Volver a la página principal
Número 13 - Mayo 2019
Löwenstein y de cómo Lacan empezó su análisis
Manuel Hernández

 

Jacques Lacan hizo su análisis con Rudolf Löwenstein en los años treinta en el marco de la formación psicoanalítica que proponía entonces la Sociedad Psicoanalítica de París. ¿Qué sabemos con seguridad acerca de esa experiencia? No mucho, salvo que Löwenstein también fue el psicoanalista de quienes, junto con Lacan, llegarían a ser figuras principales del movimiento psicoanalítico francés, como Daniel Lagache y Sacha Nacht.

Sabemos también que Löwenstein, veinte años después, en la década de los cincuenta, ya instalado en los Estados Unidos junto con Heinz Hartmann y Ernst Kris, participó en el desarrollo de la Psicología del yo, que sería objeto de fuertes críticas por parte de Lacan. Sin embargo, Lacan nunca desacreditó en público a quien fue su analista, ni tampoco existía la Psicología del yo cuando Lacan se analizó con él.

Así que desdeñar a Löwenstein porque habría conducido el análisis de Lacan con los criterios de la Psicología del yo es un anacronismo. A pesar de ello, al leer lo que se dice del análisis de Lacan a partir del relato que hizo de él Élisabeth Roudinesco, se constata un cierto desprecio hacia Löwenstein que parece ser un denominador común, lo que puede haber colaborado en mantener su figura en la penumbra. Parecería que después de leer a Roudinesco ya sabemos de él todo lo que hay que saber, nos hemos convencido de que era un tipo carente de interés, sin ponderar que quizás hacemos juicios retroactivos al considerar que su posición se explicaría, o bien por lo que iba a ser veinte años después la Psicología del yo, o bien, por una formación psicoanalítica “típica” de la IPA que, sin embargo, en los años treinta, todavía no estaba consolidada ni estandarizada en el mundo.

Al examinar de cerca la versión que Élisabeth Roudinesco ha fabricado de ese análisis, se vuelve insostenible, sobre todo en un punto crucial: ella afirma, sin ninguna base documental, que Lacan se habría convertido en miembro titular de la SPP en contra de la opinión de Löwenstein, quien, sin embargo, habría accedido a apoyarlo a cambio de que Pichon aceptara que Heinz Hartmann, quien huía de los nazis, fuera admitido como miembro de la SPP (2). Esta versión no sólo carece de apoyo documental, sino al contrario, los registros con que contamos la contradicen francamente. Sin embargo, la versión de Élisabeth Roudinesco ha sido el punto de apoyo de todos los autores que han hablado del análisis de Lacan concluyendo, a partir de ella, que ese análisis no habría terminado.

Este es un asunto delicado, que no habría que tratar sin un soporte documental suficiente. Sin embargo, los autores que se han acercado al análisis de Lacan han prescindido de él.
Esta es la principal razón por la cual ninguna de las versiones que se han dado hasta el día de hoy de lo que habría sido el análisis de Lacan es aceptable. Por nuestra parte, consideramos que respecto de un asunto así, es indispensable avanzar apegados a la letra de los testimonios y documentos, para extraer algunas consecuencias confiables.

Ahora bien, desde luego que eso no es tarea sencilla. Las piezas documentales alrededor de este asunto están dispersas y es necesario, primero, encontrarlas, y enseguida mostrar su articulación, su sentido y sus consecuencias. Sólo esto podría dar el soporte necesario para responder algunas preguntas: ¿de dónde surgió Lacan? Es decir, ¿acaso sus innovadoras posiciones en el psicoanálisis surgieron de la nada, por generación espontánea? ¿Lacan fue un genio autoproducido -alguien que ya nació siendo un gran psicoanalista o que se formó a sí mismo a través de la lectura- o acaso su análisis tuvo algo que ver? Si su transferencia estaba dirigida hacia Marguerite Anzieu, ¿hizo un análisis con Aimée o con Rudolf Löwenstein? ¿Era Löwenstein sólo un burócrata de la IPA? ¿Era un didacta rígido, apegado a las normas de formación institucionales o cabe la posibilidad de que haya sido un analista sutil, con quien Lacan hubiera podido realmente analizarse?

La versión que ha dado Élisabeth Roudinesco de Löwenstein lo presenta como un psicoanalista mediocre y ambicioso, que orientaría su práctica por el análisis de las resistencias yoicas, y que además habría entrado en rivalidad con Lacan muy pronto. Esta versión de cosas es una novela. A pesar de que carece de cualquier sostén documental, ha permeado en quienes se ocupan del análisis de Lacan con Löwenstein, pero sobre todo parece haber colaborado en que nadie se interese por averiguar más sobre quien fue el analista de Lacan (3).

Realizar, como lo estamos intentando, un estudio crítico y documentado del (fin de) análisis de Lacan, no podría dejar las cosas en el estado actual de desconocimiento sistemático sobre aquel que fuera su psicoanalista. Por lo cual nos resulta necesario abrir muchas preguntas, comenzando por las más fundamentales.

1 - El inicio del análisis de Lacan

Lacan dejó, a lo largo del tiempo, diversos testimonios acerca de cómo inició su análisis. Es muy importante dejar en claro de una vez que cuando Lacan encontró a Marguerite, ya había leído a Freud y a otros psicoanalistas. En cambio, su encuentro con ella fue decisivo para que iniciara la experiencia misma del análisis. Lo que no resulta claro, en cambio, es por qué eligió ir precisamente a ese diván.

¿Qué pudo llevar a Lacan buscar a Rudolf Löwenstein? Si tomamos en serio el testimonio del propio Lacan, debemos concluir que fue Marguerite Anzieu, a quien llamaba Aimée. Veamos las tres veces en que Lacan se refirió explícitamente a ese momento:
6 de enero de 1972, El saber del psicoanalista:
[en Sainte-Anne] yo escuché cosas totalmente decisivas, que lo fueron para mí; pero ese es mi asunto personal […] Para decirlo todo, y rendirle homenaje de algo en lo que ella ciertamente intervino personalmente, es –lo que cada uno sabe- alrededor de esta enferma que yo señalé con el nombre de Aimée, que no era el suyo, desde luego, que yo fui, es eso, aspirado hacia el psicoanálisis. No sólo por ella, desde luego.

Esta primera afirmación indica tres cosas:
1. Que lo que Lacan escuchó de boca de su Aimée, fue totalmente decisivo en lo personal.
2. Que, al decirlo, Lacan le hace un homenaje a Marguerite.
3. Que por su encuentro con Aimée, él fue aspirado hacia el psicoanálisis (no hacia Freud) sino hacia el psicoanálisis como experiencia.
4. Que no sólo ella intervino en eso.

Por eso, cabe preguntarse quién más intervino en que Lacan fuera aspirado hacia el análisis. Por ahora, aquí sólo caben especulaciones, por ejemplo, su grupo de amigos de L’Évolution psychiatrique, el grupo que publicaba desde 1925 la célebre revista que, desde su inicio, le dio un lugar al psicoanálisis. O bien, la revista en sí misma. ¿Fue acaso el propio Löwenstein? Nada podemos decir en firme todavía.

Sigamos adelante para ver el próximo testimonio:

12 de mayo de 1972, “Conferencia en Milán”, en Lacan in Italia, ed. La Salamandra, p. 42:
Entré en el psicoanálisis, así, un poco con retraso. En efecto, hasta ese momento… en neurología, un buen día… ¿qué pudo picarme?... cometí la equivocación de ver eso que, quizás, lo que se llama un psicótico. Hice mi tesis al respecto: De la psicosis paranoica - ¡oh, escándalo! - en sus relaciones con la personalidad. “Personalidad”, ustedes piensan, no soy yo quien se va a llenar con eso la boca. Pero, en fin, en esa época eso representaba para mí, así, como una nebulosa, en fin, algo… algo que era ya suficientemente escandaloso en la época; quiero decir que eso hizo un verdadero efecto de horror. En fin, eso me llevó a hacer yo mismo la experiencia del psicoanálisis. Después de eso, vino la guerra, durante la cual proseguí esta experiencia. Al salir de la guerra comencé a decir que quizás yo podría decir de eso un poquito. “Sobre todo –me dijeron- nadie va entender nada… ya lo conocemos, ya lo ubicamos desde hace un rato”.

Este testimonio da cuenta de que fue la noción de personalidad lo que llevó a Lacan a la experiencia de análisis, que luego prosiguió como analista durante la guerra, para eventualmente comenzar una enseñanza pública cuando la guerra concluyó; ahí dictaría en su domicilio tres seminarios acerca de casos de Freud (4).

Siguiente testimonio del propio Lacan:

7 de mayo de 1976, Prefacio a la edición inglesa del seminario XI.
Ahora, es decir con retraso, aporto mi grano de sal: hecho de hystoria, tanto como decir de histeria; aquella de mis colegas en la ocasión, caso ínfimo, pero en donde me encontré tomado por ventura por haberme interesado en algo que me hizo deslizarme hasta ellos por haberme impuesto a Freud, la Aimée de mi tesis. Yo hubiera preferido olvidar eso; pero uno no olvida lo que el público le recuerda.

Aquí tenemos dos elementos importantes. Primero, la histeria, ¿de quiénes? De sus colegas hacia los cuales se deslizó. ¿Por qué? porque Aimée le impuso a Freud. Aquí ya no se trata solamente de la experiencia de análisis, sino de Freud como autor y de una comunidad hacia la cual Lacan se deslizó, vía Freud. ¿Habla del grupo de L’Évolution psychiatrique? ¿Habla de la SPP? No lo sabemos.

Con todo, tenemos ya varios elementos. En primer lugar, que Marguerite dijo cosas a Lacan que para él fueron decisivas personalmente, que lo llevaron a buscar hacer un análisis y a leer a Freud, para finalmente vincularse con colegas por un hecho de hystoria, de histeria. Pero hay dos elementos más que fueron cruciales: en primer lugar, Clérambault y enseguida los surrealistas, que reconocieron el valor de la escritura de Marguerite.
El affaire Clérambault tiene una alta complejidad, por lo cual remitimos al lector al estudio que hemos hecho de ese pasaje decisivo para Lacan, de donde sale en posición de demandante (5). Sin embargo, en cuanto a los surrealistas podemos decir que ahí hubo un genuino punto de relevo entre Freud y Lacan, en el cual más que desplazar a Freud, Lacan ocupó el lugar que aquel dejó vacante.

En efecto, ante la insistencia de André Breton para que Freud abriera un diálogo con el surrealismo, el inventor del psicoanálisis se declaró incompetente. No entendía nada del surrealismo y lo confesó al autor del Manifiesto surrealista:
¡Y ahora una confesión, que usted debe acoger con tolerancia! Aunque yo reciba tantos testimonios del interés que usted y sus amigos tiene por mis investigaciones, yo mismo no puedo aclararme lo que quiere el surrealismo. Quizás yo no estoy hecho en absoluto para comprenderlo, yo, que estoy tan alejado del arte (6).

El surrealismo era una ruptura estética que Freud no pudo seguir. No era que estuviera alejado del arte, sus estudios sobre el Moisés, las pinturas de Leonardo o las obras de Shakespeare lo demuestran, es que su posición estética era de otra época. La innovación artística y argumentativa del surrealismo y el dadaísmo lo dejaban a la zaga de su tiempo.

En cambio, sabemos que Lacan cobró vivo interés por el surrealismo al menos desde 1928, así se lo dijo a Ferdinand Alquié en una carta, y su amistad con Tristán Tsará dejará honda huella hasta el final de sus días. Si el autor de La interpretación de los sueños no captaba nada del surrealismo, Lacan y los surrealistas reconocieron la importancia de la psicosis para la producción artística y el cuestionamiento social. En efecto, aquello que Breton buscó en los sueños, Dalí lo encontró en la paranoia. Y el diálogo que Freud nunca pudo sostener, Lacan lo hizo florecer y le dio un aliento creativo que llevó a una colaboración sostenida con Dalí y el resto del grupo surrealista. Por eso, Lacan fue el puente entre la psicosis y el arte de su época. Sin embargo, eso no fue una aventura puramente intelectual, pues simplemente no podría haber sucedido si Marguerite no hubiera tenido un efecto pasional en Lacan, como lo dijo en “Acerca de la causalidad psíquica”:

Clérambault fue mi único maestro en la observación de los enfermos, después del muy sutil y delicioso Trénel, a quien cometí el error de abandonar demasiado pronto para postularme en las esferas consagradas de la ignorancia docente.
Pretendo haber seguido su método en el análisis del caso de psicosis paranoica que constituyó el objeto de mi tesis, caso cuya estructura psicogenética he demostrado y cuya entidad clínica he designado con el término más o menos válido de paranoia de autopunición.

Aquella enferma me había atraído por la ardiente significación de sus producciones escritas, cuyo valor literario sorprendió a muchos escritores, desde Fargue y mi querido Crevel, que fueron los primeros en leerlas, hasta Joe Bousquet, que las comentó inmediata y admirablemente, y Éluard, que hubo de recoger no hace mucho su poesía involuntaria. Se sabe que el nombre de Aimée, cuya persona he disfrazado, es el de la figura central de su creación novelesca (7).

Este párrafo está lleno de elementos significativos, incluso diríamos de significantes, para Lacan. Primero está la observación de los enfermos, que pone en juego la mirada como método aprendido de Clérambault (lo cual Lacan comenta en “De nuestros antecedentes”), y luego está el postularse, pues remite al postulat de Clérambault, cuya importancia no puede minimizarse para Lacan. Enseguida, está la estructura. En efecto, la importancia de esa noción está presente en Lacan mucho antes del llamado estructuralismo. Como prueba, el hecho de que en julio de 1931 Lacan publicó un artículo llamado “Estructura de las psicosis paranoicas”, que vamos a comentar enseguida. Después, claro, está la psicogénesis; noción que es crucial, pues se opone al organicismo reinante en la época, y que por su parte Clérambault defendía. Junto con esa concepción organicista venía la del proceso en oposición a la lógica de una historia vivida, en donde el delirio es una reacción a ciertos eventos que Lacan llamó en esa época las tensiones sociales de la vida del loco. Desde luego está la autopunición que remite inmediatamente a la producción psicoanalítica de la época en la SPP (8), pero específicamente, de manera crucial, a un artículo concreto de Rudolf Löwenstein (9) que fue publicado en un momento decisivo para Lacan.

