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Número 7 - Abril 2004
¿A qué querés jugar?
Lilén Grispino

 

Leo tenía 8 años cuando lo conocí. Llegó al hospital porque según sus padres, hablaba en tercera persona y no podía terminar ninguna frase para comunicarse.

Como resultado de esto y otros tantos síntomas, el diagnóstico fue Esquizofrenia Indiferenciada según el Manual de Psiquiatría D.S.M IV.

Se podría decir que los dos llegamos al mismo tiempo al hospital, así que al mes de estar trabajando allí me derivan al paciente. Ese Junio del 2002 fue la primera vez que me encontré con Leo y con su diagnóstico. Ambos desconocidos y enigmáticos para mí.

"De su capacidad para leer y escribir."

La gente que lo conocía hablaba de la capacidad que él tenía para leer y escribir más allá de su diagnostico. También los padres referían esto como una carta de presentación de su hijo.

Por eso en nuestros primeros encuentros pensé que era bueno dibujar, leer cuentos y escribir.

El tiempo fue pasando y aquella apariencia que se presentó en un inicio: la de un niño dócil, obediente, que leía y escribía muy bien comenzaba a cambiar.

No es que él dejara de leer y de escribir, la cuestión era que técnicamente él podía responder a la lectura y la escritura, pero no desde el lado de la comprensión.

A partir de allí surgió mi primer interrogante en el hospital (y por suerte no el último) acerca de cómo era posible que alguien leyera tan bien y no comprendiese nada de lo que leía.

Fue en ese momento en que me di cuenta que en Leo había una escisión entre técnica y comprensión, una indiferenciación tal como lo definía su diagnóstico, que le permitía estar dentro del lenguaje como un "personaje verboso"pero fuera del discurso.

Es por eso que hoy quiero contar este caso, para dar cuenta que más allá de esa escisión hay un trabajo posible con la psicosis.

Leo ¿A qué querés jugar?

Esta pregunta que le hacía a Leo luego de dos meses de trabajo, era algo imposible de contestar para él.

Cada vez que le daba la posibilidad de elegir, él de manera ecolálica decía: "Leo: ¿A qué querés jugar?". Lo único que la pregunta le provocaba era una dificultad. Se preguntaba compulsivamente esto, pero la respuesta nunca aparecía, justamente porque esta pregunta remitía acerca de su deseo e iba mucho más allá de la elección de una actividad lúdica.

¿Quién soy yo para estar convencida y apostar?. ¿Soy yo quién tiene que hacer algo?

Dicha situación era muy difícil pero igual yo estaba convencida que algo podía hacer para que en ese encuentro surja un juego, por consecuencia un niño, y por qué no que esa producción que allí apareciera sirviera de un posible enlace entre técnica y comprensión.

Por lo tanto en cada encuentro semanal trataba de brindarle un marco, dentro del cual ocurrían los juegos más extraños y divertidos.

En ese escenario que creábamos todo estaba permitido, reírse, que la ecolalia se transfomara en un rap, e inclusive nos animamos a inventar un juego en donde "ninguna" pregunta tenía respuestas.

Todo era posible porque era "de mentira" (significante que él utilizaba en forma de pregunta acerca de los objetos que utilizábamos para jugar) no es que jugar sea "de mentira", sino que todo lo que allí ocurría era tan real que buscamos los trajes del "como sí" para vestirnos e interpretar personajes y escenas de las más alocadas, porque de eso se trataba de "jugar a la locura"y de que ésta se jugara en nosotros.

Los juegos con Leo fueron de los más variados: desde recorrer el hospital como un saltarín, transformarme en Pikachu y con su ayuda correr para que no nos ataquen los enemigos, hasta jugar a cosas que en su momento yo no entendía de qué se trataban o no podía nombrarlas como un determinado juego. Pero me animaba: ¿a ver que salía?.

Me arriesgué a jugar a la técnica, a no comprender. Si Leo planteaba que así se jugaba, de esa manera lo hacíamos, en cierto punto fuimos más allá de la comprensión.

Jugamos por la actividad en si misma, jugar por jugar sin saber a que, sin esperar una dirección, ni a cumplir un objetivo específico.

Desde mi lugar como acompañante terapéutica era complejo soportar este juego, era raro y diferente.¿Un juego en donde no tenía que comprender?. Entonces me pregunté durante varios encuentros ¿A qué estamos jugando?

