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Número 10 - Noviembre 2008
¿Por qué del miedo al miedo no es una fobia?
Adela Fryd

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Esta niña, Lucìa, aparece ligada con la madre; si hubiera un semblante fàlico, este quedaría del lado materno. El estrago materno ha sido el eje de este caso. Es así como el amor que proviene del lado materno, la deja mortificada en esa la relación. Este apoyo en la madre, sin ninguna mediación del semblante paterno, transformó el encuentro amoroso en un estrago.

Por otra parte, definir esta clínica, ofrece la posibil idad de una clasificación operable: se puede pensar una clínica que vaya del estrago al síntoma como partenaire; esto es, la interrogación sobre cómo privarse de ser objeto de goce materno para pasar a la constitución de un síntoma. En esta dirección se ubicará el miedo, síntoma que no es función del padre; en principio, se lo podría pensar como autista, porque no està dirigido al Otro, no hace lazo, no interroga. Más del lado del estrago que del síntoma, se transforma en algo que si bien no es un objeto de la madre, logra sostener su mirada y condensar toda la l iberación de goce. Es así como se puede hablar de esclavitud en relación con el Otro. Por ello, es necesario elucidar qué estatuto tiene el miedo, y nos abrirà preguntas sobre la estructura de esta niña.

La tesis por desarrollar es que este afecto, el miedo, comenzó con una referencia: el miedo a la pérdida materna, a lo que podía suceder al Otro materno, para terminar siendo un objeto ajeno, que se instala, la divide, y culmina en una mutación del afecto, en la cual existe el miedo autorreferenciado; de este modo es posible plantear que este objeto, el miedo, es ella misma. El miedo siempre fue el condensador libidinal y culmina transformándose en un miedo sin distancia y sin investimiento hacia afuera. De este modo el miedo se transforma en un objeto.

La madre prisionera, prisionera de la madre.

Recibo una llamada de una madre que me dice con desesperación que su hija Lucía, de 10 años, se encuentra en un estado dramático: no puede separarse de ella, no la deja ir a ningún lado, está segura de que algo malo le sucederá a la madre si no la ve constantemente. Cada vez que piensa en esto, llora produciendo una conmoción en la familia y también en la escuela. En cierta oportunidad, esperando a la madre en el balcón, al retrasarse ésta, sumida en un llanto sin consuelo, había llegado a orinarse encima, aunque luego dirá que lo hizo por cábala, para que la madre viniera.

Estos episodios comienzan en un momento en que la madre entra en una depresión muy fuerte después de la muerte de su propia madre, cuando se replantea su vida en relación con su matrimonio.

Lucía fue testigo de todo esto. "Lucía me tiene prisionera". "Es como un monstruo; de una niña alegre, simpática, ha pasado a ser una vieja amargada".

Lucía habla de su pánico. "Tengo miedo de que le pase algo a mi mamá... No sé... Cualquier cosa, que la maten, que caiga una bomba por el lugar donde ella pase" . Se presenta como una niña asustada que terminará ejerciendo una tiranía caprichosa. "Yo no sé por qué una madre tiene que salir. Puede estar con sus hijos". Es este el modo en que deja ver su pánico.

En la sala de espera escribe: "Estoy acá y en lo único que pienso es en que suene el portero. Es como un laberinto, y cuando viene mi mamá encuentro la salida".

Sugiero a la niña que me llame cuando aparezcan estos ataques de pánico. Lucía lo hace y se tranquiliza bastante cuando le digo algo que transforma la escena en una ficción humorística. Se ríe y se calma en ese momento, pero al otro día vuelve a aparecer alguna otra escena. Eso durará cierto tiempo y los escándalos, un tanto disparatados, irán girando hasta establecer cierta complicidad entre nosotras.

