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Número 14 - Noviembre 2020
Si vis vitam, para mortem
Gerardo Battista

No hay, contrariamente a lo que se dice, angustia de muerte, porque todo hombre se cree inmortal.
Se lo ha visto desplegarse bastante en todas las creencias: uno no puede pensarse muerto. Para eso hay las mejores razones.
Toda angustia es una angustia de vida, es la única cosa que angustia: que ustedes deben vivir todavía mañana, es eso lo que es angustiante.
(Lacan)

La muerte entra dentro del dominio de la fe. Hacen bien en creer que van a morir, por supuesto. 
Eso les da fuerza. Si no lo creyeran así, ¿podrían soportar la vida que llevan?
(Lacan) 

Sigmund Freud escribe “Más allá del principio de placer” (1) un año antes de su publicación, en 1919, cuando terminaba su artículo “Lo ominoso”, donde ya esboza gran parte del núcleo presente en este trabajo, como ser la extimidad del goce y lo siniestro en el eterno retorno de lo igual de la repetición.

Asimismo, se cumplen 100 años de la pandemia conocida como gripe —mal llamada española—que ha dejado una cifra tres o cuatro veces superior de muertes que la Primera Guerra Mundial. Por la mencionada pandemia, Freud sufre un duro golpe con la muerte de Sophie, su hija preferida y madre del niño que protagoniza el juego que trabaja en este artículo. Freud le escribe a Jones: “Yo mismo, por cierto, habría subrayado la conexión entre la muerte de la hija y los conceptos de “Más allá…” en cualquier estudio analítico sobre otra persona. Pero, así y todo, se trata de un equívoco. El “Más allá…” fue escrito en 1919, cuando mi hija era joven y vigorosa; ella murió en 1920. En septiembre de 1919 dejé el manuscrito del pequeño libro a algunos amigos de Berlín, para que hicieran una lectura atenta; faltaba solo la parte sobre la mortalidad o inmortalidad de los protozoarios. Lo verosímil no siempre es la verdad”.

Siguiendo la pista de Freud en “Más allá…” y tomando las dos referencias de Lacan del epígrafe de este trabajo, ubicaremos que la condición de la vida no es sin la operatoria de la muerte. La muerte no es la pulsión de muerte (2). La pulsión de muerte es un límite al hedonismo porque exige más: el plus de goce (3) que lleva al sujeto a entrar más allá del principio del placer. Para ello, trazaremos un recorrido que tendrá como punto de partida la compulsión de repetición. Fenómeno clínico del cual Freud extraerá la pulsión de muerte y realizará un reordenamiento de su edificio conceptual. Luego abordaremos un nudo entre la pulsión de muerte y la no-relación sexual, el cual nos permitirá arribar a la opacidad de la vida.

Introducción al problema clínico de “Más allá…”

Sin dudas, Sigmund Freud ha sido un contemporáneo —en el sentido de Agamben (4) — pues ha sabido estar a la altura de su tiempo. En “El porvenir de una ilusión" ubica que para no vivir el presente con ingenuidad primero se debería tomar distancia respecto de él. Vale decir, el presente tiene que devenir pasado si es que han de obtenerse de él unos puntos de apoyo para formular juicios sobre las cosas venideras. Teniendo en cuenta la perspectiva epocal, Freud realiza un laboratorio de investigación de la clínica, sosteniendo una conversación permanente entre la práctica analítica –que requiere siempre una "exigencia de contemporaneidad” (5)– y su edificio conceptual. La exigencia de contemporaneidad forma parte de los principios rectores del acto analítico, pues “lo que pasa en el campo del Otro incide en las condiciones de goce pulsional” (6). La exigencia de contemporaneidad nos lleva a deducir que las transmutaciones de la época inciden y cambian la forma de pensar la clínica. Su honestidad intelectual lo llevo a producir tres grandes escansiones en su obra, tal como lo enuncia en el capítulo tres de este trabajo: El arte de interpretar, el levantamiento de las resistencias y las resistencias estructurales.

