Volver a la página principal
Número 3 - Abril 2001
El psicoanálisis y los niños con problemas orgánicos (*)
Elsa Coriat

 

Uno de los postulados centrales que sostienen el edificio de la teoría psicoanalítica es que la causa del sujeto no reside en lo orgánico. Si semejante aserto se demostrara falso sería necesario construir una nueva teoría.

Por nuestra parte, no pensamos formar parte de quienes pretenden socavarlo. Para nosotros, que trabajamos con chicos con problemas orgánicos, ese postulado es plataforma y guía para fundamentar como necesidad imprescindible la presencia de un psicoanalista en la clínica de los problemas del desarrollo infantil. Al mismo tiempo, los resultados de nuestras operaciones confirman permanentemente la validez de su extensión.

Sin embargo, en lo que cotidianamente escuchamos o leemos en el discurso de tantos psicoanalistas de nuestra época, nos llama la atención el empeño por desconocer o por dejar afuera los puntos en que lo orgánico incide en la construcción del aparato psíquico y, por lo tanto, en la constitución del sujeto. A nuestro entender, ni Freud ni Lacan cometieron ese error, pudiendo encontrarse en sus textos articulaciones que de sobra justifican una lectura distinta a la que tan masivamente circula en la actualidad.

También nos llama la atención que, paradojalmente, tantos de los mismos psicoanalistas que dejan absolutamente de lado lo orgánico en sus teorizaciones, consideren impracticable o no propio de un psicoanalista el ocuparse de pacientes comprometidos con cierto tipo de alteraciones en su sistema nervioso central, en especial de aquellos afectados por un retardo mental.

En el otro extremo, hay psicoanalistas que deciden tomar en tratamiento a un niño con problemas orgánicos e intervenir con él y con sus padres exactamente igual a cómo lo habrían hecho con un niño orgánicamente normal. En buena medida compar-timos esta posición, pero si el "exactamente igual" de lo específico no viene acotado por un trabajo en equipo interdisciplinario, aspectos fundamentales de la vida del niño --que necesariamente están por fuera del trabajo de un analista en la sesión-- posiblemente harán fracasar el destino de ese tratamiento y de ese niño.

Nos queda un tercer grupo de psicoanalistas, lamentablemente en expansión. Nos referimos a aquellos que consideran que lo que llaman "debilidad mental" es consecuencia de lo orgánico, y que no conciben otro diagnóstico que ése para un niño que nace con una patología que implique deficiencia o retardo mental. Por más que a sí mismos se autodenominen psicoanalistas y discurran con significantes lacanianos, en este campo nos parece que intervienen con concepciones y con efectos exclusivamente psiquiatrizantes.

En cuanto a Freud, no ignoraba lo orgánico. Lo que nosotros denominamos aquí "lo orgánico" en Freud se subsume bajo el concepto de lo constitucional. Lo constitucional, según Freud, incluye lo genéticamente heredado y las influencias experi-mentadas durante los años infantiles, que, junto con los sucesos accidentales (traumáticos) conforman las series complemen-tarias(1).

Dentro de lo genéticamente heredado Freud incluye la transmisión de los sucesos prehistóricos, los efectos de los supuestos acontecimientos vividos por la humanidad en sus albores, en particular el asesinato del padre, a saber, los mitos filogenéticos. La reiteración del encuentro con la estructura básica de ciertos mitos en los más diversos ejemplares de la especie homo sapiens, lo lleva a postular que se trata de fantasías heredadas.

Por estas cuestiones, diversos autores han acusado a Freud de biologista. Es curioso que así se califique justamente a quien demostró al mundo la existencia de los efectos materiales del campo que hoy denominamos simbólico, campo que no depende de lo orgánico sino que más bien lo condiciona. Freud no contaba con las herramientas conceptuales como para poder dar cuenta de los mitos universales de otra manera que como metáfora biológica.

Cuando Lacan trabaja el concepto freudiano de pulsión con los significantes de la lingüística saussuriana, formaliza cómo la pulsión misma se va construyendo en cada caso desde el Otro, que escribe sobre el cuerpo del infans. La estructura del lenguaje se hace carne en la ontogenia por obra y gracia de las acciones del Otro real, sin necesidad de recurrir al mito de una transmisión hereditaria. Hay herencia sí, y hay transmisión, pero transmisión que se efectiviza desde el registro simbólico aún antes de que el cuerpo vivo se apropie de la palabra.