Comienza a desplegar su intolerancia con respecto a las salidas de la madre. Escribe: "¿Quién es esa mujer?". "La conozco pero no la conozco. Si alguien la ha visto a esa mujer, esa es mi madre". Lucía pasa a ocupar un lugar de cuidadora; se aferra a esa posición sin saber cuál es la existencia que fuera de ella tiene para su madre.

¿Qué es lo que ha desencadenado, lo que ha provocado este surgimiento del pánico, esa angustia que muestra su acting? La primera respuesta podría haber sido que Lucía fue desalojada de ese lugar de falo materno. Esta niña estaba gozosamente instalada en una posición activa, de goce pasivo, jugando a la muñeca con su mamá, y su mamá era la muñeca: charlas interminables y citas en la cama puntúan esta historia de amor y caprichos. La muerte de la abuela, la posible separación de la madre y el padre, que es vista como huida de la madre, hacen aparecer a la madre como mujer.

Este primer momento, que podría llamarse "Una madre prisionera, prisionera de una madre", tiene como resultado una intervención mía: "No estás obligada a cuidarla, no estás obligada a evitar que se escape, no sos responsable de lo que suceda". En este momento de la cura, esta división madre-mujer queda marcada simplemente por su aparición; luego se verá la deriva que toma para ella la mujer, mostrándonos allí su verdadero pánico.

Cápsulas X

El miedo derivará hacia el miedo hacia las locas: si sale sola teme encontrar una loca, y encuentra viejas que no tardan en parecerle locas. Este punto merece subrayarse: en la calle están las locas, las viejas locas; más adelante se verá cómo se fue delimitando esta idea.

Entonces escribe: "Adela, te estoy escribiendo el sábado 14 a la 1 de la mañana cuando mi mamá y mi hermana se fueron a la casa de la tía. El tema es que leí en una revista algo que me inquietó y sentí como si estuviera sola, como si me apoyara en un lugar para poder sentirme bien y me caigo porque no hay nada que me ataje". Esa "sola que puede caer sin que nadie la ataje" conduce hacia el corazón de la novela familiar, que se enraiza con el miedo secreto que aparece en esta historia.

Lucìa desconoce este hecho pero será finalmente esta hermana muerta quien ordenará la novela familiar. Es allì como la ficciòn que Lucìa nombra: las "Cápsulas X" donde apuntarían a preguntarse quién, en esta serie de mujeres prisioneras o encadenadas, es aquella que tironea.

En la transferencia aparece la siguiente formulación: "Llamaré a mi problema virus. Tengo dos pisos, en uno hago todo lo que hago y en el otro convivo con estos temas. 0 = virus".

Acerca del dibujo comenta: "Hay como un diálogo entre dos, se ve lo que dicen, pero me salió como una calavera en el medio, del otro lado una niña que quiere volar en un barrilete".

Escribe del otro lado del papel: "Si Adelita se fuera a otro mundo, a Asia o a China, yo me voy con ella en el auto porque me da vértigo volar".

Este diálogo intermediado por la calavera conduciría a la dramática amorosa del encuentro con las mujeres; la calavera es también lo que llega de la otra en el lugar del destino; y la otra en tanto semejante aparece ocupando su verdadero lugar, el de una especularidad sórdida, que condensa la verdadera dramática y abre el abanico de la verdadera prisión, donde ambas son prisioneras del mismo objeto.

La muerte es el lugar de unión: ¿cómo emprender una cura con otro vuelo que no sea seguir a otra en el otro mundo? Así planteada, la cura también es un intento ficcional de delimitar lo real, y aporta una nueva vuelta en cuanto a un posicionamiento subjetivo; se retoman uno de sus dichos como una intervención: "Sólo sé que no sé lo que sé", permitiendo el despliegue de un tercer momento que puede titularse: "Las inseparables".

El miedo aparece aquí como referencia a la identificación fantasmática con la madre. "Sólo sé que no sé lo que sé" es una construcción que podría ser enigmática, que permitiría plantear una hipótesis: preguntarse si aquello que estaba forcluido del relato familiar y no había entrado en el discurso podría reaparecer en su padecimiento.