Sigmund Freud afirma que los conceptos son abiertos cuando enuncia “que las teorías no hay que hacerlas, sino que deben presentársele a uno como intrusos” (7) en la praxis cuyo esfuerzo de formalización permite hacer avanzar al psicoanálisis.
En los claroscuros de la ciencia de su época, Freud ha sabido leer el real opaco de su tiempo. Por tal razón, se erigió como pensador del resto que la ciencia desechaba. Freud conceptualiza la muerte del padre como lo nuclear de las neurosis separando al psicoanálisis de la religión y ubicando la incidencia que acarreaba la prohibición de la satisfacción en la subjetividad de su época. Así como, en este texto, vislumbra que la prohibición misma se constituye en una satisfacción, ubicando la propiedad parodojal en el programa pulsional.

El carácter demoníaco de la compulsión de repetición

En este artículo, Freud formaliza un fenómeno clínico que no logra explicar si continuaba considerando que el aparato psíquico sólo estaba gobernado por el principio de placer. Freud se topa en su práctica con “una enigmática tendencia masoquista del yo” (8) que tiene como meta el dolor o el sufrimiento en el propio cuerpo o del otro. Hallazgo clínico que marcará un antes y un después en el psicoanálisis en el modo de pensar la satisfacción pulsional que habita en el ser hablante.
Hasta este momento, el principio del placer sostenía la metapsicología freudiana. A partir de 1920, el aparato estará gobernado por algo más originario, el más allá del principio de placer. El principio de placer – displacer seguirá trabajando en algunos procesos psíquicos, pues su funcionamiento constituye el automaton del aparato. El principio de realidad se encuentra al servicio de que el placer dure. Ambos principios están del mismo lado, tender a la homeostasis.

El giro de 1920 da cuenta de fenómenos clínicos que le impiden seguir sosteniendo el principio de evitación del displacer y la búsqueda de la homeostasis como rectores del decurso psíquico. Osvaldo Delgado en “Pulsión y necesidad de castigo” plantea que “El fracaso del principio de placer para tramitar “ese estado de excitación corporal” se revela en la compulsión de repetición como afán de reproducir un estado anterior, y el fracaso es lo que relanza el proceso. El fracaso, como satisfacción plena, funciona como causa sosteniendo en la repetición como insistencias de signos un marco de satisfacción como placer en el dolor y el fracaso del trauma, como inasimilable. El carácter demoníaco de la compulsión de repetición se sostiene en el retorno a lo inanimado de la pulsión de muerte, la reducción a cero. En tanto esa reducción a cero fracasa, se sostiene una tensión en el aparato que intenta tramitarse”(9).

El problema clínico de la repetición soportada en la búsqueda de satisfacción en el dolor y sufrimiento en el cuerpo, no modificó todo lo que había expuesto, pero forzó a un reordenamiento conceptual. El reordenamiento conceptual implicó producir una nueva metapsiología, un nuevo dualismo pulsional, un nuevo modo de pensar el masoquismo y, por consiguiente, el trauma. Este reordenamiento conceptual lo llevará poco años después a formular su segunda tópica: yo, ello y superyó.
La compulsión de repetición es un orden de la repetición que no está regida por las leyes del circuito represión-retorno de lo reprimido, sino es una repetición azarosa, traumática. Un encuentro con lo inesperado, con lo que no está determinado simbólicamente. La compulsión de repetición no es un repetición que adormece, sino, más bien, que despierta, angustia. El trauma supone que hay algo que nunca termina de inscribirse, algo que la representación no logra absorber. Ese resto, imposible de absorber en la cadena significante, obliga al aparato a seguir trabajando. La marca del trauma perdura y se impone en la repetición constante, vertiente no pacificadora.

Lo desarrollado hasta aquí, nos permite ubicar dos puntos fundamentales que orientan la lectura de "Más allá del principio del placer”. Por un lado, fuerza a formalizar la presencia del problema clínico de la compulsión de repetición que conlleva la pulsión de muerte, propiciando una mutación que deriva en una nueva tópica pulsional. Por otro lado, determinar en qué relación se halla ésta con el principio del placer. Para tal fin, Freud conceptualiza una ruptura con el principio de placer a partir de tres referentes, dos fenómenos clínicos extraídos de la práctica —el sueño traumático (10) y la repetición en transferencia (11) — y un juego infantil (12).

