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Número 13 - Mayo 2019
Extravios del acto en la adolescencia.
Algunas reflexiones

Gabriel Belucci

 

 

La cuestión de los extravíos del acto nos lleva directamente al acting out como modo de respuesta del sujeto. Desde hace un tiempo estoy interesado en retornar sobre la temática del acting, en dirección hacia algo así como una teoría general del acting. Cada vez más tengo la impresión de que es algo que ordena toda una serie de hechos de la clínica, del sujeto y de la clínica. La cuestión, por ejemplo, del obstáculo analítico, podríamos pensarla —al menos en la neurosis— con la estructura del acting. Y, por otro lado, el acting como modo de respuesta del sujeto nos lleva a la referencia a la escena, como aquello que nos permite —si está en funciones— sostenernos en el mundo.      Sostenernos en relación a dos puntos: el campo del Otro y lo real. Esto como idea amplia, para empezar a pensar algunas cosas.

1.

Si tuviéramos que pensar cierta diacronía en relación con cómo esa escena se va a constituir y va a funcionar para un sujeto, el punto de partida podría ser la escena del Otro. En el caso de los niños pequeños, los niños que serán neuróticos, hay un tiempo inicial en el que son habitantes de la escena del Otro, de la escena de los padres. Particularmente podríamos pensarlos en relación al fantasma materno.

Hay un punto en que eso —si la cosa va más o menos bien— cesa. Un punto en que esa posibilidad de sostenerse en la escena del Otro deja de ser posible. En el historial del pequeño Hans hay un sueño muy interesante, que es completamente auditivo, un sueño donde lo visual no está, que podríamos pensarlo como el momento en el cual Hans se cae de la escena de la madre, deja de poder sostenerse en el fantasma del Otro.

¿Qué es lo que aparece ahí? Típicamente, la fobia. ¿Qué es la fobia? Podemos pensarla como un modo de organizar la relación al campo del Otro.  La fobia tiene una relación con lo espacial, el Otro es un lugar. Se trata de un modo de organizar la relación al campo del Otro y de mediatizar, también, la relación a lo real, cuando no hay una escena —cuando todavía no la hay, en el caso de los niños— que pueda soportarnos en eso. Es decir, o la relación al campo de lo real se estructura como fobia, o como escena. En ese sentido, las fobias infantiles podríamos pensarlas como un “entre dos escenas”: entre la escena de la madre, la escena del Otro, y la posibilidad de armar una escena propia.

Lo típico —hablamos de los tipos clínicos de la neurosis— sería que esa escena se constituya como fantasma. Es decir, suponemos que en ese tiempo de salida de la constitución de la neurosis, en ese momento se va a constituir típicamente un modo de estructuración de la escena, que es el fantasma.

Típicamente, porque no siempre es así. Hay quienes no tienen éxito en esa operación, podríamos pensar en la cuestión de la fobia en los adultos por esa vertiente. Hay también quienes se las arreglan para armar escenas que no sean fantasmáticas. Es interesante el caso de Herbert Graf, no sé si conocen la biografía del pequeño Hans, un personaje verdaderamente notable, que a mi entender siempre fue un fóbico, toda su vida fue un fóbico, sólo que inventó un dispositivo para armar escenas que no eran fantasmáticas.

Si eso funcionó mínimamente, si esa escena fantasmática se constituyó en el tiempo inaugural de la neurosis, hay un tiempo —precisamente el de la adolescencia— en el que eso tendrá que ponerse a prueba. La adolescencia muchos autores la piensan como un momento de verificación o de validación de algo, que habría que definir qué sería. También la pensamos como un momento de tránsito. Propongo, como una hipótesis de trabajo, situar el tránsito adolescente como algo que tiene la estructura del acting, pensar el acting como el modo típico de tránsito adolescente. Si la fobia es la operación típica de entrada en la neurosis, el tránsito adolescente lo podríamos pensar con la estructura del acting. Quienquiera que tenga un recorrido en esa clínica podrá verificarlo.

