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Número 12 - Diciembre 2017
Un exiliado ilustre.
Paradojas del duelo en el exilio político

Sandra Berta (1)


En el final de la pieza “Exiliados”, de James Joyce, Richard Rowan, escritor irlandés y exiliado, lee la materia publicada por su amigo y rival, el periodista Robert Hand, titulada “Un irlandés ilustre” en la cual la condición de ser exiliado se define “Hemos dicho en el exilio, mas nos vemos obligados a hacer una distinción. Existe un exilio económico y otro espiritual” (2).  Las contingencias del exilio – político o económico – se tornan vicisitudes singulares pero las mismas dependen del lazo con los otros. Richard vuelve del exilio y encuentra la escena del pasado, actualizada en el amor de su mujer Bertha  y su amigo Robert. Nada puede conmover la escena amorosa en la cual Richard se localiza como tercero. A esto se suma que, de esa trama Richard, evoca el exilio como el acto de abandono de su tierra, conmocionada por los hechos políticos que se reflejará inmediatamente en “la batalla” de sus almas.

En esa pieza de teatro, el exilio espiritual afecta las relaciones de amor, deseo y goce. Sabemos que “Exiliados” es el testimonio del exilio de Joyce y lo que él pudo transmitir en su escritura de esa experiencia. El exilio de Joyce con Nora cuando ambos dejaron atrás su Irlanda. Contingencias o no, Joyce escribe este texto entre los años 1914-1915, tiempos en que Freud elabora su teoría del narcisismo y – en el albor de la Primera Guerra Mundial – escribe su teoría sobre el duelo. En este nudo que hago entre Joyce y Freud, personajes afectados por una herida abierta. “Tengo una profunda herida de duda en el alma” (3). Joyce dijera a Laubestein que la duda une a los amantes, pues en la duda la vida queda suspendida como el mundo en el vacío. Esta herida apunta a la imposibilidad que el enigma del deseo imprime, “no te deseo en la oscuridad de la creencia, sino en la incesante, viva e hiriente duda. No retenerte con ninguna atadura, ni siquiera las del amor; estar unido a ti en cuerpo y alma en una desnudez total… eso es lo que yo anhelaba. Y ahora me siento tan cansado, Bertha. Mi herida me cansa” (4), es lo que leemos y escuchamos en las palabras de Robert. “Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo oye” (5). El decir se infiere de estos dichos a partir de la escena final. Una única respuesta cierra esta pieza en la cual Joyce está lejos del uso dado a la materialidad (moterialité) de la palabra en Finnegans Wake. Es Bertha quien le dice “Olvídate de mí, Dick. Olvídate de mí y vuelve a amarme como lo hiciste la primera vez. Deseo a mi amante: encontrarme con él, acudir a él, entregarme a él. A ti, Dick. ¡Oh, mi extraño y salvaje amante, vuelve a mí otra vez! (6).

El exiliado y el extraño en la extimidad (lo más exterior en mí)  de los amantes. Se evoca en la literatura la vivencia del exiliado frente a la falta de garantía que se tensa en el deseo, frente al duelo y a la indeterminación subjetiva. La elección forzada – arrancarse de las raíces – exige que la elección ética se afirme. Y en este caso se afirma por la vía del deseo, por su inclinación paradojal en la duda, pues ella es un ancla firme para Joyce. El exilio y la experiencia de la extimidad de eso supe en los diferentes encuentros que tuve con exiliados argentinos, aquellos que decidieron quedarse en las tierras que los acogieron en el exilio y aquellos que decidieron retornar. Hace 10 años escribí sobre esto y hoy vuelvo, por diferentes razones, a ese recorrido, no sin sorprenderme en lo que allí encuentro, en singularidad de sus palabras:

Aquel que sobrevive, es cierto, tiene que explicar por qué y cómo sobrevivió. Eso es un trazo que me obsesiona

En mí el exilio y el duelo quedaron íntimamente asociados

Reconstruir el marco de la vida en el exilio exige poner a prueba la función del duelo, su elaboración. Tal vez, el tiempo, tan necesario al duelo, permitió que ellos me dedicaran, uno a uno, extensos encuentros en los que los dichos iban tejiendo una red de evocaciones y de ficciones para hacer posible un decir. Para hacer posible el “que se diga”. Algo que se transmite en entre-dicho, 30 años después de los acontecimientos que forzaran la salida, la fuga.

