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Número 13 - Mayo 2019
Pubertad y adolescencia en el psicoanálisis.
Despertar y escribir del joven Sigismund Schlomo Freud
Ariel Pernicone

El presente escrito ha surgido de una exposición que realicé en Buenos Aires, Argentina, en el marco del Coloquio realizado el 29 de Mayo del 2015, en freudiana, Institución de psicoanálisis, bajo el título  “Los jóvenes y la práctica analítica” (1).  Me pareció acertada la elección de la palabra “jóvenes” en esa oportunidad porque, tal como señalan diversos autores, la palabra “adolescencia” no es un término psicoanalítico. Freud no usa este término. La denominada adolescencia, es un producto del discurso de la modernidad. Incluso en la Edad Media, era impensable una figura como la que hoy imaginamos “adolescente”.

El rastreo del término permite dilucidar que, como noción en la historia, aparece después de la Revolución Francesa, un poco indiferenciada de la categoría “niño” (2). En la cultura occidental, quien primero escribió con detenimiento acerca de la adolescencia, pensada como una etapa de la vida, usando dicha palabra en la escritura quizás por primera vez, fue Jean Jacques Rousseau. Y lo hizo específicamente en el capítulo IV del libro, Emilio o de la educación, un texto de 1762. Jean Jacques Rousseau, preocupado por la pedagogía, considerado casi el padre de la pedagogía, en este libro recorre la vida de Emilio desde su nacimiento hasta la adultez; y cuando Rousseau trata algunas cuestiones sobre la educación del joven Emilio, entre otras cosas, básicamente considera que debe estar alejado del encuentro con el otro sexo, durante un cierto tiempo, mientras se formaran en él conceptos sólidamente morales, juicios racionales y una ética que no lo hiciera equivocar. Esa es la pretensión ideal de Rousseau. Allí, en este libro, al referirse a la adolescencia la nombrará, usando un término que será muchos años después de sumo interés en el discurso lacaniano, como “un nuevo despertar”, la nombrará también como “un nuevo nacimiento” o “un segundo nacimiento”.  Transcribo un párrafo que me parece interesante recortar del comienzo de ese capítulo, que  resulta atractivo en lo metafórico, por los significantes que utiliza, y además me parece muy bello en su resonancia poética:
“….el hombre en general no está hecho para quedarse siempre en la infancia. Se sale de ella en el tiempo prescripto por la naturaleza y en este momento de crisis, aunque sea corto, tiene grandes influencias. Como el bramido del mar precede a la tempestad, esta tempestuosa revolución es enunciada por murmullo de las nacientes pasiones y una fermentación sorda advierte la proximidad del peligro….” (3)  Así enuncia Rousseau lo que él va a denominar “Adolescencia”.

El término “adolescencia”, empleado a mediados del 1700 por Rousseau, cae en desuso, y vuelve a aparecer recién en el transcurso progresivo que va desde fines de siglo XVIII al siglo XIX, asociado a la Revolución Industrial, cuando empezó a importar reclutar a los muchachos en las fábricas, con la escalada de la producción en serie. Comienza así a orientarse un interés especial por los jóvenes que pueden trabajar. Se busca por ese tiempo distinguir entre aquellos que pueden trabajar y aquellos que no. En este punto surge un interés en diferenciar la categoría “niño” del “adulto”, pensada con relación a una transición como fuerza posible de trabajo, y no tanto ubicable con respecto a rituales de pasaje cuya experiencia determina el paso de la niñez a la adultez como es posible pensarlo en otras culturas. Según Perrot, por ejemplo, en las Industrias francesas trabajaban 223.385 adolescentes varones y 210.187 adolescentes mujeres de acuerdo a información del año 1897. Por esa misma época una serie de leyes van determinando ciertos límites de edades tomando como referencia la resistencia “a la fatiga de trabajo”, estableciendo prohibir que los jóvenes hasta los 16 años trabajen los días domingos ni más de doce horas diarias y prohibiendo además que las fábricas contraten jóvenes asalariados menores de 13 años, estableciendo así la categoría etaria en el discurso social correspondiente al trabajo industrial con respecto al momento de la adolescencia asociada a su capacidad de trabajo.

Hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX, surgen disciplinas como la pedagogía, la pediatría, la psicología, que van a ocuparse científicamente del niño y también del adolescente como objeto de estudio y atención.

Allí por el año 1904 un psicólogo norteamericano llamado G. Stanley Hall publicó un texto voluminoso que se llamó Adolescencia: su psicología y su relación con la fisiología, sociología, sexo, crimen, religión y educación (4). Un texto de investigación que fue considerado un tratado clásico y pionero en su época. ¿Por qué podría interesarnos, o en realidad, por qué me interesó a mí, en mi interés particular sobre las cuestiones histórico-biográficas? Stanley Hall era el presidente de la Clark University y fue quien invitó a Freud a dictar sus conferencias introductorias al psicoanálisis de 1909. Stanley Hall en sus propias investigaciones sobre adolescencia estaba interiorizado en la lectura de la obra de Freud.

Ahora bien, ¿Dónde podemos encontrar el término adolescencia en Freud y en Lacan? Como me referí al principio, no es un término psicoanalítico, ni que Freud o Lacan hayan abordado específicamente, pero sì podemos mencionar en primer lugar, el texto fundamental de 1905, Tres ensayos de teoría sexual de Freud (5), donde encontramos en el tercer ensayo su abordaje de “la metamorfosis de la pubertad”, con lo cual aquí ubicamos que Freud no nombra “adolescencia”, sino la pubertad, señalo esto para ir precisando los términos que nos interesan en este rastreo inicial.

Anteriormente, en el “Proyecto” (6), ese trabajo que no estaba destinado para ser publicado en su momento, ese enorme trabajo preparatorio que Freud estuvo escribiendo allí por el año 1895, para explicar y explicarse una psicología para neurólogos, hace una referencia a una adolescente, ahí donde trata la cuestión de la proton pseudos, tan solo una pequeña mención.

Después ubicamos un texto de 1914, que se llama Sobre la psicología del colegial, un escrito bellísimo, muy sencillo, que tuvo la particularidad de surgir de una conferencia que Freud escribió al ser invitado en ocasión del homenaje al 50º aniversario de la fundación de su colegio secundario, el Gymnasium, al que él había concurrido en su adolescencia en Viena. Un discurso evocativo de su tiempo de estudiante, ahora ya cernido por la construcción avanzada de su doctrina psicoanalítica.

Diría que son los pocos lugares donde Freud nombra este tema. Por supuesto que además tenemos en Freud, los historiales de Dora (7), y la Joven homosexual (8), que son dos jóvenes de 18 años, jóvenes que son “traídas” por sus padres a la Berggasse 19, quienes consultan a Freud por ellas. Diríamos que dentro del discurso social, son dos adolescentes, pero entiendo que Freud no trabaja en el sentido de la adolescencia, sino que trabaja con ellas en el sentido del tratamiento de la histeria, el desciframiento de los síntomas y las cuestiones inconscientes y subjetivas con respecto a la sexualidad.

Ahora bien, ¿Dónde ubicamos en Lacan este término? ¿Dónde leer alguna referencia en forma directa a la adolescencia? En Lacan tampoco hay un tratamiento especial de la cuestión de la adolescencia a lo largo de su obra. Hay una mínima referencia en Televisión (9), donde habla de la adolescencia en el sentido del afecto del adolescente con relación al hastío y el aburrimiento. Podríamos decir que la principal referencia que encontramos en Lacan, en lo que interesa a este recorrido, está publicada en Intervenciones y textos 2 y se llama “Prefacio al Despertar de la primavera”, de 1974 (10). Es un pequeño comentario que Lacan realiza con relación a la obra de teatro El despertar de la primavera. (Tragedia infantil), del dramaturgo alemán Frank Wedekind, quien la escribió en 1891, es decir nueve años antes de la publicación de La Interpretación de los Sueños, de Freud (11). La originalidad de la obra de Wedekind radica en que por su época fue la primera vez que un dramaturgo retrataría abiertamente las preguntas, preocupaciones y conflictos de un grupo de jóvenes, Mauricio, Wendla, Melchor, Ilse, Martha, en torno a sus cuestiones sexuales. La novedad es que se instala en la escena teatral, la nueva figura de un grupo de jóvenes representando, hablando, expresando sus sentimientos, acerca de ciertos temas vedados en su tiempo, como la masturbación, la homosexualidad, el aborto, el suicidio, la curiosidad sexual, los encuentros sexuales. Una obra magnífica. Hay  además allí otro personaje muy importante que es “el hombre enmascarado”, al que Lacan ubicará entre los Nombres-del-Padre.
 - Lacan escribe este texto, que publicó en 1974,  para ser incluido en el programa de presentación de la obra de Frank Wedekind ese año en Paris. De su  lectura surge que es un texto complejo, de apenas dos páginas, bastante críptico, digno de su estilo. Imagino en tal sentido la enorme sorpresa de quienes encontraron en el programa del estreno de la obra ese escrito abigarrado. En verdad, se ha convertido en un texto de referencia para los psicoanalistas. Entre otras reflexiones, Lacan plantea que esta obra Wedekind anticipa en diez años a Freud, porque allí el autor relata los sueños, las fantasías en el despertar sexual de estos jóvenes, y Wedekind no se priva en escenificar su interpretación acerca del lazo entre estos aspectos imaginarios y su relación a los deseos sexuales y respecto del encuentro posible con el otro sexo en la adolescencia; así como los goces, los síntomas y conflictos que eso mismo conlleva para ellos, dibujando de este modo los efectos y las particularidades de la moral de su época.