No siempre ese tránsito toma un modo particularmente ruidoso. Una pregunta posible es si habría entonces modos más llamativos, más ruidosos, del acting, y otros que tal vez son más silenciosos, menos ostensibles, pero que sin embargo podemos pensarlos comprendidos en la estructura del acting, como modo de respuesta.

2.

  Cuando la operación de tránsito adolescente funciona, lo que se produce es una salida, la posibilidad de “salir de” cierta trama que había sostenido al sujeto hasta ese momento. Esa salida implica, de modo típico, lo que podríamos llamar “la estabilización del fantasma”. “Estabilización” es un término que Lacan propuso inicialmente para las psicosis. Considero que es válido utilizarlo en relación a la neurosis, con respecto específicamente al armado del fantasma, a la consolidación del fantasma como respuesta. Plantearé aquí una tesis: que las llamadas “patologías del acto” —un sintagma que habría que discutir— implican el fracaso de esa operación. Es decir, la estabilización del fantasma no se produjo ahí. En consecuencia, el acting sigue siendo un modo de respuesta privilegiado, que tendríamos que pensar entonces qué función tiene, o a qué apunta.

En ese sentido hay distintos desarrollos, algunos bastante conocidos, otros tal vez un poco menos. La primera idea que voy a retomar es que el acting podría pensarse como un modo de respuesta que implica una direccionalidad al Otro, lo que también podríamos leer como un llamado.

  Ahora bien, esa direccionalidad al Otro —y en la adolescencia esto tiene un peso muy grande en muchas situaciones— remite a esa cuestión constitutiva de la estructura, que ahí se vuelve a poner en juego, que es el “¿Puedes perderme?”. Se trata de verificar que el sujeto tiene un lugar en el Otro en tanto falta. Hay muchos actings que tienen esa función, y podríamos leerlos desde esa lógica. El “¿Puedes perderme?” es una operación que se produce en la entrada de la neurosis, pero que en la adolescencia se tiene que verificar qué pasa con eso.

Hay un autor, Jean-Jacques Rassial, que ha tomado, por un lado, el concepto de “estados límites” en el psicoanálisis orientado en Lacan, y por otro lado lo conectó con la cuestión de la adolescencia. Él justamente plantea una hipótesis bastante parecida a la que proponía hace un momento: que los llamados “estados límites” o la “clínica de los bordes” se podrían pensar como una adolescencia inconclusa, como una salida del tránsito adolescente que no termina de poder operarse. Rassial introduce también una idea que habría que pensar qué implicancias tiene, la idea de una validación del Nombre-del-Padre. No basta con que esté en la estructura, sino que es precisa una segunda vuelta, que él la piensa con esta figura de la validación.

Más allá de discutir qué querría decir esto, pienso que con respecto al Padre hay al menos tres aspectos que tienen que ver con esa función ordenadora, y que en la adolescencia van a estar muy presentes, y en particular en relación al acting, a la función que tiene ahí el acting. Por un lado el Padre, en su forma fundamental, es una función de límite. Cuando el Padre no operó, eso no está garantizado en la estructura. Cuando el Padre sí operó, como decía, es preciso que eso se valide, se verifique de algún modo. Hay muchos actings —lo sabemos bien— que apuntan claramente a eso, a que algo de la función de límite se pueda validar.
Pero también hay otra cara de la función del Padre, que es preciso tener muy en cuenta, que es el Padre en tanto función de transmisión, que también hace posible una salida. Pensaba en un adolescente, un joven, que atendí durante unos años, con una interrupción de un par de años en el medio, que en algún momento lo detuvo la policía o tuvo varias situaciones bastante escandalosas, por decirlo de alguna manera, por ejemplo por fumar marihuana en un tren. Es interesante porque muchos lo hacían, pero a él lo pescaron, se puso en situación de “ser pescado”, de alguna manera. Es interesante porque ahí se ponía en cuestión no solamente qué límite era posible para él —era un adolescente que estaba en un momento de cierto desenfreno, por ejemplo en relación al consumo—, sino que se daba en un espacio público, lo cual remite a qué salida y qué transito son posibles. Varias de las situaciones que lo llevaron a cierta intervención de las autoridades se dieron o en medios de transporte, o en boliches. Escenas donde de algún modo está en juego ese afuera a la familia. Esta sería una segunda vertiente. Estamos hablando en términos amplios de la función que el acting puede tener, sin entrar en la singularidad de cada situación clínica.
Habría una tercera función del acting, que sería la de sostener una escena como tal. Algo así como la verificación de que hay escena. Porque, cuando el fantasma es algo cuya estabilidad tiene que ser puesta a prueba, un modo de verificar que —pese a todo— hay escena que sostenga al sujeto es desplegar esa escena en la realidad.

