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Número 13 - Mayo 2019
De buen humor
Alejandro Varela

 

En el Hospital de tarde del Hospital Tobar García donde desde hace años compartimos una actividad que convinimos en llamar de supervisión, solemos estar de buen humor.
La palabra es el medio privilegiado para provocar efectos humorísticos, como es de conocimiento general.
La palabra puede angustiar, conmover, asustar, asombrar, esperanzar… Hay palabras emocionantes, otras capaces de sosegar, algunas inolvidables y otras que provocan experiencias precozmente traumáticas.
No todas las experiencias precoces son traumáticas para los niños que circulan por el Servicio. Hay muchas que traducen costumbres, pertenencias diversas, están las que delinean caracteres que Freud hubo de llamar tipos libidinales, y otras que traducen la obscenidad del Otro: éstas más que producidas por  palabras, lo son por silencios a través de los cuales el Otro confiesa su falta de saber en relación a su goce.
Estos niños confrontados a aquello que Freud hubo de llamar desamparo, no evolucionan de acuerdo a su tipo libidinal, su carácter, sino que repiten. Estos últimos, como el goce es del Otro pero el efecto es subjetivo, en verdad no repiten, sino que son repetidos.

Las palabras y su efecto en el humor ha sido el fundamento de las prácticas terapéuticas desde hace mucho tiempo: la palabra es el virus y el medicamento, y siempre deshace los programas (1). Ocurre que hoy este medicamento se encuentra algo rebajado en nombre de las necesidades actuales: debe ser rápido y barato.

En este mundo de palabras, el psicoanálisis responde mediante la interpretación a la queja de los sujetos intentando tener efectos sobre el síntoma mediante el desciframiento.
La aptitud del síntoma para ser descifrado, permite entenderlo como una manera de decir, como un mensaje que espera ser dado a luz, es decir que tiene una significación.
Por otra parte el síntoma no es solamente una manera de decir, sino que también es desde Freud, una satisfacción sexual desplazada al cuerpo o al pensamiento, es decir  en su propio sufrimiento, es una manera de gozar, formación erótica de sustitución, modalidad de vínculo social (2).

Sabemos también, que el síntoma intenta suplir a aquello que implica que no haya nada inscripto en relación a la diferencia sexual y que en el encuentro entre dos goces sexuados sólo haya una satisfacción que quisiéramos sexual y de la que no existe proporción alguna.

Cada civilización oferta algún goce sustitutivo de esa proporción que no hay, y la nuestra nos exhibe una verdadera subversión sexual y social a través de los desarrollos de la ciencia como plantea Lacan en Radiofonía.
Hoy día nos encontramos con la ausencia de los semblantes tradicionales que han acompañado la ausencia de proporción: el amor cortés, la carta de amor, o la mística. En verdad lo que se presenta es una reivindicación del goce de cada quien, de un derecho al goce o de aquello que en la demanda de una justa distribución de los goces se llaman derechos humanos.

En la Alocución sobre la psicosis, tras describir los efectos del discurso de la ciencia promoviendo entre cosas el derecho al nacimiento, la libre disposición del cuerpo y su uso social, - rápidamente afirmemos: se trata del  derecho al goce-  Lacan  concluye: ¿Extraeremos las consecuencias de un término como el de un niño generalizado? (3)

Un párrafo más adelante agrega un comentario que un clérigo le habría formulado a André Malraux citado en sus Antimemorias: Termino por creer, vea usted, en la declinación de mi vida, que no hay personas mayores.

Y concluye: He ahí lo que signa la entrada de todo un mundo en la vía de la segregación.
Segregación, niño generalizado y no hay personas mayores: Colette Soler, en Lo que queda de la infancia describe claramente la diferencia entre una masa y una multitud.
Una multitud – ya lo dijo Freud – es un colectivo ordenado en un lazo social, mientras que una masa es un agregado de individuos.
No se definen por el número, es más, a mayor caída del lazo social más necesidad de elevar el número, por ejemplo la preocupación por el rating.
El problema es ¿cómo arreglárselas para que masas humanas destinadas a compartir un mismo espacio, no solamente geográfico, sino familiar, llegado el caso, permanezcan separadas? Solamente queda la segregación, es decir  dividir en campos el espacio, es decir tratarlo  por medio de lo real.