Es importante también mencionar, que esta obra ocupó un cierto interés para Freud. Su opinión al respecto, no está publicada en su obra, sino que es posible hallarla en las Actas de las Reuniones de la Sociedad Psicoanalítica de Viena (12). La obra de Wedekind fue minuciosamente discutida por el grupo de discípulos de Freud, el 13 de Febrero de 1907.  Es posible leer el debate completo allí si lo rastrean, no me voy a extender más en este punto aquí, tan solo voy a mencionar que la obra fue comentada por Rudolf Reitler, y no sería extraño que también estuviera debatiendo allí Max Graf, el padre del “ pequeño Hans”, quien era un importante crítico de música y obras literarias de su tiempo que participaba de esas reuniones de los miércoles habitualmente (13). Lo cierto es que Freud haría en esa reunión su comentario sobre el texto de Wedekind. En las Actas se puede leer que al tomar Freud la palabra, calificó a la pieza de “meritoria”, y si bien afirmó que en su opinión  “no es una obra de arte”, la consideró muy válida como “un documento de la historia de la civilización” pensando además que Wedekind al abordar de la forma que lo hizo el discurso de los jóvenes de su tiempo, alcanzó una profunda comprensión de la sexualidad, aunque sin ser consciente de ella.

Aprovecho para señalar, a quienes deseen leer la pieza teatral de Wedekind, que ha sido publicada en la Argentina, hace relativamente poco, una muy buena versión castellana de Pablo Peusner, quien rescata el subtítulo “ Tragedia infantil”, subtitulo que no aparece en otras versiones traducidas anteriormente (14). El subtítulo “Tragedia infantil” es pertinente por el desarrollo de la obra, que no es ajena en este punto al movimiento del romanticismo, no quiero detenerme demasiado acerca de la trama para animarlos a su lectura a quienes aún no lo han hecho, pero algunos de estos jóvenes terminan de un modo trágico, asunto central para pensar cuestiones de los jóvenes de ese tiempo, y desde ya de nuestra época también.
Ahora bien  ¿Por qué me he detengo tanto al mencionar todo esto acerca de la obra de Wedekind? Entre otras cosas, porque encontramos allí una pintura bastante descarnada de como este grupo de jóvenes eran educados en lo referente a lo sexual bajo las pautas de la moral de la época victoriana.  Me interesó esa dirección particularmente porque estos jóvenes podrían haber sido coetáneos o educados en el mismo contexto en el que fue educado el joven Freud. Este comentario me da pie, o un pequeño paso para ingresar a relatarles algo pertinente a un párrafo biográfico,  no demasiado conocido de la historia de Freud, ya he hecho alguna mención aquí acerca de mi propio interés por investigar la historia y los aspectos biográficos del psicoanálisis y por tal razón, voy a intentar comunicar aquí, en un tono coloquial, acerca de:

“La tormenta del joven Freud: despertar y escribir”.

Comienzo aquí con un primer epígrafe, una frase de Freud, de 1935, es decir cuatro años antes de su muerte, evocando en su texto  Estudio autobiográfico, algo acerca de su tiempo de juventud.