En efecto, Freud en “Más allá del principio del placer” instaura definitivamente una repetición que no es efecto de la represión secundaria sino una fuerza más originaria que se presenta en la vida anímica y que comanda el aparato. Términos tan sugestivos como recuerdos actuales o “recuerdos de lo que nunca fue olvidado” (13) aluden a lo que pertenecen al inconsciente estructural, que permanece inalterable, inaccesible e irreductible. Freud sitúa en la compulsión de repetición las tendencias masoquistas, que sueldan el dolor y el placer. Por consiguiente, la compulsión de repetición le permite a Freud extraer las categorías de pulsión de muerte y el más allá del principio del placer, las cuales dan cuenta de los obstáculos internos a la práctica psicoanalítica. En la última escansión de su obra, la preocupación de Freud será cómo finalizar una cura cuando la pulsión es ineliminable. Por tal razón, Miller ubica que la “experiencia de Otra cosa que el sentido se volvió evidente en el giro de los años 20” (14). Lacan señala que en la evolución de la metapsicología freudiana, cuyo fundamento es la pulsión de muerte, podemos encontrar “la huella de una elaboración que refleja un pensamiento ético” (15). Es decir, la pulsión de muerte anuda metapsicología y ética en la obra de Freud.

Conflictos pulsionales

Freud parte de especulaciones acerca del comienzo de la vida y de paralelismos biológicos y energéticos para abordar su último dualismo pulsional. La pulsión de muerte es la tendencia más originaria que intenta volver al organismo al estado inorgánico. En cambio, la pulsión de vida viene a desviar esa tendencia innata a la fragmentación, a retornar a lo inanimado. Podemos decir que la vida es el resultado de un compromiso entre ambas mociones pulsiones. De allí que la vida tienda a la muerte. Al final de este trabajo abordaremos la operación necesaria de la asunción de la muerte para tener una vida. Es decir, la muerte oficia como soporte de la vida.

Si la pulsión de muerte trata de repetir el estado inanimado de la materia, anterior a la vida, en la pulsión sexual se trata de una repetición de la sustancia animada. Es decir, la repetición está en el origen de la vida: en efecto, la satisfacción de la pulsión no es otra cosa que la repetición que se dirime entre el resto y el agujero que deja en el aparato psíquico las vivencias míticas fundacionales de satisfacción y de dolor, tal como Freud hace alusión en “Proyecto de psicología para neurólogos” (16). Ese hiato estructural y estructurante escupe un significante que produce la intrusión de la muerte en la vida y, al mismo tiempo, eterniza al sujeto más allá de ésta. Freud no concibe un progreso inmanente al movimiento de la vida; más bien, se confronta una y otra vez en su práctica al conflicto.

Por su parte, Lacan en los primeros capítulos de El Seminario, El yo en la teoría de Freud y en Ia técnica psicoanalítica, en donde manifiesta que la biología freudiana es primero una energética. A su manera, plantea Miller en Biología lacaniana y acontecimiento de cuerpo, sigue esta misma orientación cuando retorna ese año y los siguientes las lecciones de "Más allá del principio de placer”. Dado que la biología freudiana es antes que nada una energética, Lacan afirma que la biología freudiana no es una biología, introduciendo, en su “retorno a Freud”, la estrecha relación entre la pulsión de muerte y el lenguaje.

En Hablo a las paredes, Lacan ubica que la sede de la pulsión de muerte es el lenguaje cuando lo concibe como un aparato de goce. Por tal razón, Lacan sostiene que para gozar hace falta un cuerpo (17). Si Freud refiere a la pulsión de muerte como “soma y germen” (18), Lacan profundizará tal postulado con “la no relación sexual”. De este modo, Lacan plantea que lo “real está ahí antes de que pensemos, pero la relación, en cambio, es mucho más incierta. No solo hay que pensarla sino escribirla. Si no son capaces de escribirla, no hay relación sexual” (19).