Sin embargo, ante todo, destaca el costado subjetivo: Lacan dice que Marguerite lo había atraído por la ardiente significación de sus producciones escritas. Así, sabemos que Lacan literalmente sintió atracción por ella, y que su escritura lo inflamó. Este arrebato pasional es un dato fundamental en la configuración del caso.


La legibilidad de estos tres testimonios depende de seguir el método de la clínica freudiana que, por ser el de un “rompecabezas” (10) que atiende a los detalles del caso, necesariamente es también la de un despliegue de los pliegues del caso, de sus enigmas y falsas evidencias, para intentar echar alguna luz en las zonas opacas. Esa luz es indispensable, pues en la oscuridad es imposible armar un rompecabezas.
El trabajo que hemos hecho sobre el postfacio de Jean Allouch “Lacan s’analysant” permite al lector vislumbrar que Lacan pudo haber dejado testimonios cifrados de su propio análisis. Para Jean Allouch su relato sobre el caso del hombre de los sesos frescos tiene ese estatuto. Sin embargo, al no contar con ningún elemento confirmatorio, ni literal ni documental, su conjetura de que ahí habría un testimonio encriptado de Lacan queda en suspenso. Sin embargo, quedamos alertados de esa posibilidad: podría haber testimonios cifrados por Lacan acerca de su propio análisis. 

Por ahora nos ocuparemos de los testimonios explícitos de Lacan que, junto con el trabajo de cronología que ha hecho Jean Allouch del caso Marguerite, permiten comenzar a establecer algo de la lógica de lo que pudo ser el análisis de Lacan, siguiendo el hilo transferencial.

Veamos sus elementos en detalle:

Aunque esta cronología es muy detallada, le hacen falta algunos elementos que nos parece indispensable incluir. Primero, el 7 de julio de 1931, Lacan publicó el artículo ya citado, “Estructura de las psicosis paranoicas”, en donde tomó posición respecto de la “constitución” en la paranoia. El debate versaba sobre si las causas de la paranoia son orgánicas y constitucionales, es decir, esenciales a la persona y manifiestas en su carácter. Lacan va a sostener la tesis contraria.
Así reducida, la paranoia tiende a confundirse hoy con una noción de carácter, que incita, al parecer, a una deducción que se podría intentar a partir del juego psicológico normal.

Es contra esta noción que trataremos de agrupar aquí algunas reflexiones.

Lo haremos fundándonos en la noción puramente fenomenológica de la estructura de los estados delirantes […]. (12)

Para conseguirlo va a estudiar en su artículo tres tipos de psicosis paranoicas: la “constitución paranoica”, el delirio de interpretación y los delirios pasionales.
Para empezar, Lacan pone el término entre comillas: “constitución paranoica”, con lo cual marca su distancia, y luego lo ubica:

Las características de un delirio se muestran aquí ya. Esencialmente ideativas en las antiguas descripciones, encuentran su base para los psiquiatras modernos en la noción de problema de la afectividad. Este último término no parece deber limitarse a la vida emocional o pasional. Y solamente la noción reciente en biología y rápidamente captada por la psiquiatría de “reacción a las situaciones vitales”, nos parece suficientemente comprensiva para dar cuenta de esta huella evolutiva total sobre la persona […]. (13)
Así, la tesis de Lacan es clara: incluso cuando se habla de una psicosis paranoica “constitucional”, su etiología no está en el “carácter” congénito y determinado orgánicamente, sino en la reacción a las situaciones vitales de la persona, eso y sólo eso, permitirá dar cuenta de la evolución de ella en el sentido emocional.

Si tomamos en cuenta que este artículo fue publicado el 7 de julio de 1931 y que Lacan vio por primera vez a Marguerite el 3 de junio de 1932, es decir, casi un año después, podemos localizar que Lacan comenzó a escucharla desde esa posición, considerando que su delirio era una reacción a ciertas situaciones de su vida, a eventos que pudieron dejar en ella una huella. ¿Diremos que quizás fue Marguerite quien lo llevó a confirmarlo definitivamente como lo dejó plasmado en su tesis? Es posible, pues en mayo de 1932, un mes antes de conocerla, Lacan publica, junto con Migault, un artículo sobre “Las locuras simultáneas”, en donde el delirio a dos es explicado por dos factores: “1º la herencia en línea directa con refuerzo análogo de la tara psicopática. 2º un aislamiento social que puede haber determinado las perturbaciones afectivas que uno ve manifestarse” (14). Es decir, justo antes de recibir a Marguerite, Lacan oscila, se inscribe todavía en la línea de la psicopatía y la herencia, pero le da un lugar al aislamiento social que puede determinar las perturbaciones afectivas. En suma, justo antes de recibirla, en Lacan hay una ambivalencia, por un lado, cabe el factor hereditario y por otro el factor social. En contraste, cuando antes publicó “Estructura de las psicosis paranoicas” el factor hereditario no tenía un lugar y la explicación va a recaer en la “reacción a las situaciones vitales” y su artículo va a concluir así:

El término de constitución paranoica se justifica por la fijación precoz de una estructura. Esta fijación, que aparece clínicamente de los años de la segunda infancia hasta la pubertad, puede manifestarse por completo desde la edad de siete años- a veces no se revelan sino más allá de los veinte años.

Es en los años de la primera edad, y muy especialmente en el estadio primario, llamado narcisista u oral de la afectividad, que los psicoanalistas remontan las causas determinantes.
La influencia ejercida por el medio familiar, durante el despertar de las primeras nociones razonantes no ha parecido menos importante para los observadores atentos (15).

Su familiaridad con Freud y las elaboraciones psicoanalíticas es manifiesta, ¿fue Marguerite quien lo llevó ahí en tan solo un mes? Nada permite descartar esa hipótesis, pero tampoco afirmarla, su cercanía con el grupo de L’Évolution Psychiatrique lo pusieron en relación muy pronto con las elaboraciones psicoanalíticas de la SPP (16).

Con todo, al final de su artículo, dice:
Los técnicos del inconsciente confiesan, en el límite de la paranoia, su impotencia, si no para explicar, al menos para curar.

Parece que, según los estudios recientes de los americanos, una profilaxis útil podría ser ejercida útilmente en la infancia por educadores advertidos (17).

Como se ve, Lacan ya leyó psicoanálisis y cambia el sentido de la “constitución” dándole a la llamada “constitución paranoica” el valor de una fijación libidinal narcisista que, según el propio Freud en el caso Schreber, explica la paranoia e impide que exista la transferencia, y, por lo tanto, la posibilidad de un psicoanálisis (18).

Ahora, ¿fue específicamente Marguerite quien llevó a Lacan a Freud? No es lo que dice Lacan:
Entré en el psicoanálisis, así, un poco con retraso. En efecto, hasta ese momento… en neurología, un buen día… ¿qué pudo picarme?... cometí la equivocación de ver eso que, quizás, lo que se llama un psicótico. Hice mi tesis al respecto […] (19)

Fue el encuentro con los psicóticos. Como vimos, antes de recibir a Marguerite, Lacan ya se ocupaba de la folie à deux. Esto explica que, casi un año antes de recibirla por primera vez, publique un artículo en donde se puede entrever que ya ha leído a Freud y a Abraham y ha asimilado sus ideas, así que podemos tranquilamente decir que cuando Lacan recibió a Marguerite, ya había leído psicoanálisis, y que otros psicóticos –y/o los surrealistas- lo habían dirigido Freud.

Lo cual le permite poner en cuestión la noción de “constitución” en psiquiatría, punto que comparte con Dalí:
Un día en París recibí una llamada telefónica de un brillante y joven psiquiatra. Acababa de leer un artículo mío en la revista Le Minotaure [donde se publicó Interpretation paraonïaque critique de l’image obsédante “L’Angelus” de Millet] (20). Me felicitó y me expresó su asombro por la precisión de mi conocimiento científico en el tema, que era tan desconocido en general. […] Nos sorprendimos de descubrir que nuestros puntos de vista estaban igualmente opuestos, y por las mismas razones, a las teorías constitucionales que eran aceptadas entonces casi unánimemente (21).

Así, Dalí y Lacan coinciden en su lucha en contra de la teoría constitucionalista. Según Dalí, esto fue en 1933 (22), pero en 1931 Lacan ya había reformulado la noción de constitución, cambiando su sentido, él la explica por dos factores principales: una fijación libidinal y la reacción a situaciones vitales. Esto es lo que va a llamar en su tesis “personalidad” y alrededor de ese punto se jugará un importante debate teórico de la misma:

En la primera parte de nuestro trabajo pretendemos dar ante todo una definición objetiva de estos fenómenos de la personalidad. Después recorremos la historia de las doctrinas, en especial las más recientes, sobre la psicosis paranoica.
¿Representa esta psicosis el desarrollo de una personalidad, y entonces traduce una anomalía constitucional, o una deformación reaccional? ¿O es, en cambio, una enfermedad autónoma, que recompone la personalidad al quebrar el curso de su desarrollo? Tal es el problema que plantea la presentación misma de las doctrinas.

Como se ve, en la tesis Lacan ya adoptó plenamente el sentido psicoanalítico de constitución y lo vincula a la fijación libidinal (anomalía constitucional) y a un efecto de las situaciones vitales que atraviesa del psicótico (deformación reaccional). Esta lógica es la que le va a permitir a Lacan abordar la personalidad sosteniendo que hay una coherencia que le es propia y se define por esas relaciones de comprensión en donde se expresa la común medida de las conductas humanas. El determinismo de esos fenómenos, lejos de desvanecerse ahí, aparece reforzado (24).

Esta concepción de la paranoia causó escándalo en el medio psiquiátrico parisino, tan organicista, tan procesual, y Lacan tuvo que enfrentarse con todo ese medio psiquiátrico. En eso, Dalí no podía ayudarlo, pero no estaba solo en esa guerra, pues un apoyo decisivo surgió de un lugar totalmente inesperado.

En el cuarto número de 1932 de L’Évolution Psychiatrique, Rudolf Löwenstein publicó un texto que se llama precisamente “El psicoanálisis y la teoría de la constitución”, y que comienza así:

En todos los dominios de la psiquiatría que ha atacado, el psicoanálisis ha dado los golpes más duros a las concepciones que se sirven de la noción de constitución. Ha sido así sobre todo para las psiconeurosis, las perversiones sexuales y los problemas de carácter. Conviene, para poner de relieve el antagonismo existente entre el psicoanálisis y la noción de constitución, desprender de este último los aspectos que le son conferidos por los diversos empleos que se le dan.

La constitución es un conjunto de caracteres inherentes al individuo, indisolublemente ligados con él. Habitualmente las constituciones son consideradas como habiendo sido transmitidas hereditariamente, cualquiera que sea el momento de su aparición en el individuo; y los caracteres transmitidos son considerados como siendo de orden somático (25).

Se puede apreciar el carácter combativo del texto de Löwenstein, el vocabulario que emplea es transparente: se trata de “atacar” y “dar golpes”. De esta manera, al leer este artículo, Lacan quedó advertido de que en el medio francés no estaba solo en su combate contra la psiquiatría organicista y procesual. Löwenstein era psiquiatra y estaba al tanto de la discusión que sostenía Lacan y de sus alcances.
¿Publicó este artículo antes o después de la tesis de Lacan? Es difícil precisarlo, pues fueron casi contemporáneos. En efecto, la tesis de Lacan se publicó en septiembre de 1932 y este artículo se editó en el cuarto fascículo de l’EP de 1932, es decir, aproximadamente en el último trimestre del año.

Veamos qué dice más Löwenstein:
En efecto, uno no podría insistir jamás lo suficiente acerca de los roles de los factores accidentales de la primerísima infancia […] [las] particularidades psicológicas de un individuo que parecen constitucionales no son, en realidad, sino los resultados de eventos o de situaciones de la primerísima infancia a tal punto que, en nuestra opinión, es imposible afirmar la naturaleza constitucional o innata de tal o cual particularidad psicológica, de un rasgo de carácter o de comportamiento, antes de haber procedido a un psicoanálisis profundo del sujeto. Al no contemplar sino esquemáticamente las principales pulsiones parciales en la evolución de la libido, el psicoanálisis demuestra con toda la nitidez requerida, que las influencias del entorno pueden determinar particularidades psicológicas que están en la esfera de influencia de esas pulsiones (26).

Cuando aparece este artículo, Lacan tiene apenas tres meses en análisis con Löwenstein, y si algún argumento le faltaba para estar en ese diván, seguramente este artículo lo aportó, pues encontró en su analista no sólo una afinidad intelectual mayor, sino un aliado en la batalla.

Algo muy relevante es que, a pesar del tono combativo con el que inicia su texto, Löwenstein no adopta la posición de un guerrero infalible del movimiento freudiano. Al contrario, reconoce al menos dos puntos de no-saber:

El psicoanálisis, en el estado actual de nuestros conocimientos, no puede determinar netamente, en todos los casos, por qué ciertos eventos en la infancia como en la edad adulta, conducen a tal individuo a la neurosis o a la perversión sexual y permiten, sin embargo, a otro sujeto permanecer relativamente sano (27).

Y, finalmente, limita su artículo a las neurosis y a las perversiones, aclarando: “la noción de constitución paranoica nos parece tan compleja que ameritaría, en nuestra opinión, un estudio especial” (28).

Este es un primer indicio del tenor de analista que era Löwenstein: incluso cuando sabe que está librando una batalla, no teme reconocer públicamente dos fisuras en su posición, todavía más, escribe este texto incluyendo ese no-saber del psicoanálisis.
¿Y cómo no ver también que este es el punto donde se localiza una falta que consiguió alojar a Lacan? Lacan y Löwenstein coinciden contundentemente en su crítica a la noción psiquiátrica de “constitución” y la reinterpretan, ambos, en el mismo sentido, dándole un contenido psicoanalítico que pone en relación las pulsiones con los eventos en la vida de alguien. Pero a Lacan le corresponderá la tarea de dar respuesta a dos tareas pendientes: ¿en qué consiste la constitución libidinal y social que lleva a alguien a la psicosis? ¿Cuál puede ser un tratamiento posible de ella? Dos tareas que ocuparán muchos años en su vida, pero ¿cómo podría haberlas emprendido si el analista a quien le hablaba no hubiera reconocido esa falta en su saber? Si Marguerite sabía, Löwenstein podía sostener el no-saber.