“….Después del rodeo de toda una vida por las ciencias naturales, la medicina, y   la psicoterapia, mi interés volvió a aquellos problemas culturales que habían atraído antaño al muchacho cuando en él apenas se había despertado el pensamiento…” 
(Estudio autobiográfico. Sigmund Freud- 1935)

Otro epígrafe, ahora sobre el escribir:
“….la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.”
( Escribir. Marguerite Duras. 1994)             

Corría el año 1871, cuando el joven Sigismund Schlomo Freud se dispuso a escribir la primera carta dirigida a su entrañable amigo Eduard Silberstein (15).

Por entonces tenía apenas quince años y ya desde sus trece, en plena metamorfosis puberal, había decidido rebautizarse,  al acortar su nombre por el de Sigmund, tal como sería reconocido finalmente en la historia.

La serie de alrededor de 70 cartas que cursaron entre ellos a lo largo de diez años, cuyos originales permanecen atesorados en  los Archivos Sigmund Freud, en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos en Washington, testimonian acerca de la intensidad de un despertar de sus vivencias sexuales y la avanzada del sentir adolescente, sus primeros amores pasionales , sus ensueños románticos , así también como una bella pincelada de su precoz interés por la filosofía, la poesía, que no estaba exenta del goce, el sentido del humor y particularmente de su curiosidad por el enigma femenino.

Además nos permiten intuir, esas cartas, el valor fundamental que la escritura tuviera para él desde muy temprano en su vida,  conteniendo en esas juguetonas letras, delineadas en clave de juventud,  una pequeña muestra de antecedencia de la gestación del pensamiento del creador del psicoanálisis.

Un  despertar sexual anudado a la escritura, marca central determinante del estilo literario que precipitaría en su enseñanza y su forma de construir su teoría.

Al parecer, siempre afecto a las sociedades secretas, Freud propondría por ese tiempo a su amigo Eduard, crear una sociedad secreta de a dos,  a la que fundarían bajo la nominación de  “Noble Academia Española”, ya que la misma tendría por característica, un esfuerzo por comunicarse en sus cartas en el idioma castellano, como forma de mantener en privado sus primeras vivencias sexuales, sus “más íntimos asuntos”, que acompasaban su agitada metamorfosis e ideas propias de ese momento.

Para sellar aún más su pacto y modo de escribirse, con cierto toque cómico, tomarían de la novela Coloquio de los perros, de Miguel de Cervantes Saavedra los pseudónimos Berganza y Cipión, apropiándose Freud de este último (16). La propuesta estaba inspirada en la mutua promesa que se hacen estos personajes de hablarse con total franqueza. Dos perros que mantienen una intensa conversación sobre sus experiencias de vida, al comprobar que han adquirido la repentina facultad de hablar durante las noches. 

En la obra de Cervantes podremos leer en los dichos de Cipión, pseudónimo encarnado por Segismund ante su amigo, lo siguiente:
-“Habla hasta que amanezca, o hasta que seamos sentidos; que yo te escucharé de muy buena gana, sin impedirte sino cuando lo viera necesario”.

Un Freud joven que  no desdeñaba ya el amor por la verdad, la palabra franca, “escuchar de buena gana hasta que fuera necesario”.

 Obviamente en su esencia, esa necesidad de comunicarse y entrar en diálogo con un par en torno al encuentro que el impacto con lo real del cuerpo, la irrupción de los signos somáticos propios de la pubertad y los deseos con relación al partenaire sexual, así como la respuesta sintomática que la adolescencia promueve, no es muy distinta en su estructura, excepto por su formato, tanto en aquellos tiempos como en los tiempos actuales que corren.

Pero no deja de ser una agradable nota de color, suponer que en ese ingenioso diálogo epistolar gestado entre esos dos amigos, hacia el año 1871, que se prometieron conversar en códigos secretos, privados, sobre sus deseos sexuales, apremiados por los enormes tabúes morales que reinaban en su época victoriana, se constituyera un tiempo iniciático muy germinal de lo que sería luego la construcción de un dispositivo que revolucionaría el  tratamiento de ciertas cuestiones de la subjetividad desde el siglo XX hasta hoy.