Precisé revisar la teoría del duelo en psicoanálisis y enlazarla a la pregunta por el exilio. Precisé preguntarme por la angustia, ese afecto que no engaña pues ella resta de toda y cualquier articulación palabrera.
 
El duelo es un trabajo en el cual se cuestiona lo que llamamos “el marco de la vida”, “la ventana y la pantalla a lo real”. Quien duela sabe de eso. Es el fuera de foco frente al agujero que puede devenir falta. En ese trabajo se autentica ese agujero real que debe tornarse algún vacío, alguna falta. para anudar con los dichos y los hechos una historia posible. Decimos que hay que anudar lo simbólico y lo imaginario a ese real. Hay que hacer de ese trabajo de duelo algún síntoma, quiere decir: alguna cuestión. Hacer del horror el desacuerdo tan propio al síntoma y al inconsciente. Inventar frente al agujero traumático, eso es el troumatismo (trou=agujero).

 Es tan curioso considerar lo que Freud propuso al trabajo del duelo: la prueba de realidad. Porque, me pregunto: ¿de qué realidad se trata sino es de la realidad psíquica? Precisamente, esa realidad que permite anudar lo que no tiene relación.  Lacan nos dijo en 1974 que el Nombre del Padre es una posibilidad de anudar, pero también nos advirtió que hay otras. El Nombre del Padre, es la realidad psíquica, propuesta por Freud. Nombrar el efecto de un real, en el cual lo simbólico cave algún agujero, luego que lo real, como acontecimiento, hizo astillas la posibilidad del dicho. Nombrar es hacer nudo para que el decir de lo vivido se transmita. Para Freud, ese trabajo, esa puesta a prueba de la realidad psíquica, ese esfuerzo colosal de localización, cuando la experiencia nos apaga y nos confronta con la opacidad de la existencia, debe articular el campo del deseo al campo del narcisismo. En ese anudamiento la imagen – i(a) –, que se guarda del objeto perdido, y los trazos (uno o algunos) que se encuentran en la imagen de otro, son actualizados y homologados en las respuestas que damos al deseo, siempre enigmático, siempre en la duda joyceana.

Allí donde Freud dijo “trabajo”, Lacan apuntó “función”. La función del duelo que posibilita, no la substitución de un objeto por otro, sino hacer borde al agujero. En ese bordear el agujero, los ideales se deshojan. El ideal es el extremo donde por un trazo me sostengo en el amor – y en el deseo – de otro. Ser amado por alguien cuando ya no está es un desafío a la nostalgia. Inventarse versiones a las vicisitudes del duelo es no hacer de la falta un culto. Supe de esto por la clínica, pero, y en particular, en esos encuentros del exilio. Si la nostalgia no lo toma todo, el litoral del duelo teje alrededor del agujero traumático. Teje historias que transmiten la pérdida de otro modo, que la hacen perderse en la escena de la vida. La pérdida perdida, sería un nombre que permite que la falta se torne una significación nueva.

Pero siempre habrá un resto, el punto de fuga – verdadero ombligo del sueño que actualiza la infinitud – por el cual las elaboraciones pueden precipitar en caída radical. “Son experiencias que no se integran”, me decía un exiliado, dejando al descubierto la vacuidad del objeto, su función de hacer semblante a la no-relación, a lo imposible del duelo. Acontecimientos que no se integran y que hacen del duelo en el exilio un efecto caleidoscópico y topológico.

 “El exilio es circular. Hay una insistencia de situarse en otro lado. Es algo que me gobierna. Es como si estuvieses permanentemente con la paradoja que un lugar se convierte en otro lugar y en otro lugar, un lado se convierte en un lado y en otro lado. Mi fuera y mi dentro. Una reserva de clandestinidad”.

La clandestinidad no en su significado político sino ético. La reserva de clandestinidad nos recuerda el ker unserens wesen, el núcleo de nuestro ser. Marca de nuestra reserva subjetiva – el sujeto del inconsciente y el  parlêtre  – que apunta a la reserva libidinal operatoria para toda significación (fálica) por venir.

Las pérdidas multiplicadas del exilio llevan a cuestionar la insondable levedad del ser y confrontan con el dolor de existir. Los hablanteseres no escapan de su condición simbólica que hace de sus cuerpos deportados un llamado a dar argumentos sobre los eventos que se les imponen. En la coyuntura del exilio la presencia y de la levedad también se hacen marcas indelebles. Ambas pueden llevar a la cristalización de un significante “exiliado” que intente sustentar lo tíquico. Es por eso que vuelvo a las elaboraciones de Lacan en 1964, cuando después de la excomunión, en su condición de exiliado, propuso la respuesta del deseo por la vía de la lógica.

