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Número 13 - Mayo 2019
La escritura de la ausencia.
Algunas consideraciones sobre los síntomas en la escritura durante el tiempo de la infancia
Brenda Aguirre

 

“¿Qué ve el que se inclina sobre la hoja en blanco sino, primeramente, su propia ausencia,
semejante a la que conoció el día de su nacimiento,
cuando debió afrontar un lenguaje que le hizo olvidar un cuerpo del que,
 si escribiera, se acordaría?”
Gérard Pommier (1)

Siempre tuve un particular interés en los procesos de lecto-escritura en los niños. No en  sus estadios ni  etapas “evolutivas”  que muchos pedagogos se han encargado de establecer y describir sino en la marca, lo subjetivo, en la huella que implica el  ingreso al código de  la escritura. ¿Qué condiciones subjetivas deben ocurrir para que un niño se lance al mundo de las letras?
He recibido en mi consultorio muchos niños y niñas que presentaron diversas dificultades en ese proceso: resistencias, inhibiciones al momento de escribir, alteraciones y omisiones sistemáticas de grafismos, falta de interés en la lectura y escritura, entre otros.

Transcribiré a continuación, tres recortes breves del encuentro con niños en mi consultorio para poder, luego,  pensar y articular algunos posibles ejes que los atraviesan.
 
-Recibo a Malena, con sus seis años. Sus padres me consultan por su dificultad para acceder al código de la lengua escrita: “Se resiste a aprender las letras, se niega a escribir”, me comentan. La niña plantea una posición inhibida en relación al saber, particularmente, de la escritura, sin ocurrir esto al acercarse a otros contenidos, como el matemático, entre otros. Por su gran interés por el dibujo, en nuestras entrevistas, le propuse  jugar a caricaturizar  cada una de las letras: además de representar un sonido, ahora tenían cuerpos delgados y obesos, usaban anteojos, peinados y accesorios. Cada una de ellas  tenía una personalidad. Luego de algunos encuentros, estas letras pudieron comenzar a enlazarse. Malena comenzó a escribir, pero de un modo particular: elegía encerrarse en el placard de juegos, donde llevaba un banquito, su cuaderno y  lápiz. Manteníamos una conversación a través de la hendija que le garantizaba un poco de luz  y aire para su tarea. El momento de “encierro” era breve: el necesario para escribir abstraída de mi mirada. Cuando terminaba su escritura, salía de allí para mostrarme su producción.

-Marcos, cursando su primer grado escolar, se niega a escribir. Evita toda situación que implique un lápiz y un papel. “No sé”, “No me sale” son sus enunciados que permiten comenzar a articular algo de su implicación y su dificultad. La escritura en las sesiones comenzó a tener lugar del siguiente modo: se ubicaba bajo el escritorio, donde llevaba hoja y lápiz y se disponía a escribir bajo la condición, explícita por su parte,  de que yo no me asomara. Marcos jugaba a enviarme, desde abajo del escritorio,  cartas por correo, que yo recibía, como parte del juego,  asombrada y contenta.

-Andrés, de siete años, asiste a segundo grado de escuela primaria. Soy la cuarta profesional que lo recibe, en el transcurso de un año y medio, debido a sus dificultades en la lecto-escritura: omite y altera el orden de los grafismos y confunde los sonidos que representan. Está cansado de ir a tantos consultorios, me dice. Al momento de escribir, me advierte que lo hará bajo dos condiciones: debo irme a la cocina para que él pueda escribir en el escritorio y debo esperar su aviso para salir de allí y ver lo que escribió.

Cada uno de los recortes clínicos remite, desde ya, a casos con coordenadas, tramas e historias diversas. Sin embargo, me interesa pensar en ciertos puntos de encuentro que se pueden leer y articular en las tres viñetas: los niños buscaron quedar sustraídos de la mirada del Otro para escribir.
¿Qué permitió mi ausencia en la escena de la escritura? ¿Qué lugar ocupa ese Otro que estos niños se encargaron de “ausentar”? ¿Cómo pensar estas condiciones requeridas por estos pequeños escribientes?

Para poder pensar estos movimientos puestos en juego para quedar por fuera de mi mirada y para que la escritura fuera posible, resulta necesario, en primer lugar, establecer qué lugar ocupa ese Otro.

Desde el momento del nacimiento, en un estado de indefensión absoluta, un enfants recibe del Otro –fundamentalmente la madre- no sólo los cuidados necesarios para sobrevivir, sino también, como dirá Lacan, un baño de lenguaje. “Este baño de lenguaje lo determina incluso antes de haber nacido, por intermedio del deseo en  que sus padres lo acogen como un objeto, quiéranlo o no, privilegiado" (2).
 El lenguaje preexiste al sujeto y  la entrada en él inaugura un lugar en el campo del Otro. Allí, en ese campo, se constituirá el sujeto. Arrojado a la existencia, la lengua será un lugar a habitar.