Llegaría por supuesto el tiempo posterior en el que Freud escribiría, ya como psicoanalista, sobre la metamorfosis de la pubertad, en sus Tres ensayos de teoría sexual, tan audaz para el año 1905 cuando fuera publicado, aludiendo a los cambios que con su advenimiento se introducen “que llevan la vida sexual infantil a su conformación normal definitiva”.

Un saber que en su experiencia pulsional de juventud ya había acicateado  su propio cuerpo, llamando a la invención de la escritura,  en los tiempos de esas cartas jóvenes, cuando Sigmund declamaba su aspiración de elevar esa escritura epistolar al rango de la creación poética. Escribir para otro y alojar al Otro en su escritura es lo que Freud comienza a esbozar con este primer corresponsal.

 En sus cartas a Eduard Silberstein es posible leer muchas agitadas y también muy divertidas alusiones a las mujeres, aunque su misma intensa atracción fuera acompañada por la inhibición.
 

En este punto, al leer algunas de sus cartas, a la luz de nuestros días, causa un cierto efecto cómico que el adolescente Sigmund,  en su necesidad de mantener en secreto sus deseos,  decidiera bautizar a una de ellas en particular, de un modo muy especial como “Ichthyosaura”,  curioso nombre de un animal prehistórico para referirse a su joven amada¡!
Ichthyosaura”, del  latín, sauria de los ríos; cómica y erudita manera de nominar a ese misterioso ser llamado “mujer”, a la que este joven intelectual intentaba acercarse allí por sus dieciséis o diecisiete años y sobre quien alguna vez en su futuro, ya anciano, llegaría a pronunciarse con un agradable tono de humor irónico, así:
“La gran pregunta que nunca ha sido contestada, y a la cual todavía no he podido responder, a pesar de mis treinta años de investigación del alma femenina es: ¿Qué quiere una mujer?”.

Pero aún, en plena efervescencia, ilusionado por asomarse al misterio, un lugar particular ocuparía en sus confesiones en idioma ajeno, su primer enamoramiento fulminante por una joven de nombre Gisela Fluss, que fuera razón de sus desvelos por un largo período. “Mi primer arrobamiento”, según su propio escribir.

A los dieciséis años, uno antes de terminar el Gymnasium, Freud había regresado a visitar Freiberg, la ciudad en la que nació y fue allí donde se enamoró de una de las hijas de la familia Fluss, amigos de sus padres. Gisela, una muchacha de trece años, fue motivo de muchos de sus relatos secretos en castellano, a quien sin embargo nunca se atrevió a confesar sus sentimientos, culpando de su imposibilidad a su “timidez” y “absurdo hamletismo ”.

La enorme importancia que esta historia de amor adolescente tuviera para Freud, ingresaría con el tiempo como una pieza valiosa de su autoanálisis y quedaría rubricada para nosotros al reencontrarnos con Gisela en su escritura, en forma nuevamente velada, en la bellísima obra , Sobre los recuerdos encubridores de 1899 (17).

Aquí, en una alusión autobiográfica, apenas desfigurada, retrataría un pequeño párrafo de la historia de “un hombre de 38 años, de formación académica…..del que yo pude librarlo de una pequeña fobia por medio del psicoanálisis…”  Este hombre, Freud, evocaría quizás con menos pudor en ese texto, ya de adulto, de este modo, el final de esa historia con esta joven  de la que se enamoró, y a la que mencionaría ahí como “mi primer entusiasmo, asaz intenso, pero mantenido en total secreto”:
“…es raro : cuando ahora en ocasiones la veo, por casualidad se ha casado aquí, me resulta extraordinariamente indiferente, y sin embargo puedo acordarme con precisión de cuán largo tiempo siguió ejerciendo efecto sobre mí el color amarillo del vestido que ella llevaba en el primer encuentro, toda vez que en alguna parte volvía a ver ese mismo color”.

Metamorfosis puberal, despertar sexual, exploración del deseo y advenimiento de la escritura, no sin la presencia de algunos síntomas en el camino, como respuesta posible en la adolescencia, es la secuencia que encontramos allí por los años juveniles de Freud, a partir del año 1871.