Asimismo, Lacan cuando plantea una orientación por lo real en El Seminario 23 retoma lo que propuso en Hablo a las paredes: “La pulsión de muerte es lo real en la medida en que solo se lo puede pensar como imposible (…) Abordar este imposible no podría constituir una esperanza, puesto que este impensable es la muerte, cuyo fundamento en lo real implica que no pueda ser pensada” (20). En esta referencia, Lacan le atribuye a la pulsión de muerte el mismo lugar en que había situado a la no-relación sexual en tanto que imposible, en tanto que real, de lo cual resulta una solidaridad estructural entre la pulsión de muerte y la no-relación sexual.

De lo desarrollado, podemos introducir una diferenciación entre el agujero de lo real, la falta de saber en lo real del sexo y el trauma como encuentro. De esto modo, ubicamos la temporalidad en dos tiempo del trauma que Freud supo precisar antes de inventar el psicoanálisis propiamente dicho con “La interpretación de los sueños”. No es el sexo lo traumático, sino la ausencia de saber y el enigma en el que esa ausencia deja al ser hablante porque no hay respuesta. El trauma como encuentro es lógicamente posterior al agujero de la no-relación sexual. Como ser, en Hans las primeras erecciones y cosquilleos da cuenta de la irrupción de goce fálico que Lacan considera como hétero. Excitaciones pulsionales que provocan que el cuerpo devenga Otro. Los mencionados fenómenos de cuerpo en su hace pipí devienen en acontecimiento de cuerpo, pues el miedo a la mordedura del caballo localiza y condensa el goce fálico en el objeto a en el borde corporal. Desde esta perspectiva, ¿qué valor darle al conflicto pulsional a partir de “Más allá del principio del placer”? Podemos ubicar, al menos, dos estatutos de conflictos pulsionales como saldo de la inscripción del trauma: el masoquismo erógeno primario y el fragmento de agresión libre.
Por un lado, la negativización del goce pulsional que se localiza y condensa en el objeto a en los bordes corporales; y, por el otro, un resto imposible de negativizar, la falta de un saber en lo real sobre el sexo.

Freud plantea un empuje al conflicto independiente del goce fantasmático que fundamenta el masoquismo erógeno primario: “Uno tiene la impresión de que la inclinación al conflicto es algo particular, algo nuevo que viene a sumarse a la situación, independientemente de la cantidad de libido. Y semejante inclinación al conflicto que aparece de manera independiente, difícilmente se pueda reducir a otra cosa que a la injerencia de un fragmento de agresión libre” (21). Este fragmento de agresión libre es “la causa última del conflicto anímico” (22). Por tal razón, podemos decir que el fragmento de agresión libre es de una cualidad diferente al masoquismo erógeno primario. El fragmento de agresión libre podemos ubicarlo como un goce opaco al sentido en el cuerpo mientras que el masoquismo erógeno primario como un goce fijado en los bordes pulsionales del cuerpo. Es decir, el masoquismo erógeno primario es un goce fuera de cuerpo negativizado por el aparato lenguajero.

En El Seminario 21 Jacques Lacan se pregunta: “¿qué es para Freud lo real? Y bien, se los diré: (...) lo imposible” (23). El fragmento de agresión libre es un goce imposible de negativizar. Miller en “Leer un síntoma”ubica que “bajo el nombre de restos sintomáticos Freud chocó con lo real del síntoma, con lo que en el síntoma, es fuera de sentido” (24).La definición de síntoma que refiere Miller es la que Freud elabora en “Inhibición, síntoma y angustia”. El artículo de Miller deja entrever que lee a Freud desde la definición de síntoma que Lacan propone en El Seminario 24, “El síntoma es real. Es incluso la única cosa verdaderamente real, es decir que conserva un sentido en lo real” (25).