Este texto nos da elementos para situar el encuentro subjetivo entre Löwenstein y Lacan, y por qué Lacan encontró ahí un lugar dónde hablar del saber de su Aimée y de muchas otras cosas. Sin embargo, este suceso tiene lugar ya durante el análisis de Lacan y no nos dice nada acerca del momento en que se produce la demanda de análisis.

Si nuestro trabajo sobre la ruptura de Lacan y Clérambault alrededor de la noción de postulat, nos permite avanzar que Lacan quedó en posición de demandante después de ser acusado de plagio por su maestro, sin embargo, no da cuenta de por qué Lacan dirigió su demanda específicamente a Löwenstein.

La explicación nodal del caso Aimée está en la tesis que Lacan expresa con claridad en estas líneas, que dan cuenta de por qué Marguerite atacó a Huguette ex – Duflos:
[…] ese tipo de mujer es exactamente lo que Aimée misma sueña con llegar a ser. La misma imagen que representa su ideal es también el objeto de su odio.

Así, pues, Aimée agrede en su víctima su ideal exteriorizado, tal como la pasional agrede el objeto único de su odio y de su amor. Pero el objeto agredido por Aimée no tiene sino un valor de puro símbolo, y así su acción no le produce ningún alivio.

Sin embargo, con el mismo golpe que la hace culpable frente a la ley, Aimée se siente golpeada en sí misma: y cuando lo comprende, es cuando experimenta la satisfacción del deseo cumplido: el delirio, ya inútil, se desvanece (29).
Jean Allouch anota, con mucha pertinencia, que no hay ninguna declaración de Marguerite en donde ella reconozca lo que Lacan dice: “Marguerite jamás habrá admitido, ni por lo tanto a fortiori, “realizado”, el haberse atacado a sí misma” (30). Sin embargo, Lacan sostiene esta explicación y precisa su sentido:

Es aquí donde vamos a demostrar el alcance científico de la doctrina freudiana, en cuanto esta doctrina refiere una parte importante de los trastornos mentales al metabolismo de una energía psíquica llamada libido. Nosotros sentimos que la evolución de la libido en la doctrina freudiana corresponde con mucha precisión, en nuestras fórmulas, a esa parte (tan considerable para la experiencia) de los fenómenos de la personalidad cuyo fundamento orgánico está dado por el deseo sexual (31).

Pero, si Marguerite nunca dio elementos para dar cuenta de su “curación” en términos de una autopunición que realizaría su deseo sexual, ¿de dónde puede venir esa tesis? ¿Con qué tiene que ver?
Ocurre que hubo otro texto publicado por Löwenstein en 1932, pero… dato fundamental: apareció a principios de ese año, en el primer tomo de la Revue Française de Psychanalyse, y lleva por título nada menos que “De un mecanismo autopunitivo”.
Ahí Löwenstein explica la autopunición como realización de deseo. Es decir, aporta los elementos para lo que será la explicación teórica que Lacan daría de la psicosis de Marguerite.
Ya habíamos dicho que en la SPP la autopunición estuvo en boga desde principios de los años treinta y fue motivo de diversos artículos y discusiones. Sin embargo, Löwenstein avanza una tesis fundamental: la autopunición es una forma de realización del deseo sexual.

Dado que es exactamente la explicación teórica que Lacan propuso en su tesis del ataque y curación del delirio de Marguerite, es preciso estudiar más de cerca la cita donde Lacan presenta dos operaciones: primero, el establecimiento de la serie de sus perseguidoras, por un lado, y luego la curación de su delirio:

¿Cuál es, en efecto, para Aimée el valor representativo de sus perseguidoras? Mujeres de letras, actrices de mundo, representan la imagen que Aimée se hace de la mujer que, en un grado cualquiera, goza de la libertad y el poder sociales. Pero aquí hace explosión la identidad imaginaria de los temas de grandeza y de los temas de persecución: este tipo de mujer es exactamente lo que Aimée misma sueña con llegar a ser. La imagen misma que representa su ideal es también el objeto de su odio.

Ahora viene la “curación”:

Así, pues, Aimée agrede en su víctima a su ideal exteriorizado, tal como la pasional agrede al objeto único de su odio y de su amor. Pero el objeto agredido por Aimée no tiene sino un valor de puro símbolo, y así su acción no produce ningún alivio.
Sin embargo, con el mismo golpe que la hace culpable frente a la ley, Aimée se siente golpeada en sí misma: y, cuando lo comprende, es cuando experimenta la satisfacción del deseo cumplido: el delirio, ya inútil, se desvanece (32).

¿Cómo es esto posible? Notemos la paradoja: lo que Aimée sueña con llegar a ser, su ideal, es también el objeto de su odio. La clave está en la palabra imagen. Y es que esa inversión del amor al odio, Lacan ya la explicó páginas antes con respecto a una amiga que se vuelve la primera perseguidora, y a la que Lacan designa como “C. de la N.” Al hacerlo así, ya lo señaló Jean Allouch, Lacan acude a la homofonía para señalar cómo su amiga es depositaria de su odio en tanto que es lo que ella desea ser, pero sometida al régimen del espejo:

Todo esto quiere decir que su actividad y sus reacciones tal como lo describe Kretschemer acerca de los tipos correspondientes, se oponen a las de nuestra paciente a la manera como se opone al objeto su imagen invertida en el espejo (33).
Estamos ante la aparición en la tesis de C. de la N., cuya función de inversión, de tipo derecha/izquierda, que Lacan significa con su designación: C. de la N.

Como ya lo señaló Jean Allouch: si Marguerite es “aimée”/”aimer” (amada/amar), esta amiga será “c’est de la haine” (es odio).

Aimée         C. de la N.
Aimer          C’est de la haine

Esta intervención del espejo en la tesis de Lacan, metaforiza una inversión de los afectos, como el espejo invierte derecha e izquierda, pero no la explica. Así como tampoco da cuenta de la duplicidad de la imagen y todavía menos de una identificación del sujeto con ella. Es decir, no alcanza a explicar ni la serie de las persecutoras, ni la identificación de Marguerite con ellas, que es el fundamento de la posibilidad de una autopunición.

Así, Lacan precisaba dar cuenta de la imagen doble, es decir, de una sola imagen que represente a dos personas distintas, o incluso más.

Esa fue la operación que Salvador Dalí describió y pintó con su paranoia crítica en “L’âne pourri” de 1930:
Es por un proceso netamente paranoico como ha sido posible obtener una imagen doble: es decir, la representación de un objeto que, sin la menor modificación figurativa o anatómica, sea al mismo tiempo la representación de otro objeto absolutamente diferente, desnudada, ella también, de todo género de deformación o anormalidad que pudiera descubrir algún arreglo.

La obtención de semejante imagen doble ha sido posible gracias a la violencia del pensamiento paranoico que se ha servido con astucia y habilidad, de la cantidad necesaria de pretextos, coincidencias, etc., sacando provecho de ellas para hacer aparecer la segunda imagen que en ese caso toma el lugar de la imagen obsesiva.

La imagen doble (por ejemplo, la imagen de un caballo que es al mismo tiempo la imagen de una mujer) puede prolongarse continuando el proceso paranoico, la existencia de otra idea obsesiva es entonces suficiente para que una tercera imagen aparezca (Ia imagen de un león, por ejemplo) y así en lo sucesivo hasta la concurrencia de un número de imágenes limitado únicamente por el grado de capacidad paranoica del pensamiento (34).


Salvador Dalí, Rostro paranoico, 1935

En el cuadro Rostro paranoico, vemos dos escenas a la vez, sin modificar en nada la imagen. En el sentido horizontal vemos una choza y algunas personas sentadas. Si la imagen se observa en sentido vertical, se aprecia un rostro humano. Dos imágenes en una sola, sin tener que cambiar nada en ella.

Lacan se interesó en esta tesis de Salvador Dalí y la comentó con él cuando se conocieron, sus profundas coincidencias darían pie a la anécdota donde Lacan dice que la paranoia crítica de Dalí la inventó Lacan, a lo que Dalí respondía que la tesis de Lacan la había escrito Dalí. Con lo cual ambos ponían a jugar la folie à deux como método de creación. Gracias a Dalí, Lacan resolvía un problema endemoniado: ¿cómo es posible que en una sola imagen (Huguette ex –Duflos) coexista la serie de las persecutoras (que por lo menos incluye a C. de la N. y a Élise, la hermana de Marguerite)?

Sin embargo, la imagen doble de la paranoia crítica no explica nada acerca del valor afectivo de esas imágenes. En el cuadro El rostro paranoico vemos dos imágenes, sin embargo, no existe ni relación entre ambas, ni ningún valor afectivo específico que explique la presencia de una y otra.

Es decir, si la imagen doble nos permite entender por qué Marguerite ve en Huguette ex – Duflos a C. de la N. y a Élise, en cambio no nos permite comprender por qué esas imágenes ideales se han convertido en el objeto de su odio, ni tampoco qué relación tienen con ella misma. Es decir, ¿cómo es que Marguerite se ve a sí misma en Huguette ex –Duflos? ¿Por qué se autocastiga al atacar a la actriz?
Es aquí donde el artículo de Löwenstein tiene una importancia fundamental.

En el estilo límpido de escritura que caracteriza a los textos de Löwenstein en los años treinta, relata:
En el curso de un análisis, un joven me cuenta un sueño que tuvo en ocasión de la muerte de su padre.

El analizado tenía en ese momento 20 años y vivía en el extranjero, lejos de su familia. Supo de la muerte súbita de su padre por un telegrama. He aquí el sueño: “Veo mi propio rostro, como en un espejo [glace], pero me doy cuenta de que es el rostro de mi padre. Yo llevo bigote y, como él, tengo una ligera calvicie”. Ahora bien, el soñante era lampiño y tenía una cabellera abundante. […] La situación afectiva del soñante en la época de la muerte de su padre se encontraba además influida por la presencia, en ese momento, en la ciudad donde él se encontraba, de una antigua amiga de la familia. Desde que residía en el extranjero era la primera persona cercana a su familia que había encontrado; esta dama se quedaba ahí para arreglar ciertos asuntos comunes a ella y al padre de nuestro analizado. Por lo demás, él suponía que esta dama, cuyo pasado erótico agitado él no ignoraba, había sido la amante de su padre en otra época. Y esto contribuía ciertamente a despertar en él el deseo, apenas confesado, de ser apreciado por sus cualidades de varón por esta dama con la que él se topaba cotidianamente. Al lado de eso, los relatos que ella le hizo de la situación y de la vida de su familia crearon en ese joven, de manera muy natural, remordimientos y nostalgia. Y fue en ese momento que le llegó la noticia de la muerte súbita de su padre.

El sueño es así fácilmente inteligible: es la realización del deseo de tomar el lugar de su padre y, al mismo tiempo, el castigo por ese deseo. Podría traducirse así: “Tú quieres ser como tu padre, tú quieres tomar su lugar, está bien, lo consigues, puesto que tu padre ya no está (su rostro es el de su padre) pero tú serás también viejo e impotente, como él (la calvicie), tú morirás como él” (35)

No es necesario insistir en la rivalidad edípica de la situación salvo para ubicar que, si él desea a esa mujer, es por identificación y rivalidad con su padre, y viceversa.
En cambio, es preciso poner el acento en lo siguiente: el valor de la imagen ideal está dado por el deseo y su realización. En efecto, es el deseo realizado lo que le da valor a tal o cual imagen para el sujeto: se constituye en ideal quien realiza el deseo. Y la identificación se produce por una relación especular, pero ese reflejo tiene el costo de invertir el sentido de la relación.

Es exactamente lo que describe el artículo de Löwenstein: “Veo mi propio rostro, como en un espejo [glace], pero me doy cuenta de que es el rostro de mi padre”. Así lo explica:

La técnica de la que se ha servido el inconsciente en la elaboración de ese sueño se encuentra muy frecuentemente, aunque el sueño que acabamos de analizar parezca ser un ejemplo de una ejecución particularmente elegante. Esos sueños realizan las metas de dos tendencias opuestas por la misma imagen, de tal suerte que una de esas tendencias es como la consecuencia lógica de la otra (36).

Notemos que se trata de una sola imagen que representa a dos personas a la vez y que, en el mismo movimiento, realiza la meta de dos tendencias opuestas. Lo que tenemos aquí es nada menos que la imagen doble de la paranoia crítica de Dalí, pero con un suplemento crucial: el deseo sexual explica la relación del sujeto con esa imagen.
En efecto, la imagen del sueño realiza una doble operación: cumple su deseo de tenerla, dado que su imagen es la de su padre, pero al mismo tiempo… lo mata. No sólo es la imagen doble, sino que Löwenstein establece un lazo lógico entre una y otra, es decir, establece porqué el sujeto se ve a sí mismo, como en un espejo, pero con el rostro de su padre. Es que, gracias a la imagen en el espejo, se autocastiga y a la vez cumple su deseo. La imagen en el espejo es efecto del cumplimiento de su deseo sexual inconsciente y, a la vez, el fundamento del narcisismo secundario, de la identificación con esa imagen ideal.

De esta manera, es preciso reconocer que este artículo de Rudolf Löwenstein de 1932 es un antecedente directo de lo que será el Estadio del espejo en Lacan y una intervención decisiva en la interpretación que Lacan dio al caso Aimée.

Como apostilla hagamos notar lo siguiente, el 16 de junio de 1936, Jacques Lacan presentó en la SPP una exposición, de la que quedó sólo un registro oficial en el International Journal of Psychoanalysis (37):

June 16, 1936.  Dr. Lacan:  Notes on the 'Looking-glass Phase' (a term coined by the writer).
Lo primero que salta a la vista es que no se utiliza el término mirror, mucho más frecuente en inglés, sino looking-glass. Y, en segundo lugar -al contrario de la costumbre en el IJP- se subraya que el término Looking-glass phase ha sido acuñado por el autor, el Dr. Lacan, por lo cual opera como un determinativo de lectura, a la manera de un cartouche. Lo que nos permite leer:
Looking-glass phase  ® Looking-glace face

Así, estaríamos ante una transliteración bilingüe -que Louis Wolfson practicó tan ampliamente (38) - entre el inglés y el francés, en donde glace está en francés y face en inglés. Y dado que esto ocurre en 1936, ¿acaso no se trata de un indicador de la importancia el texto de Löwenstein en la fabricación del estadio del espejo? ¿O será que ya estamos inmersos en la lógica paranoica de la cual surgió esta función de la imagen?