3.

Yo ubicaría esas tres cuestiones como tres aspectos de la función del acting en términos amplios: por un lado, la verificación del lugar que se ocupa en el Otro en tanto falta; en segundo lugar, la verificación de la eficacia del Padre, de que eso está disponible y puede recurrirse a eso; y en tercer lugar, la verificación de que hay escena. En ese sentido, podríamos pensar que el pasaje al acto sería algo así como un punto extremo de ese movimiento. Yo cada vez pienso el acting y el pasaje al acto en cierta continuidad lógica y clínica. Es cierto que podemos oponerlos y pensar sus diferencias, pero en verdad muchas situaciones clínicas que se desarrollan como acting, finalmente terminan precipitando en pasaje al acto, lo cual acontece cuando hay algo ahí que falta en relación a —vamos a situarlo así— un acto del Otro. Cuestión que creo que en nuestra clínica es central.

El movimiento que lleva del acting al pasaje al acto, muchas veces supone un acto no efectuado. También es cierto, y éste es un punto sobre el que al menos quiero llamar a la reflexión, que hay existencias, que al menos durante un tramo —que puede ser muy extenso en el tiempo— se estructuran como actings. Hay tiempos en la existencia del sujeto que pueden tomar la forma de una especie de “acting generalizado”. Pensaba en un caso que todos conocen, que es Dora. Cuando a Dora se le desarma la escena que venía sosteniendo hasta los 16 años, hasta ser abordada por el Señor K en el episodio del lago, se podría decir que de ahí en adelante, Dora vive en acting. Todo lo que transcurre a partir de ahí, hasta lo que sabemos, donde la podemos rastrear, es una especie de gigantesco acting que está claramente dirigido a convocar el amor del padre. Es decir, que en el punto donde su pregunta no se puede sostener, no se puede articular porque el soporte que le daría cierta escena no está, en ese punto Dora, una y otra vez, despliega un acting dirigido a convocar el amor del padre. Eso se despliega también en la transferencia con Freud, y Freud no logra conmoverlo, porque finalmente Dora sigue en esa posición, ese análisis fracasa como análisis. Es preciso pensar por qué alguien, durante determinado lapso, estructura su existencia de esa manera. 

Ubicadas estas tres funciones amplias del acting, me interesa volver sobre un punto que quizás solemos pensar más habitualmente, que es el acting como una impasse en la articulación del tiempo lógico. Ésta es una referencia que introduce Lacan muy tempranamente, y que nos permite pensar la temporalidad del sujeto. Específicamente, el acting da cuenta de una dificultad en el tiempo para comprender. En esa escenificación que tiene lugar en la realidad, en el campo de la realidad, se muestra algo que no puede articularse como pensamiento. Se muestra, agregaría, en la medida en que remite a un real insoportable.

Esto hay que señalarlo porque aporta un elemento de lectura, nos permite interrogar, en el momento en que nos encontramos con esto en la clínica, cuál es el real ahí que no puede ser articulado como pensamiento. La lógica de esto es muy freudiana. En el esquema que Freud propone en Psicoterapia de la histeria, indica la importancia del núcleo patógeno. Freud apunta que, cuando nos acercamos a eso, la articulación de la cadena asociativa se detiene, en ese punto no puede seguir desplegándose. Freud va a ubicar años más tarde que éste es el punto donde se produce muchas veces el obstáculo transferencial, donde la transferencia, en su cara más salvaje, en su cara de acting, se despliega justamente como un modo de sortear ese real que no se puede articular como pensamiento. Es también un modo de convocar —éste me parece el punto donde en todo caso podemos tener alguna incidencia nosotros— una lectura del Otro, y no sólo una lectura sino algo que es del orden del acto.