Cada uno con su habitación, a cada cual su escritorio, su computadora, etc. O más dramáticamente: algunos a los countries, otros a las villas miseria.
El lazo social, por el contrario, permite vivir juntos, cohabitar, es sabido que transforma los meramente prójimos en semejantes.
Ocurre que el lazo social implica disparidad. El S1 en cualquier discurso está en posición de agente y es distinto del el S2, aquello  que designa.
Traducido al funcionamiento social es la adjudicación de funciones: amo – esclavo, analista - analizante, maestro – alumno.
La nuestra es una   época de  paridad, no de  disparidad, del imperio de los derechos individuales en medio del aflojamiento de los lazos sociales.
La disparidad implica una modalidad común de goce pero con diferencias en el ejercicio de las funciones.    En la masa todos tienen el mismo derecho a goces diferentes y ahí es que se produce el problema con la autoridad, la que es difícilmente consentida.
 La consecuencia es  la sustitución de un goce regulado por el lazo social, en detrimento de un derecho al goce de cada uno vía los derechos individuales.
Las dos manifestaciones más evidentes son las del niño tirano y las de los padres violentos: cada uno tiene derecho a su goce.
En la discriminación, no la segregación, que hay en los lazos sociales cuando existen, hay Otro y por lo tanto ideal y por lo tanto exigencia.

Esto que aparece como externo se transforma en un conflicto interior. Completar lo que falta. Hoy lo que falta se transforma en demanda de reconocimiento de lo que hay.
De hecho, las demandas de análisis no son reconocimiento del síntoma sino signos de una paranoia generalizada a través de la cual quien pide un análisis seguramente es víctima de alguna injusticia.
La ausencia del pacto que es violencia regulada en el lazo social, es reemplazada por una violencia generalizada donde se sustituye a otro que no está por un otro del Otro, por ejemplo los comités de ética.
Autoridad hay, pero parece que más que la de los semblantes de los discursos establecidos es la de las autoridades carismáticas: puede más el encanto que el Ideal.
Hace ya muchos años que Guy Debord afirmaba que los niños del momento se parecían más a su tiempo que a sus padres.

Así es que esta desregulación tiene una consecuencia más, el imperio del amor. Exigencias hechas en nombre del amor. A veces la renuncia narcisista funciona, pero desde ya que no es suficiente para regular el goce.
En el contexto de nuestra supervisión, Natalia Galante, nos habla de un niño al que llamaremos Carlos.
El muchachito de tan solo cuatro años no descansa, vive saltando nos dice Natalia. Siempre irritable, evidentemente no está de buen humor.
Desaparecen sus balbuceos y algunas pocas palabras adquiridas después de los once meses tras caerse de una escalera. Carlos también se cayó del lenguaje.
Decíamos que lo traumático se constituía después del silencio del Otro: a cada exceso del niño la madre responde con un gesto violento, inclusive un golpe.
El problema del silencio del Otro que no sabe del goce y que por lo tanto no permite el destino pulsional que además de la represión y la sublimación freudianas - Lacan  agrega la deriva en el lenguaje -, es que hay diferentes formas de no saber: son diferentes modos de obscenidad.

La preocupación de la madre no se instala en cómo el sufrimiento de Carlos podría devenir insuficiencia o conflicto, sino en que no se le note lo que padece.
Hace todo lo que no tiene que hacer, nos comenta Natalia que la madre proclama cuando lo invitan a alguna reunión social o cuando busca algún jardín de infantes para el niño, que cuando se enteran no te reciben. Teme la segregación.
Una de las consecuencias clínicas de la paridad es la ausencia de demanda que la disparidad ocasiona. No es lo mismo lo que ocurre en la disparidad de la transferencia que lo que la paridad acarrea. No es lo mismo la pérdida de goce producido por el significante amo y su retorno como efecto de verdad dividiendo al sujeto, que andar ocultándolo.