Concedemos dócilmente que así es, a condición de recordar que Lacan era capaz de fabricar este tipo de ciframientos para quien pudiera leer con el ternario transcripción, traducción y transliteración. Y que es preciso recordar que la operación de transponer desde la imagen a la escritura el mecanismo paranoico del que está hablando, es una acción poética muy propia tanto del surrealismo como del dadaísmo, con los que Lacan estaba dialogando.

Por ejemplo, la célebre apropiación de la Gioconda de su amigo Marcel Duchamp, de 1918:


El juego entre la imagen y la transliteración es muy potente, pues la irreverencia de Duchamp ciertamente no se encuentra en poner bigotes y barbita a la obra de arte más icónica del mundo. Se encuentra en la serie de letras: L.H.O.O.Q. que se translitera elle a chaud au cul: ella tiene calor en el culo. Pero la obscenidad crece cuando Duchamp presenta la imagen original de nuevo:

Tenemos el cuadro tal como lo pintó Leonardo, pero ya es imposible ver la imagen original si uno lee que Duchamp dice L.H.O.O.Q. ¡rasurada! (39)

Este es el tipo de compañía con el que se codeaba el joven psiquiatra, y el género de relaciones peligrosas entre imagen, letra y sonido en las que estuvo sumergido Lacan mucho antes de anunciar en el Internationa Journal su seminario de 1936 llamado the looking-glass phase.

Pero antes de llegar a 1936, es preciso situar algo crucial: este artículo de Löwenstein aparece en el primer trimestre de 1932 y apenas tres meses después Lacan iniciaría su análisis con él.

Lo sabemos pues en la minuta de la SPP del 21 de junio de 1932, Jacques Lacan está presente a título de invitado, lo cual indica que ya formaba parte de la Sociedad, no como miembro adherente, sino como lo que después se conocerá como “candidato”. Es decir, ya había iniciado un análisis con alguno de los titulares. Ese día, se discute un caso de Löwenstein, así que todo ocurre de acuerdo a los usos y costumbres de la SPP (40).

Por consiguiente, se establece una serie temporal decisiva:

Lo menos que se puede decir es que este artículo de Löwenstein fue decisivo para que Jacques-Marie Lacan fuese aspirado al psicoanálisis, como dijo él mismo. No hacia Freud, a quien ya había leído, como vimos, sino a la experiencia de análisis en el diván de un analista que, desde el no-saber, le permitió articular una versión del caso de una mujer que sabía y que lo estaba arrebatando e incendiando. Recordemos cómo habló de ella: “me había atraído por la ardiente significación de sus producciones escritas”. Su arrebato pasional por su Aimée encontró un lugar en la escucha de Rudolf Löwenstein, quien desde el lugar del analista podía no sólo dar recepción a su conmoción por Marguerite, sino captar y acompañar la complejidad de las preocupaciones teóricas de Jacques-Marie Lacan.


2 - Löwenstein

Llega entonces el momento de preguntar: ¿quién era Rudolf Löwenstein? Se ha publicado poco acerca de su historia de vida, sin embargo, existe un documento inédito que es invaluable, en donde él habla ampliamente de sí mismo. Se trata de tres amplias entrevistas realizadas por la Dra. Bluma Swerldoff entre 1962 y 1965, bajo el proyecto del Departamento de Historia Oral de la Universidad de Columbia (41), gracias al cual no sólo tenemos acceso a datos acerca de su vida, sino a anécdotas e impresiones que echan una luz sobre la persona que fue Löwenstein.

Durante su infancia, el pequeño Rudolf siempre estuvo desgarrado por dos pasiones: la literatura y la ciencia. En cambio, nada de los negocios le atraía.

Era el menor de siete hermanos de una familia judía de clase media acomodada de Lodz, Polonia. Su padre provenía de una familia muy pobre, pero había conseguido una posición económica sólida como comerciante en textiles, Löwenstein dice de él que era un self-made man que tuvo que trabajar dese muy joven. Sus padres venían originalmente de las provincias bálticas, así que en la familia hablaban alemán, incluso cuando se establecieron en Moscú, de donde tuvieron que irse cuando las nuevas leyes obligaban a los judíos a bautizarse para permanecer en Rusia. Su familia no lo aceptó, por lo que sus padres y hermanos se debieron desplazar a Polonia, a finales del siglo XIX; en cambio, sus tíos y primos permanecieron en Rusia, bautizados.
Löwenstein habla de su padre con respecto y afecto, pero señala sus diferencias, en particular una: haber querido obligarlo a estudiar medicina, que no le interesaba en para nada, a pesar de que un tío suyo parece haber sido el médico de Chéjov, lo que era un gran orgullo familiar, pero “yo no compartía ese tipo de aspecto utilitario” (42).

Esta desavenencia generó un conflicto personal con su padre, que regresa varias veces a la memoria de Löwenstein: “El conflicto era que mi padre esperaba que yo estudiara medicina y me fuera a Rusia, y yo no quería estudiar medicina, sino estudiar ciencia o biología, y me quería ir a Occidente” (43). O bien, esta otra formulación: “Un buen chico judío tenía que ser un buen médico, un hombre exitoso. Los negocios no me interesaban en absoluto” (44).

A los catorce años, sin embargo, sí le interesó la obra de un médico: La question sexuelle de August Forel. Desde niño, su tiempo lo pasaba leyendo ciencia o literatura, novelas en particular, que leía en alemán, ruso o francés, pues había tenido una gobernanta que le hablaba en francés; Löwenstein siempre amó Francia y su lengua.

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial y los alemanes invadieron Polonia, la familia quedó en bancarrota pues ya no pudo acceder al dinero que tenían en Rusia, donde habían regresado a vivir algunos de sus hermanos. Entonces su padre le insiste en que vaya a Moscú a estudiar medicina, y se recrudece el choque entre ellos, pues Rudolf no quiere lo que su padre le pide, tampoco permanecer en Polonia pues sentía gran resentimiento por el antisemitismo reinante.
El proyecto de viajar a estudiar a Rusia se vuelve poco menos que imposible debido a la ocupación alemana de Polonia. Así, el joven Rudolf finalmente se sale con la suya y parte hacia Occidente, rumbo a Francia, desde luego. Sin embargo, al pasar por Suiza se encuentra con un amigo y decide quedarse un tiempo, que finalmente se prolongaría, pues consigue ser aceptado en el Politécnico de Zurich, una prestigiosa universidad, similar al MIT, donde se enseñaba ingeniería y matemáticas. Consigue ingresar, pero queda muy decepcionado, pues lejos de ser un enfoque científico era una ingeniería pragmática, con estancias en fábricas a las que él no tenía acceso por falta de dinero, pues no podía trabajar en Suiza, lo que volvía su situación financiera muy precaria.
Sin embargo, ese paso por Suiza no fue en vano pues ahí conoció a un hermano de Hermann Nunberg, el psicoanalista alemán, quien estudiaba medicina y que le habló por primera vez de psicoanálisis. Lo que escuchó le pareció fantástico y lo fascinó, pero no logró convencer a su espíritu científico.

Por otra parte, Rudolf había hecho un amigo que era músico, con quien compartía comidas en un comedero para estudiantes. Su amigo era pianista y sufría de una condición muy particular: a veces no podía practicar su instrumento. En efecto, cuando se sentaba frente al piano, se paralizaba. Sentía o veía que una mujer vestida de blanco vendría para dar vuelta a la partitura. Eso lo aterraba tanto que simplemente no podía tocar. Continuamente tenía miedo de que esa mujer se apareciera y el miedo lo congelaba. Entonces su amigo le dijo a Rudolf que iría a ver a un hombre que también tomaba sus alimentos en el comedero, y que era un psicoanalista. “Yo no tenía idea de lo que era eso”, dice Löwenstein, aunque sabía que no era un médico. “Se encuentran y tienen algunas conversaciones, mi amigo, después, cuando se encontró ya bien, me contó lo que era, y fue tan fascinante que decidí conocer a este hombre, Leo Kaplan” (44).

¿Qué fue lo que le dijo su amigo que tanto lo impresionó?

Aparentemente, lo que Kaplan hizo fue una especie de tratamiento peripatético. Caminaban en las calles y charlaban, hablaban, y Kaplan interpretó su síntoma como un anhelo por su madre, un anhelo de su infancia, de que viniera y le ayudara, como una madre vestida de blanco por la noche vendría a ayudar a un hijo en problemas, ella vendría y daría vuelta a sus páginas, lo cuidaría. Y este tratamiento lo curó. La angustia desapareció, eso fue lo extraño. La visión desapareció, incluso su angustia desapareció y pudo comenzar a practicar (45).

Aquí hay que detenerse un instante, pues hay un punto interesante y es que la entrevistadora quiere diagnosticar a su amigo, Löwenstein le aclara que tenía miedo de una visión, aunque su amigo no era psicótico, y la entrevistadora insiste: “¿Histérico?” y dice Löwenstein “pseudo alucinación histérica, o lo que haya sido”, respondió, sin darle mayor importancia al diagnóstico, algo que marcó mucho su práctica según los registros con los que contamos.
Este evento lo impresionó a tal punto que buscó personalmente Kaplan para hablar de psicoanálisis, con lo cual había encontrado a su primer psicoanalista.
Leo Kaplan era un emigrado de Rusia que vivía en Suiza y que había hecho un análisis con Eitingon entre 1908 y 1909, era un matemático y filósofo socialista, muy inteligente y extremadamente erudito. Es preciso notar que la primera parte del apellido de Löwenstein significa “León”, precisamente.

Leo Kaplan había escrito un par de libros de psicoanálisis que Löwenstein leyó. Kaplan no era un simple diletante, había sostenido una correspondencia con Freud y junto con esos dos libros, había publicado artículos en la revista Imago, además de contar con una formación filosófica muy seria. Un día le mostró a Löwenstein su correspondencia con Freud, quien hablaba en buenos términos de su trabajo.

Sin embargo, Löwenstein antes ya había leído a Adler y a Jung, lo cual lo introdujo en el debate de ambos con Freud, y de inmediato tomó posición.

Me fascinó, y para mí no había absolutamente ninguna duda de que Freud estaba en lo correcto, y no los otros dos, Adler y Jung. ¿Por qué? Le puedo decir una de las cosas, la principal: debido a sexualidad infantil, que yo recordaba muy bien de mi propia vida. Y de todos aquellos que decían que no existe o que no cumple un papel o que no tenía importancia, yo decía: “estos están completamente equivocados. El que conoce la importancia de ello es el hombre que está en lo correcto (46).
Así, su inclinación por Freud provenía de su propia experiencia.

El joven Rudolf Löwenstein no sabía que el psicoanálisis podía ser una forma de ganarse la vida. De hecho, Kaplan le dijo que no era una opción, pues él mismo vivía casi miserablemente, aunque ocasionalmente veía a algunas personas en análisis. Tras leer sus libros, le pidió que lo analizara y Kaplan aceptó. A veces salían a caminar, a veces se sentaban frente a frente, para tener tres o cuatro sesiones por semana, siempre gratuitamente. Al cabo de tres o cuatro meses, Löwenstein se percató de que tenía síntomas que no había detectado como tales y entonces desarrolló “una típica resistencia transferencial” que lo llevó a romper el análisis. A pesar de que le simpatizaba mucho y admiraba a Kaplan, surgió una hostilidad hacia él, que éste no supo manejar y el análisis se interrumpió. Löwenstein indica que Kaplan nunca promovió ningún tipo de pregunta acerca de esa hostilidad para traer “esos pensamientos al análisis” (47).

En ese momento Löwenstein se enteró de que había otros analistas en Zurich y así conoció a la pareja de los Obholzer, quienes le prestaron todos los libros que quiso, los leyó con voracidad y ellos lo invitaron a una reunión de la Sociedad psicoanalítica de Zurich, cuando él tenía apenas diecinueve años (48).

Todavía Kaplan alcanzó a recordarle que del análisis no iba a poder vivir, por lo que le sugirió que estudiara medicina y que se ganara la vida como médico general, para poder dedicar una parte de su tiempo a recibir analizantes. Esa perspectiva lo decidió, finalmente, a convertirse en médico. Aunque la situación parecía repetir la relación con su padre, Löwenstein dice que estudiar medicina no fue un inconveniente en absoluto, pues su principal objetivo, ya no era la medicina, sino convertirse en psicoanalista. Aunque entendía que eso no podía constituirse en una “profesión”, era lo que él realmente deseaba hacer. Y se orientó por su deseo.

Consideraba que el análisis reunía dos de sus principales factores de interés: la ciencia y la literatura. Nosotros añadiremos que también la sexualidad, que desde su encuentro con Forel halló un camino en sus lecturas. Finalmente, la medicina llegó a gustarle, “había cosas fascinantes en ella: psiquiatría, neurología, fisiología, éstas eran fascinantes para mí” (49).

Su padre había permitido que su hermana mayor, Lodi, estudiara canto en Berlín y dejó la casa familiar, pero la guerra la sorprendió allá. Cuando los alemanes ocuparon la parte ruso-polaca en diciembre de 1914, permitieron que los polacos regresaran a casa, sin embargo, su hermana no quiso volver y su padre, para castigarla, dejó de enviarle dinero. Lodi permaneció en Berlín pasando muchas penurias, pero persistió y se convirtió en una cantante importante al terminar la guerra. Entonces regresó a Lodz unas semanas, pero justamente en esos días su padre murió atropellado por un camión militar polaco, mientras trataba de ayudar a un anciano judío. Enseguida ella abandonó el canto y se casó con el hombre que su padre quería para ella, sin tener un matrimonio feliz; eventualmente Lodi se haría psicoanalista (50).

