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Número 13 - Mayo 2019
El cuerpo de Mía.
Adolescencia, acontecimiento y metapsicología

Erika Josefina Olmos Rosas

“Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo,
se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto…
¿Qué me ha sucedido?”
(Kafka, 1997) (1)

 

¿En qué momento Gregorio se convirtió en un insecto? ¿Fue en el momento en que sobre su espalda apareció un duro caparazón o cuando su vientre oscureció y se llenó de curvadas callosidades o en el instante en que le salieron innumerables patas delgadas?
No, el acontecimiento surge justo al despertar tras un sueño intranquilo. Se le hace visible su insólita transformación y se pregunta: ¿Qué me ha sucedido?

El inicio de la adolescencia es un evento inesperado, se le revela al sujeto y a la familia a manera de un acontecimiento. La adolescencia irrumpe la cadena de lo visible, rompe el orden preestablecido y el status quo subjetivo y familiar.
Los padres y hermana de Gregorio no lo pueden ver, se mantiene invisible porque aún no existe en su cadena de representaciones. A saber, que la adolescencia surgirá, parafraseando a Badiou “desde el trasfondo invisibilizado de una situación” (2) familiar en la que no debería existir pero que de manera súbita e impredecible se evidencia.

Desde tiempo atrás mi clínica y mi ser docente me llevaron a querer localizar una referencia acertada sobre el inicio de la adolescencia, es decir a encontrar el momento exacto en que digámoslo así “esto marca la inauguración de tal estado, etapa o fase que llamamos adolescencia”

Me dirigí hacia varios saberes, primero busqué en la psicología. Y encontré respuestas, respuestas tan acertadas y atinadas como sólo la psicología sabe dar.
Todas ellas, apuntaban a un evento: la pubertad.

Luego entonces y siguiendo a los teóricos evolutivos tendríamos que afirmar “que toda adolescencia inicia cuándo se dan los caracteres sexuales secundarios” pero en aquel tiempo yo atendía adolescentes que no comprobaban tal teoría.
Por el contrario, les platico el caso de Ana María que con apenas 9 años de edad tenía un cuerpo más cercano a una chica de 16 años que a una niña de 9. Mientras que sus intereses, gustos, preferencias e incluso conflictivas eran característicos de una niña de 9. La pubertad, le llegó “mucho antes” de lo que su madre y ella imaginaron.

Así como Ana María también llegó Mía que presentaba conflictos característicos del adolescente mientras que su cuerpo aún no mostraba evidencias de la pubertad.
La respuesta al parecer muy atinada de la psicología no se comprobaba en la clínica así que continué mi búsqueda.

Continué la búsqueda ahora dentro del psicoanálisis. Así dialogué con autores que seguían la línea de la psicología evolutiva y que priorizan el aspecto biológico sobre el psíquico, mientras que otros tantos hablaban de la primacía de lo psíquico sobre lo biológico. En unos el cuándo era respondido desde la aparición de los cambios biológicos mientras que otros hablaban de que los procesos psíquicos ponían en marcha la pubertad.

También es cierto que había otros, como en todos lados que ponían especial énfasis en el diálogo entre lo biológico y lo psicológico.
La explicación de los fenómenos que encontraba en mi clínica continuaron sin resolverse. Y no quiere decir que ahora tal situación este enteramente resuelta pero como dice mi mamá “si uno busca encuentra” y encontré en otro lugar muy diferente al acostumbrado, al menos para mí.

Fue en el estand menos visitado tristemente de una librería: el de filosofía. En aquel tiempo ciertos eventos de índole social y político me llevaron a pensar en el azar. Y ¿qué si esto del inicio de la adolescencia es azaroso? Inmediatamente alejé de mi tal pensamiento. “El azar no existe. Todo tiene una o múltiples causas” me repetía constantemente.
Pero la palabra regresaba a mí desde diferentes vertientes, vale decir casi de forma azarosa.

En un seminario en el que abordábamos el tema del erotismo se discutía acerca de la organización fálica y de cómo las pulsiones parciales eran subordinadas a una sola, pero el expositor hacía especial énfasis en que no todas las pulsiones parciales se subordinaban. Y así, abría una serie de líneas de pensamiento para continuar el debate.

