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Número 14 - Noviembre 2020
Los niños y el fin de análisis:
Distinciones clínicas

Alba Flesler


Para Freud el análisis es interminable, para Lacan en cambio hay fin de análisis. Esta diferencia, promovida por analistas de su talla, abrió un campo de investigación que continúa en nuestros días. El interés por sostenerla se fue desplegando en los años que siguieron a la Proposición del 9 de octubre de 1967 (1) en la que Lacan diseñó su dispositivo centrándose claramente en el análisis de pacientes adultos y dejando sin interrogar su pertinencia en la práctica del psicoanálisis en la infancia.
Fue la clínica del psicoanálisis con niños la que hizo surgir en mí el interés por indagar la lógica que distingue el análisis de los niños de aquel sostenido para adultos, y esa perspectiva me llevó a afirmar lo que aún sostengo y es que a mi criterio no debiera establecerse una técnica especial para la atención de niños o adolescentes sino considerar para su abordaje especificidades del acto analítico (2).

Con ese afán, el de encontrar coordenadas que permitan desprender la práctica cotidiana de dogmatismos o meras intuiciones, me propuse formalizar las intervenciones del analista apartándolas de una mera apreciación técnica y acercar su proceder   a una lógica sostenida en los tiempos del sujeto más allá de su edad, concepto que resultó clave para su diseño. El hallazgo clínico de considerar que el sujeto al que se dirige el acto analítico es un sujeto que debe ser considerado más por sus tiempos que por su edad otorgó basamento a una propuesta que trascendió el ámbito de la atención a niños para aplicar sus fundamentos a la práctica misma del psicoanálisis,disolviendo cualquier intento de especializar sus variados abordajes.

Los tiempos del sujeto: progresión y fijación.

El concepto de los tiempos del sujeto puso en eje una orientación para el analista que pudo servirse de él, y partiendo de la delimitación del tiempo del sujeto, tiempo de lo Real, de lo Simbólico y de lo Imaginario en la estructura, colocar en perspectiva las intervenciones tendientes al acto analítico.

En realidad, el acento colocado en los tiempos y su fina delimitación comenzó en conjunción con el decidido interés por formalizar la práctica y darle un estatuto transmisible a la experiencia cotidiana; me parecía relevante sostener la pregunta por qué hacemos cuando analizamos o, dicho en otros términos, qué hacemos cuando hacemos lo que hacemos. En ese contexto surge la búsqueda de una perspectiva lógica para dar razones a lo real de la experiencia.

Así, los tiempos del sujeto, como concepto y eje, se convirtieron en vector y brújula para la práctica del análisis mismo al considerar la pluralidad de intervenciones del analista (3) que apuntan todas al acto analítico.
Aunque no parece necesario, es preciso aclarar que estos tiempos no son tiempos evolutivos. Lejos de  ocurrir por espontánea evolución, los tiempos de lo Real, de lo Simbólico y de lo Imaginario, son tiempos que no promocionan naturalmente sino por efecto de una reiterada redistribución de goces. 

Son tiempo que implican distinguir en lo Real, tiempos de engendramiento del objeto causa de deseo y del objeto plus de gozar, en lo Simbólico un tiempo del lenguaje de otro de la palabra y también diferenciar la palabra de su posterior articulación en discurso. Tiempos de lo Imaginario que reclaman delimitar el tiempo propio del precipitado de la imagen especular unificada, como tiempo de constitución del narcisismo, de la representación del mundo y del armado del semblant. 
Siguiendo estas coordenadas, atentos a la dependencia real del sujeto al Otro real en la infancia, propongo reconocer las operaciones necesarias para el armado de la estructura y advertir las contingencias y   fallas presentes en su armado.
Si los tiempos del sujeto no progresan guiados por la vida misma, su empuje y promoción, alejados de cualquier vitalismo constitutivo, requieren en la infancia de operaciones entre el sujeto y el Otro real que pueden o no realizarse.  Las fallas y errores en su armado se leerán  en los detenimientos que como Fixierung, fijaciones primarias,  impedirán el despliegue de los tiempos del sujeto.

¿Pero qué entendemos por fijaciones primarias?

Las fijaciones primarias serán aquellas que lejos de regresionar como las plantea Freud a propósito de los síntomas, son las que vieron impedido el flujo de redistribución de goces y permanecieron repetidamente volviendo al mismo lugar atascando el acceso a nuevos goces en la vida.

Anclaje de lo Real, de lo Simbólico y de lo Imaginario que  puede ver pasar las hojas del calendario sin que la edad del sujeto corresponda a su temporalidad.
La falta, necesaria para motorizar el curso de la vida, puede faltar. En ese caso, a vida pasa sin que pase nada. El rostro de la muerte  se adueña de la vida cuando la falta,  falta.

De ese modo, cada tiempo de lo Real, de lo Simbólico y de lo Imaginario dependerá, para promocionar a un nuevo tiempo,  de la recreación de la falta. Falta necesaria, cuya delimitación ha de causar el deseo.
La fina distinción de los tiempos del sujeto vale asimismo para considerar que el fantasma, respuesta del sujeto a la demanda del Otro y  sostén del deseo,  se estructura en tiempos. Él tampoco se construye por vía natural y cualquier suposición teórica que coloque la respuesta del sujeto  en el  temprano devenir de la existencia,  sin prestar atención a la temporalidad en la edificación de su andamiaje, será una presunción vitalista.