Deberíamos reivindicar el escaso espacio que Lacan le otorga a la holofrase. La holofrase hace funcionar la cadena de los enunciados del Otro, que simbolizamos S1 -  S2 como siendo del Uno, sin intervalo, sin el S1 - S2.
Al no haber disparidad en la pregnancia hoy del goce generalizado se favorece la ausencia del intervalo: por eso Lacan habla de la situación esquizofrénica.
El intervalo se manifiesta cada vez que escuchamos a alguien. El niño escucha a los padres, percibe la significación de la frase, y sin embargo se pregunta ¿pero qué quieren decir con esto?
Es así que se manifiesta que el sujeto no toma a los enunciados, no cree en los enunciados, se pregunta sobre el sentido, y es así que se manifiesta sencillamente la presencia del intervalo.(4)

En un mundo que hace tabla rasa con la disparidad, con los lazos sociales, es más difícil lograr esto.
En el intervalo es posible entonces cuestionar el deseo del Otro. Se lo cuestiona precisamente porque el S1 – S2 hacen cadena y la cadena es reprimida.
El sujeto víctima de la holofrase es un sujeto que repercute dócilmente los enunciados del Otro, dice Colette Soler. Es protagonista de una paradoja: por un lado es dócil, pero al mismo tiempo es amo del lenguaje como afirma Lacan.
En la ciudad del discurso donde todos estamos sujetos a las leyes del lenguaje, el psicótico es libre, pero fuera del discurso. Encarna aquellas personalidades como si de las que hablaba Helene Deutsch.
A poco de entrar en la consulta Carlos aplaude rítmicamente siendo imitado por lo adultos que lo acompañan en la escena aplaudiendo a su vez.
La música debe ser uno de los procedimientos donde la remisión  significante es notoria: no hay timbre, altura, tono, notas sin intervalo.
Natalia dice que ante ello Carlos se ríe: tienen un poco de mejor humor: despliega un juego primitivo. No es lo mismo acompañarlo en el ritmo que ponerle la radio.
Es más: sabemos que hay abundantes trabajos sobre la musicoterapia en el autismo.

Podríamos abundar en algunas de las sesiones. Por ejemplo cuando puede jugar a sacarse las zapatillas – pérdida – al mismo tiempo que vierte saliva en el cuerpo de la analista o amaga con tocarla en lo que pudorosamente alguien llama partes íntimas, adjudicándole una pretendida intencionalidad genital. 

En todo caso intentará localizar el goce donde va, es decir en las zonas erógenas, para que todo el cuerpo no sea receptáculo de un goce general y desamarrado como ocurre en la esquizofrenia.
La localización del goce se encuentra en las zonas erógenas y en el órgano sexual, es decir, localización en la superficie del cuerpo. Mientras que en el interior del cuerpo es lo que es llamado un “desierto de goce”, un lugar donde la propiocepción no entra, salvo en el caso de enfermedad. (5)

Hace muchísimos años cuando Enrique Pichón Riviere hablaba de estos niños que se duermen saltando los definía como padeciendo psicosis de movimiento: ¡pobre Carlos: intenso sufrimiento!

Podemos insistir también en que este toqueteo con pérdida es un antecedente para la recuperación del lenguaje que perdió: el lenguaje se adquiere como pago de la deuda por haber aceptado el balbuceo: mis fonemas como objetos. Hace bastante que Héctor Yankelevich hablaba del goce glosolálico.  Esa es la idea de padre muerto según la ley: es ¡mi lenguaje!