En ese sentido, el acting nos lleva al paradigma de la urgencia. ¿Qué es la urgencia? Es un tema que atraviesa nuestra clínica, en todas sus variantes. Yo me encontré en Freud con una expresión muy interesante, que por la mala traducción de Etcheverry se pierde en todas sus resonancias. La expresión en alemán es “Not des Lebens”. “Not des Lebens”, Etcheverry traduce esa expresión como “el apremio de la vida”. Ahora bien, en alemán “Not” es urgencia. Etcheverry nos está escamoteando con su mala traducción todo un campo semántico realmente importante, porque Freud nos está diciendo que el sujeto viene al mundo en estado de urgencia. Es decir que nuestra entrada en la existencia se da bajo el signo de la urgencia.

¿Y en qué consiste la urgencia para Freud? Por un lado, en lo que él nombra como “la perturbación económica”. Nosotros podemos leerlo en estos términos que estoy proponiendo como “un real insoportable”. Somos algo arrojado al mundo, y eso nos confronta con un punto de real con el cual nada podemos hacer. Por otro lado, eso le da al Otro un lugar de omnipotencia, no solamente porque en la práctica sin la intervención del Otro moriríamos, sino porque esto, por supuesto, lo instala en un lugar de centralidad simbólica. Fíjense que en la situación de urgencia, en todas las situaciones de urgencia, eso se reproduce de algún modo: volvemos a encontrarnos con un real insoportable, volvemos a encontrarnos con que sin el auxilio ajeno eso no se puede tramitar.

Ahora, hay algo muy interesante si lo pensamos desde la clínica, que es que la única manera de salir de eso es mediante un acto. Que, en principio, es un acto del Otro. Eso que Freud llama en el Proyecto de psicología “la acción específica”, propongo —aunque los términos no sean equivalentes— traducirlo en términos de un acto. Se sale de la urgencia mediante un acto, y ese acto es insustituible. Si no lo hay, no hay manera de salir de esa situación. Esto aplica al acting como modo de respuesta.
Ahora bien, hay actos y actos. Por ejemplo, hay acto médico. Administrar un fármaco puede ser pensado como un acto médico, y eso nos permite pensar también la eficacia de la medicación en términos que no son sólo químicos. Uno podría decir que el medicar, en tanto acto médico, muchas veces ordena algo. Hay un acto, por ejemplo, a nivel de una intervención educativa. Los padres producen muchas veces actos, que cuando están suspendidos justamente hacen que el acting se replique, una y otra vez. A veces, nuestra intervención en la adolescencia es restituir cierta posibilidad del acto de los padres.

4.

De nuestro lado, ¿qué particularidad tendría el acto? El acto analítico podríamos decir que hace serie con otros, y al mismo tiempo no. La particularidad que tiene el acto analítico es que habilita el camino a otro acto. Ya sea un acto que quede del lado del sujeto, en el sentido más pleno, o un acto de los padres, o de alguna instancia en la cual eso no pueda soslayarse.

En el caso del acting, además, eso pasa por algo que todos hemos verificado de algún modo en la clínica, que es la restitución del “tiempo para comprender”. O sea que la posibilidad de que haya un acto del lado del sujeto, un acto que ponga fin a la repetición por la vía del acting, tiene que ver con que ese “tiempo para comprender” que había quedado suspendido, se restituya. Hay un cierto consenso entre distintos autores que se han ocupado de estos temas, en que el primer paso a eso sería no dejar pasar, lo que algunos nombran como “sanción”. Dejar pasar no sólo reproduce la estructura del acting, sino que puede llevar a que finalmente derive en un pasaje al acto. Entonces, no dejar pasar pero, además, habilitar que algún trabajo de pensamiento pueda tener lugar ahí.

¿Y qué sostiene, mientras tanto, que eso se produzca? Es decir, si el marco de fantasma no es algo que esté funcionando eficazmente, ¿qué marco podemos darle a eso ahí? Entiendo que hay una respuesta doble.
Por un lado, el deseo del analista mismo, y la transferencia como aquello que responde al deseo del analista, ya es un marco. Esto es verificable todo el tiempo, cuando eso está la posibilidad de tramitar nuestros reales es una que, cuando eso no está, es totalmente distinta. Ligado, por supuesto, al semblante.