Las inseparables

Viajo al exterior y Lucía me envía un e-mail: "Me peleé con las chicas del grado, contestame. En medio de la pelea Nancy me dijo: ‘Nena, estás loca, andá a tratarte con tu psicóloga, andá a tratarte ’. Todo esto me lo dijeron como si estuviera loca. Pero yo no soy tonta, volví herida y llorando, diciendo: ‘Vos no sabés lo que es una psicoanalista, ni eso sabés’ (y a Jimena le dije que ni una psicóloga se merecía). Un rato después vino Nancy llorando, todas llorando porque la mamá le dijo que la iba a encerrar en un convento. Besos, contestame".

La respuesta fue: "Estoy de acuerdo con que ella merece una psicoanalista y quizás, en todo caso, el convento es para la otra."

En ese momento, Lucía comienza a intercambiar cartas con un paciente con el que se cruzó una vez. Le dice que vio su firma en un papel y le encantó. Este episodio resulta interesante porque es un intento de pasar el falo al varón; en el caso de Lucía, el goce mortífero la ha excluido de la relación con el padre y la ha puesto en una misma línea con las mujeres: la madre - la hermana - la abuela.

Destino desafiado

De este modo se pone en evidencia cómo es la muerte la que ordena todo. Lucía trae a una sesión una caja con una etiqueta: "Muerte". Otras inscripciones de la caja dicen: "miedo a la copa", "a la maldición de la tumba". Lucía me dice: "Todo está relacionado con la muerte, ¿viste?". Es evidente que todos los miedos se resumen en la muerte.

Pregunta: "Adela, ¿le puede pasar algo a mi mamá?". Respuesta: "Lucía, todo lo que temés ya pasó, podemos hablar de otra cosa".

A diferencia del comienzo de la cura, cuando Lucía parecía arrasada por la demanda materna, envuelta en la significación materna, atornillada en una identificación fálica como única posibilidad de ligazón con la madre, en este momento de la cura, si bien aún resuena esta identificación materna, parece que pudiera separarse de esa significación: las locas podían ser otras, y "el convento es para las otras". La fobia a la caída, al vértigo, a las fiestas, son elementos que giran alrededor de un goce que excede el goce fálico, en el que las figuras de la muerte serían fetiches que velan la castración.

Es aquí donde el caso testimonia su diferencia con la fobia, la fobia clásica que nos ha enseñado el hecho de seguir los pasos del pequeño Hans.

Lucía nos conduce, o nos pasea, como dice Lacan con el pequeño Hans, por laberintos en los cuales no podríamos hablar de la fobia como síntoma, privilegio de la metáfora fallida, donde el síntoma fóbico es la envoltura del Nombre del Padre.

Cuando el niño se encuentra con la falta de la madre (en términos freudianos, la falta del pene) la fobia exige un significante en el lugar del goce, ya sea el caballo que muerde y corcovea o el lobo que mira; estos significantes son representantes de goce de donde resulta la fobia.

En el momento en que el niño se encuentra con la privación anatómica de la madre, es esta falta de pene lo que toma el sentido de la falta en goce.

Es así como Hans, que era un niño ubicado como metonímicamente falo se encuentra con la castración, que tiene efecto a partir de la limitación de goce del Otro materno; si el niño busca el goce de las pulsiones parciales en el Otro materno, puede descubrir que el goce de la madre no se satisface en su totalidad con el niño, dejando en ella un espacio en el que hay una falta de goce: esto hace aparecer el enigma del goce, enfrentándolo al abismo.

En Lucía, la perplejidad frente a la madre hace aparecer lo siniestro, lo espectral. Si la angustia es un camino hacia la constitución de un síntoma, aquí no hay ningún significante que ordene; si hablamos de la muerte como fetiche es porque parecería ser "la muerte, un lugar de punto de verdad".