Gérard Pommier, en su libro “El nacimiento y renacimiento de la escritura”, dice: “La lengua concierne a un niño porque es esperado a un lugar donde faltaba, y he ahí la razón por la que su presencia significa el falo, símbolo de la falta” (3).
Cuando el niño ocupa el lugar de falo para la madre, es decir, como objeto que viene a completarla, se sitúa en el lugar del Otro. Este primer momento, necesario para la constitución de un sujeto, requiere de un movimiento crucial: para pasar de ser hablado a ser hablante debe rechazar esa primera identificación, debe denegar el lugar de ser para la madre. “Esa primera represión no anula la posición inicial, pues el sujeto no podría abstraerse del lugar que se le impartió al principio del lenguaje. Continúa ocupándolo mientras lo deniega” (4).
El niño, al hablar, se dirige a su madre a medida que se separa de ella. La entrada en el lenguaje es por un Otro pero no sin las marcas de la diferencia.

¿Quién vehiculiza ese corte, esa separación? Será el padre, en su función.  La función paterna, mediante la interdicción del incesto, opera recortando al niño de su primer universo: el materno. Lacan, en el seminario V dirá que el padre es una metáfora. “La función del padre en el Complejo de Edipo es la de ser un significante que sustituye al primer significante introducido en la simbolización, el significante materno” (5).  Esta operación de castración, de pérdida del lugar de falo para el Otro da lugar a la falta, condición del deseo.

El camino de la escritura no será sin esas marcas simbólicas. La dimensión de la falta es condición necesaria e indispensable para la escritura. Se escribe en torno a un vacío.
La legalidad de la escritura (correspondencia de trazos con sonidos, enlaces de letras, organizaciones sintácticas, entre otros) requiere de la operación del  Nombre del Padre, que antecederá la formación de cualquier frase.
Los niños de los casos clínicos que presenté anteriormente, manifestaron diversos  síntomas referidos a la lecto-escritura. Puede pensarse, en tales casos, que la función paterna ha operado fallidamente. Las consecuencias de estas fallas en la simbolización del padre son amenazantes: ser arrasado por el estrago materno. Los límites y la legalidad se desdibujan en el imperio del goce de la madre. En palabras de Pommier: “Cuando un niño no escribe o no lee ¿no es acaso porque la letra aislada le rememora el horror de la castración materna, prefiriendo la palabra hablada que, globalmente, la oculta? (6)

¿Cómo pensar, entonces, los movimientos generados por cada uno de ellos para garantizarse mi ausencia, o la ausencia de mi mirada, para poder escribir?
Podría pensarse, principalmente, que el síntoma en relación a la escritura permitió el armado de una legalidad: condiciones claras que delimitaban lugares y, fundamentalmente, la separación con el Otro.
Puede considerarse, también, como un doble movimiento de separación: la expresada explícitamente por estos niños (que se escondían o se encargaban de alejarme) y la que pusieron en juego a la hora de escribir. El trazo es huella que tiene efecto de corte.
Jorge Jinkis sostiene: “Las letras (…) establecen una distancia de la cosa, construyen interposiciones,(…) establecen límites, hacen del alejamiento la condición indispensable que permite el recorte y emerge entonces el dibujo del objeto, formas que nos miran y atraen la mirada” (7).

Ahora bien, ¿Qué se escribe en la escritura?

El interés de Lacan por la escritura y por la letra atraviesa toda su enseñanza. Desde su seminario de La carta robada, su escrito La instancia de la letra en el inconsciente, la escritura del nudo borromeo, por sólo citar algunos.
En Lituraterre,  Lacan le otorga a la letra su condición de litoral. Este es un concepto geográfico que se refiere a una costa o  territorio lindante con el mar. Esta franja límite permite pensar a la letra como borde: de lo simbólico, lo  que más se acerca a lo real. “La letra ¿no es ella litoral, más propiamente, o sea que un dominio enteramente constituya para el otro frontera, porque son extranjeros, hasta no ser recíprocos?” (8)
La letra no remite a ningún objeto, constituye un lugar vacío al que arribará un signo. Su trazo dibuja el borde del agujero en el saber. A Lacan le interesa de la escritura, su límite, lo imposible de escribir.

Lo que se escribe en la escritura es el goce y el lugar donde se escribe es el cuerpo, sede del goce, tal como le define Lacan en el Seminario XX (9).
La letra y su relación con el síntoma pone de manifiesto que, para asumir el acto de escritura no se requiere poner en juego conocimientos fonemáticos, sino la pérdida de goce del cuerpo causada por el corte del trazo.
Que un niño se lance a escribir cuando antes no lo hacía no implica la “solución” de su formación sintomática, sino en principio, los primeros caminos de un hacer con su síntoma que le permitirá tomar la pluma para futuras escrituras.

Notas

(1) Pommier, Gérard. Nacimiento y renaci.miento de la escritura. Ed. Nueva visión, 1996. Pág 203.

(2) Lacan, Jacques, Breve discurso en la O.R.T.F., Intervenciones y textos 2. Ed. Manantial, 2007. Pág. 38.

(3) Pommier, Gérard. Ibid. Pág. 309

(4) Ibid.

(5) Lacan, Jacques. Seminario V. Las formaciones del inconsciente. Ed. Paidós, 2007. Pág. 179.

(6) Pommier, Gerard. Ibid. Pág. 310

(7) Jinkis, Jorge. No sólo es amor, madre. Ed. Ideas Edhasa, 2013. Pág 102

(8) Lacan, Jacques. Literaterre. Traducción Ricardo Rodriguez Ponte. Extraído de www.lacanterafreudiana.com.ar . Pág. 10.

(9) Lacan, Jacques. Seminario XX. Ed. Paidós, 2008. Pág. 32

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