Primavera-

Faltarían 20 años aún para que la obra de Frank Wedekind, El despertar de la primavera. Tragedia infantil (1891), produjera su conocido impacto en los tiempos victorianos, al describir de la forma más  cruda, algunas de las cuestiones sexuales y los conflictos velados de los adolescentes de su época.  Su estreno teatral no pasaría desapercibido para un público que se vería de alguna forma conmocionado y hasta escandalizado por el testimonio de su mensaje.

Encontraremos allí la referencia de Jacques Lacan, quien aludiendo a dicho texto ubica la pubertad como un despertar. Me interesa en este sentido recortar particularmente una frase que escribirá como introducción al programa de la obra estrenada en Francia en 1974, frase que deseo resaltar por su vívida pincelada metafórica:
 “De este modo aborda un dramaturgo, en 1891, el asunto de qué es para los muchachos hacer el amor con las muchachas, marcando que no pensarían en ello sin el despertar de sus sueños”.

Despertar-

El despertar es un poético significante que remite a un pasaje. Un despertar también es el efecto de un relámpago, que en tiempos puberales comienza a ser convocado por los cambios corporales, los deseos inconscientes y por las fantasías  que allí concurren  a anudarse, en un segundo tiempo de la sexualidad, que ha sido inscripta en sus fundamentos  primeros por los efectos  leídos a posteriori, que el Complejo de Edipo ha dejado como marca estructural en la historia infantil del sujeto.
Freud señalaría como parte de la metamorfosis el cambio en la elección de objeto que supone un duelo por la pérdida del objeto edípico y la puesta en juego del complejo del semejante, el prójimo y la identificación con los pares.

La tormenta puberal desafía la estructura, sorprende, causa angustia,  y promueve el tiempo en que el sujeto pone a prueba los “títulos en el bolsillo” (sic. Lacan), cuya escritura se (18) inaugura en la primera infancia.

La precipitación de los cambios corporales, reestructuran también la relación con el espejo. La estructura  así se moviliza por la irrupción del goce pulsional, que va a traducirse en las consecuencias a nivel  del lazo social que supone  el lazo sexual.
En la llamada adolescencia está la posibilidad de lograr otro modo de satisfacción dada por el encuentro con el otro sexo y la posibilidad del acto sexual.

 Será en este punto en el cual todo sujeto se topará con ese real que Lacan nombrará con su fórmula de  La no relación sexual, respecto de lo cual en el Seminario 21, dirá:
“Todos sabemos porque todos inventamos un truco para llenar el agujero en lo real. Allí donde no hay relación sexual, eso produce troumatismo,  entonces uno inventa, uno inventa lo que puede, por supuesto”.

¿Por qué no suponer entonces aquí, que la llamada para el discurso social “adolescencia”, no es ni más ni menos, que el síntoma con el que cada sujeto se las arregla, como puede, para responder a los efectos de la tormenta puberal y a ese imposible de decir respecto de la no relación sexual al que nos confronta el encuentro con el Otro sexo? (19)

 Soñar un puente - Escribir.

Recuerdo que siendo muy joven tuve un sueño en el que cruzaba un puente. El cruce no estaba exento de cierta cuota de angustia, quizás siempre inevitable en esos pasos que suponen los cruces de algunos puentes en la existencia. Lo conté, lo escribí, lo inscribí. Hay momentos en la vida en los que uno despierta y vale la pena escribirlos o algo es escrito a través nuestro, por efecto de su intensidad misma.

En este punto dejo aquí delineada una frase que me gustó muchísimo de Margarite Duras quien escribió así sobre el escribir:
 “La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Es lo desconocido de si, de su cabeza, de su cuerpo. Escribir no es ni siquiera una reflexión, es una especie de facultad que se posee junto a su persona, paralelamente a ella, de otra persona que crece y avanza, invisible, dotada de pensamiento, de cólera… Si se supiera algo de lo que se va a escribir, antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No valdría la pena”. (20)         
Sturm und drang

La referencia al “Sturm und Drang”  ( tormenta y empuje) , surgirá para nuestro interés, de un pequeño párrafo de una carta, en la cual Freud aconseja a su amigo Eduard. Freud destruyó muchas de sus cartas, así que no contamos con lo que le había escrito su amigo, pero sí con los originales de Sigmund joven, archivados en la Biblioteca del Congreso en Washington.