¿Qué hacía que unas pulsiones no se subordinaran? Preguntaba en aquél seminario. Y nuevamente el azar aparecía como una posible respuesta. 
¿Qué es el azar? suerte, fortuna, imprevisibilidad, casualidad, probabilidad. Representado con una bella flor era el número máximo del dado, pero también incertidumbre y riesgo.
Los estadistas buscan huir de ella o controlarla, los físicos la desestimaron mucho tiempo hasta que Heisenberg la enunció como un principio “El principio de la incertidumbre”, porque tal parece que “Dios, a veces, sí juega a los dados”

Lacan retoma el desarrollo de Aristóteles sobre el concepto de casualidad. Aristóteles (3) presenta dos tipos de azar: el Automatón que se refiere a los sucesos azarosos en el mundo en general y la Tyché, en donde el azar afecta a sujetos capaces de acción moral. Lacan sitúa al primero, el Automatón, en el orden simbólico, es para él la insistencia del significante en el inconsciente, digamos que es un azar engañoso ya que no es arbitrario. Mientras que la Tyché la relaciona con lo real. La Tyché es totalmente arbitraria, es puro azar o azar puro. Recapitulando entonces diríamos que la Tyché es enteramente azarosa y alineada con lo real, luego entonces agreguemos su carácter imprevisible y sorpresivo. (Venere, 2004)

El encuentro de la Tyché, la emergencia de lo real es sorpresivo, inesperado e impensado. Lo que llamamos adolescencia irrumpe de forma espontánea, en una situación –familiar- que coloca al sujeto y en muchas ocasiones a la familia al borde del vacío.  El inicio de la adolescencia interrumpe el relato familiar como continuidad indefinida. Es común escuchar el desconcierto en las familias que llevan a consulta al chico adolescente. Es común escuchar cómo la adolescencia de uno de los hijos pone en jaque a toda la familia.

El encuentro con la Tyché, el acontecimiento no puede ser más que entendido como el suceder de una vivencia traumática que trae consigo estragos en el aparato psíquico.
Mía, es el nombre que tras pensar en la transferencia y contratransferencia decidí nombrar a la paciente de quién les hablaré el día de hoy.

Mía salió una tarde a una fiesta dónde se encontraría con el chico de quién estaba enamorada. Ella tenía apenas 13 años y le entusiasmaba tener un acercamiento sexual con él. Una bebida alcohólica le “ayudó” a vencer la timidez y el baño fue el escenario donde el acercamiento ocurrió. La escena fue interrumpida por su padre quién llegó mucho antes del tiempo acordado para llevarla a casa. Mía salió temerosa del baño, sin saber si su padre se había dado cuenta de lo que hacían encerrados en el baño. El padre le preguntó si había tomado alcohol, ella mintió y recibió un golpe en la cabeza.

Llegando a casa Mía fue forzada a dar su contraseña de Facebook a los padres. Ambos padres estaban muy enojados pues se habían enterado que Mía los había desobedecido de suspender actividad en la red social debido a un castigo previo por haber reprobado tres materias de la secundaria.

Mía relata que los padres husmearon en su Facebook, leyeron algunos mensajes y lo siguiente que recuerda es que comenzaron a golpearla. Los golpes venían acompañados de gritos e insultos hacia Mía.
El dolor de los golpes no fue lo que más desconcertaba a Mía sino desconocer la causa de ellos. Por momentos trató de pensar las causas, pudiera ser que se hubieran enterado del beso en el baño, pudiera ser que se hubieran enterado de los mensajes que había enviado a un chico, pudiera ser que hubieran visto las fotos que enviaba de ella semidesnuda, pudiera ser…
Mía dejó de pensar, dejó de llorar, dejó de sentir el dolor y de escuchar los insultos.

Los golpes cesaron cuándo su dedo se fracturó, pero ella recobró la sensación de su cuerpo hasta que sus padres arrancaron su calzón para ser examinado.

La vivencia traumática (4) colocó a Mía en una situación de desvalimiento, de desamparo y resignificó el valor de lo “no ligado”, es decir introdujo una “modalidad diferente de tramitación del fracaso de la ligadura, en tanto se juega la aparición de un elemento que vuelve siempre al mismo lugar” (5)

La experiencia de la vivencia de terror, descrita por Freud, nos dice que, frente a un estímulo perceptivo como fuente de una excitación dolorosa, se producirán prolongadas y desordenadas exteriorizaciones motrices hasta que una de esas acciones logra sustraerse de la percepción y al mismo tiempo de su fuente, el dolor. Mía, se extraña, se aleja una y otra vez durante la vivencia y luego al recordarlo en sesión.
Al resignificar el valor de aquello “no ligado” Mía fue arrojada a una posición subjetiva distinta, no habrá vuelta atrás. No hay posibilidad de que Gregorio Samsa vuelva a ser Gregorio, ni que Mía volviera a ser la misma.
El camino, único, será el de romper con los vínculos endogámicos, será el de dormir bajo el sofá esperando no morir de hambre en este nuevo cuerpo ajeno al especular.