En esta perspectiva del síntoma la referencia al cuerpo es ineludible, tal como plantea Lacan en Aún que un cuerpo es algo que se goza. Si el síntoma es una satisfacción de la pulsión, si es goce condicionado por la vida bajo la forma del cuerpo, eso implica que el cuerpo viviente es prevalente en todo síntoma. “He aquí lo que está en el horizonte de lo que llamo "biología lacaniana": el nuevo desarrollo de la sintomatología a partir de los acontecimientos del cuerpo” (26). En consonancia con el cuerpo, Freud hace una nueva precisión sobre el trauma en “Moises y la religión monoteísta”: “vivencias o impresiones en el cuerpo (percepciones sensoriales de lo visto y lo oído). Exigencia pulsional, lo que es lo mismo decir, su fuente está en las pulsiones” (27). Lo no ligado traumático, como componente estructural de las psiconeurosis son aquellas trazas hipertensas que no han podido ser transferidas en calidad de representaciones y, por ende, retienen restos perceptivos —lo visto, lo oído— que conservan caracteres sensoriales hipernítidos. Freud conceptualiza como traumático a esas exigencia pulsional que emanan del cuerpo y son imposibles de simbolizar. El trauma es el momento del encuentro con un goce sexual, sin ese saber sobre la sexualidad. Por eso, en la escena traumática, el cuerpo no metaforiza al goce.

Freud en “El problema económico del masoquismo” (28) considera al masoquismo erógeno primario como el relicto de la primera ligadura de pulsión de muerte con la pulsión de vida que queda como saldo de la expulsión primordial. Ese resto pulsional es el fundamento del masoquismo femenino y moral, que no pueden ser pensados sin “Pegan a un niño”. La matriz fantasmática desprenderá cómo cada quien ha decodificado el enigma del deseo del Otro y su lugar en él mediante una significación fija que soporta sistemas de goce. Cómo se inscribe en cada uno ese borde entre el efecto de sentido y el goce, y desde allí cómo constituye su modo de gozar.
En suma, la formalización de la compulsión de repetición instaura el más allá del principio de placer y una nueva conceptualización del trauma, la exigencia pulsional en el cuerpo. Por tal razón, Freud considera luego de 1920 a la fantasía fundamental como una respuesta al golpe pulsional en el cuerpo y ya no como lo traumático. De este modo, la fantasía fundamental es una construcción homeostática que vela y devela al trauma. Al respecto, Lacan plantea que "el trauma es concebido como algo que ha de ser taponado por la homeostasis subjetivante que orienta todo el funcionamiento definido por el principio del placer” (29). Mientras que la presencia de la pulsión de muerte va mas allá de la homeostasis y el placer.

Para concluir… la vida

Luego de 100 años de la publicación de este texto que introdujo la última escansión de la obra freudiana, persisten vigentes sus postulaciones. Freud con la compulsión de repetición inscribió un traumatismo en el psicoanálisis, mientras que Lacan hizo de él un acontecimiento (30). En estos tiempos pandémicos, el real de la muerte aCosa los sentidos tejidos por el fantasma al poner al desnudo no solo lo inmundo que habita en el ser hablante sino también la esencia misma de la vida.
Marco Aurelio en Meditaciones plantea que nadie pierde otra vida que la que tiene, ni disfruta de otra vida que la que pierde. De modo que la vida más larga y la más corta confluyen en lo mismo. El presente es igual para todos; luego no hay diferencia en lo que se pierde. Y lo único que se nos escapa es, por lo tanto, el momento presente, nunca el pasado ni el porvenir. Pues lo que no existe, ¿quién no los puede arrebatar?

Esta referencia, el epígrafe como el título de este trabajo ponen de relieve, entre otras cosas, la tensión entre lo real de la vida y la asunción de la pérdida que conlleva vivirla. No solo es del orden de una elección vivir la vida, sino también implica un consentimiento a la inexistencia del Otro. Lacan en El Seminario 11 ubica que la elección sólo consiste en saber si uno se propone conservar una de las partes, ya que la otra desaparece de todas formas. Esto conlleva que, en la relación con el Otro, es necesario perder algo para que haya un lazo.

Lacan en “Discurso a los católicos” se pregunta, ¿cómo es posible que estos hombres se abandonen hasta ser presas de la captura de esos espejismos por los que su vida, al desperdiciar la oportunidad, deja escapar su esencia, por los que se juega su pasión? Ante la expansión del real pandémico —que hizo estallar en un primer momento la rutina fantasmática— los espejismos, siempre religiosos, ofrecen un alivio que apacigua los corazones: un sentido al real de la vida, del cual es imposible escapar, pues del sentido se goza. “La muerte entra dentro del dominio de la fe” (31), pues vela y devela la esencia de la vida. La esencia de la vida es el fundamento de lo que verdaderamente angustia. Por tal razón, tanto Freud como Lacan afirman que para soportar la vida y saber hacerla más vivible, no es sin la asunción de la propia muerte.