El abc, las letras que desde lo real marcarán el destino, son escritas por el Otro en el cuerpo material del bebé. Lacan, en distintos lugares de su obra, en particular en el seminario de La identificación(2), recalca la importancia del concepto de inscripción que toma de Freud: la huella mnémica, que en la articulación lacaniana se transforma en marca (también llamada S1).

¿Y qué tiene que ver todo esto con los chicos con problemas orgánicos? Pues nada más que para que cada uno de ellos tenga la posibilidad de advenir sujeto del deseo es necesario que se cumplan las mismas premisas, los mismos pasos, que para que eso acontezca en un niño orgánicamente normal.

Recordemos que, según cómo esas primeras marcas fundantes sean instaladas, según cuál sea su concatenación, posibilitarán o impedirán el surgimiento del deseo.

Por otra parte, para escribir, no sólo es necesaria una mano dirigida desde lo simbólico, también es necesario el papel.

¿De qué está hecho el papel? Si tomamos como papel la superficie corporal, ésta funciona a la manera del block maravilloso. Las extensiones periféricas del sistema nervioso central se ocupan de llevar la información al cerebro y allí queda instalado el registro definitivo. Las letras del mensaje quedan escritas en código químico. La información se transmite por vía química y eléctrica.

Podríamos decir que, si el psicoanálisis se ocupa de los efectos de lo escrito, la neurología se ocupa del papel(3)

La neurología nos dice que hay una gran variedad de calidades de papel.

Hay papeles sobre los cuales la mano que escribe se desliza casi sin darse cuenta, y, sin embargo, los caracteres que allí aparecen resultan nítidos y claros. --Estamos hablando de los niños normales.

Hay papeles sobre los cuales, por diversos motivos, escribir resulta más difícil. El papel puede presentar una superficie rugosa que no permite que se deslice la birome con facilidad, puede estar cortajeado, puede que sea necesario remarcar una y otra vez la misma letra para que pueda llegar a leerse. Según las circunstancias, con cierto esfuerzo por parte del que escribe, puede llegar a obtenerse un resultado tan legible como el del caso anterior; otras veces, con el mismo esfuerzo, se consigue también escribir lo que se quiere, pero resulta más borroso: se puede llegar a leer lo que está escrito, pero no salta a la vista, hay que tomarse un poco más de tiempo para leerlo. --Estamos hablando de los niños con retardo mental, o con cierto tipo de disfunciones, o con déficits en sus órganos sensoriales.

Hay también papeles sobre los cuales, se lo intente como se lo intentare, no es posible llegar a escribir una sola letra legible; a lo sumo se puede dejar marcada alguna raya que, en tanto tal, nunca podrá llegar a ser parte de una red de significaciones. Son los niños que nacen anencefálicos, por ejemplo, o con alteraciones tales en su masa cerebral que nunca podrán acceder a algo más que a una existencia vegetativa. Los que sobreviven a las primeras horas o a los primeros meses son una ínfima minoría.

La clínica de los problemas del desarrollo infantil trabaja principalmente con los papeles del segundo grupo. Aquí nos encontramos con que los padres, al encontrarse con un papel de calidad distinta a la que esperaban, a veces no quieren escribir en él; otras veces, sí quieren, pero en vez de escribir el texto que vinieron prepararando durante los meses de gestación, suponen que este papel distinto necesita un texto distinto y se dedican a escribir las letras en un orden por demás estrafalario, ajeno a una lengua materna ordenada desde el Nombre del Padre.

Esto último es lo que está masivamente promovido desde los medios de difusión con que cuenta nuestra cultura. Hay profesionales que cobran por hacer, con chicos y con bebés las cosas más extravagantes.

De la inscripción de las primeras letras, de la construcción de los cimientos del aparato psíquico según un orden regido desde la Ley simbólica, se ocupa la Estimulación Temprana, tal como viene siendo propiciada por nosotros desde hace tiempo.