A partir de ese momento Mía comenzó con una actividad sexual hiperintensa. Cito a Freud en el Manuscrito K

 “La histeria presupone necesariamente una vivencia displacentera primaria, vale decir, de naturaleza pasiva (…) la elevación de tensión a raíz de la vivencia displacentera primaria es tan grande que el yo no contradice a esta, no forma ningún síntoma psíquico, sino que se ve precisado a consentir una exteriorización de descarga, las más de las veces una expresión hiperintensa de la excitación. Se puede definir ese primer estadio de la histeria como histeria de terror; su síntoma primario es la exteriorización de terror como lagunas psíquicas. Todavía se ignora hasta qué edad, hacia adelante puede sobrevenir este primer avasallamiento histérico del yo (Freud, 1896: 268) (6)

Mía llegó a mi consultorio un año después de aquella vivencia traumática y de todo un año de llevar relaciones con hombres mayores que ella, relaciones que se tornaban violentas y clandestinas. Mientras ella hablaba su cuerpo exteriorizaba descargas no registradas en lo psíquico, se rascaba los brazos hasta sangrarse, se arrancaba el cabello y sus piernas no dejaban de moverse durante toda la sesión.

Poco tiempo después Mía huye de casa, los padres la encuentran en las afueras de la ciudad. Ella había huido con su novio y juntos habían consumido una alta cantidad de metanfetaminas. El desafío y el oposicionismo fue justificado por los padres en el consumo de drogas y por la “mala influencia” que el novio representaba.

Sus padres la llevan de vuelta a casa en una escena donde nuevamente imperó la violencia, hacia Mía y también hacia su novio. Al llegar a casa le quitaron toda la ropa que pudiera hacerla ver más grande, todo su maquillaje y su teléfono.
Sin embargo, durante sesión se tejió otra historia. Desde que Mía había iniciado la relación con este chico habían cesado los encuentros casuales con hombres mayores. Ella decía estar enamorada y este chico era el único que le había propuesto ser novios. “Huyes de ellos pues parece que ellos –tus padres- ven alguien que no eres tú, ellos miran a una niña”

Algo de la relación con este chico parecía estar operando distinto, Mía comenzaba a tejer, a ligar una historia de amor.

Los padres la mantenían hipervigilada y como era de esperarse “alejaron a la mala influencia” que era su novio, sin embargo, ellos encontraron la forma de seguir en contacto mediante el intercambio de cartas dejadas en lugares secretos.  
Un día Mía llegó más desesperada que otras veces, insistía en que su cabeza iba a explotar si no contaba algo que le llenaba de vergüenza. Con mucha dificultad articuló que el sacerdote de su escuela la obligaba a tener relaciones sexuales con ella.  Una situación intolerable para su alma. Quería parar, detenerlo pero no sabía cómo hacerlo.

La tramitación de la angustia en la transferencia posibilitó a Mía contar esa historia que mortificaba su cuerpo. Después lo contó a su familia y comenzaron un proceso legal en contra del sacerdote. Los padres trataron de “salvaguardar” a su hija retirándola de todo vínculo social. La hipervigilancia aumentó y Mía desapareció por un tiempo.

Su cuerpo que un tiempo fue poseído por el sacerdote ahora era poseído por el ámbito jurídico. Lo legal se había apropiado del cuerpo de Mía.

Mía no era suya.

Freud en el texto de La Negación nos invita a pensar en “el negativismo” (7) como indicio de la desmezcla pulsional que leído a la luz del estudio del juicio nos abre la posibilidad de entender los procesos de exclusión e inclusión en el yo del adolescente y la construcción de la identidad.

Este proceso de inclusión y expulsión en el Yo abarcará todos los escenarios y medios que tenga el adolescente desde su habitación, su grupo de amigos, su teléfono, su escuela, y también Facebook, Ask, Snapchat e Instagram.
Y si bien la desmezcla tendrá un fin necesario, a saber, que Mía pueda romper con los vínculos endogámicos también esto mismo la deja en un lugar vulnerable, el lugar de la posible descarga directa de la pulsión de destrucción sin mediación del pensamiento o la vía de la mortificación a nivel del cuerpo y del acto.