Löwenstein, que vivía en Berlín, no supo de inmediato la muerte de su padre (51), pero esta tragedia sería un parteaguas en su vida.

No traemos este relato aquí como una nota de color, sino porque lo sucedido evoca puntualmente el primer caso de su artículo “De un mecanismo de autopunición:

En el curso de un análisis, un joven me cuenta un sueño que tuvo en ocasión de la muerte de su padre.

El analizado tenía en ese momento 20 años y vivía en el extranjero, lejos de su familia. Supo de la muerte súbita de su padre por un telegrama. He aquí el sueño: “Veo mi propio rostro, como en un espejo [glace], pero me doy cuenta de que es el rostro de mi padre. Yo llevo bigote y, como él, tengo una ligera calvicie”. Ahora bien, el soñante era lampiño y tenía una cabellera abundante. Nuestro analizado había dejado a su familia tras un serio desencuentro con su padre […] No obstante, desde siempre había sido muy apegado a su padre, pero en su manera de vivir, en sus opiniones, en lo que le interesaba y en lo que él admiraba, siempre había estado en oposición con él. Era uno de esos hombres en quienes la rivalidad con su padre no se traduce tanto en una lucha abierta, una hostilidad constante hacia él (los desencuentros a los cuales acabamos de aludir eran los primeros y los únicos de su vida adulta), sino por la búsqueda de éxito en otros dominios que aquellos en donde sobresalen sus padres. El abandono de la familia y la expatriación son por lo demás manifestaciones de esta solución del complejo de Edipo (52).

Es importante observar que cuando habla de su cabellera abundante, a nota a pie de página dice: “En esta época nuestro analizado tenía una vida amorosa bastante movida. Varias de sus amantes admiraban mucho su cabellera y veían en ella, como por otro lado él mismo, la marca de su potencia viril” (53). Si recordamos que Löwe quiere decir “león” y que así lo llamaba Marie Bonaparte (54), tenemos un elemento más para considerar que en ese artículo Löwenstein habla de sí mismo, de su melena viril del inicio de su juventud, y que está dando cuenta de un fragmento de su análisis, cuando fallece su padre.

Por eso, cuando comenta el caso en el artículo “De un mecanismo autopunitivo” Löwenstein no comenta nada acerca de su papel como analista en la transferencia, pues es un testimonio de él mismo como analizante, escrito diez años después de lo que fue su análisis con Hans Sachs en el Instituto de Berlín. Y de nuevo, ahora al hablar de la autopunición, Löwenstein privilegia su experiencia.

¿Cómo llegó Löwenstein a ese análisis? Al tratar de salir de Suiza, necesitaba un pasaporte, entonces se percata de que había nacido en Polonia, pero ese país no le gustaba; era ciudadano ruso, pero no había hecho servicio militar ahí. En suma, no tenía una nacionalidad. Entonces buscó y obtuvo un pasaporte de la Liga de las Naciones (el organismo internacional anterior a la ONU) y se ubicó como un ciudadano del mundo, buscó ir a Viena y obtuvo cartas de recomendación de Obholzer y de Kaplan para Eitingon en Berlín y Freud en Viena, adonde no pudo llegar por falta de visa, por lo cual permaneció en Alemania para aprender psicoanálisis.

Como sólo había hecho la mitad de sus estudios de medicina en Suiza, buscó concluirlos en Berlín y finalizar ahí su carrera. Lo que más deseaba era aprender psicoanálisis, por lo que fue al Instituto psicoanalítico de Berlín y fue aceptado como el primer o segundo estudiante en el Instituto dirigido por Eitingon. Löwenstein dice con humor que fue el primer “cochinillo de indias” (55) del programa de formación del Instituto.

En el Instituto de Berlín siguió un verdadero currículum, lo que lo hizo iniciar un análisis didáctico, tras lo cual le permitieron tomar algunos cursos (56). “Entré en análisis con Hans Sachs, que era el analista didacta. Algunos se formaron con Abraham, algunos incluso con Eitingon. Abraham tomó a algunos, pero el principal cuerpo del entrenamiento era hecho por Sachs” (57). Esta designación de Sachs como el analista didacta por antonomasia es subrayada dos veces por Löwenstein. Hans Sachs, a quien Freud había ayudado a salir de Viena por su tuberculosis, se quedó por un tiempo en un sanatorio en Suiza, antes de llegar a Berlín. Entonces le propusieron que fuera el primer analista didacta del Instituto de Berlín, y aceptó. Löwenstein cree que Sachs se habría analizado con Freud por un tiempo, sin embargo, como era abogado y no médico, no podía aceptar analizantes en práctica privada, sólo candidatos.

El análisis de Löwenstein con Sachs duró un año y medio, lo que para entonces era mucho tiempo. Enigmáticamente dice que en total su estancia en el Instituto fue de 1920 a 1925, y se hizo miembro de la IPA en 1924, a los veintiséis años. Es posible que haya llegado a Berlín en 1920, pero el Instituto de Berlín se fundó hasta el 16 febrero de 1922 (58), por lo que no pudo comenzar su análisis antes de ese momento. Como fue uno de los primeros alumnos, podemos situar entonces el inicio de su análisis en el segundo trimestre de 1922 y su finalización hacia finales de 1923. Según los criterios que había establecido Eitingon, la graduación del curso de formación no culminaba con un diploma, sino con la admisión del candidato como miembro de la IPA, lo cual sucedió en 1924, lógicamente.

Una vez terminado su curso, se convirtió en un asistente en la Policlínica de Berlín junto con Lampl y Fenichel, que era de su edad. Ahí conoció a Alexander y a Rado, que acababan de llegar de Hungría, y decidió tomar a Rado como su supervisor, junto con Eitingon.

Estas son sus palabras respecto de Rado:
Debo decir que fue un magnífico maestro, un hombre extraordinariamente inteligente. De mis dos supervisores, él superó por mucho al otro. El otro fue Eitingon, que era bastante pobre como supervisor; un hombre muy agradable, pero no se comparaba con la brillantez y excelencia de Rado (59).

La escuela húngara dejaba una impronta en él… luego vendría Ferenczi.

Sin embargo, hubo un punto de viraje en su camino cuando escuchó a Freud en su última alocución en público, en el Congreso de Berlín, precisamente. El año era 1922, fue el momento en que Freud introdujo su teoría estructural: Yo, Ello y Superyó, que sería una revolución en el psicoanálisis. “Fue una de las mayores experiencias estéticas, científico-estéticas, que haya yo tenido en mi vida” (60).

Esta dimensión estética del psicoanálisis es algo que transluce en los textos de la primera época de Löwenstein y que manifiestamente es una consideración que lo vincula con Freud en términos formales (61):

Lo que me impresionaba era no sólo su extraordinaria habilidad para mirar los fenómenos con una completa frescura, con un ojo fresco, sin ser tomado por sus teorías previas, sin dar por sentado nada, sino aproximándose a ello como algo nuevo, con frescura. Y la ausencia de cualquier intento de elocuencia, simplemente hablando con la mayor simplicidad y claridad. Hablando acerca de cosas igual que describiría, por ejemplo, un vaso de agua, sin ser ni pedante ni engreído, debo decir. Describiendo los fenómenos con la mayor simplicidad y claridad. Eso es lo que era tan impresionante. […] Nunca introducía conceptos teóricos, especialmente cuando hablaba, sin el material clínico en el que se basaba. ¿Sabe? Tenía un extraordinario talento para presentar material clínico en pocas palabras, y aun así de manera que inmediatamente impactaba, y que subrayaba las características del fenómeno que describía (62).

Cualquier lector puede corroborar estas características del discurso de Freud, pero es importante tener el testimonio de quien lo escuchó en vivo y logró aprehender que esa manera de decir tiene un efecto estético, es decir, que afecta la sensibilidad además del intelecto.

Su entrevistadora quiere precisar qué entiende Löwenstein por la dimensión estética del estilo de Freud. ¿Era su forma de hablar?

No, porque vea usted, él hablaba sin ninguna intención estética en lo absoluto. Ahí radicaba la belleza. Hablaba en las palabras más simples y claras, sin usar ninguna jerga científica. O, yo diría, explicando o justificando el uso del término, y sin ninguna soberbia, sino que él decía, por ejemplo: “usaremos este término para describir estos fenómenos”, etc.
La escritura de Löwenstein de su época francesa, en los años veinte y treinta, sigue exactamente estos lineamientos, por lo que también resulta conmovedora y… extremadamente freudiana. Además, claro, de que, como vimos, él hablaba realmente desde su propia experiencia.

Leamos algo más sobre su apreciación de Freud, cuando le preguntan si la segunda tópica fue aceptada en el Instituto de Berlín.
Mire, cualquier cosa que Freud dijera era aceptada (63). Pero no creo que mucha gente lo entendiera. Una manera de pensar llevaba tantos años inculcada que tomó muchos años, y muchos años para que incluso gente de mi edad realmente pudiera pensar en esos términos, completamente, y re-traducir las cosas en esos términos. Desde luego que fue aceptado, pero todavía estamos sacando conclusiones de esas teorías.
Löwenstein sostuvo durante su estancia en París una correspondencia frecuente con Freud, y le enviaba los manuscritos de los artículos que pensaba publicar. Para él no había duda de quién era el interlocutor importante. Y si todavía no fuera obvia la importancia que la obra de Freud tenía para Löwenstein, escuchemos lo que dice de los analistas soberbios, “narcisistas” (entre los que había contado a algunos de sus coetáneos, como Laforgue y Rado) que se enfrentaban con Freud:
Usted no puede tolerar crítica, no puede tolerar que alguien vea las cosas mejor que usted. No puede tolerar que usted haya cometido un error, que comprendió mal algo, que alguien estuvo ahí antes que usted y le haya enseñado el camino.
Después de todo, todos vivimos de Freud, ¿sabe? Nosotros seríamos unos “don nadie”, seríamos unos “don nadie”. Podríamos haber sobresalido en otras áreas, es posible, pero en esta área le debemos prácticamente todo a Freud, y algo así es difícil de tragar, es todo (64).

Con esa claridad acerca de la importancia primordial de Freud, Löwenstein cuenta algo de paso por el Instituto de Berlín y de su análisis con Hans Sachs:
Mire, era una manera muy fría, muy alemana de ensañarle, A, B, C, ¿sabe? Esto en particular no me gustaba mucho. Como usted puede comprender, soy de un carácter rebelde.
Estuve muy contento (para regresar a mí, personalmente) de que Sachs entrara en mi desarrollo. Quedo muy agradecido con Hans Sachs, porque me analizó como debería hacerse, es decir, jamás con interpretaciones estereotipadas de libro, sino realmente basadas en lo que uno puede observar. Mi actitud, cuando fui a análisis fue –para entonces ya había leído todo lo que Freud había escrito, la mayoría de lo que otros habían escrito, excepto las publicaciones en inglés, que no hablaba entonces- y mi aproximación fue la siguiente: la mayor parte de las cosas básicas de Freud, yo las aceptaba. Eran evidentes. Otras, debía trabajar para comprenderlas; otras no eran muy convincentes. No sabía cómo criticarlas, no sabía por qué sentía esto, ni si mi actitud era correcta. Dije: “quiero ver desde el material clínico cuál es la base de la observación, ¿cuáles son los datos de los que se pueden sacar tales conclusiones? ¿Qué le hace decir eso?” (65)[…].

Entonces fui con Sachs, le dije que yo quería ser analizado como alguien que no sabe nada, y que yo iba a hacer mi mejor esfuerzo para trabajar como alguien que no sabe nada acerca del análisis.

De nuevo, aunque había leído toda la literatura psicoanalítica disponible, se puede apreciar el valor que tiene para Löwenstein el no-saber, tanto del lado de su analista (de quien valora que pudo prescindir de la teoría para concentrarse en lo que sucedía ahí) como de su lado, pues entra a análisis dejando caer la teoría psicoanalítica para poder realmente analizarse. Es importante notar que, con ese movimiento, a su vez, le impedía en acto a su analista utilizar términos técnicos.

Estas abstenciones también aplicaban con respecto a la “interpretación simbólica” o el tratamiento de las “construcciones”:

-Löwenstein: Con Sachs aprendí cómo uno realmente analiza, y no sólo traduciendo los sueños en símbolos. Pero muchos analistas, especialmente en Suiza, nunca habían aprendido otra cosa.
-P. Quizás la implicación de lo que usted dice, como yo lo entiendo, es que Sachs de hecho trataba con material vivo de la cotidianidad antes de que le hiciera interpretaciones.
-Löwenstein: O de que hiciera reconstrucciones de algo. Recuerdo una construcción –fue la única que entendí muchos años después, porque no podía aceptarla, no podía. Cuando hizo una cierta construcción de un sentimiento que debí haber tenido entonces, a la edad de siete años, creo, cuando mi padre no me dio algo que me había prometido. Explicó un cierto rasgo de carácter que aparentemente se desarrolló desde entonces diciendo que ahí había cierta ironía. Me tomó años comprenderlo. Si lo hubiese dicho de otra manera, ni así lo hubiera entendido. Probablemente me hubiera tomado mucho más análisis para que yo lo comprendiera. Pero él realmente analizaba en la manera en que se debe hacer. No conocía las defensas, de hecho, no las conocía, pero trabajaba con ellas más o menos implícitamente. Pero eso faltaba. Eso tuve que aprenderlo por mi cuenta (66).
Sin embargo, ese análisis era un análisis didáctico y corría el riesgo de quedarse como parte de un curriculum, un puro requisito institucional, pero...
-Löwenstein: Poco después de que comencé, algo muy desagradable sucedió en mi vida que lo transformó de inmediato en un análisis terapéutico, pero no voy a entrar en eso. Él fue muy bueno al respecto. Se atuvo al pacto que le propuse, incluso si nunca lo aceptó explícitamente (67).
Después de lo que hemos situado, es posible inferir que ese corte en su vida fue la muerte brutal de su padre atropellado. Los tiempos coinciden perfectamente y fue un evento tan importante que lo llevaría a escribirlo en un texto diez años después.
Sus siguientes palabras lo confirman, pues su entrevistadora lo anima a entrar en ese punto:
-P. Dr. Loewenstein, usted puede entrar en cualquier tema, si así lo desea.
-Löwenstein: No, pero no quiero. Me refiero a que no es necesario. Aprendí mucho, una enorme cantidad de cosas de este hombre.
-P. Y lo ayudó personalmente.
-Löwenstein: ¡Oh, sí! ¡Oh, sí! Tanto en alivio terapéutico como en investigación. Ahora sé que debí trabajar diez años con pacientes para observar lo suficiente como para que yo pudiera decir realmente, sí, sé lo que eso significa, o por qué uno dice esto de esta manera y no de otra. […]
Si su análisis comenzó en 1922 y al poco tiempo ocurrió algo “muy desagradable” que lo transformó en un análisis terapéutico, Sachs hizo una construcción que le tomó diez años comprender; lo cual nos da el año de 1932, es decir, exactamente el año en que Löwenstein publicó “De un mecanismo autopunitivo”, artículo que abre con el caso del joven que vive en el extranjero y se entera de la muerte del padre por un telegrama. ¿Pero cómo desembocó su análisis con Sachs? Prematuramente, como él mismo indica, pues tuvo que trabajar solo diez años para poder situar algo de la relación con su padre que, sin embargo, no fue abordado transferencialmente, pues tuvo que hacer ese trabajo solo.
-P. ¿Y sus problemas transferenciales fueron manejados adecuadamente por el Dr. Sachs?
-Löwenstein: Oh, sí. Muy bien, muy bien. Con mucho tacto, muy bien, y de manera muy inteligente a la vez. No, él era muy bueno. Conmigo fue un buen analista. He escuchado que, en muchos casos, no lo fue. Se le reprochaba a menudo que no analizaba lo suficiente a la gente. Supuestamente, Alexander, por ejemplo; él estuvo con él seis meses, creo. Mucha gente después dijo: “Las faltas de Alexander son porque Sachs nunca lo analizó”, lo que es posible.
-P. ¿Cuánto tiempo se quedó usted con Sachs?
-Löwenstein: un año y medio, lo que era prolongado para esos días. Fíjese que Sachs tenía esta misma actitud que Freud tenía, usted se quedaba tanto como usted quisiera. Le podía decir que podría ser bueno para usted quedarse más tiempo, pero si usted no quería, no continuaba [but if you didn’t want to you don’t continue]. La actitud general era, tú tienes un vistazo de algo, una pizca de algo, y entonces lo trabajas por ti mismo después. Eso estaba muy bien. Él pensaba que uno podía hacerlo. Él podía. La mayoría nunca puede, quiero decir, correctamente. Naturalmente, desde que me analicé, aprendí muchas cosas, entendí cosas que nunca nadie me impuso, pero me tomó muchos años, y muchos pacientes pagaron por eso, desafortunadamente. Uno no puede evitarlo. Ciertamente no se podía entonces.
-P. Su segundo análisis fue más organizado.
-Löwenstein: fue un verdadero análisis didáctico.
Aquí hagamos una pausa y enfaticemos lo que Löwenstein entiende por un análisis didáctico: ¡un análisis personal! Es decir, simplemente un análisis de alguien que sufre, como sufría él. Pero, aún más, específicamente es un análisis donde está fuera de la jugada la teoría y que tiene verdaderos efectos de alivio en el analizante. Estos elementos son cruciales para situar cómo se conducirá Löwenstein con sus analizantes en París y en paticular con Lacan.
Continúa dando testimonio de su análisis y de su formación en Berlín:
-P. Usted llegó como un paciente, y usted pagó por la terapia, y las sesiones eran constantes. No fue de tipo informal como antes.
-Löwenstein: Fue un análisis en regla.
-P. Y simultáneamente usted tomó cursos en el Instituto.
-Löwenstein: Es correcto.
-P. ¿Fue un curso prescrito, lo que usted terminó?
-Löwenstein: Estaban prescritos. Era un curriculum. Oh, sí, un verdadero curriculum.
-P. ¿Tenía pacientes también, como parte de su curso?
-Löwenstein: Tan pronto como terminé mis estudios médicos. [Antes] no me dejaban. Era Eitingon. Él no me dejaba. Yo estaba muy enojado, pero era correcto. Comprendí después. Tenía que tomar algo de psiquiatría, algo de neurología, y fue entonces que pude gradualmente comenzar a analizar, en la clínica. No era una práctica privada. Estaba supervisada, y los pacientes le pagaban a la clínica, y a mí me pagaban una cantidad al mes, muy poquito. Gradualmente, entonces, después de algunos meses, me permitieron tomar algunos pacientes privados. […]
-P. ¿Decidió usted en ese punto que se iba a ganar la vida con la práctica del psicoanálisis?
-Löwenstein: Sí. Lo había descubierto.
-P. ¿No tuvo que hacerse médico general?
-Löwenstein: No. Lo había descubierto, ¿sabe? Yo no lo sabía, pero en Berlín lo descubrí. Fue maravilloso (68).

Lo que acabamos de leer es el testimonio de cómo Rudolf Löwenstein llegó a ocupar el lugar del analista y la manera en que su analista trataba el desenlace del análisis. Su testimonio deja entrever que tuvo que trabajar sobre sí mismo diez años, pero por su cuenta, antes de poder situar algunas cosas. Fue entonces que pudo dar cuenta públicamente, aunque de manera encriptada, del punto de viraje de su propio análisis, del evento que lo transformó en un análisis personal. Gracias a ello quedó eliminado el riesgo de que fuera un “análisis didáctico”, algo que él mismo ya había propiciado al solicitar a Sachs que lo recibiera desde el no-saber, y colocándose él mismo en ese mismo lugar de falta.

Un poco después tendremos oportunidad de profundizar en su manera de conducirse como analista, por ahora, sigamos con Löwenstein en tanto persona.

A pesar de que en Berlín tenía una posición ganada y le agradaba a todo el mundo; aunque su hermana favorita vivía ahí y tenía amigos muy cercanos, así como una buena posición en el Instituto, decidió irse de Berlín. “De nuevo, mi locura”, dice. Simplemente no quería quedarse ahí.

No le agradaba Berlín, ni la atmósfera de ultranacionalismo de la postguerra, ni el antisemitismo de la derecha. No le gustaba cómo era la vida. Sin embargo, el psicoanálisis le había importado más que todo eso, y vivió cinco años en esa ciudad que nunca amó. “Antes de que fuera a Berlín, quería ir a Francia, desde Suiza. Podría haberlo hecho muy fácilmente, pero quería aprender análisis. Sabía que no podría en París, así que me animé y ese era mi plan entonces: aprendería análisis y entonces iría a Francia” (69)
 Así que, en cuanto encontró una ventana de oportunidad, voló de nuevo. “Vea usted, la cosa fue que en 1925 me fui a París. Yo era muy joven, y me fui a París, donde había un grupo que comenzaba, donde se suponía que me iba a convertir en un analista didacta” (70).

Es difícil no apreciar la audacia que supuso ese movimiento, no tanto por el nuevo cambio de país, pues finalmente llegaba adonde deseaba estar, sino por el cambio de lugar que implicó llegar a ser el didacta de la SPP.
No hay que olvidar que antes se había instalado en París Eugénie Sokolnika, una psicoanalista polaca que había hecho un análisis con Freud y luego otro con Ferenczi y que practicaba la “técnica activa”. Ella iba a ser la analista de Laforgue y de Pichon, antes de quitarse la vida. Pero Löwenstein estaba destinado a convertirse en París, como Sachs en Berlín, en el analista didacta por excelencia. Por su diván pasarían, Lacan, Lagache, Cenac, Mâle, Nacht y otros futuros analistas de peso en Francia.
Rudolf Löwenstein contaba no sólo con el apoyo resuelto de Marie Bonaparte, quien fue muy rápidamente su amante, sino, sobre todo, y de manera muy sólida, tenía el aval de Freud, con quien se escribía a menudo, al punto que sus colegas franceses lo llamaban “el ojo de Moscú”, y desconfiaban de él (71).


La estancia de Löwenstein en París estuvo definida por su interés en formar nuevos psicoanalistas, más que en escribir. No sólo se trataba de recibir a los nuevos candidatos en su diván, sino centrarse en lo que fue su tema predilecto durante esos años: la técnica psicoanalítica.

También, era importante enseñar técnica en París. La teoría ellos podían después de todo aprenderla de los libros, de los artículos. La técnica fue algo que significó mucho para mí, en parte como una identificación con Hans Sachs, quien enseñaba técnica en el Instituto de Berlín, pero también porque había estos problemas (72).

Cuando estudiemos sus artículos, tendremos oportunidad de ver qué entendía él por técnica, que en realidad es algo muy cercano a lo que Jean Allouch ha llamado el método psicoanalítico (73).

Sin embargo, no todo fue miel sobre hojuelas. Durante la entreguerra en la SPP se vivía permanentemente una doble tensión.

Primero, una lucha clásica en la IPA entre quienes buscan limitar el acceso al psicoanálisis a los médicos y quienes se adscriben a la posición freudiana de abrir el psicoanálisis a cualquiera.

La segunda gran tensión residía en una cierta oposición a Freud, a favor de un nacionalismo francés. No sólo se trataba de una germanofobia, residuo de la Primera Guerra Mundial, sino de un chovinismo que en algunos llegaba al antisemitismo, aunado a una insuficiente formación teórica, que se debía a que el rechazo del idioma alemán les impedía a los miembros de la SPP seguir el ritmo de producción de Freud, por lo que sus conocimientos eran muy parciales.
Mire, había un conflicto general entre el psicoanálisis, como un cuerpo más completo de conocimiento, y una aceptación parcial, y el rechazo de otras partes de él. Por ejemplo, la mayor parte de las formulaciones teóricas eran rechazadas o no comprendidas y no gustaban, incluso a muchos miembros de la Sociedad Analítica, ya sea porque no tenían suficiente formación o sobre todo porque no leían alemán y no podían seguir el paso. Lo que les habían enseñado aquí y allá, de una pequeña parcela de conocimiento, no era totalmente convincente. O porque tenían tal sesgo intelectual que no les era convincente. Les resultaba difícil pensar en términos teóricos, en los términos en que Freud había introducido la metapsicología o la teoría de las pulsiones instintuales (74).

Incluso René Laforgue, que se preciaba de tener una relación cercana con Freud y que, por ser alsaciano, hablaba alemán, vivió esa tensión. En su rivalidad con Freud sin duda contaba el factor “narcisismo” del que ya escuchamos a Löwenstein hablar, pero había algo más. Por ejemplo, pugnó porque en las reuniones de la SPP sólo pudieran participar francoparlantes y que en ellas sólo se hablara francés (75). Eso implicaba, y todos lo sabían, que ni Freud ni Ferenczi serían bienvenidos. Se generó así un punto de desencuentro con Marie Bonaparte, desde luego, y con Löwenstein.

Pero otro factor siempre presente y nunca abordado explícitamente en la SPP, fue el antisemitismo. Las posiciones de ultraderecha de Édouard Pichon lo llevaron a afiliarse a la Action Française, aunque, hay que decirlo, en la carta a Maurras donde le solicita su adhesión, le dice que para él el psicoanálisis es irrenunciable, y que espera que eso no sea un obstáculo para su aceptación (76). Como se sabe, la política de Action Française fue siempre anti inmigrantes, como lo es hoy la del Front National de los Le Pen, y era específicamente antisemita. Ese rasgo de Pichon es inocultable cuando se leen los testimonios existentes (77).

Angelo Hesnard también se contaba entre quienes exaltaban el “genio latino”, es decir, francés, en oposición a las teorías “judeo-germánicas” (78). Por otra parte, al final de la Segunda Guerra Mundial se descubrieron documentos que comprobaron que René Laforgue había colaborado con los nazis. Fue en ese ambiente donde el joven judío polaco llegó a París a cumplir el encargo del viejo judío de Viena, y ese era un peso que Löwenstein sentía y no dejó de señalar en varias ocasiones a su entrevistadora:
Dado que mi trabajo era enseñar, sentí una obligación de introducir el análisis a los franceses, y enseñar, realmente, no sólo a los colegas sino a la gente joven. […]. A pesar de que yo era judío y extranjero, fui muy bien aceptado (79).

Esta doble tensión no dividía a los bandos homogéneamente, había quienes podían ser favorables al psicoanálisis lego y, sin embargo, chovinistas, como Laforgue. O bien, quien jurara alianzas con Freud, pero tuviera una posición medicalizada a ultranza, como Sacha Nacht. Aunque esas reparticiones no eran siempre nítidas, la mayor parte de las veces la coherencia se imponía y quien era freudiano no era chovinista, como Löwenstein. Pero el caso contrario también existía, como el de Pichon que es especialmente notable, pues su suegro era Janet, por lo cual su tensión rivalitaria con Freud implicaba un intento de que se le rindieran honores a su suegro como un igual de Freud.

Todo esto llevó a la SPP a estar al borde de la escisión casi desde su fundación. En particular en 1933 esa crisis apenas pudo ser salvada, como ha relatado Alain de Mijolla (80). Esto es relevante pues, cuando efectivamente se da la escisión, en 1952, la preexiste toda una historia, cuyas líneas de fuerza encontraron ese año su manifestación.

Pero, ante todo, en esas tensiones de la comunidad analítica cuentan las carencias del análisis de aquellos analistas. Dice Löwenstein:
Lo que es más, todo el entrenamiento de un analista está basado en el hecho de que está siendo analizado por alguien, por un maestro. Algo de su apego personal, de su admiración, permanece. La decepción, las desilusiones, son sólo el reverso esperable del apego previo, una sobrevaluación y una admiración por su propio maestro, que es parte de la transferencia irresuelta (81).

Esta situación, que era obvia para todo el mundo, llevó a algunos analistas, como a Rado, a decir que era preferible evitar tocar la transferencia en los análisis, dejarla sin analizar para evitar enfatizar esa transferencia y por consiguiente la infantilización y la dependencia del analista (82). La posición de Löwenstein era la opuesta, exactamente.

No, el truco es analizar la transferencia para evitar precisamente eso. Si usted nutre la transferencia sin analizarla, semejantes cosas se hacen posibles. Entonces sucede eso, es el resultado de no analizar la transferencia (83).
Como se ve, estamos ya sondeando la posición de Löwenstein, no sólo como psicoanalista, sino como el didacta que fue, y por consiguiente la atención que ponía en las dinámicas grupales de la SPP, surgidas de la estructura de la formación de la que él era una parte fundamental. Pero, ante todo, su posición frente a la transferencia que le dirigían sus analizantes que eran, también, candidatos.