“El fenómeno de la vida permanece en su esencia completamente impenetrable, sigue escapándose más allá de lo que hagamos” (32). Lacan afirma que la esenciade la vida es nada más real, lo cual significa que nada es más imposible de imaginar. Por tal razón, “el cuerpo parece efectivamente defenderse contra lo que queda de ello, cuando no tiene más la vida, pero la vida es otra cosa que el conjunto de fuerzas que se oponen a la resolución del cuerpo en cadáver” (33). La vida es condición necesaria del goce pero no suficiente ya que ésta sobrepasa el cuerpo, que no es más que una forma transitoria, perecedera. “Solo hay goce con la condición de que la vida se presente como un cuerpo vivo” (34). El goce comienza con la vida antes de entrar en función el lenguaje. La incidencia del significante extiende sus raíces por el cuerpo del ser hablante hasta trenzar en él briznas de goce. El goce y lenguaje quedan prendados en el ser hablante: el cuerpo que se goza es fragmentado por el significante. Reencontramos aquí las pulsiones parciales de Freud. Por lo tanto, goce y cuerpo vivo son el nudo y la condición de la vida. “No sabemos qué es ser vivo, salvo solamente que un cuerpo goza” (35). Lacan concibe un goce ligado a la vida pero bajo la forma de un goce en el cuerpo. Esta concepción de vida en Lacan organiza la experiencia analítica. Experiencia analítica indisociable de una ética que sitúa en su centro un agujero, un imposible.

 Notas:

(*) “Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte”. Freud, S. (1915) “De guerra y muerte. Temas de actualidad”, en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu Editores, vol. XIV, p. 301. Agradezco al Prof. Dr. Osvaldo Delgado su generosa transmisión de la obra de Sigmund Freud en la cátedra Psicoanálisis: Freud 1 de la Facultad de Psicología - UBA.

(**) Agradezco a Ariel Pernicone la invitación a participar del Dossier homenaje del aniversario número 100 de la publicación de “Más allá del principio de placer”.

(1) Freud, S. “Más allá del principio del placer”, en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu Editores, vol. XVIII.

(2) En efecto, la muerte no atenta contra la vida, si la pulsión de muerte.

(3) Laurent, E., “Los objetos a”, Conferencia en la Biblioteca Nacional, 2007.

(4) Agamben, G. ¿Qué es lo contemporáneo? https://docslide.com.br/documents/que-es-lo- contemporaneo.html

(5) Laurent, E. “Lo imposible de enseñar”. Del Edipo a la sexuación. Buenos Aires: Paidós, p. 279.

(6) Miller, J.-A y Laurent, E. El Otro que no existe y sus comités de ética. Buenos Aires: Paidós, p. 373.

(7) Freud, S. Correspondencia de Sigmund Freud. Edición crítica establecida en orden cronológico. Expansión. La internacional psicoanalítica (1909-1914). Vol. 4. Madrid: Biblioteca Nueva, p. 98.

(8) Freud, S. “Más allá del principio del placer”, en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu Editores, vol. XVIII, p. 53.

(9) Delgado, O. “Pulsión y necesidad de castigo”, en La subversión freudiana y sus consecuencias. Buenos Aires: JVE Ediciones, p. 165.