En la carta del 7 de marzo de 1875 se puede leer un párrafo valioso para este recorrido. Cuando Freud tenía cerca de 19 años, le escribe allí toda una teoría sobre lo que entendía que le estaba ocurriendo a Eduard, quien al parecer le había escrito antes, relatándole su apasionado enamoramiento por una joven. Freud se explaya extensamente dándole su opinión sobre lo que pensaba le ocurría a su amigo, y también sobre cómo estaba en juego la seducción y la participación de la madre de la joven. Hasta que finalmente concluye y le da una especie de sugerencia al amigo. Escribo textual:
Para ser franco apreciaría mucho más que abandonaras este momento de Sturm und drang (tormenta y empuje), sin duda lo harás pronto sin echarlo de menos en adelante”
Invitaba pues a su amigo, tan apasionado como él por esa época, a abandonar la tormenta y el empuje. Son dos términos que retoma Germán García, en un libro de reciente publicación que se llama: Derivas analíticas del siglo, en el capítulo La abolición de la primavera (21). Ahí plantea que esa carta no se entiende, si no se sabe de dónde provienen esos dos términos, Sturm und Drang (tormenta y empuje).

Son términos que pertenecen al movimiento del romanticismo, que se opone al racionalismo de Kant y tiene a Goethe, escritor dilecto de Freud, como uno de sus principales representantes. Son los términos de un movimiento que abogaba por expresión desde la sensibilidad en oposición al racionalismo. Un movimiento muy importante en la literatura, en las artes.
El Sturm und Drang fue un movimiento literario, que también tuvo sus manifestaciones en la música y las artes visuales, desarrollado en Alemania durante la segunda mitad del siglo XVIIII. En él se les confirió a los artistas la libertad de expresión a la subjetividad individual y, en particular, a los extremos de la emoción en contraposición a las limitaciones impuestas por el racionalismo de la Ilustración.

Germán García plantea que de esa carta y de algunos comentarios de Freud, quizás se podría desprender que para Freud, tormenta y empuje podrían ser dos significantes de la adolescencia, y que en esa carta, le está proponiendo al amigo abandonar ese asunto, como salida. Esto  parece muy alejado en la historia, sin embargo en forma sorpresiva, o quizás no tanto, cierto azar, hizo que lo reencontrara en la clínica, en un pequeño relato de mi práctica que les paso a comentar ahora:
 

Un joven de once años, por el cual me consultan, en principio, porque tiene un intenso miedo a las tormentas. Se presenta angustiado y en sus relatos me dice que su miedo empieza, en un momento en que estaba en su casa, el padre no estaba, estaba él con su madre y se produce una tormenta feroz, que hubo a fin de año, que desató sus temores. Según evoca, ese día, con el avance de la tormenta,  sintió que el agua empezaba  a empujar con fuerza hacia adentro de su casa y que tal circunstancia le produjo una intensa angustia, al sentir que no podía detener el agua que inundaba con su fuerte empuje, mientras la tormenta no se detenía. Recuerda que a partir de ahí quedó muy asustado, y casi obsesionado con el clima. Comenzó desde entonces a observar  las nubes, el viento, siempre atento, alerta, angustiado ante la posibilidad que se desate una nueva tormenta, y otra vez se produjera el empuje del agua hacia el interior de su casa, situación que deseaba evitar. Ese es el relato.
Eso que empuja, que viene de afuera, que le resultó sorpresivo, son todos los términos que empieza a articular mientras habla. Les recuerdo que el término drang (empuje), lo vamos a encontrar en la obra de Freud como uno de los términos de la pulsión.
Su relato continúa, en los sucesivos encuentros, hablando de diversas cuestiones que iban asociando a sus miedos, hasta que un día llega a un punto, de ubicar ciertas cosas que le pasaban en el cuerpo y entonces, hablando de esto asocia, que lo que antecedió al miedo a la tormenta, fue  una ocasión en la que él estaba en el auto con su familia y al mirar fijamente hacia una esquina, vio a unas mujeres que estaban con “poca ropa, paradas en una esquina y se le veían las tetas”.

