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Número 12 - Diciembre 2017
Kant y la infantilización previa a un régimen autoritario
Sergio Zabalza (1)

En el breve período transcurrido desde el brutal show represivo montado por el gobierno para atemperar los efectos del multitudinario reclamo por la aparición con vida de Santiago Maldonado, una densa sombra se inclina sobre la sociedad argentina. El recuerdo de un pasado ominoso retorna con posibilidad cierta de repetición, y junto con él una serie de señales propias de los regímenes autoritarios en ciernes. En este derrape va de suyo la concurrencia de la vocación antidemocrática y corrupta de la actual administración que llegó al poder con promesas de inmaculado republicanismo, lo que no deja de sorprender es la complicidad de cierta parte de la sociedad civil en esta pendiente hacia lo peor. Sospechamos que una deliberada infantilización del discurso cala en algunas capas de la comunidad para hacer posible este desaguisado de imprevisibles consecuencias.

Se trata de que el asco, la vergüenza y la compasión constituyen los diques o barreras que Freud menciona como indispensables para la vida en comunidad, esa conciencia moral que inhibe la concreción de crímenes aberrantes. Es para destacar que tales factores intervienen tanto en la conformación de un cuerpo de deseo como en la consolidación de un cuerpo social. En efecto, si las cosas no han ido tan mal, a la salida de la adolescencia un sujeto cuenta en su haber con una economía libidinal aquilatada en base a la renuncia de ambiciones narcisistas que dejan expedito el camino hacia la exogamia, esto es: el interés por los objetos del mundo, eso que por oposición Freud llama “el desasimiento de los objetos incestuosos”. Entonces, del “His Majesty the Baby” con que Freud describía al egocentrismo propio del niño hasta la constitución del hombre o mujer adultos, media la indispensable conciencia moral que hace posible la vida en comunidad.

De esta manera, no es para extrañarse que el actual derrape ético, por el cual miles de personas se dejan tomar por un discurso de tono evangélico, resulte en una suerte de infantilización que, por obturar el conflicto que anima la vida en comunidad, termina por exacerbar la violencia, el resentimiento o la sospecha. “Todos juntos”, “no mentir”, “sí, se puede” son algunos de las frases cuyo efecto ilusorio termina por despertar los impulsos más primarios de una comunidad hablante y así descomponer el cuerpo social.
Se trata de una estimulación de las fantasías más regresivas del sujeto: ese lugar encantado donde por fin las personas buenas poseerían todo lo que se merecen porque nadie tendría dudas acerca de dónde está el bien y dónde está el mal. Es decir, un destino de hadas para que el “His Majesty the Baby” (2) de cada individuo retorne en la identificación con el Monarca/garca, que sin embargo les miente de manera descarada. Lo cierto es que hoy se escuchan, expresados casi con solemnidad, los más disparatados argumentos con el fin de disimular la ineptitud, el delito y el atropello con que este gobierno deja ver días a día y hora por hora su vocación autoritaria.  Enfrentar esta subjetividad infantilizada requiere de una construcción social, imposible de alcanzar sin el compromiso subjetivo que miles de personas pongan en su vida cotidiana para no ceder ante los propios arrebatos, caprichos o desilusiones. Hoy más que nunca: se trata de ser adultos.

En efecto, si tal como dice Freud, se empieza por ceder en las palabras y se termina cediendo en los hechos, se hace imprescindible entonces condenar los discursos que relativizan la barbarie porque lo que está en juego en esta infantilización es, nada más ni nada menos, que “el uso público de la razón”.  El mismo consiste en un concepto del filósofo Emanuel Kant -cumbre ética si las hay- para quien “La ilustración consiste en el hecho por el cual el hombre sale de la minoría de edad”. En efecto, lejos de atribuirla a la edad biológica, Kant explica que “La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto de entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, (…) para esa ilustración sólo se exige libertad y, por cierto, la más inocente de todas las que llevan tal nombre, a saber, la libertad de hacer un uso público de la razón, en cualquier dominio” (3). Cuando la autoridad responsable demuestra no estar en condiciones de ejercer el uso público de la razón, vale preguntarse en manos de quien está nuestra libertad y seguridad

Notas

(1) Psicoanalista. Licenciado en Psicología (UBA); Magíster en Clínica Psicoanalítica ( UNSAM); y actual doctorando en la Universidad de Buenos Aires.

(2) Sigmund Freud, “Introducción al narcisismo”.

(3) Immanuel Kant, Filosofía de la historia. Qué es la ilustración.  La Plata, Terramar, 2004, pp. 33 y 34.

 

 

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