Los que escriben sobre el cuerpo de su hijo bebé, por supuesto, son los padres, es decir, la o las personas que se ocupen de encarnar al Otro real, ejecutando lo que Winnicott describe como función materna. La función del especialista, así como la del psicoanalista que en esta clínica participe, será la de propiciar una escritura que posibilite la transformación de la libra de carne en sujeto del deseo.

Bien sabemos que los tiempos lógicos de esta transformación transcurren en un tiempo cronológico cuyo cumplimiento sólo podrá acontecer bastante después de concluido el tratamiento de Estimulación Temprana; sin embargo, sabemos también que si aún en épocas tan tempranas no está presente ese fin como vector que dirige la dirección de la cura, la estructura de los cimientos resultante impedirá toda construcción posterior.

Tanto con los cimientos bien puestos como con los cimientos mal puestos los bebitos crecen y se transforman en niños, niños pequeños primero y más grandes después. Niños cuya proble-mática psíquica puede requerir de la intervención directa de un psicoanalista; ya sea porque se lo vea apuntando hacia la psicosis o sumido en el autismo, ya sea porque padezca de algún síntoma neurótico.

Este niño puede tener algún problema orgánico más o menos grave o puede no tener ninguno: al psicoanalista le dará lo mismo --en tanto que un analista se ocupa del deseo y el deseo no es orgánico. Sin embargo, si está frente a un niño con retardo mental o con un cuerpo lesionado, para que efectivamente le dé lo mismo y para que además su intervención resulte eficaz, necesitará, más todavía que en otras situaciones clínicas, tener muy claros algunos conceptos básicos de la teoría psicoanalítica, es decir, haberse apropiado de ellos.

Me refiero en particular a los pasos lógicos de la constitución del sujeto, teniendo presente que el aparato psíquico se construye en los primeros años de vida, y que los distintos tiempos de su construcción no son iguales entre sí (y mucho menos en relación al tiempo de la estructura ya construida, es decir, a posteriori de la pubertad).

Hablar de cronología no está muy bien visto en los medios analíticos. Pareciera ser fórmula obligada en tantas presentaciones aclarar que "se está hablando de tiempos lógicos y no de tiempos cronológicos". Sin embargo, el tiempo real es una variable imprescindible en la construcción del aparato psíquico, debido a que el papel del sistema nervioso central sólo acepta cierto tipo de inscripciones al comienzo de la vida; más adelante es un absoluto albur conseguir introducirlas, las posibilidades son muy escasas --como lo comprobamos en la clínica de todos los días, comparando entre sí los resultados posibles de obtener en el tratamiento de un niño pequeño con los de un niño ya mayor, o con los de un púber o los de un adulto.

Es fácil observar que los puntos a ser debatidos en relación al psicoanálisis de niños con problemas orgánicos son exactamente los mismos que están en debate en el psicoanálisis de niños en general.

Además de la cuestión de la temporalidad, el otro gran punto es el juego: si en el caso de cualquier niño reconocemos su valor estructurante --y por las mismas razones-- el juego es, sencillamente, la herramienta clínica privilegiada del analista que trabaja con un niño afectado por un problema orgánico(4).

Lo que conviene que el analista tenga presente, en lo más íntimo de sus convicciones, es que si el niño está allí, esta vez en tratamiento con él y no con algún otro profesional de cualquier otra disciplina, es porque no es lo orgánico lo que afecta al sujeto que le es confiado: son los avatares del Edipo, que cada uno juega con los significantes y con los medios que le tocó heredar.

Bibliografía y notas

1) Sigmund Freud: Lecciones introductorias al psicoanálisis, Lección XXIII: Vías de formación de síntomas, en Obras completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid.

2) Jacques Lacan: Seminario IX: La identificación, inédito, versión existente en la Biblioteca de la EFBA, clase del 16 de mayo de 1962.

3) Elsa Coriat: Proyecto de neurología para psicoanalistas, Cap. XVIII de esta edición.

4) Los temas de juego y temporalidad se trabajan en Hacia una formalización del psicoanálisis de niños, capítulo XX de esta misma obra.

(*) El presente trabajo aparece publicado en El psicoanálisis en la clínica de bebés y niños pequeños, de Elsa Coriat, Editorial La Campana.

Volver al sumario de Fort-Da 3

Volver a la página principal PsicoMundo - La red psi en internet