Por otro lado, hay un modo de intervención específico, que creo que facilita esto, que es la construcción. La construcción, dentro de las modalidades de intervención analítica, es aquella que permite que haya un marco en relación a ciertos puntos de real, para que un trabajo de pensamiento sea posible. En esto, Lacan dio un paso importante con respecto a Freud, porque para Freud la escena es —ante todo— argumento, guión. Y para Lacan es eso, pero también es marco. Lacan tenía un conocimiento bastante minucioso del campo de la pintura, y hay muchas de sus reflexiones sobre el fantasma, sobre la escena en general, que están basadas en esto. Bueno, el cuadro, el espacio de la representación, se sostiene en un marco. Y en el decir, ese marco no es el que encontramos en el campo escópico, sino que está dado por las circunstancias. Esto que hacemos, a veces inadvertidamente en la clínica, de apuntar a que ciertas coordenadas se puedan recortar en relación a cuál es el real que está en juego ahí, ya es una operación de construcción, ya eso da marco.

Esto nos lleva a una pregunta amplia, que va más allá de la adolescencia, va más allá incluso de las llamadas “patologías del acto”, que es: ¿de qué modo se puede soportar alguien en relación a sus reales? ¿El único modo es el fantasma? Pareciera que no, desde el momento que hay sujetos que no cuentan con eso y que encuentran alguna manera. Esta pregunta me la hago, no solamente en relación a situaciones clínicas que puedan tener cierta gravedad y que entonces nos llevan a preguntarnos cómo se soporta el sujeto o qué podemos hacer como analistas para que el sujeto se pueda soportar, sino también pensando en el devenir de un análisis. Hay en ese punto un sujeto que contaría con un fantasma como modo de respuesta, pero que el análisis habría agujereado en su consistencia. Entonces, ¿cómo se sostiene alguien más allá de eso? ¿Se mantiene el fantasma como una especie de función de soporte, aun cuando su relación al masoquismo se pueda conmover? Ésta es una pregunta que me hago. ¿O más bien podríamos pensar que el análisis introduce modos de soportarnos ante lo real que no sean ése? Ésta es una pregunta que me hago y que todavía no tiene una respuesta muy precisa, pero en esa dirección estoy pensando.

Esa se articula con la clínica de la adolescencia, con la clínica de las llamadas “patologías del acto” y, en términos amplios, con lo que podríamos llamar las “neurosis graves”. Porque, en definitiva, son sujetos en quienes eso nunca estuvo funcionando con eficacia en la estructura. Pero igualmente, aun cuando no sea ésa la clínica en la que estamos pensando, creo que el devenir de un análisis nos plantea esta cuestión. Porque un análisis no produce alguien que, por ejemplo, viva después de eso en un estado de angustia permanente. La posibilidad de erosionar, de restarle consistencia, de agujerear el fantasma como respuesta, no es que produce un sujeto permanentemente al borde de la angustia. Al contrario, produce un sujeto que puede afrontar sus reales de un modo novedoso, y por qué no decirlo con cierta valentía que la neurosis no tiene. La neurosis es profundamente cobarde en un punto, en relación a lo real.

Creo que veinte años después de un libro como Clínica de los fracasos del fantasma, podríamos poner en entredicho cierta hipótesis que propone ahí Silvia Amigo, en el sentido de que la dirección de la cura permitiría que se produzcan ciertas escrituras que en los tiempos constitutivos de la estructura no tuvieron lugar. Yo creo que eso no es verificable. Al menos en mi práctica y en los testimonios en los que he podido acceder, no se verifica que eso haya efectivamente ocurrido. Sí es verificable que en los tratamientos donde algo ocurre, se producen escrituras —tendrían más bien el carácter de suplencias— que permiten que alguien se pueda soportar de alguna manera en esos puntos donde antes, tal vez, su modo de respuesta sería el acting.