La orientación del deseo se realiza incluyendo  tiempos y contratiempos  que incluyen conjunción, disyunción,  alienación y separación. El marco del fantasma, se enmarca en tiempos y requiere de operaciones en la infancia que pueden hacerlo fallar y hasta fracasar en su armado.

Es muy gráfica al respecto la expresión lanzada por Lacan a propósito del niño cuando afirma que el niño está hecho para aprender algo, para que el nudo se haga bien, porque no hay nada más fácil que lo que falla.
 Y el armado del nudo falla cuando el objeto que el niño es inicialmente para el Otro no hace su alternancia entre sus dos funciones, como ausencia y como presencia. El nudo que se hace bien, cuando están respetados sus agujeros, encuentra un tapón. El resto conveniente en la relación entre el sujeto y el Otro es un resto obturado. En uno y otro caso, pudiendo hacer de tapón en lo Real, en lo Simbólico y en lo Imaginario, el objeto no emerge en su ausencia para que el sujeto pueda existir.
Detención de los tiempos, falla o error en el armado de la estructura, muestran una clara distinción en el psicoanálisis de niños y en aquel sostenido con adultos.

Los progenitores reales que están presentes,  al decir de Freud, son solo el rostro visible de una dependencia real al Otro real con el que se juegan las barajas de los tiempos del sujeto en la infancia.

El fin del análisis en el adulto

El requerimiento de formalizar el fin del análisis y establecer distinciones también puede beneficiarse al  delimitar  los tiempos del sujeto. 

Lacan plantea que al fin del análisis hay un atravesamiento del fantasma y basa su propuesta situando un contrapunto respecto de aquella posición fantasmática con la que el neurótico llega al análisis. Recordemos que al inicio del análisis el fantasma no se presenta  como articulador del deseo. Su presentación es  la de la inversión fantasmática que coloca al sujeto en identificación al objeto en el fantasma y lo retiene fijado en algún goce parasitario,  alejado de su deseo.
Pero para que llegue a haber atravesamiento del fantasma,   será condición temporal previa que el fantasma se haya constituido previamente. Como se puede deducir,  en situaciones en las que hubo fallas en la construcción del fantasma será poco probable alcanzar ese tiempo de fin de análisis. Lógica de los tiempos, un tiempo sin atravesar compromete la sucesiva progresión de los tiempos.
 A su vez, respecto del fin,  Lacan también sostiene que al fin del análisis se trata  de un “sujeto advertido”.
¿Advertido de qué? Advertido de lo Real, diremos.  Pero ¿qué implica estar advertido de lo Real?

Estar advertido de que lo Real no cesa, de que lo Real irrumpe y permanece; y advertido también del goce  no castrado que habita su estructura. Para qué saberlo?  Para “savois y faire”, saber hacer ahí. Saber hacer con  ese real, inventando su respuesta singular en lo real. Pasar y pasar, volver a pasar. Eso no tiene fin.

Saber hacer con el goce que a cada uno lo habita e invita a una respuesta en lo real. Eso ocurre al fin del análisis. El sujeto advertido ha recorrido hasta el límite de lo imposible los significantes sensibles de su historia en la producción del Otro.
Pero sin la progresión de los tiempos de lo Simbólico, de lo Real y de lo Imaginario en la infancia no habrá fin de análisis en la adultez.
 Identificarse al síntoma es eso, el sujeto advertido de ese goce, tendrá un saber hacer ahí con su síntoma. Tendrá una distancia para responder con otro recurso que el de su fantasma invertido, hallará otra vía que apelar a  la consiguiente identificación al objeto o a responder  con las herramientas repetidas de su fijación primaria que bien puede anclar en demandas pulsionales automáticas o en mandatos superyoicos desenlazados de la castración.

Claramente, el fin de análisis de un adulto no es el fin de análisis en la infancia.
Siendo así ¿en qué difieren uno y otro fin?  ¿Cómo formalizar el fin del análisis de un niño?

 El fin del análisis en la infancia

Para sostener que en la infancia hay fin de análisis debemos atender desde el comienzo cuál es la finalidad por la cual tomamos a un niño en análisis.
Fin y comienzo se enlazan ineluctablemente. Ya que un niño entra en análisis cuando están comprometidos los tiempos de efectuación del sujeto,  el analista  dará comienzo al análisis cuando puede delimitar el taponamiento en la recreación de la falta necesaria para la redistribución de los goces.

Si la finalidad que mueve el comienzo del análisis está  presente, el fin del análisis de un niño se producirá cuando se relance el movimiento productivo entre el sujeto y el Otro, cuando la dialéctica requerida para el curso de los tiempos del sujeto vuelva a entrar en promoción.

Sin prisa pero sin pausa, con prudencia, el analista dará  fin al análisis en la infancia para que ésta prosiga  su curso con los padres. Tengamos presente que la transferencia es compartida con ellos y no debe precipitarse la caída de su función.
En definitiva, diré que  entre niños, adolescentes y adultos difiere el fin del análisis,  más por cuestión de tiempos que por razones de edad.                                                         

Bibliografía:

Notas

(1) Lacan, Jacques: Proposición del 9 de octubre de 1967, Revista Scilicet, EditorialDu Seuil, Francia, 1969.

(2) Flesler, Alba: El Niño en Análisis y el Lugar de los Padres, Editorial Paidós, Buenos Aires Argentina, 2007.

(3) Flesler, Alba: El niño en análisis y las intervenciones del analista, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2011.

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