Hoy tal vez no nos sorprendan tanto las formulaciones sobre la alienación y la separación del sujeto al Otro. Pero si ponemos en perspectiva el momento de esta propuesta del sujeto del inconsciente, allí donde el inconsciente se define por ser ético (y no óntico), podríamos retirar algunas consecuencias de esta propuesta. Lacan en ese año, después de ser excomulgado de la IPA, por su acto funda su Escuela y a partir de allí, en el agujero de esa pérdida, sustentó su posición, partiendo de una pregunta sobre el deseo, y en particular sobre el deseo del analista.
 
Ese deseo que no tiene predicado posible y que se transmite en acto, cava la fenda en la disyunción exclusiva (referencia de la lógica matemática) entre los campos (círculos de Euler) del sujeto y del Otro. Allí la disyunción exclusiva (o-o) opera entre reunión y separación una pérdida. “La bolsa o la vida”, “La militancia (en el país de la dictadura) o la vida”.  En el Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales, inmediato a su excomunión, él se detiene en esa operación lógica y llevará la misma hasta el Seminario 15, El acto psicoanalítico, para decir que entre el “no soy” y el “no pienso” algo estructurante se juega.
 
Algo que puede desalojar el sujeto de su indeterminación en el campo del Otro. El ser del sujeto, por ser un hablanteser, juega la partida entre el Significante Amo (S1) y el saber (S2) que encuentra en el campo del Otro - campo de la palabra estructurada como un lenguaje, los indicios de una verdad, medio-dicha. Por alienarse allí, encontrará la infinitud del sentido, y el enigma, pues el sentido es el colmo del enigma (dirá en el Seminario 21, Le non-dupes errent). Siendo así, resta la indeterminación de la cadena significante, el sentido (S1-S2) con el cual se aliena al campo del Otro, o la petrificación en el significante amo, (S1).

Hay innumerables modos de petrificarse en un significante o aventurarse al enigma del sentido, que apacigua en primera instancia, pero que en algún momento puede revelar la trampa de esa determinación- indeterminación de la verdad mentirosa de la ficción. Si “algo” puede desalojarlo de esa dialéctica es porque no todo se juega entre los significantes. El estatuto del objeto - que Lacan inventó y nominó: objeto pequeño a – puede ser el signo de lo real que no se rinde al campo del significante. Así siendo, si el significante aislado de la cadena (porque no hay cadena sino por la ficción palabrera que tenemos que inventar) puede petrificar el sujeto en una identificación – exiliado, por ejemplo – el objeto a, resto de la separación del campo del Otro, es el pasaporte de su singularidad, esto es, de la nominación de su deseo frente a la no-relación. El destino de cada hablanteser, sustentado en las significaciones de su vida, es una vacilación entre petrificación e indeterminación. Es en ese punto de fuga que su elección, su juicio íntimo se sostiene.

Los exiliados con los que conversé fueron pasadores de esa elección íntima. La transmisión de esa experiencia me hizo saber que la alienación es el destino y que la separación depende de un querer. Se-parar, se-parir de esa alienación no es sin una condición: que en alguna esquina del Otro, lo simbólico no llené de sentido el sentido, por donde se fuga el tonel de las Danaides. Es preciso que algo haga signo de aquello que, por lo simbólico, no se realiza. Lo indecible, lo innominable. Que algo haga signo de lo real por el cual la cifra del acontecimiento traumático, en ese punto de fuga, resta indescifrable, pero que se pueda hacer con ella. Entiendo que eso depende de la convicción ética. Según Joyce, por la boca de Robert, eso depende de la duda, que leo no como síntoma obsesivo sino como la vacilación entre petrificación e indeterminación. La duda en su vacilación hace signo, pero sin el juicio íntimo, eso cansa, eso nos deja exhausto.  Las palabras de Bertha denuncian y piden al amante que él esté a la altura. Pero la denuncia no es la convicción y el juicio íntimo no depende del Otro simbólico sino de la posición singular frente a lo real. Esto me orienta en la clínica.