Hace poco vi una película que me pareció muy interesante para pensar algo de esto, que también me permitió darle una vuelta retroactivamente al caso Hans, porque Lacan insiste mucho en el Seminario IV con que la solución de Herbert Graf es una solución atípica. Es decir que Hans no sale de su fobia infantil armando, por ejemplo, una neurosis obsesiva. Lo que hace Herbert Graf —como ya señalé— es dedicarse a armar escenas. E inventa un lugar, el lugar del régisseur, que es el armador de escenas. La película a la que me referí se llama Era el cielo en la versión en castellano, y es una coproducción entre Argentina, Uruguay y Brasil. La acción transcurre en Montevideo. El título en portugués es más interesante, es El silencio del cielo, y el personaje principal se nombra a sí mismo, cuando aparecen algunos trazos de su historia infantil, como “fóbico”. Dice que tenía un miedo absolutamente insoportable al espacio, y que en realidad eso sigue siendo igual, sólo que —sostiene— “los demás no lo advierten, porque me dediqué a escribir guiones”.

5.

Volviendo al acting en la adolescencia, hay que decir que si finalmente la consulta se produce es porque hay un otro que hizo una lectura. Creo, de hecho, que es la forma típica en la que se arma una consulta en la adolescencia. A veces puede ser que, digamos, algún joven ante un encuentro con cierto punto que lo desestabiliza, consulte. Pero no es lo más habitual, en general hay otro que lee que ahí algo pasa, es decir que ya la estructura del acting está operando de entrada. Hay que recordar la llegada de Dora al consultorio de Freud. Es porque el padre lee que ahí hay algo, cuando deja esa carta en que se despide de los padres porque no soporta más la vida y después se desmaya, entonces el padre lee que ahí pasa algo y deriva eso a Freud. Ésa es una intervención interesante del padre, más allá de que el padre tuviera su agenda paralela, que quisiera en el fondo no ser molestado en sus relaciones con la Señora K. La intervención del padre es auspiciosa en la medida en que la consulta se produce. Se produce porque en alguna instancia del Otro se produjo una operación de lectura.

Lo que está en suspenso ahí es un acto. O tal vez más de uno, tal vez haya que pensar en los distintos escenarios por los que circula un adolescente. Cuál o cuáles serían ahí los actos omitidos. El obstáculo sería partir de cualquier tipo de a priori ahí, se requiere una lectura minuciosa, que se habilite el despliegue de lo que sucedió ahí, para poder pensar la función de ese acting, qué es lo que se está mostrando en ese acting, a qué otro va dirigido, a qué instancia del otro va dirigido, y en todo caso, cuál o cuáles serían los actos que están ahí omitidos (del lado de los padres, del lado de los educadores, del lado de quien sea que eventualmente puede intervenir ahí).

No es lo mismo que eso tenga lugar o no. Más allá de eso, de nuestro lado lo que podemos habilitar —que en ninguna otra instancia se puede producir de esta manera— es que haya un trabajo de pensamiento en ese adolescente, que eventualmente pueda llevarlo a las puertas de un acto de su lado, no solamente del lado del Otro. Casi podríamos pensar que cierto trayecto posible en el tratamiento de un adolescente iría del acto omitido por el Otro a la posibilidad de un acto propio, si lo puedo decir así.
¿Qué se hace con un acting, del lado del analista? Como operación mínima, ir balizando de algún modo ese terreno, en el sentido de ir ubicando, cuando un acting acontece, que ahí pasó algo, y que eso que pasó sería importante pensarlo de alguna manera. Ahí los modos van a tener que ver con el estilo de cada adolescente. Hay adolescentes más replegados, menos replegados, algunos que se pueden prestar mejor a cierta circulación de la palabra y de pensar algo en torno de eso, y en otros casos eso es más difícil de abordar. Yo no plantearía, de todas maneras, como una cuestión generalizada en esos puntos, apelar a un recurso tercero, que podría ser el juego. A veces eso funciona, y puede ser una mediación interesante. El juego, no por supuesto con la característica que tiene en los niños, sino el recurso a los juegos de mesa, a algo que permita mediatizar cierto “decir sobre”. Lo cual es un recurso válido, yo no lo desestimo, sólo que sería complicado sería generalizarlo. Hay realmente un espacio muy amplio para la invención de cada uno, y esto es un desafío, sin dudas.