Al volver al colegio después de las vacaciones, la asalta un nuevo pánico: la tutora quería hablar de cómo son las niñas a su edad. Lucía piensa que hablará de lo sobrenatural, de los muertos y los pecados. Aquí vemos el miedo instalarse como lo ajeno que cae y que, imponiéndose, apresa al sujeto. Dibuja a una niña mirando de costado (es así como Lucía está con su madre). Ahora esta se siente aprisionada por la mirada de la niña, que dice que la madre "le puede decir algo".

Lucía viene a la sesión con su madre y se queda con una mirada fija y estática en ella. La mirada que enlaza a Lucía y a la madre recuerda las palabras de Jacques Lacan: "Hay que llegar a este registro del ojo desesperado por la mirada, aquel cuyo efecto es detener el movimiento y literalmente matar la vida". 1 Este amor fascinado deja a la niña presa en un goce mortífero. Ella pide que su madre articule saber y muerte, pero lo que plantea como una salida resulta ser un nuevo encierro.

La madre dirá que cuando Lucía está con sus amigas se ríe y se divierte, pero cuando ellas se van queda atrapada por el pánico.

Pero es importante volver a un punto mencionado antes, y es que este apoyo a la madre sin mediación del semblante paterno transformó este encuentro amoroso en lo que podría pensarse como estrago materno, ya que aunque al principio lo parezca, no hay en realidad límite enigmático que permita la constitución de un verdadero síntoma fóbico.

No obstante, es necesario precisar si se trata sólo de un rechazo del saber o de un rechazo del inconsciente. Importa este punto porque lo que queda claro a este nivel de la cura es que hay una creencia en la madre, pero se trata de una creencia absoluta, del tipo de "la madre sabe" .

Sin embargo, a lo largo de la cura se fue verificando que el estatuto del miedo iba adquiriendo un carácter de fijeza y de petrificación. Prueba de ello es una frase que aparece ya en el inicio y revela cuál es el verdadero resorte de su posición, que no admite ningún intento de desciframiento. Todo está ordenado por la muerte: miedo a la copa, a los espíritus, la maldición de la tumba, la maldición de los muertos.

El síntoma se liga a la fantasmática de la novela familiar que no se pronuncia y que parecía conducir todo al orden de la significación materna.

Al escuchar la palabra "muerte", Lucía no quiere avanzar: les teme a las palabras mismas, hay cosas de las que no se puede ni siquiera hablar, e incluso cualquier tema que se aborde en el colegio, relativo a lo fantástico, a la historia o a lo que les sucede a las chicas de su edad, la conduce a esta referencia que se resiste a ser conmovida.

Si la pubertad es una pregunta relativa al enfrentamiento con lo que la moviliza, se trata de una pregunta sin respuesta; al carecer de referencias para poder recorrer este camino, cualquier situación la llevará a enredarse con su fantasmática.

El transcurso de la cura implica el trabajo de ir afinando y circunscribiendo el síntoma para poner en evidencia la trama que lo sostiene como síntoma en lo real.

Trae un material donde juega a que ella es la doctora. Descubre su caso y hace un dibujo de la paciente, mirando de costado, a quien llama Noelia Mirasz. Le digo: "No a ella mirás". Es así como podemos definir, ella es la mirada de la madre.

Logra inmovilizar en vivo, con su posición de pánico, un valor de goce que da su eficacia en la mirada a la imagen de "niña en pánico". Ella, como todo sujeto, tendrá que perder su cualidad de objeto de goce, al cual Lucía se fija, y saber que de ese objeto que ha sido no todo podrá ser dicho.

Hay una fijación que apunta a querer ser el objeto que satisfaga a la madre, y que la madre pueda seguir estando a su servicio pulsional.

Lucía trae un escrito del cual recortaré un párrafo: "Soy yo de nuevo, no sé bien a quién me dirijo, no como ayer que me dirigía al miedo. Pero hoy descubrí que yo soy el miedo. Tal vez explicarles qué despertó este miedo, en cómo se despertó hoy: historia de cadenas, muerte que no es muerte, copas que se enojan y dejan manchas imparables, locuras, bebés que lloran, entre otras cosas, me dibujan un futuro del que no quiero despegarme".