Mía se sentía acorralada, desesperada y en un intento extremo de apropiarse tomó un frasco de pastillas que la llevaron a pasar 4 días en el hospital. Asistí por petición de los padres y me encontré con un cuerpo robado. Robado por todos, robado por los padres en aquellas escenas violentas, robado por los hombres mayores, robado por el sacerdote y robado por los médicos y abogados. Un cuerpo público, un cuerpo de todos menos de Mía.
Estuve con ella un largo tiempo acompañándola al mismo tiempo que pensaba cómo intervenir. Al salir me reuní con la familia y les expliqué que era necesario darle espacio, un campo imaginario en el que Mía pudiera desafiar, apropiarse de ella y articular una historia. Fui determinante y arriesgada con ellos, al parecer tuvo efecto.

Poco tiempo después Mía regresó a consulta. Me contó lo sucedido y el poco espacio que tenía para ella. La recibí en consulta más días a la semana. Sin escuela, sin amigos y sin novio sólo le quedaba el espacio analítico para crear una interioridad, algo privado e íntimo donde pudiera apalabrar su cuerpo, su historia.

La adolescencia es un tiempo de transición, una travesía entre el mundo infantil y el mundo del adulto.

El adolescente es un viajero.

Él hace un trueque en este tránsito. Deja un pedazo de su alma y a cambio se lleva otra historia. Una historia contada en primera persona, contada por sí mismo. Una historia de enfrentamientos y batallas, de victorias y derrotas con sabores agridulces.
El enfrentamiento –la separación- será facilitado por la desmezcla pulsional y tendrá como efecto la construcción de un terreno, un espacio en dónde se lleve a cabo la transición hacia el mundo del adulto.
Este terreno –dónde se llevan a cabo las batallas propias del adolescente se crea como un espacio de transición. El espacio creado delimitará los territorios de lo ajeno y lo propio pero también los unirá. Pero para que esto ocurra el adolescente tiene que enfrentar y los padres tienen que permitir el enfrentamiento.

Esto fue el espacio analítico para Mía: un terreno que le permitió crear una hiancia entre los padres y ella.

En 1951 Winnicott (8) propuso el concepto de transicionalidad. Él supone la existencia de un objeto y de fenómenos transicionales. Estos fenómenos ocurren en una zona intermedia de experiencia: entre realidad interna y externa. El objeto transicional no es un objeto externo aunque los padres puedan identificarlo; pero tampoco es un objeto interno, sino que se encuentra en el límite entre estas dos áreas.
El objeto transicional supone un tercer espacio que une y al mismo tiempo separa los mundos internos y externos. Este objeto es descrito por Winnicott como la primera posesión No-Yo.  Y entre sus características llama la atención que debe ser acunado con afecto y al mismo tiempo amado y mutilado con excitación; no se debe cambiar, tiene que sobrevivir al amor y al odio y su destino es la desinvestidura, es decir no se reprime. Quisiera subrayar la idea de que el objeto transicional deja lugar para el proceso de adquisición de la capacidad para aceptar diferencias y semejanzas.

La diferencia que les propongo pensar radica en que Winnicott propone a la zona intermedia de la experiencia como una zona que “no es objeto de desafío alguno” es una zona donde NO se presentan exigencias. El espacio del que les hablo no es libre de conflictos, por el contrario se construye a partir del conflicto.

Sobre este espacio Mía comenzó a erigir a través de sus palabras un puente que le permitió emitir juicios de inclusión y exclusión, de lo que quería para ella y lo que no quería.

Mía comenzó a articular una historia propia, una historia contada en primera persona.

Su historia, su nombre propio.

Notas

(1) Kafka, F. (1915) La metamorfosis

(2) https://gonzaloportocarrero.lamula.pe/2007/12/16/la-nocion-de-acontecimiento/gonzaloportocarrero/

(3) http://www.elsigma.com/filosofia/la-suerte-y-la-fortuna-en-aristoteles/12151

(4) Me refiero a la vivencia efecto de una irrupción en el psiquismo que genera colapso de las relaciones entre representaciones.

(5) 23118.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/.../anudamientosdelonoligado.doc

(6) Freud, S. Manuscrito K. Las neurosis de defensa (1º de enero de 1896)

(7) Freud, S. La Negación (1920)

(8) Winnicott, D. (1951) “Los objetos y el fenómeno transicional –un estudio de la primera posesión no yo.

 

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