Luego de un tiempo de trabajo me di cuenta que jugábamos a un montón de cosas aún sin saber, sin comprender. Porque si de algo se trata en la psicosis es de no comprender.

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Por ejemplo: de golpes en las mesas y armarios pudimos armar un espectáculo musical al mejor estilo "stump", aunque como todo, a veces salían cosas buenas y otras no tanto. Que yo no supiese a que jugaba Leo no quería decir que él no jugara.

Todos los que trabajamos con niños debemos recrear, reconstruir un espacio de juego.

El juego pre-existe al niño por lo tanto en la medida en que hay juego, hay un niño, que nos espera para jugar y jugarse.

A través de esta actividad lúdica creamos una escena que permite acotar el goce y comenzar de a poco a instaurar algo del orden del deseo, del querer, "querer jugar a ser otro para ser él", de crear un espacio del como sí , en donde allí todo es válido. Podemos volar, morirnos, nacer con otros nombres, ser viejos, ser instrumentos musicales, etc. en donde la libertad y la invención sean "las reglas del juego".

Estas dos reglas fueron de alguna manera los ejes que sostuvieron nuestro año de trabajo.

En mi último mes en el hospital las cosas con Leo empezaron a cambiar, ese nene dócil y obediente que había conocido hacía un año comenzaba a decir "no quiero", "estoy enojado". Apareció un niño que se movía para todos lados, bailaba, corría, saltaba.

La quietud que presentaba en un inicio estaba cambiando por movimiento y así quedó demostrado en uno de los últimos encuentros que tuvimos.

 

Como todos los martes nos dispusimos a jugar, fuimos a la sala de juegos y aprovechando que no había gente, usamos ese espacio que rápidamente se transformó en un

"Corsódromo".

Armamos los instrumentos musicales, una batería hecha de latas de leche Nido que servirían para alimentar nuestra escena, maracas de cotillón y dos antifaces de brillantina.

Con toda la escenografía montada comenzaba a desarrollarse: "El Show de los Murgueros".

Mi papel era musical, cantaba y tocaba la batería. Él bailaba y repetía el estribillo de una canción que hacía un tiempo ya nos venía acompañando.

Todo se desarrollaba muy bien, el show era divertido, Leo llevaba su protagónico de una manera ejemplar, hasta que poco a poco ese show comenzó a caerse y con el se caía Leo. Su baile ya no era un baile, los movimientos eran cada vez más desorganizados y a mí me costaba cada vez más sostener la escena y a Leo.

La canción se transformaba en gritos y risas sin sentido y lo que se presentaba ahí no era un niño sino que era un cuerpo en pedazos que se movía impulsivamente.

El carnaval y la murga se habían ido y allí solo quedaba la muestra de lo que alguna vez había sido alegría.

Cambios de señalamientos del último encuentro.

Mientras el tiempo a mí se me tornaba eterno, mi disfraz había cambiado de un antifaz a un signo de pregunta que todo el tiempo me repetía ¿Qué estaba pasando? ¿Qué había cambiado?.

No iba a decirle: "ya basta", que terminara de hacer eso porque lo único que provocaba con esa acción era reforzar "la escena". Pero sentía que lo siniestro de ella me invitaba a quedar atrapada.

Entonces la pregunta inicial que tantas veces le hice a Leo ahora era para mí, ¿A qué querés jugar?, ¿A qué estamos jugando?. Así fue que aposté a que allí había un juego y que haría todo lo posible para que en ese borde donde ahora ambos estábamos transitando, no se desbordara y me decidí a "bailar" tan parecido como lo estaba haciendo él. Traje de nuevo la canción que nos había acompañado y comencé mi "número artístico".

Mi manera de cantar y de bailar era torpe, eso hizo que tirara todo cuanto había a nuestro alrededor, comencé a tirar los muñecos, a patear las sillitas de plástico y luego de un tiempo de hacer del "baile" este "show", Leo se paró frente a mí, me miró por un tiempo, tomó una silla, se sentó y me dijo:

-Bueno, bueno Lilén ¿Vamos a seguir cantando?

Y así fue. Yo me senté a su lado, la batería de la murga se disgregó en tambores, él tomó uno y yo otro, como dos artistas nos acomodamos para ejecutarlos correctamente y comenzamos a cantar.

El público nos estaba esperando, ovacionaban a Leo y era lógico..."el Show debía comenzar...".

Bibliografía Consultada

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