Ella es el miedo. El miedo es el objeto en cuestión: "pero hoy descubrí que yo soy el miedo". A partir de la palabra "muerte", sigue una alusión a lo real que entra en esa zona donde el sujeto no puede decir nada y no encontrará palabras.

Ello no tiene ninguna distancia, sólo queda este amor delirante. Este lazo no es sólo un montaje imaginario, sino que llega a ser, en este último tramo de la cura, un síntoma real.

Lo real del síntoma, entonces, se delimita con la ligazón al deseo del Otro. Es una dialéctica entre el "te agarro" o "te tiro" , en el punto aterrador de quedar coagulada en el deseo del Otro.

Vemos así el modo en que la historia, en vez de conmover la fantasmática, la fija al fantasma materno. Advertimos claramente cómo la falencia de la función paterna transforma a este síntoma en un síntoma absolutamente coagulado en la novela escrita en la lengua de la madre. El niño que aprende a hablar queda marcado a la vez con palabras y el goce de la madre resulta aferramiento a la demanda al deseo y al goce de esta ley de la madre de la cual debe separarse.2

La cura permitió que se creara un espacio por fuera de esto. A veces, la interposición por parte de la analista a veces era forzada, en los momentos en que Lucía se ausentaba para quedarse en su casa. Se la llamaba para que asistiera a las sesiones, a veces insistentemente.

Por otro lado, despejar la mirada sobre ella creó un vacío que permitió entrar en otro discurso, en el de la ficción y el humor, pero este lazo no se establecía sin la presencia de la analista.

Este es un caso que quedaría dentro de las variantes del estrago materno, en una de cuya variante es la única clasificación en que por el momento puedo incluirlo. La necesidad de una presencia tan fuerte, tan en vivo, para sostener la cura y la estabilidad misma del sujeto no me permite otra ubicación.

En Lucía, la escritura no llega a ser un modo de articular un decir que la separe de ese goce materno. Lucía comienza una carrera artística, en la que se desempeña con mucho talento, pero esto funciona mientras el telón se levanta. Una vez que el telón baja, insiste en volver a garantizar a su madre que nada sucedió. Hay un punto donde Lucía sabe que todo es un juego. Ella misma dice meterse en esto, y no le es tan fácil entrar y salir.

"Yo soy el miedo". Yo, como objeto que en un principio aparece asustando a los demás, a esta altura deja a Lucia aprisionada en sus obsesiones; aquello en lo que se erige no logra pacificarla en cambio, es un síntoma que la hará seguir trabajando en las sesiones.

Esta niña aparece ligada con un lazo de amor sin límites hacia su madre, lo que transforma el pánico, el miedo y la persecución en un ruido ilimitado.

Haber querido la muerte de un niño, es algo que se encuentra en el nudo fantasmàtico de esta cura, madres e hijos, prisioneras unas de otras con la muerte como punto de unión.

Miedo a la muerte- Yo soy el miedo, síntoma que se vuelve ante todo un goce ligado a la lengua materna.

Lucía pone en juego lo que Geneviève Morel nos dice cuando la madre es la fuente misma de lo simbólico como el lugar de la lengua.

Miedo al miedo no es una fobia sino un síntoma que marca ese lazo con esa resonancia con la lengua de la madre, "Es un síntoma que cuchilla"; seguir la pista en el trabajo analítico permitió comenzar una nueva separaciòn.

ADELA FRYD

Notas

1 Lacan, J.: El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Bs. As., 1990.

2 Morel, G.: "La loi de la mère" , Essai sur le sinthome sexuel; Cap. IV; Ed. Economica,2008., Parìs.

2 Lacan, J.: Seminario 22, RSI. Inédito.

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