En ese punto hay algo que podemos hacer para avanzar en la conceptualización, que es armar una serie clínica en relación a testimonios en los cuales haya habido un hacer en esos puntos, y poder extraer sus coordenadas. Seguramente en ese armado de una serie clínica irá decantando una lógica donde podamos encontrar ciertos modos más o menos característicos. Se puede armar una serie clínica, siempre y cuando esa serie conserve el carácter de una serie abierta. Esta idea la encontré hace muchos años en un texto de Luis Sanfelippo y Laura Pelazas, donde planteaban justamente esto. Ésa es una tarea concreta, anclada en la clínica y que es insoslayable, porque sino todo lo que podamos decir no deja de ser una suerte de abstracción.

6.

Está, por otra parte, la cuestión de las identificaciones. La identificación en la adolescencia, sobre todo las identificaciones que hacen masa, se la podría pensar también como consecuencia de cierta impasse fantasmática. Así lo pensaba, por ejemplo, Jimmy Kuffer en su momento. Yo hace unos cuantos años lo había escuchado en un seminario donde planteaba que, justamente, el tránsito adolescente, en la medida en que la respuesta del fantasma queda ahí suspendida, se puede pensar con la estructura de la masa directamente. Entonces, me parece que ahí hay algo a pensar en su diferencia.

No es lo mismo el acting como modo singular de respuesta y demostrar algo que no se puede articular como pensamiento, que la solución que da la masa, que habría que ver si la pensamos en los mismos términos que el acting, o es otra cosa. La masa ya es un punto de anclaje para el sujeto, que no sé si equipararlo al acting. No sé si que alguien se corte necesariamente tiene que ser leído como un acting. Puede serlo, muchas veces lo es, de hecho. Pero puede ser parte de una identificación enmarcada en el grupo de pares, como en el caso de los “emos”.

En ese sentido, yo creo que muchas veces la estructura de la masa le funciona a los adolescentes como una especie de trasfondo, sobre el cual no necesariamente vamos a operar de manera directa. Tal vez el punto donde se pueda empezar a recortar ahí un modo de respuesta singular, quizás haga que eso —como modo de anclaje del sujeto— pierda cierta consistencia. Porque ¿por qué el sujeto recurriría a la masa para sostenerse? En el punto en que otros modos de respuesta, si se quiere más singularizados, no están disponibles.

Nosotros leemos la masa ya como una respuesta posible que da un sujeto a cierto punto de real. La inscripción en una masa también es un modo de respuesta de un sujeto en su singularidad. Alguien puede estar alienado a la respuesta que da una masa y que el solo hecho de empezar a hablar, en las condiciones del dispositivo analítico, favorece que ahí se pueda pensar algo más de eso. Que tiene que ver justamente con la función que eso tiene para ese sujeto, en ese momento. Y esto es verificable cuando se produce, tiene un efecto separador. Que no necesariamente quiere decir que el sujeto ahí quede por fuera del marco que le da esa masa, pero en todo caso, su relación a eso cambia.
Yo he analizado militantes políticos, y en algún punto, los efectos interesantes que produjo un análisis fueron que la convicción seguía siendo la misma, la militancia seguía estando, pero la relación a eso era bien distinta. Por ejemplo, de una relación totalmente arrasadora, donde alguien quedaba totalmente tomado por eso y toda su vida quedaba organizada por eso, a una relación donde eso estaba y era un punto de anclaje, pero no era el único y había una movilidad totalmente inédita en relación al punto de partida. Se trata de salir de una posición de alienación. Porque la masa, finalmente, traduce eso como una alienación muy fundamental, no por nada toma tanta importancia en el tránsito adolescente, como si se volviera a una especie de punto originario donde lo que está en juego es esa alienación al Otro. Constitutiva del yo, por algo el texto de Freud se llama Psicología de las masas y análisis del yo.

7.