En las discusiones registradas de las reuniones de la SPP hay huellas de la primera disensión fuerte que Löwenstein tuvo con la obra de Freud, y fue alrededor de la pulsión de muerte. Este punto llevaría a una discusión con Lacan, precisamente. A la vez, ese fue el primer punto de encuentro con Heinz Hartmann, que llegó como invitado a la SPP, lo cual nos da pie para aclarar algo decisivo para nuestro trabajo. A lo largo de las tres extensas entrevistas que estamos revisando, Löwenstein se refiere en múltiples ocasiones a Hartmann, quien fue no sólo un colaborador estrechísimo, sino un amigo personal de la mayor importancia durante su vida en Estados Unidos, junto con Ernst Kris. Y nunca, en todo su testimonio, se refirió a que hubiese habido ningún conflicto con su llegada como invitado a la SPP. Si la versión de É. Roudinesco sobre la titularización de Lacan como un intercambio entre la aceptación de Hartmann como miembro de la SPP y la titularización de Lacan tuviese algún fundamento, estas entrevistas hubieran sido un excelente lugar para dejar testimonio de una maniobra tan dolorosa como la que supuestamente tuvo lugar por parte de Pichon, y que podría resumirse crudamente así: “te cambio tu judío por mi francés”.

La sensibilidad y el rechazo de Löwenstein hacia el antisemitismo no puede ponerse en duda, lo hizo tomar posición varias veces en su vida y lo llevó a escribir un libro sobre el tema (84). La ausencia de cualquier mención a esa supuesta transacción es un elemento más para considerar que es sólo una invención de Celia Bertin, aprovechada por É. Roudinesco para fabricar una interpretación novelada del acceso a la titularidad de Jacques Lacan, donde él sería para Pichon el héroe galo de la historia.

En cambio, lo que es indudable es que tanto Pichon como Laforgue quisieron que existiera una Escuela francesa de psicoanálisis. Laforgue llegó incluso a denominarla así, y fue algo por lo cual Pichon pugnó sin cesar (85).Como el lector puede detectar, esa designación no puede ser inocente: lleva una carga de chovinismo, antisemitismo y xenofobia que pudo haber quedado inscrita en el nombre de la Escuela que creó Lacan en 1964.

A nuestro entender, esa primera designación de su escuela como Escuela francesa de psicoanálisis fue un tropiezo gigantesco de Lacan, que pudo corregir en el último momento. Haber llamado en un principio “Escuela francesa de psicoanálisis” a su iniciativa sólo puede ser leído como una huella –quizás inadvertida en un primer momento por Lacan- de los debates internos de la SPP. Por eso, cuando Lacan cambió el nombre de su escuela a “freudiana”, hizo un movimiento importantísimo, pues en vez de definir su territorio en función del criterio Estado-nación, definió el territorio de su escuela en función del campo freudiano. El territorio de una escuela no es nacional, sino el de los problemas situados por Freud. ¿Y París? El análisis es un fenómeno que sucede por ciudades, y no hay ninguna duda de que hay una manera específica de ser freudiano que Lacan inventó. Él no podía llamar a su escuela “lacaniana”, entonces la vinculó con el lugar desde donde él inventaba esa forma de ocuparse del campo freudiano, que metonímicamente designaba a su enseñanza.

Valga esta digresión para situar el tipo de problemas que se abren en cuanto se estudia la vida interna de las comunidades analíticas. El psicoanálisis también está ahí, se juega ahí, no sólo en los divanes o en los libros.
Lo cual nos lleva a destacar otro rasgo del testimonio de Rudolf Löwenstein. En la época de las entrevistas tenía lugar el agrio conflicto en la IPA a propósito del reconocimiento o no de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis, donde la práctica de Lacan era un obstáculo, pero también la participación de Dolto en los análisis didácticos. Es importante notar que en ningún momento Löwenstein se refiere a ese conflicto. La única mención lejanamente alusiva es cuando al final se trata brevemente de la Presidential adress de Gitelson en 1965, donde éste pugna por una ortodoxia a ultranza. Y Löwenstein está en un profundo desacuerdo. Nada más.

Pero esto no es una excepción hecha con Lacan. En sus reminiscencias Löwenstein nunca habla de quienes se formaron con él. Habla mucho, sí, y con claridad de quienes estuvieron junto a él en la fundación de la SPP, pero nunca de quienes pasaron por su diván o por sus seminarios. Sólo una vez se refiere a Nacht (86), diciendo que ahora es el big old man del psicoanálisis en Francia. Nada más. Esa discreción y delicadeza respecto de quienes fueron sus analizantes, es un rasgo característico de Löwenstein como analista y como didacta.


Como la vida de todos en Europa, la de Löwenstein cambió radicalmente con la Segunda Guerra Mundial. Como médico, fue movilizado al frente en septiembre de 1939 y pasó un año en el ejército francés, siendo desmovilizado en 1940, pero su participación en el ejército no terminaría ahí:

Me volví a enlistar porque la guerra estaba en pleno, eso era en mayo de 1940. Ya no teníamos médicos en nuestro regimiento. Eso era imposible, simplemente abandonar a todo el mundo sin un doctor, así que me volví a enlistar inmediatamente ahí mismo. Y nos encontramos en todo tipo de lugares peligrosos, pero por alguna chiripa el regimiento nunca fue hecho prisionero (87).

Así, vuelve a enrolarse en el ejercito de inmediato por solidaridad con sus compañeros de regimiento, con quienes desembarca en el sur de Francia en el momento de la ocupación alemana y el inicio de régimen de Vichy, con lo cual quedaban desmembrados como ejército. Les llegó entonces el rumor de que ya era peligroso regresar a París, así que Löwenstein decidió no hacerlo y permaneció en el sur hasta que pudo salir de Francia rumbo Suiza y luego hacia los Estados Unidos. Con todo, antes de conseguir huír, durante su estancia en Marsella, escribió en francés Psicoanálisis del antisemitismo (88).

La historia de Löwenstein en Nueva York comienza con su encuentro con Hartmann cuando éste llegó como refugiado a París desde Austria.

Heinz Hartmann era austriaco, se había analizado con Abraham, Rado y Freud, pero tenía pasaporte suizo y hablaba perfecto francés. En ese momento era el editor del Zeichshrift y en 1939, durante una estancia en la playa, Löwenstein le da a leer un texto llamado “Vital and Somatic Drives”, que Hartmann corrige para luego publicarlo en el International Journal (89). En 1941 ambos consiguen huir de Francia hacia Suiza, donde se encuentran en casa de Raymond De Saussure quien los hospeda un tiempo antes de que emigraran a los Estados Unidos (90).

Es posible decir que René Laforgue vio con justeza lo que iba a suceder en el movimiento psicoanalítico mundial, previendo una diáspora teórica y organizativa (91). Fue lo que sucedió. No sólo los Estados Unidos y el mundo anglosajón salieron victoriosos de la Segunda Guerra Mundial, sino en la política del psicoanálisis también. Su hegemonía se estableció, y la rígida estructura que habían gestado antes de la guerra en Inglaterra y los Estados Unidos, se reforzó con la llegada de los inmigrantes europeos a tierras americanas. Sin la autoridad de Freud, surgieron liderazgos nuevos y el más prominente, después de Anna Freud, fue sin duda Heinz Hartmann que, además, se entendía a las mil maravillas con la hija de Freud.

Y la influencia de Hartmann en Löwenstein es patente.

Cuando Freud dejó de ser su interlocutor, ese lugar lo ocupó de inmediato Hartmann y con ello comenzó a transformarse por completo la producción de Löwenstein, tanto en lo cualitativo como en lo cuantitativo:
Ahora, aquí en Nueva York, comenzamos a trabajar, y fue realmente extraordinario. ¿Sabe? Yo diría que la contribución de Hartmann al psicoanálisis es absolutamente única. La mayor parte de nosotros hemos contribuido de una manera u otra al análisis; para bien o para mal, hemos hecho aquí y allá buenas contribuciones o menos buenas, poco o mucho. Su mayor contribución es en 1939, de hecho, en 1938, pero apareció en 1939. Es única. Yo diría que Freud la anticipó hasta cierto punto, pero sólo ligeramente, en un sentido. Esa no fue ciertamente la razón por la que Hartmann hizo esa contribución, pero creo que fue hecha en acuerdo perfecto con Freud (92).

Con lo cual, sabemos que para Löwenstein, el relevo de Freud se concretaba en Hartmann. Cuando a uno se lo llevaba el cáncer, llegaba el otro para sustituirlo “en perfecto acuerdo”. A partir de ese momento cambió por completo la producción de Löwenstein. Escribió mucho más, sobre temas muy distintos, pero, sobre todo, de otra manera.

Ahora, la segunda gran influencia sobre mí fue aquí, este trabajo con Hartmann y Kris, que me forzó a pensar más en términos teóricos de lo que antes había estado pensando. Todo lo que hemos escrito, aunque se mantiene en un lenguaje muy teórico, en términos muy teóricos, de hecho, no hay ahí ningún pensamiento que no haya sido corroborado con observaciones clínicas, aunque las observaciones clínicas no aparezcan en los artículos (93).

Esta explicación del propio Löwenstein da cuenta del paso de una posición sur en su escritura a una posición norte (94). En su caso, evidentemente esto tuvo que ver con el cambio de interlocutores. Dejó atrás a Freud y lo sustituyó por Hartmann, dejó atrás la descripción de los fenómenos de la práctica analítica y los remplazó por teoría abstracta. En suma, cambió el escribir psicoanálisis por la elaboración de una teoría de psicología general, que busca explicar al ser humano “normal” y no sólo los “estados patológicos”, con lo cual medicalizó su posición.

Sin embargo, este cambio no le resultó ni cómodo ni agradable: “Toda la escritura es muy difícil. Especialmente en inglés” (95). Es que no sólo cambió la estética freudiana, aquella de la claridad al describir el fenómeno clínico, para virar hacia la aridez y sequedad de los conceptos abstractos de Hartmann, lo cual fue una inversión total de su estilo, sino que además abandonó el francés, lengua con la que tuvo siempre una relación libidinal, por el inglés, una lengua que nunca le gustó (96).


Se trató de un viraje radical, no sólo estilístico y temático, sino que además fue el cambio de rumbo que, visto en retrospectiva, se revela como responsable de llevar al psicoanálisis a las neurociencias, con lo cual resurgió finalmente la otra de sus pasiones infantiles: la biología. Löwenstein dejó atrás la literatura para convertirse en un “científico” de corte biológico. Lo cual se constata cuando le preguntan qué predicción tiene para los desarrollos del psicoanálisis en el futuro:

Personalmente, creo en una comprensión más sistemática y más sintética de toda la teoría. La teoría del Yo y la psicología de las pulsiones, en conexión con situaciones sociales particulares [...]. También una conexión con las ciencias biológicas. La psicología general, pero también con biológicas, psicología del cerebro y cosas así. La Psicología del yo ha construido un puente con la psicología del cerebro, mucho más que la psicología de las pulsiones. Mucho más. Todos los mecanismos, los controles, el juego de varias funciones tienen mucho que ver con lo que uno puede observar en las funciones del sistema nervioso central. Así que pienso que es esencialmente un retorno a una mayor comprensión y una cooperación más cercana con los neuropsicólogos y los neurólogos (97).

Es decir, en vez del retorno a Freud, Löwenstein busca regresar a Freud el neurólogo, a las neurociencias. Y aquí dan ganas de llorar.


Con todo, Löwenstein guardó una claridad en sus posiciones como analista, lo cual se puede detectar también por una vía negativa, es decir, por la abstención activa. Le preguntan:
-P. ¿Está tentado un analista para probar algunas de sus orientaciones teóricas en las prácticas de crianza de sus propios hijos?
-Löwenstein: Oh, en las prácticas de crianza de niños, sí, en el sentido de no cometer ciertos errores, pero ciertamente no en cuanto aproximarse al niño como un analista. Esto sería el peor error.
-P. ¿Hacer interpretaciones?
-Löwenstein: Oh, ante todo, uno no tiene el derecho de hacer interpretaciones a alguien que no le ha dado permiso de hacerlo para un propósito específico. Alguien que viene para a tratamiento. El acuerdo es que él le va a decir todo y usted va a explicar o a interpretar. De otra manera, usted no tiene el derecho ético de hacer interpretaciones. […]
Entonces la entrevistadora, insatisfecha, insiste:
-P. Déjeme sólo hacerle esta pregunta, pues sí surge como una de las preguntas generales que quiero hacerles a todos los analistas. Vamos a hacerla específica ahora, en relación con su familia. Si usted eligiera las cosas en las que su propia comprensión y entrenamiento psicoanalítico han sido de ayuda para usted, en el problema general de criar hijos, suponiendo que usted fuera un lego, ¿cómo elegiría usted lo que usted siente que ha contribuido, desde el campo psicoanalítico, en toda nuestra noción del desarrollo de los niños y cómo uno los cría y aplica algo de este pensamiento, hasta donde mejor sabemos, a las mejore práctica de crianza? Específicamente, como una contribución al movimiento psicoanalítico. No sé si es una pregunta justa.
-Löwenstein: Es una pregunta perfectamente justa. Creo que puedo darle una respuesta justa, porque yo nunca he estado muy interesado en aplicar psicoanálisis a la educación de los hijos. Pero, usted sabe, los analistas solían cometer cualquier número de errores porque eran analistas y porque pensaban en su teoría. Y es algo bueno pensar en la teoría analítica, pero hay cosas esenciales, en donde el sentido común y la teoría coinciden; en especial, amar a los propios hijos. Tratar de entenderlos. Respetar su individualidad, así como ver que hay un proceso necesario de crecimiento y desarrollo en el que uno tiene que ayudarlos, ayudarlos también estableciendo una cierta situación estructurada, alguna disciplina y algunas prohibiciones son necesarias. Uno no debe darles ira y angustia, si es posible. Ellos no deben ser… uno no debe ser punitivo. Los hijos deben ser animados y auxiliados para crecer y desarrollarse, y al mismo tiempo darles tiempo para pasar un tiempo en su estado no desarrollado. ¿Sabe? Respetar el tiempo que requieren para desarrollarse (98).


