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Número 10 - Noviembre 2008
Juanito, su padre y el Dr. Freud
Graciela Berraute

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A) La función paterna

"Yo soy el caballo de mi madre": lugar de objeto al que lo destina la emergencia de un pene real que le resulta insuficiente.

Podría ser devorado-en tanto objeto- por esa boca materna que es la misma que realiza la del caballo. Pero lo salva la fobia: sobre esa boca que muerde está el "negro", un algo que da miedo.

El padre no logra entender qué significa el negro. Cuando Freud interviene ya ha captado de qué se trata, y puede decir que son los bigotes y los anteojos del padre.

Como dice Mayete Viltard ("Littoral n° 13), le restituye el uso de la metáfora, y entonces el negro se volverá atributo y borde de la fobia. El síntoma podrá reparar el desfallecimiento del Nombre del Padre.

Cito:"…porque Freud ocupa una posición de transferencia, un lugar de analista para los padres de Hans, su palabra puede reintroducir en el trío la función del falo simbólico…"

El análisis del niño ha transcurrido –a mi entender- según los ejes dados por la localización de una falla en la función paterna, y por la intervención del Dr. Freud en ese preciso lugar.

Voy a considerar en primer término algunas observaciones de Lacan en el seminario "Las relaciones de objeto" relativas a esa falla paterna, que califica como "carencia".

En un sintético recorrido, plantea que detrás de la madre simbólica está el padre instituido como una necesidad de la construcción simbólica, situable en un más allá, que sólo se alcanza mediante la construcción mítica.

Es un hecho irreductible del mundo del significante.

Al padre imaginario se refiere toda la dialéctica de la agresividad y la idealización," por las que el sujeto accede a la identificación con el padre". Está en el orden de la relación con el semejante, y participa frecuentemente en los fantasmas neuróticos como padre terrible.

En cuanto al padre real, por dicha interposición de los fantasmas, y la necesidad de la relación simbólica, es difícil de ser captado, pero tiene la función destacada en el complejo de castración. Siempre está vinculada, en la historia del sujeto, con su incidencia, con su intervención, o con lo profundamente neurotizante de su ausencia. "En lo que a la castración se refiere, no se trata de fantasmatizarlo todo, como se hizo con las escenas de seducción primitiva" .

En Juanito, la intervención del padre real como incansable interrogador produce una precipitación de la fobia. Pero, por otra parte, nunca aparece en lo real su cólera por la rivalidad edípica. Juanito le dice: "tienes que enfadarte, has de estar celoso". Le explica que debe encarnar al Dios del trueno, al padre imaginario, el fundamento del orden del mundo: es el que dice que no todo el mundo tiene falo. Juanito revela en su demanda la carencia paterna.

Allí se ubica Freud. En ese lugar de padre imaginario, en la posición divina: "Mucho antes de que tu nacieras, yo ya sabía que un niño iba a querer demasiado a su madre y, por esta razón, tendría dificultades con su padre".

Situarse de este modo como amo absoluto, no corresponde, tal como podría entenderse, al padre simbólico (el del fantasma). Esa posición permanece oculta, y se distingue bastante del padre real y del imaginario. "A esto debemos, sin duda la notable ausencia de fenómenos de transferencia en Juanito…"

Porque el niño es el término de las instrucciones que Freud le da al padre, su discípulo, que lo ha constituido como Sujeto Supuesto al Saber.

En primer lugar, le indica una maniobra sobre la culpabilidad: explicarle que la fobia es una tontería, que se trata de cosas simples; y que se relaciona con un deseo de acercarse a su madre que no está del todo bien, acentuando en este sentido el elemento de interdicción.

En segundo lugar, debe decirle que ese falo deseado no existe, que allí no hay nada que buscar. Esta función ordenadora, propia del padre imaginario, le es impuesta de este modo por Freud al padre real, porque es incapaz de asumirla naturalmente.

De hecho tiende a intervenciones imperativas que no aseguran el orden del mundo.

De todos modos el niño reacciona con sus construcciones míticas, revelando una puesta en marcha de la estructura significante. Los elementos imaginarios entran en el juego de permutación que define el uso del significante.

A su vez, Freud le plantea crudamente su mito del Edipo, en el modo que luego practicará Melanie Klein como lo que Lacan denomina "enchapado simbólico".

Se trata en este caso de producir efectos en el inconsciente aportando a la significación inacabada, y al consecuente desarrollo de la fobia.

Esta implantación del mito del Edipo va al lugar de la carencia paterna, la que caracteriza lo posición del padre de Juanito. Es la carencia metafórica, la palabra del padre en la madre, el límite a su deseo.

Se podria considerar que esta operación define el campo de las neurosis, mientras que el de las psicosis respondería de la falla en la función del Nombre del Padre.