En el “exilio interno” como dijeron aquellos con los cuales conversé, el Otro totalitario se presentaba sin fisuras, pues no había lugar para alguna Bertha ni para nadie. En tierras de nadie no era posible abrir para la elaboración de lo pasaba y de lo que, estrangulado, no pasó. No había pasadores de la experiencia porque no había testigos de lo extraño, Cuando hubo lugar para acusar recibo, fueron los tiempos del exilio propiamente dicho, cargado de marcas que, a pesar del dolor, hicieron función de mapa y cuestionaron la condición de exilado. Nombrarse exilado no es petrificarse en un significante. Hacer del exilio un nombre permitió anudar el acontecimiento, decirlo, hacerse a él.

En esa elaboración topológica (enlazando, por lo tanto, espacio y tiempo) el instante de ver fue dicho con los referentes de la angustia. Esta siempre ligada al Unheimlich, lo extraño, y al Heimlich, lo familiar, con un apoyo en el vacío del “como si” para que la falta de la falta no se actualice a cada instante, impidiéndolo todo. Un respiro para testimoniar las voces de lo indecible. Olvido, brechas de la memoria sin localización del antes y el después. Abismo de lo incontornable de una ficción posible. El tiempo de comprender se precipita con los afectos del duelo, su elaboración – y su reserva clandestina de lo que no se elabora como causa sino como extraño. El miedo dejado atrás y lo nuevo mas extraño aún. Nada está en su lugar y esa nadidicación es imposible que reste en suspendo. Por eso, entiendo que el luto, mas allá de su función de elaboración produce el acto ético que se transmite por el juicio íntimo, la elección donde cada uno se autoriza de si mismo… no sin otros. Autorizarse de un deseo y de una posición frente al exilio político y al exilio de la soledad Una soledad que nos haga autores de la vida que nos tocó en suerte (bonheur). Autorizarse frente a lo tyquico – que por veces – trágicamente – toma la presencia de lo totalitario del Otro. Cavarle a ese Otro un agujero al modo de pregunta es la oportunidad, accidente, contingencia, que hace posible (categoría modal) al deseo.

No hay exilio posible sin duelo elaborable.

Mi agradecimiento a los que se nombraron su exilio, por lo que transmitieron, hace ya tantos años, en esos encuentros en los cuales estábamos dispuestos al acto de la palabra, allí donde el sufrimiento se ponía en cruz. Acto de resistencia al desamparo. Acto que hace lazo al decir en su soledad radical.  Me permiten hoy, en este breve escrito, hacer eco.

San Pablo, 19 de noviembre de 2017.

Referencias bibliográficas

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BERTA, S. L. Escribir el trauma, de Freud a Lacan. Buenos Aires: Letra Viva, 2014.
FREUD, S. (1917[1915]). Duelo y melancolía In: Obras Completas. Traducción de José Luis Etcheverry, 2º ed., 13º reimp. Buenos Aires: Amorrortu, 2008, v. 14, p. 241-255.
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LACAN, J. (1958-1959). El Seminario de Jacques Lacan, libro 6: El deseo y su interpretación. Traducción al español del texto establecido por la Association Freudienne Internationale.  .
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LACAN, J.(1073-19740.  El Seminario, libro 21: Les non-dupes errent. Edición Staferla. http://staferla.free.fr/
SOLER, C. O sujeito e o Outro I e II. In: Feldsdtein, R; Fink, B.; Jaanus, M. (Orgs.). Para ler o Seminário 11 de Lacan. Tradução Dulce Duque Estrada. Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 1997. p. 52-67.

Notas

(1)AME. Analista Miembro de La Escuela de Psicoanálisis de los Foros del Campo Lacaniano. Miembro y enseñante del Colegio Clínico del Foro del Campo Lacaniano de Sao Pablo, Brasil. Licenciada en Psicología, Universidad de Aires (1987), Residencia en Salud Mental (Hospital Araos Alfaro- Evita, 1988-1992), Magister y Doctora en Psicología Clínica por la Universidad de San Pablo, Brasil. Autora de la Disertación de Maestría “Exilio, vicisitudes del duelo. Reflexiones sobre exilio de los argentinos (1976-1983)”, 2007. Autora del libro “Escribir el trauma, de Freud a Lacan”, Buenos Aires: Letra Viva, 2014. E-mail: bertas@uol.com.br

(2) Joyce, J. Exiliados (1914-1915) São Paulo: Iluminuras, 2003, p. 158. Traducción libre.

(3) Ibid, p. 172. Traducción libre.

(4) Ibid p. 172. Traducción libre.

(5) Lacan, J. El Atolondradicho. En: Otros Escritos. Buenos Aires: Paidós, 2102, p. 473.

(6) Ibid, 172. Traducción libre.

 

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