Antes de concluir, quisiera plantear la relación que esto tiene con la época. Uno de los aspectos centrales de la época es lo que Lacan ubica como el “declive del Padre”. ¿Cómo se las arregla un adolescente que justamente va a validar la eficacia del Nombre-del-Padre para que eso se sostenga y pueda salir del tránsito adolescente? Entiendo que la doble operación que hace Lacan en su última enseñanza, de pluralizar por un lado el Nombre-del-Padre —ya no es el Nombre-del-Padre, sino los Nombres-del-Padre— y, por otro lado, abrir a pensar soluciones, escrituras que no sean por la vía del Padre, en gran medida es una respuesta a la época, que nosotros podemos tomar.

Nuestra época —si bien es un problema para el tránsito adolescente— también aporta una diversidad de soluciones o de puntos de apoyo, que si nos servimos de eso puede ser interesante. Irene Greiser, en un libro que tiene que ver con la cuestión del delito leído desde el psicoanálisis, hace un comentario de una película que tal vez conozcan, que es L’enfant, El niño, una película belga del año 2005, donde hay una parejita de adolescentes, jóvenes en cierto estado de marginalidad, podríamos decir, y de desenfreno. Hay algo ahí que no se puede terminar de acotar y de encontrar un límite. En un momento, la chica queda embarazada. Él le propone vender al hijo para poder seguir disponiendo de dinero, “total” —dice— “podemos hacer otro”. Con absoluto cinismo le dice, en una posición muy de la época, esto. En ese punto, esto funciona como un tope para la chica. Es decir que algo del orden de lo amoroso ahí opera, no sé si como Nombre-del-Padre pero al menos como tope.
En ese sentido nosotros —sobre todo cuando trabajamos con adolescentes— conviene que estemos muy atentos a cuáles son los puntos de apoyo que sí la época proporciona, que podrían permitir esta operatoria aun cuando elNombre-del-Padre, como función central, esté sumamente jaqueado en nuestros días. Porque por ahí estamos buscando por donde eso no está, y no estamos leyendo dónde sí se puede soportar. Me parece que esa película es muy interesante en ese punto: recorta cómo algo del orden de lo singular, de la cuestión amorosa para esa chica funciona como límite, ahí donde otros límites no están operativos.

¿Qué es lo que podría armar un límite? Yo trabajé un caso de mi propia práctica en el que la aparición del ataque de pánico —una serie de ataques de pánico— funcionó para ese joven que estaba metido también en una situación de consumo totalmente desenfrenada, funcionó como un límite y la posibilidad de empezar a escribir un Padre. Ahora, ¿el ataque de pánico es eso? No. Para ese joven fue eso, tuvo una función. Entonces, me parece que ésta es una época en la que tenemos que estar mucho más atentos a esa diversidad de puntos de apoyo, y a cómo cada uno se puede servir de eso. Los modos típicos que había hace cuarenta, cincuenta años, ya no funcionan del mismo modo. Para algunos sí, puede ser, pero para muchos no.
Por supuesto, hay límites más costosos que otros. Eso nos llevaría a otra cuestión, que es la del cuerpo, y cómo el cuerpo muchas veces es lo que permite escribir un límite. Y eso permite captar mejor la idea de Lacan de que el cuerpo es nudo. Ya está funcionando como anudamiento algo ahí. En los obsesivos, de hecho, muchas veces eso hace tope. Ahí donde pareciera que todo es mente —esa posición cartesiana— no es así. Hay un cuerpo, y el cuerpo marca ciertos topes. 

Concluimos (x) aquí, habiendo indicado algunas de las direcciones importantes de la teoría del acting, y de sus relaciones con el tránsito adolescente. Líneas que son precipitados de la experiencia y la reflexión, pero también apertura a nuevas elaboraciones. Seguimos, como otras veces, el espíritu de reinvención que Lacan nos invitó a sostener, único solidario de la vigencia de una práctica.

Notas

(x) Basado en una conferencia dictada en el CSM N°1, “Dr. Hugo Rosarios”, el 6.IX.2017. Texto establecido por el autor, sobre la base de una transcripción de Dolores Martínez.

Bibliografía

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