Pero hablábamos del humor. Nos detenemos en esto porque probablemente hay un hincapié actual en ocuparse del tema. Nunca hubo en la historia de la psiquiatría tantos casos de bipolares.
Probablemente el humor del que la bipolaridad es un ejemplo, es muy dúctil a la medicación y sabemos lo sensible que son los intereses de los laboratorios a ello.
Ocurre que pasa algo parecido con el autismo: jamás ha habido tantos casos de autismo que esperaban a ser descubiertos como tales escondidos en las frondas de la patología.
Han desaparecido las estructuras, entre ellas las psicosis porque se imponen los síndromes que alcanzan entonces a todos aumentándose la base medicable. Por otra parte, sencillamente es más fácil describir semiología que identificar estructuras.
Entre los analistas ocurre que los fenómenos elementales inherentes a los trastornos con el Otro del lenguaje ya son vulgata: nosotros mismos contribuíamos describiendo la holofrase.
No todo lo que se da en la psicosis se manifiesta  en el lenguaje: las alucinaciones o el automatismo mental, por ejemplo, y también como advierte Lacan en sus comentarios de la Presentación de las Memorias de un neurópata, acerca de lo que acontece como efecto del lenguaje en el viviente acerca de su  goce y su deseo.

Mi hipótesis dice Lacan en Encorees que el individuo corporal se vuelve sujeto porque el significante lo afecta. Se trataría entonces de un individuo del goce. El organismo viviente se afecta y por eso se vuelve sujeto.
Tendríamos por lo tanto dos estatutos distintos del significante y del sujeto: lo que conocemos habitualmente de la falta en ser del sujeto siendo representado por un significante para otro significante y el del significante en tanto que toca directamente la carne del sujeto y se vuelve signo del sujeto del goce.
Ocurre que esta acción que en Encore también, Lacan  atribuye al significante entendido como operador, implica para el organismo una suerte de negativización.
Es un afecto – rudimentario en el ritmo de Carlos – de negativización,  o sea falta de ser y pérdida de goce; con el resultado de que este afecto del lenguaje lanza la libido, poder de la pura pérdida…Lanza la libido, lanza el deseo, permite entonces investir los objetos de la realidad y el erotismo. (6)

Cuando Lacan afirma que en la paranoia el goce está en el lugar del Otro, justamente está diciendo que en un lugar desierto de goce como es el Otro, habita el goce. No es solamente el delirio de persecución, sino que en Schreber Dios es un pensamiento. Es un conjunto de significantes gozados entonces, caídos de su función de operador. Por eso Schreber tiene en su delirio que mantenerlos permanentemente y cuando esos pensamientos se detienen, grita: solamente soporta cuando está incluido en esos pensamientos.

La negativización del lenguaje entonces que despliega deseo y libido se corresponde con lo que Lacan denomina sentimiento de la vida.
Lacan también nos muestra que en las psicosis habita un desorden en relación al sentimiento de la vida, un desorden en el humor.
Carlos está lejos de ser definido como un paranoico, pero la dificultad para la disparidad, único modo del funcionamiento significante en la madre, proporciona la ocasión para significantes gozados en un modo de funcionamiento social segregativo que tampoco favorece la remisión.

Apercibimos que hemos hablado mucho de psicosis. No nos cansaremos de reivindicar siempre en el medio del desorden psicogenético que las teorías de Melanie Klein implicaban, aquella brillante idea de Notas sobre algunos mecanismos esquizoides, cuando describía esa instancia sincrónica y no evolutiva con mecanismos de defensa y angustias específicas, que quisiera o no, incluye el contexto, que llamaba posición.
Estos niños que concurren al hospital de tarde del Tobar son efecto de una posición, pero van al Tobar y muchas Natalias hacen de intervalo en sus ritmos… y ¿saben qué?: cuando lo cuentan, transmiten buen humor; doy fe.

Notas

(1) Soler, Colette. La Cosa civilizada. En Incidencias políticas del psicoanálisis. S y P ediciones. Barcelona. 2011. Página 409.

(2) Soler, Colette. Op. cit. Página 411.

(3) Lacan, Jacques. Alocución sobre la psicosis. En Otros escritos. Paidós. Buenos Aires. 2012. Página 389.

(4) Soler, Colette. Las lecciones de las psicosis. Letra Viva. Buenos Aires. 2016. Página 37.

(5) Soler, Colette. Lecciones…Op. cit. Página 56

(6) Soler, Colette. Lecciones…Op. cit. Página 54.

 

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