(10) El primer referente es producto de la Gran Guerra, las “neurosis traumáticas” y, su correlato, los “sueños traumáticos”. El sueño en si mismo está perdido, pues como afirma Lacan “un sueño es algo que no se puede decir porque es algo vivido (…) como no sé qué es la vida, se los señalé recién, tampoco sé qué es lo vivido”. (Conferencia en el Centro cultural francés el 30 de marzo de 1974, seguida de una serie de preguntas preparadas con anterioridad, en vistas de esta discusión, y fechadas el 25 de marzo de 1974- Publicada en la obra bilingüe: Lacan in Italia 1953-1978. Lacan en Italia, Milan, La Salamandra, 1978, pp.104-147)  Los operadores del trabajo del sueño, al servicio de la censura onírica, —el desplazamiento, la condensación y la transposición de imágenes en pensamientos— expresaban de modo desfigurado un cumplimiento de deseo. En la revisión de la “Conferencia 29”, los sueños no son el cumplimiento de un deseo, sino la tentativa de un cumplimiento de deseo y la causa que impediría ese propósito sería la fijación inconsciente a un trauma. Los sueños traumáticos no ejemplifican el retorno de lo reprimido sino la compulsión a la repetición, llevan una y otra vez al soñante a la situación traumática. Lo que se intenta el aparato con estos sueños es ligar la energía, para dominar el acontecimiento traumático. El trauma es, para Freud, una excitación sin representación, inasimilable en las redes del principio del placer. “Lo no realizado (fuera de lo simbólico) es tomado por el sueño hacia su realización, en el sentido de que el sueño se dirige a esa realidad que está ahí, a la espera, porque las redes del significante no pueden tomarla. El sueño se dirige a ese punto de real (imposible de asimilar) que el sueño traduce”. (Fernandez Blanco, M., “Más allá del principio del placer: la repetición”) Freud ubica una satisfacción en la repetición del sucedo traumático que tiene como efecto el despertar. Despertar que revela un punto de imposibilidad de simbolización. Despertar que devela la estrecha relación entre sueño y pulsión. Despertar para de seguir soñando, velo de lo imposible de soportar, pues “lo real es ese que yace siempre tras el automaton”. (Lacan, El Seminario, Libro 11, p. 62)

(11) La compulsión de repetición bajo transferencia: El agieren refiere a que el analizante actúa su hacerse pulsional en el dispositivo analítico, antecedente de la compulsión de repetición puesta en forma en la transferencia. En “Recordar, repetir y reelaborar”, Sigmund Freud ubica: “Grupos de procesos psíquicos que como actos puramente internos (...) deben ser considerados separadamente en su relación con el olvidar y el recordar. Aquí sucede (...) que “recuerde” algo que nunca pudo ser “olvidado” porque en ningún tiempo se advirtió, nunca fue consciente”. (Páginas 151-2) Freud le atribuye un estatuto a esta clase de “recuerdos” y “olvidos” por fuera del circuito represión-retorno de lo reprimido. En este sentido, un analizante actúa, bajo transferencia, aquello que refiere a una dimensión más allá del principio de placer. Estos fragmentos de vida real no dan cuenta del conflicto de instancias, ni expresión desfigurada de fantasías inconscientes. Dan cuenta del agieren, y de que siempre tuvieron un sentido penoso, según el agregado en “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” (Delgado, “Fragmentos de vida real”, Lacaniana 13). En esta referencia se puede leer la vertiente libidinal de la transferencia. Lacan en El seminario XI es categórico al distinguir y separar la repetición de la transferencia, al reunir transferencia y pulsión.

(12) Freud extrae la compulsión de repetición de la observación de un juego de su propio nieto. El juego consta de un carretel con un hilo y cada vez que su madre se iba, Heinz hacia desaparecer y luego aparecer al carretel. Al esconderlo, el niño pronunciaba “o, o, o, o” que Freud traduce como “Fort” —en alemán significa “se fue”— eso escenificaba la partida de la madre. Tiraba del piolín y allí pronunciaba con júbilo “Da” —en alemán significa “acá está”. Freud observa que la parte que más se repetía en el juego es la partida, el punto más doloroso, que permite pensar que hay una satisfacción que proviene de otra fuente. El juego Fort-Da es el espacio-soporte de la emergencia del empuje pulsional, permite que se coloque al servicio de la vida. A partir de estos planteamientos de Freud, Lacan plantea que la madre, al alejarse del niño, introduce la presencia-ausencia que se articula al registro de la llamada, el cual origina un esbozo del orden simbólico: (…) quiero únicamente destacar lo que supone el solo hecho de que en la experiencia del niño se introduzca el par de opuestos presencia- ausencia (…) El niño se sitúa en la noción de agente que participa del orden de la simbolicidad, y el par de opuestos presencia-ausencia, la connotación más-menos, que nos da el primer elemento de un orden simbólico. (Lacan, El Seminario, Libro 4, p. 69) Sin duda este elemento no basta por sí solo para constituirlo, porque luego hace falta una secuencia, agrupada como tal, pero en la oposición del más y el menos, presencia y ausencia, está ya virtualmente el origen, el nacimiento, la posibilidad, la condición fundamental de un orden simbólico. El juego propicia la entrada a la primera simbolización, Delgado la llama la primera célula primitiva de inconsciente. Philippe Lacadée en “¿Qué es un niño?” plantea que a este niño le es necesario soportar el agujero real que la madre deja al lado de él al partir, sufrir la privación de su mirada, objeto de su deseo. Le hace falta para ello, ceder su objeto de goce y poner en juego su falta-en-ser. El niño con su objeto salta las fronteras de su dominio transformado en pozo, en agujero, y que comienza el encantamiento, es decir, el empleo de palabras mágicas para operar su separación y poner él mismo en perspectiva su existencia.

