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Número 14 - Noviembre 2020
¿Niños amos o padres destituidos?
Florencia Fernandez - Maria Paula Giordanengo

 

Desde hace algún tiempo, se escucha gran preocupación respecto de cierta posición atribuida a la infancia: se afirma que un niño hoy está ubicado en lugar de amo, respecto de la estructura familiar. Inmediatamente el interrogante que se impone es si se tratará efectivamente de ello o tal vez, nos encontramos frente a una destitución, o cierta falla en dicha estructura que genera como consecuencia que un niño encarne el lugar de tirano.
Es probable que, de un tiempo a esta parte, la función parental esté siendo atravesada por las variaciones epocales que asumen entre otras cosas, que el saber ya no esté depositado en la figura de los padres. La función de corte o de regulación antes coagulada en la estructura parental, actualmente se ha desplazado y también los padres (no solo los niños) resultan afectados por ello.

¿Acaso en estos tiempos alguien escucha decir “en esta casa mando yo”? Seguramente no, tal vez porque pasó de moda o tal vez porque hubo un corrimiento, una variación de la autoridad hacia otras formas que no es sin consecuencias; pues tener una figura con la cual confrontar, y de la cual distanciarse sigue resultando vital para que un niño deje de serlo. No me refiero a su crecimiento sino al cambio en su posición subjetiva.

Para Eric Laurent, ser adulto es hacerse responsable de su goce, y eso tendrá que ver con el recorrido de un análisis más que con una cuestión de desarrollo evolutivo. Señala que un análisis sirve para al menos dos cuestiones esenciales: constribuir a la construcción de un mito portador de valencias edípicas siendo también un modo de asegurar al niño cierta relación al falo. Por tanto ¿cómo pensar hoy la estructuración de un niño bajo estas nuevas coordenadas?
Por ello, que la terceridad esté encarnada en una de sus versiones por el Otro tecnológico tiene efectos en la estructuración del sujeto, difíciles de anticipar. Lo que no debemos desestimar es que el mundo adulto está propiciando cierta ubicación -sino invertida- simétrica en relación a los hijos, por lo que tal vez, no se trate de cargarle las tintas al niño respecto de su oposicionismo con determinados rótulos, sino más bien, de poner a jugar este síntoma actual causando su lectura de un modo crítico, honesto y fundamentalmente no defensivo.

En este punto, cabe interrogarnos por el estatuto del Otro y los discursos imperantes en la actualidad que construyen modos diferenciados de crianza respecto a las generaciones anteriores. La caída de los significantes que sostenían la parentalidad da lugar a nuevos lugares para el niño en lo que se da en llamar la hipermodernidad. Niños con agendas completas, sin lugar para el tiempo lúdico, niños que acumulan conocimientos pero que rechazan el saber, que no logran concentrarse, donde el cuerpo mismo evidencia, en ocasiones, una desregulación pulsional.

Las repercusiones culturales de la llamada crianza responsable, prescripciones acerca de cómo criar a un niño como si la crianza fuese una especie de disciplina a adquirir, suponen una herida estructural que implosiona la autoridad parental y hace trastabillar la operación de filiación necesaria para la estructuración psíquica de un niño. En la clínica, nos encontramos con padres no solo no responsables de su goce, sino padres que devienen niños, y que desde ese lugar de indeterminación subjetiva cuestionan los significantes que delimitan funciones estructurantes, como la investidura del docente y figuras que acompañan al niño en el proceso de institucionalización del saber, es decir, la escuela.
Así ocurre que los padres cuestionan, a veces duramente, a otras autoridades centrales en la vida del niño, erosionando la relación del niño al deseo de saber, porque dicho deseo está en relación directa con el lazo del niño hacia quien se halla investido de la función de educador, es decir, la transmisión no es sin la cesión de éste de un deseo en juego.

Son entonces los adultos quienes, a falta de tomarse de significantes que anuden el deseo con la inconsistencia en el saber, dada por la castración que los atraviesa, conminan al niño a encarnar significantes que los representen, significantes que claramente pueden comandar la dinámica familiar al modo de significantes amos, pero que esto no es sino la legitima respuesta del niño al rechazo del adulto de la castración que los atraviesa.
Criar a un niño es consentir a un no-todo, es introducirlo en un baño de lenguaje que se instituye en el entramado de mitos, fantasías, construcciones artificiosas, cuentos, historias épicas, rituales escolares, actos que ponen en escena una entrada en lo simbólico, es decir, todo aquello que barre a lo padres y los sujete a la cultura en la que el niño se constituye como sujeto deseante.

La apuesta no será a no equivocarse, sino más bien resignarse a que la falla es inevitable. No se puede ser padre sin atravesar la paternidad, no hay modo de prevenirnos, anticiparnos, protegernos ni evitar la angustia irremediable de poner en juego una función que será determinante.

Por tanto, que una figura parental nomine a un niño como hijo es un acto, pero que además de nombrarlo en relación a una filiación pueda ejercer su función, será clave para que el niño-hijo pueda historizarse.
La clínica nos pone sobre la pista de nuevas constituciones psíquicas donde lo pulsional se encuentra a veces estallado, sin los ropajes simbólicos e imaginarios.
Cuando un niño viene a “encarnar”, es decir no a “representar”, sino a vivificar la forma de un objeto de goce sin el recubrimiento simbólico e imaginario, se presentifican modalidades pulsionales que se evidencian en el cuerpo. Un cuerpo en soledad con los ecos de la iteración de un goce con límites agujereados, ya que en tanto sujetos de la palabra; “tenemos" un cuerpo, no lo somos. Lacan nos introduce, de modo magistral, en esta fórmula “el hombre tiene un cuerpo” en uno de sus últimos textos “Joyce, el síntoma”, pero la alusión a la misma ya aparece en el Seminario 2.

El cuerpo es entonces, ese atributo, es lo que se constituye y lo que da solo a través de la palabra. Que sea un atributo, rompiendo la identificación entre el Ser y el cuerpo, responde a la sujeción al significante, como sujetos estamos “disjuntos” del cuerpo.
Existimos como “sujetos de discurso” antes de ser engendrados. La preexistencia del significante en el discurso anticipa las atribuciones del Otro al niño que aún no ha nacido, pero es esperado en el deseo. Así pues en cierto modo, puede decirse que el sujeto, está ahí en la palabra, antes de tener un cuerpo, antes de nacer.

Atributo, don, espera, condiciones sin las cuales no hay advenimiento del sujeto a la vida. Que el niño tenga un cuerpo y no sea solo un organismo implica ese acontecimiento deseante que lo envuelve de significaciones.
Hoy la clínica nos confronta a nuevas lecturas del cuerpo. Recibimos niños que no pueden quedarse quietos, que presentan fenómenos sintomáticos ligados al cuerpo, o “muestran” - mostración que convoca, como tal, a la mirada – impulsiones que resisten a la incidencia de la palabra.

Ir del fenómeno al síntoma del niño, de lo visible - lo que irrumpe - a la construcción de lo ficcional, desde la oferta del analista es una chance para el niño de ser escuchado en ese más allá de lo que muestra o de los significantes que lo coagulan en el lugar de amo.

Bibliografía:

-Laurent, Eric: " Hay un fin de análisis para los niños".  Colección Diva, BsAs.
-Lacan, Jacques:
 El Seminario "El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica" .  Editorial  Paidos, Bs As.                        
 El Seminario " Joyce y el síntoma" , Editorial Paidós, Bs As.

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