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Número 14 - Noviembre 2020
Lazo social y lugar subjetivo
Cecilia Poetsch

Agradezco la invitación a escribir y pensar acerca de mi práctica clínica en este contexto tan particular. Estos tiempos de aislamiento preventivo obligatorio me hicieron pensar en sus consecuencias respecto al lazo social.

De acuerdo al Psicoanalisis, lazo social es aquella primera ligazón afectiva con otra persona que hace posible que un ser humano se constituya psíquicamente. También lazo social es la transferencia, ese tipo particular de lazo posible de analizarse a sí mismo.
En El malestar en la cultura, Freud refiere tres causas del sufrimiento humano: “la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y  la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad”.

El malestar en los vínculos humanos tiene  que ver con la diferencia nacida del hecho mismo de ser seres hablantes, afectados por el lenguaje y por lo tanto por la falta.

Lo que hace origen para un sujeto es el deseo del Otro dejando su marca en el cachorro humano, que necesita otro semejante que lo auxilie, lo sostenga y lo ame, y que signifique el grito como demanda de alimento.
Teniendo en cuenta que, desde el inicio de la vida, necesitamos de otros para constituirnos como sujetos, qué incidencia tiene que el contacto físico se restrinja por motivos sanitarios?  Si la pulsión es lo que pasa cuando uno le habla a otro, cómo afecta al cuerpo el poco o nulo contacto físico con otros?

Se me hace necesario volver a la especificidad del lazo para el psiconalisis, para comprender que lo que importa estructuralmente es que haya un lugar de sujeto constituido o en constitución.

En los comienzos, el aparato psíquico se constituye por una primera división entre los que se afirma y lo que se expulsa, remitiendo a las primeras experiencias orales. El yo placer purificado recorta un objeto externo al yo, pero en relación intrínseca con él.
El yo realidad definitivo decide si algo presente como representación dentro del yo puede ser reencontrado también en la percepción. La distancia entre la representación del objeto y lo percibido hace existir el pensamiento. Significante y pulsión se articulan en el símbolo de la negación para hacer existir un cuerpo, se trata de un cuerpo afectado por el inconciente.

Por el trabajo del inconciente, el sujeto se encuentra con la repetición, que le hace dar cuenta de las identificaciones que lo conforman.
El recortar un primer afuera abre la posibilidad de que un adentro exista. La alternancia entre el afuera y el adentro es lo que arma un lugar donde nombrarse.
Lo que la naturaleza no cubre abre la hiancia para que lo simbólico, a través de la inscripción de la presencia-ausencia de la madre, deje su marca única e irrepetible para cada sujeto.                                 
Con la pandemia llegan a la consulta niños “sin afuera”. Se trata de la falta de un afuera real? Es la ausencia de vida escolar, o de encuentros con otros seres queridos? O se trata de un otro “afuera”?

La dificultad para  salirse de lo endogámico insiste en las consultas mas allá de la pandemia. Sabemos que como psicoanalistas la singularidad cuenta. Cómo se presenta en cada caso?

Un niño de 7 años tiene su primera sesión por videollamada metido en la cama de sus padres. Lo que en el consultorio se cuenta o se juega, en videollamada se da a ver.  La distancia que arman las palabras, el colchón que proporciona lo simbólico, es algo a construir. En algunos casos, lo íntimo y lo púbico no se diferencian. Una primera intervención es preguntar al niño por su habitación, que me cuenta de su pieza, así construye con palabras un lugar propio desde el cual hablar. La siguiente sesión es desde su cuarto.

Si el goce está en el cuerpo, es necesario sacar goce hablando, y que el decir en transferencia haga lugar al goce fálico.

El escuchar a otras familias me hizo pensar qué lugar ocupa la escuela presencial, el contacto con tíos, abuelos, maestros, padres de amigos, que si bien no suplen el lugar que el niño no tuvo para sus objetos primarios, en algunos casos prestan su voz y su mirada de asentimiento.

La consulta con un analista abre la posibilidad de:  escuchar al sujeto en su singularidad, dar lugar a la afectación del paciente por aquello que dice, problematizar lo aparentemente “obvio”, que la angustia guíe el recorrido, que el analista aloje.

La presencia de un analista a quien dirigirse, ya sea por teléfono o por videollamada, puede armar un otro lugar que propicie que la palabra circule y se aloje a un sujeto.

 

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