Entre ambas –probablemente-el universo de la clínica cotidiana.

Sabemos que Lacan se ocupó de precisar el estatuto de la función paterna. Considero de interés, con motivo de este desarrollo, resumir algunas referencias que van desde el seminario "Las psicosis" hasta "El sinthome" afín de poder ubicar con mayor amplitud los avatares de su efectuación.

 

B) La Transferencia en el análisis con niños

Lo esencial del análisis: hablarle a alguien. Padre e hijo le hablan a Freud, instituyendo una articulación fecunda. Pero hablarle a alguien supone transferencia.

Con Juanito, el caso princeps en el análisis de niños, encontramos desplegados los términos de la particularidad de esta práctica: una transferencia que se estructura con la inclusión de los padres.

Como señala Lacan, porque Freud ocupa una posición de transferencia para los padres, su palabra reintroduce la función del falo simbólico. Un momento de está restitución es la interpretación que ubica "negro" como atributo paterno. Otra es el reconocimiento del carácter significante de la jirafa arrugada. En ambos casos se registra una " sordera" del padre, que corresponde a la dificultad en asumir el lugar de una garantía simbólica.

Como hemos considerado, esta garantía, la del padre imaginario, que sostiene el orden simbólico, es delegada en Freud.

Si bien es muy particular el modo en que transcurre este análisis, propongo la siguiente idea: que todos los tratamientos con niños participan de esta estructura. Veamos.

Por una parte, cuando examinamos las intervenciones kleinianas hallamos esa imposición del mito edípico, ese enchapado que –como en Juanito- restituye la función simbólico imaginaria que se presenta desfalleciente. También en Winnicott, si tomamos el caso "Piggle", vemos desplegar estos términos a lo largo de sus intervenciones con la niña y con sus padres. También F. Dolto sigue este camino.

En la práctica con niños graves, se trata frecuentemente de precipitar la misma constitución subjetiva. Intervenciones en que se desarrolla la experiencia del estadío del espejo, por ejemplo, o la entrada en discurso por la articulación de la negación.

En segundo lugar, el Sujeto Supuesto al Saber lo establece en primera instancia la demanda de los padres. En ocasiones, así perdura hasta el fin, porque el niño no se constituye nunca como el sujeto de ese análisis. En última instancia resulta ser el análisis de algún integrante de la consulta, posicionado en posición de demandar.

Lo fundamental es, como siempre, que se establezca una transferencia.

Esto nos lleva, finalmente, a lo más importante: reconocer los estados neuróticos de los niños como"neurosis de transferencia". Como señala Eric Porge en "La transferencia a la cantonade", en 1932 Freud inicia la distinción entre los estados propios de los niños, y la neurosis infantil que será la del adulto. Esos estados son neurosis de transferencia que se dirigen sobre padres y hermanos.

Cuando el destinatario no la sostiene, comienza la neurosis de transferencia. ¿Qué significa no sostenerla? Que deja de asumir el lugar del Sujeto Supuesto al Saber.

Así ocurre con el padre de Juanito en tanto no sostiene la función de padre imaginario, el que sabe las reglas del orden del mundo: en primer lugar, la prohibición del incesto.

Es como la ruptura en la transmisión de un saber, y allí se aloja el analista para restablecer esa transferencia interrumpida, y "recolocar al niño en su cuadro edípico".

Ahora bien, el punto de ruptura se produce, con niños y adolescentes, cuando el progenitor deja de ser buen entendedor. Es decir, cuando no escucha que el mensaje del hijo va dirigido a un lugar tercero, al Otro del cual espera sanción. Lo experimenta como dual, dentro del esquema especular narcisista: en esta trama la interrogación, el cuestionamiento, o aún la manifestación sintomática, devienen persecutorias y ensordecen al progenitor implicado. Este es habitualmente el momento en que se inicia la consulta, y allí la escucha del analista equivale a la de Freud con el padre de Juanito,

como Sujeto Supuesto al Saber. Esta función debe sostenerse y luego caer, porque de otro modo la transferencia se instalaría como sugestión. Debe caer como el propio saber de los padres cuando se abandona la infancia. Pero hasta entonces, alguien tiene que sostener ese lugar: el barramiento del Otro no es sin su constitución como tal.

En conclusión, podemos considerar que Freud, una vez más, nos enseña con Juanito las condiciones estructurales de un análisis, las que establecen la diferencia con otros abordajes terapéuticos. Como dijo D.Winnicott en una reunión de la Sociedad Psicoanalítica Británica, donde se le cuestionaba atender a Piggle "a pedido", con sesiones poco frecuentes e irregulares: se trata de lo que un analista hace con el inconsciente y con la transferencia, y no de los acuerdos formales de la situación analítica.

GRACIELA BERRAUTE

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