estas ya no eran impulsadas y mediadas por un orden divino, que prometía la posibilidad de una vida después de la muerte, donde la gracia se vería recompensada con la dicha que implicaba el gozar de la presencia de Dios; el alma era así inmortal. Ahora ese impulso inicial, que daba consistencia y marco al movimiento de lo social, se ve obligado a tomar como referente y frontera el límite de la existencia terrenal. Si bien esto ha llevado a cambiar el acento en las preguntas que ese límite propone (como lo sugiere Yuval Noah Harari en su libro “Homo Deus”, quien asume que para el momento histórico que actualmente vive el hombre, el problema de la muerte ya no es de índole teológica, sino técnica), el hombre común del siglo XXI aún debe contentarse con tener una existencia que esté abocada a tratar de gozar de los hallazgos médicos que permitan extender el ciclo vital lo más posible, con el raquítico paliativo de que de lo que sí puede gozar, al infinito, es del placer que emana del deslizamiento (surfeo) metononímico que el mercado, enmarcado, tropicalizado, en cada sociedad democrática, les pone al alcance. De ahí que, tal vez el mejor término que pueda definir al sujeto del siglo XXI no sea el de ciudadano, sino el de consumidor (9). Ante el movimiento que el mercado ha ajustado para “renovarse” a perpetuidad, me refiero a las permanentes crisis, el sujeto contemporáneo tiene pocos asideros que le aseguren un lugar en esa red que hoy es global. Si bien Bauman en uno de sus últimos libros (eso siempre parece inexacto) (10) afirma que la única posibilidad de aquel que no puede entrar en la cadena de consumo es la del frenesí del saqueo, propio de las economías desarrolladas, al cual denomina “consumidor insuficiente”, una lectura que la clínica permite es la de reconocer a esa otra figura, ese que se encuentra entre las dos muertes (la biológica e inevitable y la simbólica por ser un paria en la sociedad actual sostenida en sus “valores” de consumo), algo más cercano a un zombie, que al miembro de la horda frenética, que de a poco viene constituyendo ejércitos inmensos y que en su crecimiento imparable no supone la posibilidad de albergar expectativas de que eso cambie. 

Ese, a quien la caída de los grandes relatos le ha arrojado a un mundo “seco”, sin erótica, como sostiene Jean Allouch (11), se ve impelido de aceptar la vida en su más llano sentido: aquella que solo se sostiene en la capacidad de perpetuar la especie o las riquezas, lo que esté más al alcance. Así, despojado de todo velo fantasmático, de todo recubrimiento simbólico en eso que llamamos cuerpo, el sujeto del siglo XXI se tiene que conformar con cubrir su cuerpo con tinta o con lo que supone que la  captura del lente de las redes le puede brindar; a saber, la mirada del Otro. Ante este árido escenario que solo provee un patético espectáculo, la apuesta que, asumo, el psicoanálisis propone, es esa que se sostiene en coordenadas de antaño conocidas, cuyos efectos son siempre inéditos, cuando no novedosos: la apuesta por un esfuerzo de poesía, de creación y de cambio. ¿Los pilares? La libertad, y el humor, pero un humor que emane de la multiplicidad del sentido, ese que posibilita que cada quien pueda habitar el lenguaje con su singularidad, y no ese que emerge de las redes, que preñado de su postverdad, solo puede producir un llamado categórico a la “risa” que la literalidad que las “publicaciones” y los “estados” muestra de manera generosa, es decir, la posibilidad del humor en su sentido más democrático, donde cada quien intenta vérselas con eso no que no marcha en nosotros.

Notas

(*) Versión corregida del trabajo presentado en las 3as Jornadas Freudianas del Centro de Atención y Formación Psicoanalítica, en Culiacán, Sinaloa, México, en abril de 2019.  

(1) Bráunstein, Néstor A. Clasificar en psiquiatría. Siglo XXI Editores, 2013. Nota al pie número 7, pág. 80.

(2) Roudinesco, Elisabeth. ¿Por qué el psicoanálisis? Editorial Paidós. 2ª reimpresión en español, 2018. Págs. 18 – 19.

(3) Roudinesco, Elisabeth. ¿Por qué el psicoanálisis? Editorial Paidós. 2ª reimpresión en español, 2018. Págs. 17.

(4) Solo basta recuerdar la razón de peso para la creación de la Psicoterapia Breve, Intensiva y de Emergencia, creada por un psicoanalista exiliado de la segunda guerra mundial que llega a los Estados Unidos e intenta insertarse en el departamento de Salud; Leopold Bellak era su nombre.

(5) Roudinesco, Elisabeth. ¿Por qué el psicoanálisis? Editorial Paidós, 2ª reimpresión en español, 2018. Pág. 40.

(6) La subjetividad en el “Brave new world”. Una la apuesta de lectura. Conferencia dictada en el congreso nacional “Contrapunto. Armonía de voces contrapuestas en el psicoanálisis”, organizado por Casa Trieb, de Irapuato, Guanajuato, México, en octubre de 2017.

(7) La modernidad ha diseminado en varios campos lo que era responsabilidad única de esa inmensa institución medieval, y los ha conjuntado con el sintagma de Ciencias de la Salud, donde se ubica esa reducida parcela de la Salud Mental.

(8) Bráunstein, Néstor A. Clasificar en psiquiatría. Siglo XXI Editores, 2013. Pág. 77.

(9) El concepto Ciudadano definía la relación del sujeto y la polis, y aún en la primera República el acento recaía en los derechos y obligaciones que de esa relación emanaban, pues eso era lo que delimitaba la existencia de aquel que se asumiera en la posición de hombre, en tanto animal político. Justo en este momento histórico es la relación del sujeto con el mercado lo que define su condición “viviente”. Supongo que esa era la razón de trasfondo cuando a principios de los 2000 se debatía en el gobierno de la provincia de Buenos Aires  el cambio de denominación.  

(10) Bauman, Zigmunt. La educación en el mundo líquido. Editorial Paidós. 2013.

(11) Allouch, Jean. La erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. E. P. E. L., 1997.

Volver al sumario de Fort-Da 13

Volver a la página principal PsicoMundo - La red psi en internet