A pesar de que como autor quedó tomado por la teoría, Löwenstein podía separar la función del analista de su papel como padre, y además dejar la teoría para otros usos. Como padre, puso en primer lugar el amor a sus hijos, un amor que no se obtiene, so pena de cortar sus alas.

Rudolf Löwenstein, ein mensch

Notas

(1) Este texto es una parte de la primera sección del estudio “El (fin de) análisis de Lacan” que el autor presentó en forma de seminario en la Ciudad de México el 8 y 9 de febrero de 2019. La segunda parte tendrá lugar el 11 y 12 de mayo de 2019 (http://ecole-lacanienne.net/es/event/el-fin-de-analisis-de-lacan-testimonios-segunda-parte/). Agradezco la lectura y comentarios de Juana Inés Ayala y Juan Luis de la Mora de la primera parte de este artículo.

(2) La primera parte de nuestro seminario, inédita, presenta el estudio a detalle de la versión de Élisabeth Roudinesco, así como la crítica de las principales versiones que se han publicado acerca del análisis de Lacan: la de la historiadora, la de Éric Laurent, Jorge Baños Orellana y Jean Allouch.

(3) Estas preguntas, lo he constatado, generan incomodidad. Sorprendentemente, parecería haber un rechazo a enfrentarlas. Avanzo la conjetura de que quizás sea un signo de que cada uno consideraría que su propia legitimidad psicoanalítica depende de la respuesta que se les dé, lo cual, si es así, no deja de sorprender, pues implica la existencia del Padre simbólico en la formación de los psicoanalistas lacanianos que, en ese sentido, no se diferenciaría en nada de la IPA.

(4) “El hombre de las ratas” (que produciría “El mito individual del neurótico”) , “Dora” (que se virtió en “Intervención sobre la transferencia”) y “El hombre de los lobos” (del que sólo queda un registro mecanográfico).

(5) Manuel Hernández, “La ruptura de Jacques Lacan y Gaëtan Gatian De Clérambault”, Discursividad analítica, https://discursividadanalitica.com/documentos-para-su-descarga-ii/

(6) Citado en Alain de Mijolla, Freud et la France, 1885-1945, PUF, París, 2010, p. 555.

(7) Jacques Lacan, “Acerca de la causalidad psíquica”, Escritos, vol. 1, s. XXI, México, 1984, pp. 158-9.

(8) Muy presente en la Revue Française de Psychanalyse en los años treinta.

(9) Adoptamos la escritura del nombre propio de Löwenstein que él mismo usó en los artículos que publicó en alemán.

(10) Jean Allouch, Marguerite ou l’Aimée de Lacan, Epel, París, 2ª edición, 1994, p. 588.

(11) Su contenido está en las pp. 176-7 de Marguerite ou… op. cit.

(12) Lacan, “Structure des psychoses paranoïaques”, Pas-tout Lacan en www.ecole-lacanienne.net  y Ornicar? Núm. 44, Navarin, París, 1998.

(13) Ibid., el subryado es de Lacan.

(14) Jacques Lacan, H. Claude, P. Migault, “Folies simultanées”, en Pas-tout Lacan, www.ecole-lacanienne.net.

(15) Jacques Lacan, “Structure…”, op. cit.

(16) El grupo que publicó L’Evolution Psychiatrique fue fundado, entre otros, por René Laforgue, quien sería el primer presidente de la SPP. Ese grupo publicó una revista que apareció en 1925 y se sigue publicando hoy. Ahí se concentraban los trabajos de los psiquiatras interesados por el psicoanálisis, mientras que la Revue Française de Psychanalyse, órgano de la SPP, daba cabida a los psicoanalistas legos. Sin embargo, ambas revistas tenían por muchar razones afinidades profundas, por ejemplo, durante muchos años (hasta 1936) el grupo de L’Evolution Psychiatrique se runió en el local de la SPP. Cfr. Alain de Mijolla, op. cit., p. 622.

(17) Jacques Lacan, “Structure…”, op. cit.

(18) Notemos algo, sin embargo: pese a toda su elaboración teórica, Freud veía lo mismo que cualquiera que abra los ojos ante las Memorias de un neurópata: Schreber había hecho una transferencia masiva con Fliess. Citemos: “Le solicité a uno de mis alumnos de Dresde –que después murió durante la guerra- que me procurara informaciones acerca de Scrheber que naturalmente no utilicé en mi artículo. Me notificó de que Schreber tenía cincuenta y tres años cuando su enfermedad se declaró, y por lo tanto estaba en estado de menopausia masculina. Que yo había adivinado correctamente y que efectivamente había perdido a un hermano mayor, evidentemente es ese hermano el que estaba detrás de su transferencia con Fleschig.” (Ernest Jones, Life and Work, vol. III, p. 504). Si Feud estaba advertido de esta transferencia, ¿por qué diablos no aclaró ese punto que le abría al psicoanálisis la posibilidad de ocuparse de la locura? Citado en Alain de Mijolla, Freud et la France, op. cit., p. 355.

(19) 12 de mayo de 1972, Lacan in Italia, Ed. Salamandra, Milán, 1978.

(20) Mismo número donde Lacan publicó “Le problème du style et les formes paranoïaques de l’expérience”, Le Minotaure, número 1, Éditions Albert Skira, junio de 1933.

(21) Salvado Dalí, The Secret Life of Salvador Dalí, Dover, N.Y., 1993, p. 36 https://es.scribd.com/read/271636460/The-Secret-Life-of-Salvador-Dali#

(22) Dalí dice que tenía 33 años, lo que colocaría este encuentro en 1937, lo que no es congruente con la serie de los acontecimientos. En realidad, ese “33” corresponde con el año de publicación de la revista y, seguramente, de su diálogo con Lacan, quien no iba a esperar cuatro años para entrevistarse con él sobre ese punto. Todo indica una confusión de Salvador Dalí, pues el texto del que debió tratarse en su discusión es “L’âne pourri”.

(23) Jacques Lacan, De la psicosis paranoica… op. cit., p. 16.

(24) Rudolf Löwenstein, “La psychanalyse et la notion de constitution”, L’Evolution Psychiatrique, 1932, p. 56.

(25) Ibid., pp. 62-3.

(26) Ibid., p. 63.

(27) Ibid, p. 64, n. 2.

(28) Lacan, De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, s. XXI, México, 1979, p. 230.

(29) Jean Allouch, Marguerite ou l’Aimée de Lacan, op. cit., p. 76.

(30) Jacques Lacan, De la psicosis paranoica…, op. cit. p. 231

(31) Ibid., pp. 229-230.

(32) Ibid., p. 205.

(33) Salvador Dalí, ‘Posición moral del surrealismo’, in: Hèlix, marzo de 1930; ‘L’Ane pourri’, en La Femme visible, Paris, Editions surréalistes, 1930, cité in Salvador Dali Rétrospective 1920 1980, Centre Georges Pompidou, Paris 1979, pp. 276‐277. Se puede consultar en Scribd https://es.scribd.com/document/167086715/Dali-l-Ane-Pourri. Cualquier psicoanalista se puede percatar de la importancia de esta tesis, por ejemplo, para dar cuenta del aspecto imaginario de la transferencia donde, como indicaba Freud, el analista se inscribe en una serie. ¿Cualquier psicoanalista? Ciertamente no. Salvador Dalí visitó a Freud en Londres y le quiso dar a conocer su texto y, para su gran decepción, a Freud no le interesó en lo más mínimo. Salvador Dalí, The Secret Life of Salvador Dalí, op. cit., p. 46

(34) Rudolf Löwenstein, “D’un mecanism auto-punitif”, Revue Française de Psychanalyse, 1932, 1, p. 142. En lo sucesivo citaremos esta revista por sus iniciales (RFP).

(35) Ibid., p. 142

(36) Bulletin of the International Psycho-analytical Association, “French Psycho-analytical Society”, 1937, International Journal of Psychoanalysis, vol. XVIII, p. 114. 

(37) “Para una lectura de Louis Wolfson”, Littoral 7-8, Las psicosis, Ed. La torre abolida y en francés Albert Fontaine, “Pour une lectura de Louis Wolfson”, littoral 23-24, la déclaration de sexe, Erès, París, 1984. Disponible en https://www.epel-edition.com/telecharger.html

(38) Esta imagen, de 1965, se encuentra en el MOMA de N.Y.

(39) Cfr. RFP, 1932, tomo. 4, p. 648.

(40) Entrevistas realizadas por Bluma Swerdloff, “The Reminiscences of Rudolph M. Loewenstein” The Psychoanalytic Project, Oral History Research Office, Columbia University, 1965. He tenido acceso a este invaluable material gracias a la amistosa y desinteresada intercesión de Irayetzin Hernández y al Dr. Bernhard Bolech. Reciban ambos, de nuevo, mi agradecimiento.

(41) Ibid., p. 4.

(42) Ibid., p. 6.

(43) Ibid, p. 14.

(44) Ibid…, p. 9. Löwenstein discute más a fondo este caso después (p. 35) y considera que no fue una simple interpretación simbólica, sino el verdadero análisis de un anhelo de tener una madre que lo protegiera, tomando en cuenta que este amigo suyo odiaba a su madre verdadera.

(45) Ibid, p. 10

(46) Ibid., p. 11-12

(47) Ibid., p. 15.

(48) Ibid., p. 16.

(49) Ibíd., p. 17.

(50) Este relato está repartido entre la entrevista de 1962 (pp. 17-18) y la de 1965 (p. 139).

(51) Ibíd., p. 17.

(52) Rudolf Löwenstein, “D’un mecanism auto-punitif”, op. cit., p. 141.

(53) Ibíd., n. 1.

(54) Alain de Mijolla, Freud et la France, op. cit., p. 358.

(55) “Reminiscens..., op. cit., p. 19.

(56) Ibid., p. 19

(57) Ibid, p. 20.

(58) ÉlisabethAnn Danto, “La Poliklinik de Berlín: innovaciones psicoanalíticas en la Alemania de la República de Weimar”, Psicoanálisis, vol. XXXIX, núm. 3, 2007, pp. 633-659, Revista de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. Publicado originalmente en el Journal of the American Psychoanalytic Association, núm. 47, pp. 1269-1292.

(59) “Reminiscences...”, p. 21

(60) Ibíd., p. 22.

(61) Pero también hay que decir que esta experiencia dejó una profunda huella en él, que más tarde influiría en su participación en la Psicología del yo.

(62) Ibíd., p. 24.

(63) La corrección a mano dice “más o menos”.

(64) Ibid., p. 61-62.

(65) Ibid., p. 26.

(66) Ibid., p. 35-36. Este pasaje está tachado por Löwenstein en el documento original. Sin embargo, su importancia para comprender su posición respecto de la duración de los análisis me ha hecho conservarlo.

(67) Ibid., p. 28.

(68) Ibid., pp. 29-32.

(69) Ibid., p. 36.

(70) Ibidem.

(71) Alain de Mijolla, Freud et la France, op. cit. p. 369 y p. 431.

(72) “Reminescences…”, op. cit., p. 52.

(73) Jean Allouch, Freud et puis Lacan, Epel, París, 1993.

(74) “Reminiscences…”, p. 47.

(75) Alain de Mijolla, op. cit., p. 381.

(76) Alain de Mijolla, op. cit., p. 385 y p. 557.

(77) Por ejemplo, Alain de Mijolla, op. cit., p. 557.

(78) Ibid., p. 566.

(79) “Reminiscences…”, p. 46.

(80) Alain de Mijolla, op. cit., p. 582.

(81) “Reminiscences…”, p. 56.

(82) Ibíd., p. 62,

(83) Ibíd., p. 63.

(84) Rudolf Löwenstein, Psychanalyse de l’Antisemitisme, PUF, París, 1952, que fue traducido al inglés como Christians and Jews: A Psychoanalytic Study. International University Press, NY, 1951

(85) En cuanto a René Laforgue y su sueño de una institución llamada “École française de psychanalyse”, cfr. Mijolla, p. 308. En cuanto a Pichon, p. 748.

(86) “Reminiscences…”, p. 44.

(87) Ibid, p. 81.

(88) Ibíd., p. 82.

(89) Fue en esas vacaciones que se estrechó la amistad entre ambos, en el verano de 1939. Dice: “él fue muy valioso para nosotros […] yo lo había conocido antes y lo respetaba mucho”, “Reminiscences…”, p. 64.

(90) E. Roudinesco y Michel Plon, “Heinz Hartmann”, Diccionario de psicoanálisis, Paidós, Bs. As., 2008, p. 457.

(91) Alain de Mijolla, op. cit., pp. 549-550.

(92) “Reminiscences…”, p. 96.

(93) Ibid., p. 126.

(94) Nos permitimos remitir al lector a nuestro artículo “Una posición sur en psicoanálisis”, litoral 47, Sur. El giro decolonial en psicoanálisis, Litoral Editores, México, 2018.

(95)“Reminiscences…”, p. 142.

(96) ¿Qué pudo producir este dramático viraje en Löwenstein? Recordemos lo que él mismo dijo en su artículo “De un mecanismo autopunitivo”: “Era uno de esos hombres en quienes la rivalidad con su padre no se traduce tanto en una lucha abierta, una hostilidad constante hacia él (los desencuentros a los cuales acabamos de aludir eran los primeros y los únicos de su vida adulta), sino por la búsqueda de éxito en otros dominios que aquellos en donde sobresalen sus padres. El abandono de la familia y la expatriación son por lo demás manifestaciones de esta solución del complejo de Edipo”. Así, Löwenstein se expatriaba una vez más y se alejaba de la temática y el estilo freudianos, sin romper explíctamente con Freud, pero deslumbrado por quien venía a sustituir a esa figura paterna. Todo indica que el análisis con Sachs, que Löwenstein reconoce que se suspendió antes de tiempo, no le permitió resolver esta repetición transferencial.

(97) Ibid., p. 125.

(98) Ibid, p. 118.

 

Volver al sumario de Fort-Da 13

Volver a la página principal PsicoMundo - La red psi en internet