(13) Freud, S. “Recordar, repetir y reelaborar”. En J. L. Etcheverry (trad.), Obras completas: Sigmund Freud, (vol. XIV). Buenos Aires: Amorrortu. p. 151.

(14) Miller, J.-A. La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica. Buenos Aires: Paidós, p. 133.

(15) Lacan, J. El Seminario. Libro 7. La ética del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, p. 51.

(16) Freud, S. “Proyecto de psicología para neurólogos,”en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2007, vol. I.

(17) Lacan, J. Hablo a las paredes. Buenos Aires: Paidós, p. 34.

(18) Freud buscará en los estudios de August Weismann una analogía para su nuevo dualismo, en tanto la distinción entre un soma y un plasma germinal sirve para reflejar esta doble tendencia, la de algo que tiende hacia la muerte y otro elemento que avanza hacia la unión y multiplicación de lo vivo.

(19) Ibid., pp. 38-9.

(20) Lacan, J. El seminario. Libro 23. El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 123.

(21) Freud, S. “Análisis terminable e interminable”. En J. L. Etcheverry (trad.), Obras completas: Sigmund Freud, (vol. XXIII). Buenos Aires: Amorrortu, p. 246.

(22) Ibid.

(23) Lacan, J. Clase del 11/12/1973. Seminario 21. “Los no incautos yerran (o Los nombres-del-padre)”. Inédito.

(24) Miller, J.-A. “Leer un síntoma”. Revista Lacaniana de psicoanálisis 12. Buenos Aires: Grama, p. 15.

(25) Lacan, J.,“Hacia un significante nuevo”, Clase del Seminario 24, Revista Lacaniana de psicoanálisis 25. Buenos Aires: Grama, p. 13.

(26)   Miller, J.-A., Biología lacaniana y acontecimiento del cuerpo, Buenos Aires, Diva, p. 27.

(27) Freud, S. “Moisés y la religión monoteista”. En J. L. Etcheverry (trad.), Obras completas: Sigmund Freud, (vol. XXIII). Buenos Aires: Amorrortu, p. 72.

(28) Freud, S. “El problema económico del masoquismo”, en Obras Completas,  Obras completas: Sigmund Freud, (vol. XIX). Buenos Aires: Amorrortu.

(29 )Lacan, J. El seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 2007, p. 63.

(30) Fragmento elaborado con la postulación de J.-A. Miller en El ultimísimo Lacan y la exposición de Osvaldo Delgado en la Noche de Biblioteca de la EOL “Esto no es un aniversario”, 19 de noviembre 2020.

(31) Lacan, J. “Grandes pensadores del siglo XX”, Canal Encuentros, https://www.youtube.com/watch?v=C9yN0Ggij78

(32) Lacan, J., “El deseo, la vida y la muerte”, El seminario, Libro 2, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, .Bs. As., Paidós, 1983.

(33) Lacan, J. Clase del 11/06/1974. Seminario 21. “Los no incautos yerran (o Los nombres-del-padre)”. Inédito.

(34) Miller, J.-A., La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, Paidós, Bs. As., 2003, p. 319.

(35) Lacan, J.,  El Seminario, Libro 20, Aún, Bs. As., Paidós, 1983, p. 32.

 

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