Según recuerda, allí, quedó sorprendido por esta situación que lo impactó mucho y dice: “sentí como un rayo o relámpago en el cuerpo”. Ahí es donde articula otro significante. Parece nombrar entonces, algo de un goce desconocido, ignorado, que de pronto irrumpe en su cuerpo, que empuja sorpresivamente y de alguna manera en el lenguaje, en la metáfora, empieza a ser nombrado, articulado, por la vía del síntoma. Lo que importa es que pudo empezar a hablar de eso.
 

Tiempo puberal donde se presenta la invariante que hace a la estructura, respecto del despertar a la irrupción de lo pulsional en el cuerpo, al encuentro con el partenaire sexual y a la cuestión de la fórmula de la no relación sexual. Todas esas cuestiones de estructura que hacen que un sujeto, se las tenga que ver con tener que responder a eso. De alguna forma, cada uno de nosotros, ya sea en los tiempos de Freud, o en los tiempos actuales que corren, frente a ese elemento invariante, que es lo real “cada uno inventa el truco que puede”.

Notas

Nota autor: una versión abreviada de la segunda parte de este escrito fue publicada en la Revista "El hormiguero Psicoanálisis ◊ Infancia/s y Adolescencia/s"  bajo el título: “Despertar y escribir: Sigismund Freud, sus cartas jóvenes” (Año 2018).

(1) Coloquios clínicos. A cargo de Miriam Fratini. “Los jóvenes y la práctica analítica”-  29 de mayo 2015- Analía García- Ariel Pernicone.   Freudiana Institución de psicoanálisis.  Buenos Aires. Argentina.

(2) Mario Elkin Ramírez . Despertar de la adolescencia. Freud y  Lacan, lectores de Wedekind.  Ed. Grama.

(3) Jean- Jaques Rousseau. Emilio o de la educación.  Alianza Editorial, 2005.

(4) Granville Stanley Hall .  n  1844, en AshfieldMassachussetsEstados Unidos - /1924 en Worcester, Massachussets .  Pedagogo y psicólogo estadounidense .  Adolescence- (2 vols). 1904.

(5) Sigmund Freud. Tres ensayos de teoría sexual. (1905). Tomo VII. Amorrortu Editores. 1988. Buenos Aires.

(6) Sigmund Freud, Proyecto de psicología (1950 [1895]) Tomo I. Amorrortu Editores. 1988. Buenos Aires.

(7) Sigmund Freud . Fragmento de análisis de un caso de histeria – Caso Dora. (1905 [1901]). Tomo VII  Amorrortu Editores. 1988. Buenos Aires.

(8) Sigmund Freud. Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina (1920). Tomo XVIII. Amorrortu Editores. 1988. Buenos Aires.

(9) Jacques Lacan. Radiofonía y televisión. Anagrama. 1977.  Buenos Aires.

(10) Jacques  Lacan . Intervenciones y textos 2. Manantial. 1988. Buenos Aires.

(11) Sigmund Freud. La interpretación de los sueños (1900)  Tomos IV y V. Amorrortu Editores. 1979. Buenos Aires.

(12) Nunberg- Federn. ( Compiladores). Las reuniones de los miércoles. Actas de la sociedad psicoanalítica de Viena. 1906-1909. Tomo 1 y II. Editorial Nueva Visión. Buenos Aires.

(13) Mirtha Benítez- Ariel Pernicone. Fobias en la infancia.  De la historia biográfica de la familia Graf a la fobia en el discurso del psicoanálisis. 2010.  Letra Viva. Buenos Aires.

(14) Frank Wedekind. El despertar de la primavera. Tragedia infantil. Versión castellana de Pablo Peusner. 2012 . Letra Viva. Buenos Aires.

(15) Sigmund Freud. Cartas de juventud. 2009. Gedisa.

(16) Miguel de Cervantes Saavedra. El coloquio de los perros.  2008. Artemisa Ediciones.

(17) Sigmund Freud .Sobre los recuerdos encubridores (1899) . Tomo III. Amorrortu Editores. 1979. Buenos Aires.

(18) Jacques Lacan. Seminario 21. Los incautos no yerran. (Los nombres del padre ). 1973-1974.

(19) Stevens, Alexandre, La adolescencia, síntoma de la pubertad.

(20) Marguerite Duras. Escribir. Tusquets Editores. 2000.

(21) Germán García.“ Derivas analíticas del siglo”. Ensayos y errores. Editorial  Unsam, 2015.

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